sábado, julio 06, 2013

Alejandro Armengol y sus memorias sobre el Grupo y Revista Arte 7 del Departamento de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana dirigido por Alberto Mora quien se suicidaría en ese cargo

 Nota del Bloguista

Sospechoso suicidio de Alberto Mora. Hay personas que dicen que Alberto Mora era informante y tracatán de Fidel Castro. Las opiniones que hay son contradictorias.

Revista Arte 7: solamente 2 números en 1971, si mal no recuerdo, y después la clausura. Recuerdo cuando Enrique Colina fue el que justificó, antes de comenzar la proyección de la película,  la invasión del Cine Club Universitario, existente desde antes de la Revolución aunque en otro locales, por ICAIC, diciendo que el ICAIC era la institución que fue creada para dirigir toda las actividades de cine en Cuba.

Recuerdo del Grupo Arte 7 de la Comisión de Extensión Universitaria de la Universidad de La Habana y colaboradores a: Manuel Mariño Betancourt, Teresita Huerta, ¨El Jimmy¨¨Comesañas¨ y al autor de este artículo. Los ciclos que Extensión Universitaria ofreció fueron memorables y rompía con la censura del ICAIC. Las colas que se formaban en Cinemateca eran larguísimas
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Tomado de http://www.cubaencuentro.com/

Historia de cine en Cuba

Capítulo inicial de un libro inédito

Por  Alejandro Armengol
 Miami
05/07/2013


—Salvaste la revista —me dijo Alberto pocos días después.

—Fidel vio tu artículo y le pareció muy bueno. Salvaste la revista.

Lo miré entre asombrado y orgulloso. Algo me decía que la noticia no era tan buena. Pese a la sonrisa y la insistencia en hacerme creer que ahora sí estábamos salvados.

Luego del homenaje a Valdés Rodríguez, Alberto estuvo perdido un día, sin que ninguno de nosotros supiera donde estaba.

—Tuve una larga conversación con Fidel. ¿Sabes lo que le llamó la atención? Lo bueno que es el papel en que hacemos la revista. ¿De dónde sacan este papel tan bueno? —decía Alberto que le había preguntado Fidel.

—Vamos a tener cierto reconocimiento oficial. Muchas veces, desde el comienzo, les dije a todos que ustedes eran los verdaderos dueños de la revista, que yo sólo era un mediador —seguía diciendo Alberto, y a mi aún no me parecía tan maravillosa la noticia.

—Si estuviéramos en el capitalismo, podría decir que mi labor se limitó a ser el editor de la revista. Mi función fue la de echar a andar el proyecto. A partir de ahora, ustedes van a andar solos. Cada vez más. Ya no les hago falta. Me voy a ir retirando del asunto poco a poco.

A cada momento que pasaba, aquella buena noticia me parecía peor. Y eso que era Alberto quien la anunciaba.

—Pero Alberto, sin ti nosotros no somos nada.

Lo dije sin dudar, aunque pensaba que la revista era de nosotros. Creía en eso más que Alberto, que era quien siempre lo decía. No lo hice por guataquearía y tampoco por ocultar que me encantaba imaginar el día en que al fin la revista quedara en nuestras manos. Lo dije porque sabía que era imposible que nosotros pudiéramos seguir editándola, que todavía la impresión se realizaba en lugares ajenos a la Universidad, que sin Alberto nadie nos iba a hacer caso.

—La revista es de la Universidad y ésta tiene que asumirla a plenitud. A su debido tiempo, eso va a quedar bien claro. Se va a realizar un encuentro con el rector. Se van a definir todas las cosas. La revista es de ustedes. Voy a reunirme con cada uno de ustedes, como ahora hago contigo. Quizá mi nombre aparezca en el machón por uno o dos números más. Luego lo voy a retirar. La revista es de ustedes. Mi misión ha terminado.

Alberto seguía hablando y la cosa no cuadraba. Entonces me di cuenta de lo que faltaba. El entusiasmo. Hasta ayer, Alberto era el más entusiasta. Ahora hablaba y decía una vez más que la revista era de nosotros, pero lo decía sin entusiasmo. Algo había pasado. Algo que no conocía. Algo que le obligaba a retirarse.

No era así como ocurrían las cosas en Cuba. Las cosas que se sabía que pasaban. Si Fidel volvía a nombrar ministro o director de algo a Alberto, ¿por qué no lo decía claro? Pensé que Alberto me traicionaba al ocultar la verdad.

Era mejor escuchar: “Paso a ocupar otras funciones, asignadas por Fidel y el Partido”.

Pero no era una frase así lo que acababa de oír. Lo que seguía oyendo aquel mediodía de principios de la década del setenta en La Habana.

—Pero Alberto, sin ti el ICAIC va a caernos arriba, como han hecho desde el principio. Tú eres el único que ha logrado impedir que nos hagan polvo.

—No va a ser a así. Ellos van a tener que aguantarse, porque eso también salió a relucir en la conversación con Fidel. Por supuesto que Alfredo ha estado intrigando. Pero a ustedes van a respetarlos de ahora en adelante, porque representan a la Universidad. Eso sí, van a tener que ser más cuidadosos que nunca. No puede aparecer nada en la revista que le sirva a Alfredo de pretexto para destruirla. Hay que tener cuidado en no incluir nada que le de pie al ICAIC para hablar mal del grupo. Ninguna crítica ni comentario de alguien que se haya ido.

Cuando Alberto encendió otro cigarrillo —y dejó de preocuparle el que yo viera que lo que decía lo decía sin entusiasmo— fue cuando me di cuenta que aún faltaba por venir lo peor. Lo que le preocupaba más que cualquier otra cosa. Porque lo que es a mí, desde que empezó la conversación me preocupaba todo.

—Nada de Guillermito, porque entonces sí el ICAIC los hace polvo, como tú dices.

Conocía lo ocurrido con los comentarios publicados en la página dedicada a Sangre Sobre la Tierra, en el folleto que acompañó al ciclo de El Racismo en el Cine, presentado en la Cinemateca antes de mi llegada al grupo. Quienes participaron en la elaboración del material habían estado de acuerdo en incluir varios párrafos de la crónica de Guillermo Cabrera Infante, por considerar que era el mejor análisis —e incluso el más de izquierda— que se había escrito sobre la película durante su exhibición en Cuba. Se tuvo el cuidado de solo mencionar la revista, Carteles. No bastó. Alfredo le había enviado una carta de protesta al rector, en la que señalaba que en la Universidad se estaba divulgando la obra de un contrarrevolucionario.

—Si es Cabrera Infante, siempre omitimos el nombre y ponemos Carteles —dije.

—Nada de Guillermito, ni con el nombre de Carteles. Nada de Guillermito. En eso tenemos que estar claros, porque entonces sí el ICAIC va a tener una oportunidad para destruirlos.

Vi en la advertencia la confirmación de que la noticia no era buena, pese a lo que decía Alberto.

El asombro y el orgullo —que tuve al principio— habían desaparecido por completo. Entonces me di cuenta que era tarde. Tenía que apurarme para entrar a clases. Y me fui sin preguntarle a Alberto dónde se había reunido con Fidel Castro.

© cubaencuentro.com
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Fragmentos del artículo La decencia tiene dos nombres, de Alejandro Armengol, escrito en  Miami |  el 10/03/2006

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Alberto Mora Becerra fue el hijo de Menelao Mora, uno de los organizadores del asalto al Palacio Presidencial durante el último gobierno de Fulgencio Batista. No participó en el asalto —que posiblemente le hubiera costado la vida— porque estaba preso. Días antes se había dejado apresar por la policía batistiana para propiciar la fuga de su padre. Menelao murió en el intento de poner fin a la dictadura y Alberto sobrevivió para ver el triunfo de la insurrección, el primero de enero de 1959.

Luego fue ministro, comandante de la revolución, funcionario por breve tiempo y desempleado. Cumplió varios castigos, impuestos por Fidel Castro, para "pagar" por diversos "errores". Trató de promover el cine y la cultura en la Universidad de La Habana y terminó suicidándose en septiembre de 1972. La única figura importante del gobierno que acudió a su entierro fue Carlos Rafael Rodríguez.
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En 1971, tras el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, Alberto Mora Becerra le escribió una carta a Castro. En esta pedía ser detenido, ya que compartía muchas de las ideas del poeta y no consideraba justo poder andar libremente por las calles de La Habana mientras el otro, que era su amigo, estaba preso.
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HEBERTO PADILLA Y ALBERTO MORA

ENFOQUES DE ACTUALIDAD DE LA REVISTA "Siglo XXI", para el jueves 28 de Septiembre del año 2000

El poeta cubano Heberto Padilla ya forma parte del reino de los inmortales. Su obra literaria y su legado político contestario resonarán siempre en los anales de la batalla de las ideas, frente a los avasalladores de la conciencia humana.

Hace 34 años conocí al escritor Heberto Padilla en un encuentro de disidentes amigos, que tuvo lugar en la casa del Comandante revolucionario y ex Ministro de Comercio Exterior de Cuba, Alberto Mora Becerra. En aquella oportunidad me acompañaban Ramón Calcines, quien en ese entonces era Miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y con quien trabajé por aquellos tiempos en el Instituto Nacional de Reforma Agraria y, también, Eddie López Castillo, quien era funcionario de la Embajada de Cuba en Moscú.

En esos tiempos nosotros éramos admiradores de las teorías de descentralización financiera y de autogestión y estímulos económicos, que había defendido la Revista "Comercio Exterior", mientras Alberto Mora fue su director. Estos criterios estaban opuestos a las ordenanzas orientadas por Fidel Castro, tendientes a la implantación de una suerte de "verticalismo comunista de guerra contra los rezagos pequeños burgueses en la revolución", de acuerdo a la definición aparecida en un suplemento del boletín "El Militante Comunista", de la época.

Con este tema comenzamos la tertulia de aquel día de mediados de l966 , como recordó el propio Heberto Padilla en un conversatorio que hace unos años sostuvimos con él , en el marco de la Peña del Pensamiento Cubano.

Alberto Mora Becerra y Ramón Calcines Gordillo hablaron apasionadamente en aquella charla de franco pensamiento opositor. Sin embargo, en esa oportunidad Heberto Padilla aportó algunas reflexiones que nos obligaron a todos a adoptar rostros muy severos, o tal vez asustados.

Heberto Padilla dijo que él avizoraba persecuciones brutales, cárceles y hasta la muerte de los que estábamos en aquel debate, porque para Fidel Castro ya nos habíamos convertido en "traidores y en contrarrevolucionarios de la peor especie".

Unos meses mas tarde, Eddie López Castillo y Ricardo Bofill fueron arrestados por el G-2 y acusados de "diversionismo ideológico y propaganda enemiga", y condenados a l2 años de prisión en la causa de la llamada "Microfracción", comenzando así una trayectoria de 2l años de cárceles, persecuciones y asedios, hasta l988 en que salieron de Cuba. Ramón Calcines fue expulsado publicamente del Comité Central y del Partido Comunista, para atravesar un largo calvario de acosos y agresiones que al final le provocaron la muerte.

Mas tarde y después de ser víctima de una guerra sucia atroz, Alberto Mora apareció muerto por disparo de arma de fuego en aquella misma residencia. Sin embargo, pienso que la ordalía sufrida por Heberto Padilla fue la peor de las padecidas, por parte de aquellos que desatamos las ansías de venganza de Fidel Castro. Los castristas trataron de borrar el nombre de Padilla de la historia de la cultura cubana. Como es natural, no lo lograron, pero en los intentos torturaron a Heberto Padilla por todos los medios a su alcance.