viernes, marzo 25, 2011

Pedro Corzo sobre Cuba: Del totalitarismo carismático al burocrático

Nota del Bloguista

El supuesto carisma y el supuesto poder de seducción de Fidel Castro vino con el poder y la ejecución de su implacable carácter represivo así como del fruto de la propaganda de todo un Estado en función de él y su figura. De haberlos tenido de manera innata no hubiera sido un fracasado como lo fue como político en un Estado democrático y no hubiera tenido que eliminar la libertad de prensa y tomar otras medidas represivas para mantener el Poder después del triunfo.
******************
Tomado de http://www.cubanalisis.com

Del totalitarismo carismático al burocrático


Pedro Corzo,
El Nuevo Herald



Por más de cinco décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular y es que Fidel Castro, aunque le impuso a su gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante, también vinculó su gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos definen como carisma.

Castro, como hubiese escrito Anatole France, es un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia, como habría dicho William Shakespeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba. Un ilusionista excepcional para conservar la confianza de sus partidarios a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.

Su liderazgo ha estado sostenido sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, a su habilidad para inspirar confianza a la textura recia y violenta de sus agallas.

El Faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convencieran que estaban frente a un hombre que sintetizaba los mejores intereses de Cuba y sus ciudadanos.

En un santiamén una humilde isla del Caribe tuvo su propio Dios, profeta y espada de una religión que instauró su propio Satán en la tierra: Estados Unidos, su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pro norteamericana.

El faraón extendió su influencia más allá de las fronteras de su reino y no pocos fariseos y gentiles le apoyaron para que iniciara una cruzada en busca de una utopía en la que un hombre nuevo avergonzaría por sus virtudes al más íntegro de sus antepasados.

Castro tuvo la oportunidad de escribir sus propias realizaciones, fue el ineficiente mayoral de una finca de más 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y miles de sus partidarios murieron en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes.

Se creyó tanto su divinidad, su utopía que todo lo podía, que no se percató de que el tiempo se le acababa, y lo peor, que a pesar de lo mucho que había bregado se extinguirían en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe, confundidos y aletargados.

La épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. Hizo creer en la epopeya de la Sierra Maestra y en la pureza ideológica de Revolución, fue el estandarte de su propio proyecto, el jinete que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios.

La tramoya sobre la que gobernó Fidel se sostenía sobre una cruel y ruda carpintería, una labor lenta, minuciosa, de hormiga o abeja, que no llama la atención pero que cuando uno se da cuenta ha construido un andamiaje.

Ese laborante dedicado fue su hermano Raúl. Un hombre discreto que no ama el espectáculo pero que no duda en hacer lo necesario para que la ``colonia'' esté bajo control. No es ingenioso ni capaz de seducir a su interlocutor, pero sí puede, como eficiente burócrata, conducir el totalitarismo todo el tiempo que el pueblo sometido sea capaz de soportar.

Al parecer llegaron al poder los que hicieron posible que Fidel, más allá de sus peculiares atributos, gobernara por casi medio siglo. Los discursos agresivos, las marchas fastuosas y las declaraciones imperiales desaparecieron ante una riada de circulares y disposiciones que determinan la vida del ciudadano. Es, en la medida de lo posible, una especie de retorno al mundo soviético previo a la perestroika, una forma de agotamiento del fidelocastrismo que tal vez genere espacios para una transición dentro de la sucesión más allá de la voluntad del nuevo Jefe.

Esperar que Raúl promueva libertades que superen a las de los animales de corral tiene mucho de quimera, porque los burócratas siempre piensan y proyectan en el marco de lo que conocen y el hermano ignora lo que es la libertad. Quizás busque vías para alimentar mejor a corderos y lobos, pero bajo su égida Cuba continúa siendo un gigantesco campo de concentración, que aunque posiblemente más confortable, siempre estará bajo el control de severos guardianes que tendrán un garrote a mano para aplastar a los herejes.

****************
Nota del Blogguista

Fidel Castro no era un individuo carismático, aunque sus excentricidades y su pistola de pandillero político les resultaba de atractivo a algunas personas. De Fidel haber sido carismático, hubiera llegado a posiciones mucho más altas en la Universidad y en el Partido Ortodoxo; en este último era uno más en la comparsa, aunque entre los primeros de ella. Fidel Castro era audaz solamente cuando estaba en ventaja, según relata su entonces amigo y posteriormente cuñado Rafael Díaz-Balart en su libro sobre Intrahistoria.
********************
Tomado de http://www.abc.es

El joven Fidel: un carismático pistolero


Por Carlos Alberto Montaner
Publicado Domingo 28-12-08

¿Quién era Fidel Castro? Era un abogado joven, violento y carismático, acusado a fines de los años cuarenta de crímenes políticos e intentos de asesinato en la etapa democrática de Cuba, aunque nunca lo condenaron en los tribunales. Se sabía que era confusamente radical y audaz, que poseía una gran capacidad de intimidación frente a partidarios y adversarios, de manera que impuso su liderazgo y se convirtió en la cabeza más visible de una oposición dividida en varios grupos y dos estrategias: los electoralistas, que deseaban salir de Batista por la vía política, y los insurreccionalistas, que pretendían sacarlo a tiros del poder. Fidel acabó imponiendo la línea dura: la lucha armada como única estrategia válida y patriótica.

No obstante, el golpe definitivo contra Batista -como le había ocurrido a Machado en 1933- fue la pérdida del apoyo de Estados Unidos. En abril de 1958, el gobierno republicano de Ike Eisenhower, presionado por una hábil campaña de los exiliados cubanos, decretó un embargo de armas al gobierno de Batista para obligarlo a buscar una solución política a la guerra desatada en el país.

Pero las consecuencias de ese embargo norteamericano de armas fueron otras: en lugar de precipitar una salida pacífica al conflicto, Washington provocó o aceleró el triunfo de los insurrectos. Los jefes de las Fuerzas Armadas interpretaron, correctamente, que Batista había perdido el favor de «los americanos» y dieron por sentado que era un régimen condenado a muerte, así que surgieron conspiraciones y comenzaron a establecer relaciones secretas con Fidel Castro. Batista lo supo y, convencido de que estaba rodeado de traidores, decidió escapar de Cuba exactamente como había hecho el general Machado en 1933 y por más o menos las mismas razones. Cuando huyó del país, el 90 por ciento de las fuerzas armadas y el 95 por ciento del territorio teóricamente seguían bajo su control. Pero él y su gobierno estaban profunda e irremediablemente desmoralizados. Por eso perdieron el poder.

El caudillo se quita la careta

Una vez ocupada la casa de gobierno, el verdadero Fidel Castro comenzó a mostrarse a los cubanos y al mundo. Supuestamente, la revolución se había llevado a cabo para restaurar la democracia y las libertades individuales garantizadas en la Constitución de 1940 y conculcadas por Batista. Pero el hombre que había asegurado varias veces que no era comunista, muy rápidamente, en apenas dos años, comenzó a confiscar las empresas privadas nacionales y extranjeras, se acercó a los soviéticos, atacó a Estados Unidos con gran vehemencia, nacionalizó sin compensación las propiedades de las compañías nacionales y extranjeras, muchas de ellas pertenecientes a norteamericanos y españoles, se apoderó de los medios de comunicación y estableció un gobierno de partido único.

¿Por qué lo hizo? Fundamentalmente, porque desde sus años universitarios Fidel Castro había desarrollado simpatías por las ideas comunistas y un odio sin límites contra Estados Unidos. Esa tendencia se había reforzado a partir de su contacto en México en 1956 con el argentino Ernesto Guevara, conocido como el Che, también de convicciones comunistas, doctrinariamente mejor formado que Fidel en el marxismo, y los dos, además, recibían el aliento de Raúl Castro, hermano menor de Fidel, afiliado a las juventudes comunistas cubanas desde 1953, aunque sin demasiado interés en las cuestiones teóricas del marxismo.

En la órbita soviética

¿Cómo Fidel Castro y un puñado de seguidores fanáticos pudieron llevar a los cubanos a una dictadura marxista-leninista y colocar al país en la órbita soviética, si los comunistas apenas tenían simpatías en la sociedad y jamás alcanzaron el cinco por ciento de apoyo electoral? Eso pudo ocurrir porque los cubanos, en general, aunque distaban mucho de tener simpatías por los comunistas, tampoco sentían mucho respeto por las instituciones republicanas, tal vez porque la clase política tradicional, a su vez, había dado muestras de muy poco respeto por el imperio de la ley.

Algunos esperaban a un Mesías

Los cubanos, en suma, se llamaban revolucionarios con un tinte de orgullo, y esperaban ansiosamente a que un líder bien intencionado, rodeado de otros como él, estableciera en el país el reino de la justicia y la equidad. Ese Mesías era Fidel Castro y sus apóstoles eran los barbudos que lo obedecían, de manera que una buena parte de la sociedad se entregó en sus manos sin medir las consecuencias de ese acto de fe ciega en el caudillo venerado.

Naturalmente, en los primeros años hubo una gran resistencia popular a la entronización del comunismo en Cuba, con alzamientos campesinos generalmente protagonizados por guerrilleros que habían luchado contra Batista, y una invasión de exiliados en abril de 1961 auspiciada por el gobierno norteamericano (unos 1.500 hombres que desembarcaron por Bahía de Cochinos y fueron derrotados en 48 horas), pero Fidel Castro, a base de mano dura, leyes draconianas, numerosos fusilamientos, una gran determinación y mucho armamento soviético, logró sortear todos esos obstáculos iniciales, se apoderó del aparato productivo, encarceló o puso en fuga a la mayor parte de sus adversarios, consiguió liquidar a la oposición y consolidó la dictadura. A mediados de la década de los setenta, casi veinte años después del triunfo revolucionario, todavía había en la cárcel unos 40.000 presos políticos, se habían llevado a cabo unos 7.000 fusilamientos y más de un millón de personas se habían exiliado.

Consolidación en la guerra fría

Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la oportuna ayuda soviética. Moscú vio en la revolución cubana una oportunidad de conseguir un aliado situado a pocos kilómetros de Estados Unidos, lo que le daba una gran fuerza dentro de los esquemas de la guerra fría, así que, además de armar y adiestrar a las Fuerzas Armadas cubanas, a partir de mediados de 1961 comenzó a desplegar en la isla unos cuarenta mil soldados y oficiales soviéticos, mientras colocaba sigilosamente misiles atómicos capaces de destruir en pocos minutos las principales ciudades norteamericanas.