martes, agosto 16, 2011

Alejandro Ríos escribe sobre el corto ¨Exit¨, de Eduardo del Llano, y la humillación del artista en Cuba: Los golpecitos de rosa

Tomado de http://www.elnuevoherald.com



Los golpecitos de rosa


Por Alejandro Ríos

El director y guionista de cine cubano Eduardo del Llano concluye la saga de su personaje emblemático, Nicanor O’Donell, iniciada en Monte Rouge (2004), con un décimo cortometraje titulado Exit, que terminó en enero de este año.

En el decálogo, O’Donell suele ser el cubano sufrido y atribulado en un país donde impera el absurdo. El cine cubano no ostenta una colección de viñetas tan mordaces sobre el régimen que las engendra. La vapuleada Alicia en el pueblo de Maravillas (1991) pudiera ser un antecedente y del Llano se encuentra entre sus guionistas.

Las desventuras de O’Donell llegan filmadas sin alardes estilísticos que pudieran interferir en el diáfano desarrollo de sus argumentos. El director carga la mano en la especialidad que mejor maneja: el guión, ingeniosos por sus giros inesperados y elocuencia. Se rodea también de experimentados actores que integran una suerte de cofradía.

Apenas reserva espacio para la metáfora contestataria y la doble lectura en sus historias: La policía política viene a poner la técnica (micrófonos de escucha) en la casa de Nicanor para saber de opiniones contrarias; en Cuba es casi imposible conseguir una bandera cubana; la prensa todo lo tergiversa en pro del momento político correcto; un grupo de asambleístas venera como ave rara al que discrepa y los taxistas conspiran contra el buen “botero” que insiste en trasladar gratuitamente a las personas que agonizan esperando un transporte, son algunos de los comentarios esgrimidos mediante un humor corrosivo.

El argumento de Exit, la última entrega, no podía ser más oportuno cuando los creadores cubanos han sido convocados para que celebren el medio siglo de su dogal, el “dentro de la revolución todo y contra la revolución nada”, de las palabras a los intelectuales del dictador Castro, en la Biblioteca Nacional, con la pistola sobre la mesa.

No se recuerda una época más precaria para el libre albedrío como la actual. Hubo tiempos de artistas rebeldes apresados y de escritores prohibidos resistiendo en silencio. Los nuevos modos de abyección tienen que ver con una cautelosa disciplina social para que la próxima obra se produzca o el viaje se autorice. No obstante, todos afirman que no sufren ningún tipo de censura.

Omara Portuondo y su deseo insatisfecho de cantarle al Castro convaleciente; Alicia Alonso confundiendo a su compañía de ballet con un pelotón militar y Kcho, desenfrenado en sus elogios al Partido Comunista y el gobierno, son modelos de comportamiento que dan vergüenza ajena.

Cuando la prensa extranjera los interpela casi todos repiten, como papagayos, que el país está en un proceso de cambios esperanzador, aun sabiendo que el progreso no se avista por ningún flanco.

En Exit, Nicanor O’Donell recibe el más raro contrato, bien remunerado, por cierto, en moneda convertible. Tiene que golpear en el rostro a cien artistas cubanos para que aparezcan apesadumbrados en la obra fotográfica de un prestigioso creador extranjero de visita en Cuba para esos menesteres.

Los criollos reciben la humillación de buena gana porque será una manera conveniente de darse a conocer en otros países y hasta una bailarina joven se alista porque los golpes la erotizan.

En el ínterin la esposa de Nicanor espera el dinero para hacerse de una cena suculenta y la cola de los artistas cubanos que quieren ser golpeados sobrepasa la centena.

Entre este sarcástico argumento y el reclamo que hace en su blog Eduardo del Llano para el derecho de huelga y el respeto por la disidencia interna, se atisban rayos de esperanza, entre un grupo de hacedores de la cultura nacional que se resiste a claudicar en tiempos de incertidumbre.

Exit