domingo, abril 24, 2011

¡Felices Pascuas de Resurrección !


¡Felices Pascuas !



MENSAJE URBI ET ORBI DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI - PASCUA 2011

In resurrectione tua, Christe, coeli et terra laetentur. En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra (Lit. Hor.)


Queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo:

La mañana de Pascua nos ha traído el anuncio antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado! El eco de este acontecimiento, que surgió en Jerusalén hace veinte siglos, continúa resonando en la Iglesia, que lleva en el corazón la fe vibrante de María, la Madre de Jesús, la fe de la Magdalena y las otras mujeres que fueron las primeras en ver el sepulcro vacío, la fe de Pedro y de los otros Apóstoles.
Hasta hoy —incluso en nuestra era de comunicaciones supertecnológicas— la fe de los cristianos se basa en aquel anuncio, en el testimonio de aquellas hermanas y hermanos que vieron primero la losa removida y el sepulcro vacío, después a los mensajeros misteriosos que atestiguaban que Jesús, el Crucificado, había resucitado; y luego, a Él mismo, el Maestro y Señor, vivo y tangible, que se aparece a María Magdalena, a los dos discípulos de Emaús y, finalmente, a los once reunidos en el Cenáculo (cf. Mc 16,9-14).
La resurrección de Cristo no es fruto de una especulación, de una experiencia mística. Es un acontecimiento que sobrepasa ciertamente la historia, pero que sucede en un momento preciso de la historia dejando en ella una huella indeleble. La luz que deslumbró a los guardias encargados de vigilar el sepulcro de Jesús ha atravesado el tiempo y el espacio. Es una luz diferente, divina, que ha roto las tinieblas de la muerte y ha traído al mundo el esplendor de Dios, el esplendor de la Verdad y del Bien.
Así como en primavera los rayos del sol hacen brotar y abrir las yemas en las ramas de los árboles, así también la irradiación que surge de la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a toda expectativa, deseo, proyecto. Por eso, todo el universo se alegra hoy, al estar incluido en la primavera de la humanidad, que se hace intérprete del callado himno de alabanza de la creación. El aleluya pascual, que resuena en la Iglesia peregrina en el mundo, expresa la exultación silenciosa del universo y, sobre todo, el anhelo de toda alma humana sinceramente abierta a Dios, más aún, agradecida por su infinita bondad, belleza y verdad.
«En tu resurrección, Señor, se alegren los cielos y la tierra». A esta invitación de alabanza que sube hoy del corazón de la Iglesia, los «cielos» responden al completo: La multitud de los ángeles, de los santos y beatos se suman unánimes a nuestro júbilo. En el cielo, todo es paz y regocijo. Pero en la tierra, lamentablemente, no es así. Aquí, en nuestro mundo, el aleluya pascual contrasta todavía con los lamentos y el clamor que provienen de tantas situaciones dolorosas: miseria, hambre, enfermedades, guerras, violencias. Y, sin embargo, Cristo ha muerto y resucitado precisamente por esto. Ha muerto a causa de nuestros pecados de hoy, y ha resucitado también para redimir nuestra historia de hoy. Por eso, mi mensaje quiere llegar a todos y, como anuncio profético, especialmente a los pueblos y las comunidades que están sufriendo un tiempo de pasión, para que Cristo resucitado les abra el camino de la libertad, la justicia y la paz.
Que pueda alegrarse la Tierra que fue la primera a quedar inundada por la luz del Resucitado. Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los Países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han viso obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud.
Que se recomponga la convivencia civil entre las poblaciones de Costa de Marfil, donde urge emprender un camino de reconciliación y perdón para curar las profundas heridas provocadas por las recientes violencias. Y que Japón, en estos momentos en que afronta las dramáticas consecuencias del reciente terremoto, encuentre alivio y esperanza, y lo encuentren también aquellos países que en los últimos meses han sido probados por calamidades naturales que han sembrado dolor y angustia.
Se alegren los cielos y la tierra por el testimonio de quienes sufren contrariedades, e incluso persecuciones a causa de la propia fe en el Señor Jesús. Que el anuncio de su resurrección victoriosa les infunda valor y confianza.
Queridos hermanos y hermanas. Cristo resucitado camina delante de nosotros hacia los cielos nuevos y la tierra nueva (cf. Ap 21,1), en la que finalmente viviremos como una sola familia, hijos del mismo Padre. Él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. Vayamos tras Él en este mundo lacerado, cantando el Aleluya. En nuestro corazón hay alegría y dolor; en nuestro rostro, sonrisas y lágrimas. Así es nuestra realidad terrena. Pero Cristo ha resucitado, está vivo y camina con nosotros. Por eso cantamos y caminamos, con la mirada puesta en el Cielo, fieles a nuestro compromiso en este mundo.
Feliz Pascua a todos.
© Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana

Otros textos muy recomendables de esta Semana Santa:

- VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA:HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI- Basílica Vaticana Sábado Santo 23 de abril de 2011:

"(...)El mundo es un producto de la Palabra, del Logos, como dice Juan utilizando un vocablo central de la lengua griega. “Logos” significa “razón”, “sentido”, “palabra”. No es solamente razón, sino Razón creadora que habla y se comunica a sí misma. Razón que es sentido y ella misma crea sentido. El relato de la creación nos dice, por tanto, que el mundo es un producto de la Razón creadora. Y con eso nos dice que en el origen de todas las cosas estaba no lo que carece de razón o libertad, sino que el principio de todas las cosas es la Razón creadora, es el amor, es la libertad. Nos encontramos aquí frente a la alternativa última que está en juego en la discusión entre fe e incredulidad: ¿Es la irracionalidad, la ausencia de libertad y la casualidad el principio de todo, o el principio del ser es más bien razón, libertad, amor? ¿Corresponde el primado a la irracionalidad o a la razón? En último término, ésta es la pregunta crucial(...)" Texto completo aquí
- SANTA MISA CRISMAL: HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI-Basílica Vaticana
Jueves Santo 21 de abril de 2011:

"(...)¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo? Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: “No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría. (...)" Texto completo aquí


-¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios! P. Raniero Cantalamessa, ofmcap - Predicación del Viernes Santo 2011 en la Basílica de San Pedro:

" El mundo cristiano ha vuelto a ser visitado por la prueba del martirio que se creía acabada con la caída de los regímenes totalitarios ateos. No podemos pasar en silencio su testimonio. Los primeros cristianos honraban a sus mártires. Las actas de su martirio eran leídas y distribuidas entre las Iglesias con inmenso respeto. Hoy mismo, Viernes Santo 2011 en un gran país de Asia los cristianos han rezado y marchado en las calles para conjugar el peligro mortal al cual están expuestos.
Hay algo que distingue las actas auténticas de los mártires de las legendarias, reconstruidas al terminar las persecuciones. En las primeras, no hay casi trazas de polémica contra los perseguidores; toda la atención se concentra en el heroísmo de los mártires, no en la perversidad de los juezes y de los verdugos. San Cipriano llegó hasta ordenar a los suyos dar veinticinco monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Son discípulos de aquel que murió diciendo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen". En verdad, "la sangre de Jesús habla un lenguaje distinto respecto a la de Abel (cfr Hb 12,24): no pide venganza y castigo, sino reconciliación" [5].También el mundo se inclina ante los testigos modernos de la fe. Se explica así el inesperado éxito en Francia de la película "De dioses y hombres" que narra las vicisitudes de los siete monjes cistercienses asesinados en Tibhirine en marzo de 1996. ¿Y cómo no permanecer admirados por las palabras escritas en su testamento por el político católico Shahbaz Bhatti, asesinado por su fe el mes pasado? Su testamento es también para nosotros, sus hermanos de fe, y sería ingratitud dejarlo caer pronto en el olvido."Se me han propuesto – escribía – altos cargos en el Gobierno, y se me ha pedido que abandone mi batalla, pero yo siempre me he negado, incluso a riesgo de mi propia vida. No quiero popularidad, no quiero posiciones de poder. Sólo quiero un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter, mis acciones hablen por mi y digan que estoy siguiendo a Jesucristo. Este deseo es tan fuerte en mí que me consideraría privilegiado si, en este esfuerzo mío y en esta batalla mía por ayudar a los necesitados, los pobres, los cristianos perseguidos de mi país, Jesús quisiera aceptar el sacrificio de mi vida. Quiero vivir para Cristo y quiero morir por Él".Parece que volvamos a escuchar al mártir Ignacio de Antioquía, cuando venía a Roma a sufrir el martirio. Sin embargo la impotencia de los mártires no justifica la indiferencia culpable del mundo frente a su muerte. "Un hombre justo perece, pero eso a nadie importa; hombres de bien desaparecen y nadie parece percatarse" (Is 57,1). Los mártires cristianos no están solos, lo hemos visto, en sufrir y morir a nuestro alrededor. ¿Qué podemos ofrecer a quien no cree, además de nuestra certeza de fe de que hay un rescate para el dolor? Podemos sufrir con el que sufre, llorar con el que llora (Rm 12,15). Antes de anunciar la resurrección y la vida, ante el luto de las hermanas de Lázaro, Jesús "se echó a llorar" (Jn 11, 35). En este momento, sufrir y llorar, en particular, con el pueblo japonés, víctima de una de las más grandes catástrofes naturales de la historia. Podemos decir a estos hermanos en humanidad que estamos admirados de su dignidad y del ejemplo de compostura y de mutua ayuda que han dado al mundo." Texto completo aquí