Otro grande se nos fue: Ha muerto el eminente historiador cubano Carlos Ripoll, un erudito de la vida y obra de José Martí y de la historia de Cuba
Notal de Paul Echániz, colaborador del blog Baracutey Cubano
Siento mucha pena por la muerte de este gigante de la intelectualidad cubana. Fue, en mi humilde opinion, el "scholar" de Marti mas importante de nuestra historia. El fue un gran amigo de Andres Valdespino y tuve la oportunidad, y el honor, de compartir con el y Mina en muchas ocasiones durante sus visitas dominicales a la casa de Andres e Hilda. Entre los dos escribieron dos volumenes de la Antologia del Teatro Hispano-Americano. Su vision politica tambien fue insigne.
Su partida de este mundo es una gran perdida para los cubanos y la humanidad.
Paul
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Tomado de http://www.elblogdemontaner.com
Muere el historiador Carlos Ripoll
Por Carlos Alberto Montaner*
El Dr. Carlos Ripoll se ha suicidado. Se dio un balazo en la cabeza. Estaba muy enfermo del corazón. Había sufrido un par de severos infartos. Se trataba de un brillantísimo cascarrabias, pero eso ya no importa. Era el mayor especialista contemporáneo en la vida de José Martí y un originalísimo historiador con una vasta lista de libros y artículos publicados. Quizás fue el martiano más importante de la historia de Cuba junto a Féliz Lizaso. Debía rondar los noventa años, aunque intelectualmente estaba alerta y continuaba investigando y publicando. Durante muchos años fue profesor en el departamento de lengua y literatura españolas en una universidad pública de New York. Había obtenido su Ph.D en la Universidad de Miami, pero su formación original en Cuba había sido la de ingeniero. Fue una persona extremadamente refinada y curiosa, amante de la buena música y de la mejor cocina. Un hombre con mil saberes y talentos.
Probablemente, al menos para él, fue acertada la decisión de matarse que tomó Ripoll. Su esposa de varias décadas, también muy anciana, estaba internada en la mejor residencia para la tercera edad de la Florida, aquejada por un avanzadísimo Alzheimer. La atendió mientras pudo, hasta que él ya carecía de fuerzas y ella había perdido casi totalmente la razón. Ripoll –me dice su amigo Modesto Arocha, una de las últimas personas que lo vio vivo– ya no sentía ninguna ilusión con la vida. Una persona como él, con carácter e inteligencia, seguramente compartía el criterio de que vivir es un derecho, pero no una obligación ni un deber de obligatorio cumplimiento. Un hombre como Ripoll, que amaba la libertad individual (la única que existe), pensó que ya le había llegado la hora y actuó en consecuencia. Siempre cuidadoso de los detalles, antes de matarse llamó al 911 y dijo que se sentía mal. Avisó que dejaba las puertas abiertas para que los socorristas pudieran entrar sin dificultades en su residencia. Entonces se dio un tiro. Descansará en paz, porque lo merece y porque tuvo una vida intelectualmente fecunda.
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Tomado de http://www.elnuevoherald.com
Se suicida Carlos Ripoll en Miami
Antonio Maria Delgado
adelgado@elnuevoherald.com
Carlos Ripoll, quien fuera en vida una de las máximas autoridades sobre José Martí, dedicó gran parte de su obra en desmontar las mentiras esgrimidas por los hermanos Castros sobre el prócer cubano.
Martí fue un hombre de pensamiento liberal, profundamente antiautoritario, y los más de 50 libros que Ripoll escribió sobre la vida y el pensamiento del filósofo y político cubano dejan claramente en evidencia la fabula tejida por el régimen de La Habana.
“Ripoll fue quien mejor ha desmentido cualquier relación de Marti con la situación actual en Cuba”, comentó el escritor cubano Carlos Alberto Montaner. “Una parte substancial de su trabajo consistió en desmontar toda la argumentación del gobierno cubano de que ideológicamente es una continuación del pensamiento de Marti”.
Tristemente, Ripoll no volverá escribir. El autor, quien había sufrido ya de varios infartos, se quitó la vida el domingo de un tiro a la cabeza.
Demostrando el mismo grado de cuidado por los detalles que caracterizan sus libros, Ripoll llamó al 911 antes de accionar el arma. Les dijo lo que iba a hacer, y que dejaría abierta la puerta. También dejó sobre una mesa una pequeña tarjeta con el nombre y teléfono de una sobrina a quien la policía debía llamar. En la pantalla de su computadora, encontraron un mensaje, escrito en grandes letras rojas, pidiendo comprensión por el acto que estaba por cometer. Decía que “sería lo mejor para todos y para todo”, narró Modesto Arocha, un cercano amigo y colaborador del autor.
Tenía 90 años.
Ripoll fue un hombre de firmes convicciones, comentó Arocha, quien durante los últimos 16 años le asistió en su arduo trabajo como autor e historiador.
“Tenía su carácter, siempre decía lo que pensaba, pero antes que nada era un apasionado de la historia. Una persona extremadamente inteligente, de una vasta cultura que sentía una gran inclinación por la literatura”, dijo Arocha.
Curiosamente, se convirtió en historiador casi por casualidad.
Había estudiado ingeniería agrónoma, pero nunca llegó a ejercer la profesión. Primero trabajó en los negocios de su padre en Cuba y luego se dedicó a construir edificios cuando llegó la revolución.
A los pocos meses, el nuevo régimen de La Habana le quitó su vasta fortuna y él y su esposa, Herminia llegaron a Miami sin nada.
Los primeros años de exilio fueron muy duros, comentó Arocha. Para subsistir, Herminia tuvo que dedicarse a afeitar perros en Miami.
Dispuesto a comenzar de nuevo, Ripoll salió hacia Nueva York para estudiar una nueva profesión, inclinándose a la literatura porque pensó que era lo que podía sacar más rápido.
Graduándose en un tiempo récord, Ripoll comenzó a dar clases en el New York City University, y en su tiempo libre comenzó a escribir sobre América Latina, con énfasis en Cuba y en especial sobre la relevancia de Martí.
Para los expertos, Ripoll es el más importante “martiniano” después de Félix Lizaso, aunque el primero fue mucho más extenso que el segundo debido a que contaba con una gran ventaja.
“Tuvo una mejor oportunidad que Lizaso porque estando en Estados Unidos pudo investigar detalles sobre la vida de Martí en Estados Unidos que nadie conocía. Fueron muchos sus descubrimientos sobre las intimidades de Martí, detalles personales que diferencian al hombre del personaje histórico”, resaltó Arocha.
Pero más significativamente, logró acercarse como muy pocos a lo que el prócer realmente pensaba, documentando cuidadosamente con hechos y citas la vasta diferencia entre las creencias de Martí y la ideología latente en La Habana.
Una de las grandes revelaciones sobre Martí aún no ha salido a la luz pública. Se encuentra en un libró que Ripoll terminó días antes de quitarse la vida.
Con el título Martí y la Melancolía, la obra póstuma relata que la infancia de Martí en realidad fue terrible y que su padre no fue la buena persona que el prócer decía, formación que provoco en él un estado permanente de melancolía.
Era un sentimiento que Ripoll llegó a entender bien. Su enfermedad cardíaca aunada al deterioro mental de su esposa, quien padece de alzhéimer, llevaron al autor a convivir con la depresión durante los últimos años de su vida.
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Tomado de http://www.lanuevanacion.com/
MUERTE Y RUINA DE BOLÍVAR
Por Carlos Ripoll
El 17 de diciembre de 1830, en Santa Marta, al norte de Colombia, murió el Libertador. Triste y amargo fin de aquel hombre único en gloria, arrestos e infortunios.
Una semana antes había firmado su última Proclama, a los pueblos de América: ''He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro''. Sus ''perseguidores'' le impugnaron la arbitraria ''federación'' de diversos territorios y su defensa del ''presidente vitalicio'': así razonaba en su proyecto de Constitución para Bolivia, en 1826: ``El presidente de la república viene a ser como el sol que, firme en su centro, da luz al universo. Esta suprema autoridad debe ser perpetua''.
Pocos pensadores han hablado de Bolívar con tanta veneración como José Martí. Supo, sin embargo, encontrarle tacha a la maravilla: dijo en La edad de oro: ''Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre''. Monocracia y no democracia quiso Bolívar, el gobierno de uno, no el de todos. Martí llamó al general José Antonio Páez, por sus faltas, ''semejante a Bolívar''; pecó, dijo, ``como yerra el militar que se [deja] seducir por el poder, cuyo trabajo complicado exige las virtudes que más se quebrantan en la guerra''.
(Muerte de Simón Bolivar)
Volvió Martí a Bolívar en un discurso de 1892 para decir: ''Ni de soberbia, ni de ambición, ni de despecho murió el hombre increíble que acaso pecó por todas ellas''. Sí, por todas ellas pecó: por su vanagloria llegó a la ''soberbia''; por la omnipotencia, a la ''ambición''; y al ''despecho'' por el repudio de los que le censuraban la extensión del cetro y el ansia atropellada de poder.
Con frecuencia la muerte del héroe crea leyendas, desde César a Jesús, de Napoleón a Kennedy, y lo que sólo fue conjura se da por hecho. No tuvo otro destino la muerte de Bolívar. Ahora cree el presidente Hugo Chávez que a Bolívar lo asesinaron y ha ordenado que se haga una ''investigación científica e histórica'' del asunto. Si hubiera crimen, por semejanza a lo de hoy, caería en descrédito la oposición a su continuismo y a su política expansionista. Poco antes se preguntaba en un discurso: ''¿Quiénes pudieron asesinar al héroe?'', para responder: ``Oligarcas de Colombia y Venezuela''.
Todo indica que Bolívar murió de tuberculosis. En sus últimos meses, el deterioro de la salud fue paralelo al deterioro de la fortuna. En mayo de 1830, ya ajeno al gobierno, amenazado de muerte y sin otro caudal que el de la venta de su vajilla de plata, salió al exilio, hacia Cartagena para irse a Europa. En junio asesinaron al mariscal Sucre, quien lo hubiera sucedido: la noticia le llegó a principios de julio, y en esa aflicción le empezaron las fiebres que lo llevaron a la tumba. En agosto supo de la exigencia del Congreso venezolano para que se marchara de Colombia; en setiembre le escribió al general Rafael Urdaneta: ''Aborrezco mortalmente el mando porque mis servicios no han sido felices''; y en octubre, al mismo corresponsal, le confiesa que es ''un esqueleto viviente''. Luego le escribe a su secretario, el general Pedro Briceño: ``Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, calumniado y mal pagado''.
Contó su cuasi médico, el francés Alexander Révérend, que del bergantín en que llegó a Santa Marta lo bajaron ''en una silla de brazos por no poder caminar''. Con la esperanza de mejora lo llevaron al campo, a una legua de la ciudad: tosía, a veces deliraba o no podía expresarse, pero el día 10 dictó su testamento. A poco recibió el viático, y ya el 17, anota Révérend en su diario: ``Desde las ocho hasta la una del día que ha fallecido, todos los síntomas han señalado más y más la proximidad de la muerte. A las doce empezó el ronquido y a la una en punto expiró''.
En presencia de su albacea, el general José Laurencio Silva, y del general Mariano Montilla, uno de sus mejores amigos, se le hizo la autopsia. Se determinó que había muerto de ''tisis tuberculosa''. Sobre la ruina del Libertador añadió el médico: ``Debo confesar que afecciones morales vivas y punzantes como debían ser las que afligían continuamente el alma del general, contribuyeron poderosamente a imprimir en la enfermedad un carácter de rapidez de su desarrollo, y de gravedad en las complicaciones, que hicieron infructuosos los socorros del arte de la medicina''.
Se embalsamó el cadáver y lo enterraron en la catedral de Santa Marta. Doce años más tarde, cumpliendo lo dispuesto en su testamento, con honores militares y popular aclamación, se trasladaron sus restos a Caracas.
El obligado homenaje a un hombre superior es la práctica de sus virtudes y la superación de sus defectos. Sobre todas las de Bolívar, en un mundo de ajustes y revisiones, brilla hoy más su acción de justicia para el desvalido; y ante el repudio de las autocracias y de las dictaduras, lo que más hiede de sus yerros es la lujuria de mando.
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