Enrique Ruano: Las golpizas en prisión en la Cuba de los Castro
Por Enrique Ruano
Entre todas las cínicas mentiras de la tiranía castro-comunista sobresale la afirmación de que ellos nunca han maltratado a los presos políticos. La verdad es exactamente lo contrario. El maltrato sistemático de los reclusos es la norma carcelaria de la tiranía. Y esa fue la regla en el Presidio de Isla de Pinos. Imposible recordar aquí las incontables veces que los genízaros castristas maltrataron a los reclusos. Me limitaré a recordar sólo dos ocasiones que nos servirán como ejemplo.
El 6 de agosto del 64 es una fecha que todos los que pasaron por Isla de Pinos recordamos con dolor e indignación. Recién había comenzado el Plan de Trabajo Forzado. Más de 6,000 reclusos fuimos obligados a trabajar para beneficio del régimen y, sobre todo, con la intención de destruirnos ideológicamente llevándonos a la aceptación de la tiranía. Se basaban en las teorías comunistas, fundadas en la sicología pavloviana. Como era de suponerse, nosotros nos opusimos a estos planes y procurábamos hacer toda la resistencia que nos fuera posible. Como no mostrábamos entusiasmo alguno para salir al trabajo, la guarnición empezó a ejercer la violencia colocando pelotones de guardias para entrar a las circulares y hacernos salir a golpes.
Ese 6 de agosto al amanecer, siguiendo la práctica de la represión sistemática, y con el pretexto de que no salíamos suficientemente rápido, el sargento Porfirio González, al frente de un pelotón, entró en el edificio 6 donde habíamos cerca de 500 reclusos. Entraron con bayonetas y pistolas en las manos, golpeando a todo el que encontraban a su paso.
El propio sargento Porfirio González se encontró, en una de las escaleras del tercer piso, con el recluso Ernesto Díaz Madruga, el cual llevaba en sus manos un jarro del desayuno. De inmediato este genízaro la emprendió a golpes de bayoneta con él, a la vez que lo ofendía con obscenidades. Le ordenó que bajara las escaleras corriendo y Ernesto, con toda dignidad, se negó a correr. Este gesto de valeroso honor hizo rabiar a esa bestia uniformada, quien le clavó entonces la bayoneta en el estómago. Ernesto cayó herido en el suelo y le dijo: "¡Me has matado, cobarde!".
Al darnos cuenta de lo que pasaba, un grupo de los que ya habíamos bajado, al frente Alfaro, bravo camagüeyano muy amigo de Ernesto, subimos a recoger al compañero herido. Lo bajamos al exterior del edificio donde ya se estaban formando los bloques de presos para salir al trabajo.
Una vez allí, el teniente Bernardo Díaz, alias "Pomponio", ordenó que lo pusiéramos en la brigada de trabajo que le pertenecía. Inmediatamente nos plantamos y exigimos que fuera llevado al hospital. Quince minutos de discusión, con la tensión creciendo peligrosamente, hicieron que la guarnición se decidiera a mandarlo al hospital.
Tres días más tarde moría a consecuencia de una infección masiva por las múltiples perforaciones en sus intestinos. Su muerte, la primera del trabajo forzado, nos impactó profundamente a todos, reafirmándonos en nuestros principios. Vale aclarar que, como premio a este cobarde asesinato, el sargento Porfirio González fue promovido a teniente y siempre se jactaba de este crimen como si fuese una hazaña.
El otro ejemplo de que les hablaré ocurrió a finales del 65. El sábado 17 de septiembre de ese año se realizó el mayor traslado interno que jamás conociéramos en la Isla. Se nos redistribuyó a todos. De paso se realizó una requisa minuciosa de nuestras pertenencias. Arbitrariamente a muchos se nos despojó de todos los uniformes, excepto del que llevábamos puesto, que era justamente el mejor, el que reservábamos para la visita. Los uniformes del trabajo nos lo quitaron. Eso nos puso en la disyuntiva de que íbamos a tener un solo uniforme para trabajar todos los días y para asistir a la visita mensual de nuestros familiares. Este despojo fue especialmente severo para con los reclusos que se asignaron a la circular tres.
Al siguiente lunes 19, a la hora de salir había una gran confusión porque todos los bloques habían sido reestructurados. Más tarde fue cuando pudimos comprender que toda esa aparente arbitrariedad perseguía destruir la supuesta organización que la dirección nos atribuía y que pensaba nos hacía resistirnos a sus intenciones de doblegarnos mediante el trabajo.
A los que estábamos en la circular tres nos habían dejado en la disyuntiva de tener que salir a trabajar con el único uniforme y luego tener que presentarnos como pordioseros en la próxima visita. Por lo tanto decidimos, a modo de protesta, salir sin uniformes, sólo con la ropa interior. Pero al ver esto, el sargento responsable de la circular nos mandó a entrar y de inmediato le informó al jefe de la guarnición, el tristemente célebre teniente Julio Morejón, quien, antes de ocuparse de la represión en la Isla, había sido jefe de pelotones de fusi- lamiento en la cárcel de La Habana.
Inmediatamente que este asesino supo lo que pasaba movilizó a toda la guarnición, incluyendo a los cabos de los bloques de trabajo. Penetraron con rifles, pistolas y bayonetas en la circular. Se originó una de las más bárbaras palizas masivas registrada en Isla de Pinos. Más de 250 guardias, con el mismísimo Morejón al frente, penetraron y de inmediato se formó un Pandemonio.
Tomando las escaleras, y gritando todo tipo de obscenidades, comenzaron a golpear indiscriminadamente a todos los que bajaban. Para evitar los golpes muchos presos empezaron a bajar por las barandas de los pisos, operación peligrosa y la cual le costó la fractura de una pierna a uno que resbaló. No se salvaron ni los médicos de la circular, los Drs. José Enrique Blanco y José Aguiar, quienes fueron golpeados brutalmente, pero tuvieron que sobreponerse a sus dolores para atender a la multitud de heridos que había.
En la misma planta baja, el cabo Almanza le lanzó un bayonetazo en la cara a Mario Jiménez "Mayimbe" y lo alcanzó en el ojo derecho, sacándoselo completo. Casi al lado, el Loquillo le gritó: "Asesino, eso no se hace... ¡Hijo de puta!" y con la misma le arrojó un cubo que tenía a mano. Almanza, ayudado por otros guardias, le proporcionó un tremendo planazo en la cabeza, rajándosela toda.
En aquel tremendo caos los guardias se estaban ensañando brutalmente. Fue entonces cuando, en el cuarto o quinto piso, alguien cuyo nombre no recuerdo, un héroe anónimo, zafó una de las cadenas que sostenían las camas y golpeando con ella la baranda de tubos gritó a todo pulmón: "Es la hora de morirse...¡Abajo el comunismo!... ¡Vamos a morirnos ya!". El efecto fue electrizante, de momento todos los presos empezaron a ponerse agresivos y los guardias, impresio- nados, pararon la golpiza.
Tras breve vacilación, el teniente Morejón reaccionó e insultando soezmente a los guardias les ordenó continuar golpeándonos. Pero ya el efecto se había consumado. Los presos reaccionaron airadamente e insultaron a Morejón con los peores epítetos y amenazaron amotinarse. Morejón, percatándose del peligro, ordenó a la guarnición retirarse.
Todo el problema duró unos pocos minutos. Pero ese corto tiempo bastó para dejar incapacitado para toda la vida a un hombre y heridos a muchos. No pudimos darnos cuenta, pero este conato trastocó todos los planes que la dirección comunista había fraguado con el gran traslado del sábado anterior.
Sin duda que la dirección del penal, al evaluar el incidente, comprendió que el haber intercambiado a toda la gente, y habernos requisado y despojado de los uniformes, no había hecho disminuir un ápice nuestra voluntad de lucha. Ese mismo día reorganizaron todos los bloques y en los días que siguieron procuraron tranquilizar a todos los reclusos y disipar tensiones.
En cuanto a nosotros, ese incidente no hizo más que afianzarnos aun más en nuestra voluntad de no ceder ante la presión ideológica del enemigo. Aquel infame incidente se nos grabó fuertemente en el alma y nos fue preparando para los días aun peores que nos faltaban por vivir.
Enrique Ruano
Causa: 153/63
Condena: 10
Número de ingreso en Isla de Pinos: 32707
Tomado del libro XXX Aniversario de la Clausura del Presidio de Islas de Pinos
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