viernes, agosto 19, 2011

LO QUE NOS UNE Y LO QUE NOS DIVIDE A LOS CUBANOS

Tomado de http://www.lanuevanacion.com



LO QUE NOS UNE Y LO QUE NOS DIVIDE



Por Néstor Carbonell Cortina

Con motivo de la reciente publicación de mi libro LA CUBA ETERNA: AYER, HOY Y MAÑANA, he recibido múltiples y muy generosas felicitaciones que mucho agradezco. Libre del bacilo maléfico de la vanidad, me doy cuenta de que lo que más atrae del libro es el tema: la cubanía que encarnaron nuestros próceres, que cantaron nuestros poetas, que representaron nuestros repúblicos, y que hoy dignifican los que luchan por la libertad.

Tras casi medio siglo de tiranía, los cubanos de las dos orillas necesitamos oxigenazos de fe para vencer el desaliento. Úrgenos repasar nuestra verdadera historia, no la aberración del presente, para apreciar lo que fuimos y potenciar lo que seremos cuando erradiquemos el totalitarismo y rescatemos nuestros valores y tradiciones.

Ese es el fin que persigue mi libro. Para cumplirlo cabalmente, tuve que incluir un tema escabroso: las estrategias divergentes de lucha que hoy dividen a los demócratas cubanos en ambas cuencas. Tema vital, porque si no reconocemos que existen dichas divergencias (reales o percibidas), no podremos superarlas en aras de un consenso. Y si no se examinan a fondo las diversas estrategias con serenidad y previsión, se corre el riesgo de tomar un camino errado, pavimentado quizás con buenas intenciones, pero no conducente a la libertad plena, sin lastres continuistas.

Con ánimo constructivo, profundizaré un poco en lo que nos une a los opositores y lo que nos divide. Por razones obvias, no incluiré en este análisis genérico los planteamientos de los agentes encubiertos de Castro y sus apologistas.

Nos une, en primer término, el amor a Cuba, que es más fuerte que las desavenencias y más duradero que la desgracia. Nos une la solidaridad con los que sufren en la isla persecución y cautiverio. Y nos liga el deber de denunciar y condenar el régimen totalitario, que se eterniza en el poder con la mentira y el terror.

Nos acerca también la necesidad de un cambio democrático en Cuba. Pero para algunos ese cambio consiste, al menos inicialmente, en reformar y liberalizar el sistema imperante, mientras que para otros el cambio supone erradicarlo totalmente. Aunque el régimen rara vez hace distingos al penalizar toda inconformidad, no es lo mismo disentir de los abusos y excesos del sistema totalitario que oponerse a él de raíz. Estas diferencias no son meras sutilezas semánticas. Marcan dos enfoques distintos que tienen trascendencia de cara a la transición en Cuba.

Nos une el deseo de evitar, en lo posible, derramamientos de sangre en la lucha actual contra el totalitarismo. Pero al abrazar este ideal, algunos han llegado al pacifismo, es decir, a rechazar, aun como “ultima ratio”, la resistencia armada. Otros, sin embargo, no descartan el ejercicio de este derecho, si permaneciesen bloqueadas las vías pacíficas y surgiesen coyunturas favorables para la acción militar. Precisa señalar que lo que impera hoy en Cuba no es la paz, sino la violencia institucionalizada. Como sentenciara Henry David Thoreau, “una paz que depende del miedo no es más que un estado de guerra reprimido.”

Nos une la necesidad de aumentar el apoyo internacional a nuestra causa. Pero para algunos las presiones norteamericanas, incluyendo el embargo y las medidas adoptadas recientemente, son contraproducentes y deben ser descontinuadas o suavizadas. Para otros, en cambio, lo que requiere la actual política es el complemento de una ofensiva más abarcadora y profunda, como la que se llevó a cabo bajo Reagan para desestabilizar el régimen de Jaruzelski en Polonia y apoyar el movimiento de Solidaridad.

Para algunos, casi todo lo que provenga de Washington, incluyendo recomendaciones para la transición, es injerencismo inaceptable. Para otros, el único injerencismo actualmente pernicioso es el de los especuladores que trafican con los despojos de Cuba y el de Chávez que subvenciona y sostiene al régimen de Castro.

Nos liga el afán de que el pueblo de Cuba recobre sus libertades, garantizadas por un estado de derecho. Pero para lograrlo, algunos proponen inicialmente un referéndum con arreglo a la Constitución estalinista de 1976/1992 y bajo el actual sistema totalitario. Otros rechazan dicha propuesta (aun sin Castro, que la ha bloqueado), porque la ilegítima Constitución que rige en Cuba es un fraude jurídico que supedita el ejercicio de todos los derechos al mantenimiento del comunismo (artículo 62)

Además, para que la consulta popular sea genuina y transparente, y no manipulada por los gobernantes de turno, habría que desmantelar previamente el aparato represivo, constituir los partidos políticos y crear un clima de legalidad y concordia que inspire confianza. En ese proceso, el único marco constitucional con legitimidad y garantías para todos sería la Carta Magna de 1940, en sus partes aplicables, y no la Constitución espuria de Castro, aunque se remiende, ni una nueva elaborada sin mandato nacional e impuesta por decreto.

Nos hermana el principio cardinal de que la nación cubana es una e indivisible, aunque parte de ella se encuentre temporalmente desterrada. Pero algunos plantean que los exiliados no deben desempeñar un papel prominente durante la transición, en condiciones similares a las de sus paisanos en la isla. Otros impugnan esa discriminación, que relegaría a los desterrados a posiciones secundarias y le restaría al país liderazgo y experiencia adicionales.

Nos liga el objetivo de impulsar en la transición la reconstrucción económica del país. Pero algunos son partidarios de mantener las propiedades robadas en manos de los usufructuarios del régimen, como en Nicaragua, y de limitar o aplazar la privatización de las empresas estatales. Otros sostienen, en cambio, que si no se reconoce el derecho de los propietarios confiscados y se autorizan restituciones, sin desalojos domiciliarios, o indemnizaciones razonables, faltará la seguridad jurídica necesaria para atraer las inversiones requeridas.

Por otra parte, si lo que sobreviene en la transición es un neosocialismo o capitalismo de estado, con su secuela de ineficiencias, arbitrariedades y corrupciones, y no la libre empresa bajo un sistema de mercado con conciencia social, Cuba no logrará levantarse del despotismo y la ruina.

Nos une, en fin, el ferviente deseo de evitar el revanchismo y propiciar la reconciliación nacional. Algunos consideran que esto requiere dialogar con los actuales jerarcas del régimen y otorgarles una amplia amnistía en paridad con los opositores en prisión. Otros sostienen, por el contrario, que la reconciliación sólo puede lograrse cuando reine la libertad, y que no puede haber equivalencia moral ni jurídica entre los que han combatido la tiranía y los que han cometido crímenes horrendos para perpetuarla. La “civilización del amor”, de que hablara el Papa Juan Pablo II, debe ser nuestra meta. Pero como puntualizara el propio Santo Padre, el amor no excluye la justicia, y “el derecho es, ciertamente, el primer camino que se debe tomar para llegar a la paz.”

A la luz de lo expuesto anteriormente, puede decirse que hay bastante afinidad o acercamiento en los objetivos principales, pero no en las estrategias. Esto es lamentable y peligroso, porque sólo con estrategias acertadas y compartidas podrá lograrse la libertad plena sin ataduras totalitarias.

No bastan las buenas intenciones para subsanar errores estratégicos y evitar descalabros. Recordemos el caso de Checoslovaquia. Nadie puede cuestionar la dignísima postura del paladín de la libertad, Vaclav Havel. Sin embargo, su decisión de no desechar totalmente la camisa de fuerza de la Constitución estalinista al asumir el poder, contribuyó grandemente al cisma y desaparición de Checoslovaquia. Como apuntara su ex-Primer Ministro y actual Presidente del Senado checo, Petr Pithart, Havel “subestimó los impedimentos de la Constitución [comunista] heredada. Él pensó que el elán de la Revolución de Terciopelo obviaría el problema.”

Sin ostentar la representación de ningún grupo o tendencia, y siguiendo únicamente los dictados de mi conciencia, les digo con el debido respeto a los líderes del exilio y de la oposición en Cuba: mediten bien sobre las estrategias para que no se frustre el anhelo de la libertad asentada en el derecho. Discútanlas constructivamente sin diatribas ni insultos. Traten de encontrar puntos de convergencia que no lesionen los principios democráticos. Depongan el protagonismo y aplacen las aspiraciones personales, porque como decía Martí, “cuando la patria aspira sólo es posible aspirar para ella.”