PLAN Z, UNA DERROTA POCO CONOCIDA DE FIDEL CASTRO EN EL CHILE DE SALVADOR ALLENDE Y AUGUSTO PINOCHET
Por Julio Antonio Aleaga Pesant
El Vedado, La Habana, 10 de septiembre de 2009 (PD) Al mediodía del martes 11 de septiembre de 1973, los estudiantes de la ESBEC Ceiba 1, en Ceiba del Agua, oyeron por la amplificación local del centro escolar, noticias sobre el golpe de estado en Chile. Con los días, las informaciones sobre el conflicto se hicieron desgarradoras.
Treinta y seis años después aún se desconoce que el detonante de aquella tragedia fue el “Plan Z”, un proyecto desestabilizador que ensalzaba la guerra y la violencia revolucionaria. Forma parte de uno de los secretos mejor guardados de la “dictadura del proletariado”.
En el gobierno eran un puñadito los que estaban al corriente de la operación. Entre los suramericanos, el tema era manejado por otro pequeño grupo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
El diseño reforzaba la idea de F. Castro y sus colaboradores (Manuel Piñeiro, Ulises Estrada, Martha Harnecker, Jorge Arbezú y compañía) para la subversión hemisférica, la implantación de la guerra revolucionaria y la continuidad de los idearios trotskistas y guevaristas de revolución permanente, continental y antiimperialista.
El Departamento América del Comité Central Comunista y la Dirección General de Inteligencia (DGI) del Ministerio del Interior, planificaron un levantamiento militar para implantar el socialismo en Chile. Contaban en sus fantasías con el apoyo de un grupo de civiles de extrema izquierda y ciertos sectores militares fieles a la constitucionalidad y al Presidente de Chile, que no a Salvador Allende. De esta manera, los planificadores cubanos no consideraban la contradicción más importante de su estrategia, el profundo abismo entre los dos grupos, situados a ambos extremos del arco político.
La estrategia castrista entre los militares constitucionalistas era promover la defección a sus deberes. Se planificó la visita de altos oficiales chilenos a La Habana. El pretexto inicial fue el viaje del Buque Escuela de la Armada “Esmeralda” y de cuarenta altos miembros de los diferentes cuerpos armados. Durante la estancia se intentaría “comprometer o comprar la fidelidad” de los que podrían jugar un papel importante en la realización del “Plan Z” con su apoyo al levantamiento izquierdista, so pretexto de respetar la Constitución o garantizar la neutralidad “en defensa de la soberanía popular”.
Juan Vivés, un ex oficial de la DGI, exilado en Francia, cuenta que, según los informes de perfiles recibidos en La Habana, la marina y la aviación estaban dirigidas por oficiales formados en academias militares norteamericanas, mientras que el ejército de tierra era un cuerpo de tradición prusiana. Esa diferencia era el flanco por donde se ejercería presión.
Antes de la llegada de la delegación suramericana, se sabía que los objetivos claves eran el Coronel Roberto Sauper y el General Augusto Pinochet. Sauper era Jefe de la Brigada de Tanques “Tacna”, ubicada en el centro de Santiago. Tenía en sus manos la plaza y podría garantizar el proyecto. Pinochet era el jefe del Ejército y más adelante asumiría la jefatura de las Fuerzas Armadas. La delegación fue hospedada en el Hotel Habana Libre…
Encabezaban los anfitriones los Comandantes Rafael del Pino, Víctor Dreke, Néstor López Cuba, Abelardo Colomé, Ramiro Valdez, Leopoldo Cintra, Ulises Rosales, y los civiles Osvaldo Dórticos, Carlos Rafael Rodríguez y Armando Hart. La flor y nata del ejército y del Comité Central comunista.
En junio de 1973, hubo rebelión militar, “El Tancazo”. El Coronel Sauper se rebeló contra el Presidente Allende y cercó con sus tanques el Palacio de la Moneda. Aunque el intento fue sofocado, el proceso de reclutamiento de militares chilenos por los servicios de inteligencia cubanos, indicó error.
Se puso entonces en marcha la segunda fase del “Plan Z”, y zarpó el buque Batalla del Jigüe, hacia Chile con armamento y hombres para la insurrección. Como parte del plan, se movilizaría la izquierda, que sería armada por la inteligencia cubana a partir de la embajada y comandada por Ulises Estrada y los malogrados mellizos La Guardia. El soporte principal de la rebelión estaría en las huestes del MIR, encabezadas por Miguel Enríquez y Pascal Allende. Todo comenzaría en Valparaíso, donde fondearía el “Batalla del Jigüe”.
El ex Presidente F. Castro, apostaba al General Pinochet. Según testigos, personalmente se encargó de entregar sumas importantes de dinero.
El inicio de la “revolución chilena” se frustró por las operaciones de la inteligencia naval, atenta a los viajes de los dirigentes del MIR a Valparaíso.
La sublevación militar comienza con el regreso a puerto de la escuadra naval chilena que salió de maniobras conjuntas. El primer puesto de represión fue el “Esmeralda”. Los primeros hombres detenidos hablaron bajo esa condición. Así la marina y la aviación se fueron al “golpe de estado”, encabezados por el Almirante Toribio Merino y el General de la Aviación, Gustavo Leigh, al que se sumó solo al final (el domingo 9 de septiembre) el Jefe del Ejército, General Pinochet.
Ante el ejecutivo accionar de la ruptura, el Jigüe levó anclas y se dio a la fuga el día 12. La marina de guerra chilena, al verlo levar anclas, lo persiguió y cañoneó, pero no pudo atraparlo; quizás en medio de la euforia del triunfo, no le dio importancia. Dejó escapar para siempre las pruebas del “Plan Z”.
aleagapesant@yahoo.es
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(El expresidente chileno, Patricio Aylwin, pasea por el jardín de su casa en Santiago de Chile el pasado 16 de mayo. / JESÚS ABALO)
El presidente se confiesa
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Junto al socialista Salvador Allende y al dictador Augusto Pinochet, Patricio Aylwin Azócar es probablemente uno de los tres personajes más trascendentes del pasado reciente chileno. Pero, a diferencia del médico y del militar, célebres para bien y para mal en el mundo entero, este abogado de la Democracia Cristiana (DC) es un político paradójico que resulta difícil de encasillar en un mundo de blanco y negro. Entre 1970 y 1973 fue enemigo de la izquierda: era uno de los líderes de la oposición al Gobierno de la Unidad Popular de Allende. El papel que desempeñó su partido en el golpe de Pinochet es, de hecho, una discusión que renace cada cierto tiempo en Chile. Durante la dictadura, entre 1973 y 1989, fue enemigo de la derecha: convertido en uno de los líderes clave de la oposición a Pinochet, fue uno de los artífices de la peculiar alianza entre el centro y la izquierda que permitió derrotar al dictador tras un plebiscito. Fue la génesis de la Concertación.
En 1990, cuando Chile era una nación de enemigos, la mayoría de los chilenos le encomendó a Aylwin la tarea de ser el primer presidente democrático después de 17 años. Y desde La Moneda, con Pinochet todavía al mando del Ejército, lideró la transición más compleja y exitosa de Latinoamérica, cuyo principal mérito fue “restablecer una sociedad abierta y superar la pelea excluyente de unos y otros”. “Porque es evidente que los chilenos se reconciliaron”, afirma. Sin esa administración fundacional, Chile sería distinto del país que es hoy.
Es otoño en Santiago. El atardecer se deja sentir en el comedor de la casa de Aylwin en Providencia, un barrio tradicional donde las construcciones de mitad del siglo pasado poco a poco son reemplazadas por edificios. Junto aquí desde 1956 con su esposa, Leonor Oyarzún, con quien comparte 5 hijos, 17 nietos y 5 bisnietos.
Tenía 54 años cuando Allende se quitó la vida en La Moneda; 71 cuando él mismo llegó a presidente y 88 cuando Pinochet murió en una clínica de Santiago en 2006. Aylwin nació en 1918. En noviembre pasado cumplió 93 años.
Pregunta. ¿Hubiese sido posible esa transición exitosa sin la verdad sobre los muertos y desaparecidos?
Respuesta. No es posible una transición exitosa sin la reconstitución de la verdad. Y por eso, un mes después del inicio de mi Gobierno, anuncié la formación de la Comisión Rettig para investigar las violaciones a los derechos humanos.
Lo hizo pese a los consejos de sus asesores, que le recomendaban prudencia. Tras nueve meses de trabajo, el equipo concluyó que 2.296 personas habían muerto durante el régimen militar. Luego Aylwin pidió perdón en nombre del Estado de Chile, con la voz quebrada, en un discurso por televisión que es parte de la memoria colectiva del país. Eso no le gustó a Pinochet, que desconoció la verdad jurídica e histórica del informe.
P. Usted también fue cauto y siempre habló de “buscar la justicia en la medida de lo posible”.
R. Usé esa frase, y la puse en práctica, con el fin de crearle conciencia a la gente de que no era cuestión de que nosotros llegásemos y que al día siguiente hubiese democracia para todos, sino que era un proceso. Y que este proceso seguía con el exdictador de comandante en jefe del Ejército.
A comienzos de los años noventa, la justicia comenzó a abrir las primeras causas contra militares y agentes de la dictadura. Sin embargo, dice: “No habría sido viable juzgar a Pinochet. Habría dividido terriblemente al país e, incluso, puesto en peligro la continuidad del Gobierno”. ¿Pero era posible que lo llevara al banquillo la justicia internacional, como pretendió el juez Baltasar Garzón años después? “Los problemas de Estado se deben juzgar dentro del país”, afirma.
P. Los estudiantes chilenos que salieron a las calles en 2011, nacidos fundamentalmente después del retorno a la democracia, son críticos con la transición porque aseguran que se hicieron muchas concesiones.
R. No cuesta nada decirlo después de que las cosas están hechas. Las críticas a la transición son bonitas frases, pero prueban la ignorancia de lo que realmente ocurrió y del proceso que vivió Chile.
Aylwin sale a caminar por su barrio y, al ritmo de su paso todavía ágil, recita en silencio los poemas de Calderón de la Barca, Rubén Darío y Amado Nervo. Los aprendió hace décadas, cuando era un niño. Hoy los utiliza para ejercitar la memoria. “Soy un viejo conservado, pero no conservador. Todavía me siento bien…”.
Hoy por hoy está retirado del mundo público y hace años que no concede entrevistas. Pero es una de aquellas figuras que, incluso desde el silencio, como el expresidente español Adolfo Suárez, pareciera trascender el bien y el mal. Es la razón por la que se le invoca en tiempos de crisis. Y en Chile, aunque las cifras económicas ahora están perfectamente, la política y las instituciones democráticas sufren graves problemas: de acuerdo con encuestas recientes, los chilenos no tienen confianza en los partidos, ni en el Congreso, ni en los tribunales ni en el Gobierno ni en la oposición. Y eso explica, en parte, el estallido social de 2011.
En medio del clima de crispación, el actual presidente chileno, Sebastián Piñera, convocó a Aylwin a La Moneda en diciembre. “Fui amigo de sus padres, por lo que tengo una simpatía. Sin embargo, observo que no hay solidez en este Gobierno”, asegura el exmandatario sobre la Administración de derechas. “La UDI está por un lado, la RN, por otro. Hay demasiadas diferencias entre los partidos oficialistas. ¿Cuál es el proyecto? Me preocupa hacia dónde va el país bajo el liderazgo de Piñera. Es decir, cuáles son las grandes líneas afirmadas por el presidente, planteadas en el Congreso y traducidas en proyectos institucionales para poner en práctica una nueva visión del país”. ¿Le falta relato, como dicen los analistas? “Yo no sé qué será. Pero…¿cuál es el proyecto que representa Piñera? El piñerismo”.
P. La Concertación, la alianza de centro-izquierda que usted ayudó a fundar, tiene un bajo apoyo ciudadano. ¿Tiene futuro ese pacto?
R. No he pensado sobre esa materia. Sin embargo, un proyecto de sociedad que busque democracia, justicia social, crecimiento económico, y que levante al país, debiera tener como eje a la DC y al socialismo.
El expresidente se define como “un animal político” y señala que su oficio “es una actividad difícil, pero indispensable”. La sigue cotidianamente: se despierta a las siete y su primera actividad diaria es recoger los periódicos para leerlos mientras desayuna. Después realiza ejercicios en una salita (dos veces a la semana lo acompaña un quinesiólogo), cruza el patio trasero, se instala en su oficina de una casa contigua y contesta correspondencia con lápiz y papel. Le gusta la lectura y en el verano no se despegó de Pinochet. La biografía, obra del historiador Gonzalo Vial.
P. Usted que lo conoció bien, ¿cómo era él?
R. Pinochet tenía varias caras.
El dictador se quedó al mando de los militares durante todo el primer Gobierno democrático (1990-1994). Y la relación entre el presidente y su subordinado — “usted es mi jefe, yo le obedezco a usted”, le dijo Pinochet una vez— era formalmente respetuosa. “Sabía hacerse el simpático cuando quería. Era socarrón y diablito, jugaba para su propio lado. Pero Pinochet no fue un hombre que obstaculizara las políticas del Gobierno que yo encabecé”, dice el veterano líder democristiano.
Sin embargo, ese periodo estuvo marcado por la constante tensión y, como en el 23-F español, la incipiente democracia se vio amenazada al menos en dos ocasiones.Al comienzo de la dictadura, indica Aylwin, “Pinochet representaba, por una parte, orden, seguridad, respeto, autoridad. Y, por otra, una economía de mercado que iba a permitir la prosperidad del país. Esos fueron los dos factores definitorios, y por eso Pinochet fue popular. Era un dictador, pero popular”. En el plebiscito de 1988, de hecho, obtuvo el 44,01% de los votos.
P. ¿Le sorprendió cuando en 2004 reventó el caso Riggs y se descubrieron las cuentas millonarias de Pinochet?
R. La verdad es que a mí me sorprendió. Primero, porque nunca tuve antecedentes. Segundo, porque, en la historia de Chile, ningún presidente había salido más rico al finalizar su Gobierno. Y esto, desde el libertador Bernardo O'Higgins hacia delante. El general Carlos Ibáñez fue dictador, pero no se enriqueció.
¿Y Allende? ¿cómo era Salvador Allende?La Democracia Cristiana (DC), históricamente ha sido de centro y, fundamentalmente, antiderechista. Sin embargo, entre 1970 y 1973, durante el Gobierno socialista de la Unidad Popular, la colectividad realizó una alianza táctica con la derecha y se opuso a Allende. En esos años, Aylwin desempeñó un papel importante: “Fuimos adversarios, pero adversarios bastante civilizados. Como presidente del Senado y luego del partido, me tocó negociar directamente con Salvador Allende. Tuvimos conversaciones difíciles”.
P. El expresidente Eduardo Frei Montalva, ya fallecido, señaló en una oportunidad que lo consideraba frívolo. ¿Comparte ese juicio?
P. No le podría decir que Allende no era frívolo. Era muy simpático, atractivo. Tenía una autoestima muy fuerte. Sabía convencer, era un muy buen argumentador. Y lo hacía con el alma, le salía de dentro.
P. ¿Usted cree que era un buen político?
R. Allende terminó demostrando que no fue buen político, porque si hubiera sido buen político no habría pasado lo que le pasó.
Ya han pasado casi 40 años del golpe de Estado de 1973. El debate sobre las causas del quiebre institucional, sin embargo, todavía son debatidas por políticos e historiadores. Aylwin ha señalado que el talón de Aquiles de Allende fue haberse convertido en rehén de los partidos de izquierda. Hoy en día, al analizar el proceso, insiste en que “hizo un mal gobierno y que el Gobierno cayó por debilidades de él y de su gente”.
Hay quienes tienen otras explicaciones: el Congreso estadounidense desclasificó en 1975 el informe Church, que indica que, en el contexto de la guerra fría, los norteamericanos invirtieron mucho dinero entre 1963 y 1973 para evitar que Chile siguiera los pasos de Cuba. Y lograron la desestabilización del Gobierno de Allende. Sin embargo, Aylwin asegura: “El golpe se habría producido sin la ayuda de Estados Unidos. Estados Unidos lo empujó, pero la mayoría del país rechazaba la política de la Unidad Popular, eso era evidente”.
P. Carlos Altamirano, secretario general del PS en aquella época, publicó sus memorias recientemente, y en el libro señala que su partido, la DC, tiene una “responsabilidad histórica” en el golpe de Estado de 1973.
R. Carlos Altamirano puede decir muchas cosas, pero, en el golpe de Estado, la DC no tuvo ninguna participación. Eso puedo asegurarlo de manera absoluta, en conciencia. Y yo fui durante todo el Gobierno de Allende parte de la dirección del partido. Estuvimos interesados en cambiar la orientación del Gobierno de Allende, pero no en derrocarlo. El golpe militar fue otra cosa.
P. “Nunca Frei (Montalva) o Aylwin intentaron tirarle un salvavidas a Salvador”, ha dicho Altamirano.
R. Creo que es una afirmación infundada. Yo diría que las actitudes demagógicas de Carlos Altamirano hicieron más daño a Salvador Allende que las posiciones que pueda haber tomado la DC. Él se esforzó por radicalizar el conflicto, y en eso, indudablemente, la víctima fue el Gobierno.
Aylwin explica: “Allende no era el responsable de todo lo que su Gobierno hacía. Sectores de PS, empezando por Altamirano, enturbiaban la convivencia nacional, la relación entre La Moneda y la oposición, y no ayudaban en nada al presidente. Practicaron la política de choque y de hechos consumados, no cabe duda. El lema era Avanzar sin transar. Nunca nos miraron como eventuales aliados. Para que triunfara el socialismo en Chile había que eliminar a la DC”. El expresidente indica que, al reabrir la discusión, “ellos buscan alguna explicación del fracaso del Gobierno de Allende y del socialismo en Chile”. Y concluye: “No tiene ninguna razón lógica echarnos la culpa”.
El 4 de septiembre de 1990, Aylwin encabezó los funerales de Estado del expresidente Allende, cuyos restos, hasta ese momento, estaban en un cementerio de la ciudad de Viña del Mar. “Debo decirlo con franqueza: si se repitieran las mismas circunstancias, volvería a ser decidido opositor, pero los horrores y quebrantos del drama vivido por Chile desde entonces nos han enseñado que esas circunstancias no deben ni pueden repetirse por motivo alguno”, dijo Aylwin.
El quiebre de la democracia es un capítulo difícil para el exmandatario. En 1974, de hecho, comenzó a escribir un libro sobre la relación de la DC y el Gobierno de la Unidad Popular. Aunque ya lo finalizó, lo sigue revisando una y otra vez. “He tenido dudas de la conveniencia de que yo haga público ese libro”, confiesa.
P. ¿Podría reabrir viejas heridas?
R. Estoy indeciso sobre si debo dejar que las próximas generaciones discutan estos temas y no ser yo el que abra el debate.
Aylwin decidió no escribir memorias: "Siempre he sido contrario a los personalismos". Sin embargo, aunque no piensa demasiado en el futuro, sabe perfectamente cómo le gustaría que se le recuerde: “Espero que mis compatriotas y la historia me muestren como un demócrata, un chileno abierto al pluralismo, impulsor de la justicia social y defensor de los derechos humanos”.
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