Chong Chon Gangsters, S. A.
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El buque norcoreano detenido en el canal de Panamá rebasa el terreno del
terrorismo de Estado para ubicarse en el campo mucho más explosivo de
la ficción.
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Por Orlando Luis Pardo Lazo
Pittsburgh
2 Ago 2013
Como títere de un Tarantino totalitario —al igual que con los 5 Espías/Héroes de la Red Avispa en EUA, aquí todos los roles son relativos—, el supuesto capitán cogió un cuchillo salido del director ¿de arte? y trató de cortarse el cuello, acaso para ahorrarle luego esa molestia al Gran Camarada de la tercera camada: Kim Jung-Un.
El Gobierno cubano se apresuró a negociar un arreglo en secreto con el de Panamá, antes de que la mierda llegara a los medios. Dada la magnitud del contrabando —por menos que eso muchas capitales han sido bombardeadas—, no sería de extrañar que desde La Habana ofrecieran licencia gratis para abrir en Cuba no uno, sino mil canales de Panamá a lo largo y estrecho de la Isla. Benicio del Toro lo prometió en Vietnam y Alfredo Guevara casi lo cumple en el Caribe.
El presidente panameño en persona, con su neorrealista nombre de Ricardo Martinelli, fue quien dio la voz de alarma, como golpe de efecto ante su electorado. Y lo hizo, por supuesto, en Twitter, que es la medida de todas las cosas, y donde incluso Dios ya tiene cuentas verificadas en distintos idiomas.
Nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores hizo entonces su mea Cuba, y reconoció que había embarcado algunos cohetes viejos y aviones que, a estas alturas de la historieta, no podrían hacer más daño. Se les dio el trato de armas de utilería, esas que de vez en cuando matan por accidente a algún extra o doble, cuyo tributo queda fuera hasta de los créditos del film.
Después, aparecieron más y más contenedores, incluidos algunos con explosivos. Era el clásico cut to the chase pues no hay dramaturgia decente sin una bomba como colofón. Los tanques en pena más que pensantes de La Habana y Pyongyang debieron sentarse a toda carrera a reescribir el final. Incluso en democracia hay líderes que trabajan así, sin que todo esté amarrado de antemano por el guión gubernamental.
Los sacos de azúcar fueron embalados molecularmente en un puerto clandestino de Cuba, por lo que deberán ser retirados ahora de manera manual, uno a uno. Al inicio, iba a tardar días. Por el momento, tardará unas cuantas semanas. Nadie sabe a ciencia cierta la cifra natural de sacos, por lo que ningún experto se atreve a descartar la eventualidad de que esta constituya un número irracional. O infinito. En ese caso, los estibadores de Panamá han caído en una trampa borgeana. Acaso en una Caja China. En cualquier caso, su faena de descarga a perpetuidad es otro hallazgo del aleph.
En las postrimerías de la Revolución, es pertinente borrar las evidencias de la barbarie. Debajo del azúcar, las armas como elemento para desviar la atención. Debajo o dentro de las armas, podría estar camuflada la clave narrativa de toda esta debacle.
¿Qué están sacando realmente los norcoreanos de la Cuba de Castro 2.0? Reconozco que empieza aquí mi desesperación de escritor.
Cadáveres, para empezar, esa fuente de suspense insustituible: muertos insignes —o falsamente desaparecidos— cuyos restos de ADN se quieren mandar al cosmos o hacerlos plasma gracias al programa nuclear de Kim 3.0. Por supuesto, podría tratarse de una fuga de dinero al por mayor, sacado de las remesas completas del exilio cubano, para burlar por millonésima vez al embargo comercial de Washington (otra arma obsoleta, en este caso en contra de la Revolución).
Según las interminables toneladas de azúcar, es posible que estén sacando también a familias dinásticas enteras, que acaso ni se enteran de que el buque no se mueve más, y aún siguen en sus contenedores hi-tech, jugando go o golf digital, sin saber que Pyongyang ya no los espera. Ricardo Martinelli debería de twittear un poco menos y garantizar la seguridad de estos polizones que, hasta hace muy poco, eran los polizontes políticos de la patria. Si es "con todos y para el bien de todos", los emigrantes de élite y los represores revolucionarios tampoco han de estar excluidos.
Es cierto que el Chong Chon Gang pudo estallar por su no declarada carga criminal —en Cuba hay tradición de aviones y barcos civiles que volaron por esa causa—, pero no es menos cierto que la tragedia hubiera ocurrido en la región más estrecha del continente americano, lo que en buena ley rebajaría cualquier condena internacional solo al rango de terroristmo.
Es cierto que se violaron varias disposiciones de Naciones Unidas, siempre tan controvertidas y manipuladas a la hora de votar, pero ya sabemos que muchas potencias las desconocen según sus bloques de intereses. Es cierto que en Cuba hoy apenas se produce azúcar para consumo de nuestra población, pero nadie ha probado literalmente todavía un granito de esos sacos (¿qué tal si es sal de Caimanera, por ejemplo, o arena de Varadero para de paso exportar ese rubro de lujo?). Es cierto que Cuba podría terminar más aislada junto al bloque del ALBA u obligada a pagar millones por lo que podría considerarse una agresión militar en tiempos de paz.
Pero la obsesión de lo verdadero no debe cegarnos ante lo trivial de lo verosímil, sin lo cual ningún arte es auténtico. Condenadlos, no importa: Hollywood los absolverá.
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