El economista que públicamente enfrentó a Fidel Castro con sus disparates
Carlos Alberto Montaner
30 de enero de 2014
A mediados de la década de los ochenta, Fidel Castro convocó a La Habana a una serie de países para organizar un frente internacional dedicado a no pagar la deuda externa. Era una de sus especialidades: no pagar, no cumplir con sus obligaciones. Sin embargo, un magnífico economista ecuatoriano, el Dr. Carlos Julio Emanuel, le dio al Comandante y a sus invitados una lección de economía y de ética, dos disciplinas que pueden y deben ir de la mano. Rescatamos esos viejos papeles para la historia de este largo disparate conocido como la Revolución Cubana.
*******
Intervención del doctor Carlos Julio Emanuel, representante del presidente constitucional de la República del Ecuador, ingeniero León Febres Cordero, en el “Encuentro sobre la deuda externa de América Latina y el Caribe”, en La Habana, Cuba, el 2 de agosto de 1985.
Comandante Fidel Castro, Presidente de Cuba;
Señores Miembros de la Presidencia y de la Mesa Directiva;
Damas y Caballeros aquí presentes:
Debo comenzar manifestando que el haber estado sentado durante toda esta reunión a la extrema izquierda del Comandante Castro, no guarda relación alguna con la postura ideológica del gobierno que represento. (Aplausos).
El problema de la deuda externa ecuatoriana, o en general de Latinoamérica, no es un acontecimiento reciente; nos acompaña desde la época de la Independencia. La famosa deuda inglesa de los países grancolombianos, que data de entonces, que no era una sola, ni era solamente inglesa, fue motivo de la primera renegociación de deuda por parte de los países miembros de la Gran Colombia. Su reparto fue gravoso para el Ecuador, y así nacimos a la vida republicana con un tremendo perjuicio económico.
Como en ocasiones más recientes, la deuda se renegoció mal, y fue necesario que se renegociara lo ya renegociado por instrucciones del Libertador Simón Bolívar.
El ex Presidente ecuatoriano de comienzos de siglo, el General Eloy Alfaro, quien no necesita de carta de presentación en Cuba, ya que tuvo un rol importante que jugar en la Independencia de este país, y quien fuera uno de los más insignes patriotas y estadistas que ha producido el Ecuador, al referirse hace más de noventa años, al problema de la deuda externa ecuatoriana, adquirida bajo la modalidad de los bonos llamados “debentures” en idioma inglés, se refería a éstos como las desventuras del Ecuador.
Efectivamente, en materia de deuda externa en el Ecuador hemos ido de desventura en desventura. No hemos adquirido y negociado la deuda en los mejores términos y condiciones posibles para nuestro país. No nos hemos preparado lo suficiente para negociar o renegociar. Y si hoy nos quejamos de los términos onerosos de esa deuda, hace más de ciento cincuenta años emitimos bonos con el 50 por ciento de descuento y 6 por ciento de interés, lo cual resultaba en un costo financiero mucho más alto que cualquiera que se haya pagado en las últimas décadas.
Así que siempre hemos vivido con un problema de deuda externa, pero este se ha agravado últimamente. ¿Cuál es la causa? Si antes, en la época de la Independencia se había contraído deuda para pagar armamento bélico, equipamiento; en épocas recientes, la deuda se contrajo fundamentalmente como resultado de un mal manejo económico.
No sólo en el Ecuador, sino en muchos países de Latinoamérica, se cometieron serios errores en la conducción de las economías, que explican en buena parte el crecimiento vertiginoso de la deuda externa. Podría destacar los siguientes aspectos como evidencia de lo que señalo:
Un excesivo gasto público: en el Ecuador, en los últimos años, el Gobierno siguió políticas excesivamente expansivas. El desequilibrio financiero fue atendido mediante un agresivo endeudamiento externo que en algunos años excedió las necesidades causadas por los déficit fiscales. En Argentina, Brasil y México, los tres principales deudores de la banca, con las dos terceras partes de la deuda latinoamericana, el déficit fiscal con relación al Producto Interno Bruto más que se duplicó entre 1978 y 1982.
Agravando la situación antes descrita, nuestro país contrató deuda externa para hacer pagos locales en moneda doméstica; para gastar en burocracia; para financiar alzas de sueldos y salarios. Mantuvo también tasas de interés fijas ante una inflación creciente causada por el manejo fiscal-monetario; esto abarató artificialmente el costo del capital en relación con la mano de obra, afectando negativamente la selección de tecnologías a favor del capital, y en desmedro de la mano de obra, que es mayoritaria en nuestros países, ocasionando consecuentemente una mayor demanda de créditos. Mantuvo tipos de cambio sobrevaluados ante la inflación creciente, impactando al sector externo, incrementando las importaciones, reduciendo las exportaciones y estimulando el endeudamiento externo, porque al mantenerse un tipo de cambio fijo, por más de una década, se engañó a la colectividad, haciéndole pensar que lo mismo daba endeudarse en moneda local o en moneda extranjera, porque la paridad iba a mantenerse fija ad-infinitum.
El proceso de industrialización seguido en nuestro país y en Latinoamérica, mediante la sustitución de importaciones a ultranza, no resultó en el ahorro de divisas que se había proclamado inicialmente. El problema de balanza de pagos continuó: se aumentaron las importaciones, ya no bienes de consumo, sino materias primas y bienes intermedios para la industria sustitutiva de importaciones. Y era necesario contratar deuda para pagar esas importaciones.
El proceso de industrialización descrito implicó lamentablemente el abandono del sector agrícola a su suerte. El Ecuador y otros países latinoamericanos pasaron a importar productos que antes exportaban, disminuyendo los saldos de la balanza comercial y haciendo, por lo tanto, más necesario el endeudamiento externo para financiar también importaciones agrícolas.
El cambio en la composición de la deuda externa ecuatoriana también constituyó un factor agravante. Mientras que a comienzos de la década de los años setenta, nuestra deuda externa estaba mayoritariamente en manos de los organismos financieros internacionales, como el BID, el Banco Mundial, entre otros, que tenían el 80 por ciento de nuestra deuda, y sólo el 20 por ciento estaba en manos de la banca; diez años después, esta relación se había prácticamente invertido: un 70 por ciento de nuestra deuda externa estaba ahora en manos de la banca privada. De allí el problema financiero para nuestro país: pues si antes casi toda nuestra deuda tenía plazos largos, tasas de interés fijas y períodos de gracia generosos, ahora en su mayor parte tenía plazos cortos, tasas de interés variables y períodos de gracia prácticamente inexistentes.
De manera que el problema del rápido crecimiento de la deuda externa en el Ecuador y en otros países latinoamericanos, obedece en mucho a nuestros propios errores en la conducción económica: un manejo alegre, irresponsable o inepto, por parte de gobiernos elegidos o tolerados por nosotros mismos, elevó significativamente la deuda externa de nuestros países.
Porque cabría preguntarse ¿quién nos obligó en Latinoamérica a mantener políticas fiscales y monetarias expansivas, a endeudarnos en divisas para pagar burocracia, a mantener tasas de interés fijas y tipos de cambio sobrevaluados ante el problema inflacionario, a seguir un proceso perjudicial de industrialización a toda costa, a abandonar al sector agrícola, a endeudarnos con la banca privada y no con los organismos financieros internacionales, a cerrar el paso totalmente a la inversión extranjera para no convertirnos en dependientes del capital extranjero y terminar siendo superdependientes del mismo a través del endeudamiento externo?
Todo ésto es importante tenerlo en mente, si además sabíamos y sabemos que no existe país en desarrollo que pueda crecer sólo con sus propios recursos, independientemente de la ideología política o del sistema económico que tenga ese país. Consecuentemente, la naturaleza del proceso de desarrollo económico establece como requisito indispensable para lograrlo, la existencia del capital o del ahorro externo.
Es necesario reconocer, entonces, que en el problema de la deuda externa los latinoamericanos tenemos una evidente responsabilidad. El no reconocerlo no sería honesto de parte nuestra: a veces da la impresión de que en todo lo concerniente a nuestros problemas económicos argumentamos ser solamente juguete de factores externos. Y si bien no puede negarse que existen factores externos fuera de nuestro control que nos afectan, y que proviene, por ejemplo, de políticas económicas equivocadas de los países altamente industrializados; los factores internos, nuestras propias políticas, han tenido un factor preponderante que jugar en la generación de la crisis que hoy enfrentamos. Alguien decía –y yo concuerdo—que los latinoamericanos no debemos pagar por los errores de otros, pero si por los errores que hemos cometido. Aceptar y reconocer nuestros errores ya sería un gran avance; el corregirlos sería la solución.
Ante la crisis económica existente, y la falta de divisas, inclusive para pagar las importaciones a tiempo, al gobierno anterior no le quedó otra alternativa que acudir al Fondo Monetario Internacional y renegociar la deuda externa. Por más de diez años el Ecuador no había tenido que recurrir al Fondo Monetario, y en la actualidad hay países en Latinoamérica que tampoco tienen que hacerlo; pero se trata de países que por varias razones han manejado mejor su política económica, que no requieren de préstamos del Fondo Monetario y que tienen aceptables niveles de reserva monetaria.
Lo ideal, por razones políticas, sería no tener que acudir al Fondo Monetario Internacional. ¡Cuán problemático políticamente es tener que acudir a este organismo! Los comentarios que se han hecho en esta sala, los comentarios que se hacen a diario en nuestros países, son pruebas suficientes de los que digo.
Pero para eludir al Fondo Monetario y a sus programas, tenemos que ordenar nuestras economías, evitar los déficit de balanza de pagos, para así no requerir de préstamos que implican programas del Fondo Monetario. Para que esto no ocurra –repito—hay que hacer las cosas bien en el orden económico, y ésto no ha sido costumbre en nuestros países.
A fines del año 1984 la deuda externa ecuatoriana había crecido a 7.100 millones de dólares, lo que implicaba un servicio de deuda del 75 por ciento para 1985. Una situación financiera insostenible.
Por ello, la primera prioridad del nuevo Gobierno fue la renegociación de la deuda externa, porque de lo contrario no había política económica alguna que se hubiera podido adoptar y que permitiera atender nuestras obligaciones y necesidades externas.
Para enfrentar la crisis, el Ecuador diseñó un programa económico, un programa del gobierno ecuatoriano, no un programa del Fondo Monetario, un programa que lo hubiésemos adoptado aún si no hubiese habido necesidad de préstamo o de relación alguna con el Fondo Monetario, y es el programa que sirvió de base para el proceso de renegociación de la deuda que culminamos exitosamente con los bancos y con el Club de Paris.
En nuestra opinión, estos programas se justifican en la medida en que estén encaminados a mejorar y no a deteriorar la situación económica de nuestros países. Y en ésto concuerdo con lo expresado en una de las recientes entrevistas del Comandante Castro, de que el problema radica cuando se exige austeridad y no se mejora la situación del pueblo; cuando se le pide sacrificio para retroceder y no para desarrollarse.
Por ello, un programa de austeridad que propenda en el mediano plazo al crecimiento económico, que signifique el mejoramiento de la calidad de vida de nuestros pueblos, está ampliamente justificado.
Lo importante –como decía hace un momento—es hacer bien las cosas en el orden económico. Y en eso estamos empeñados en el Ecuador, a través de un programa económico propio que refleja nuestras potencialidades y está acorde con nuestras circunstancias.
Nosotros sostenemos que las refinanciaciones de las deudas no servirán para nada si no van acompañadas de un reordenamiento de las economías, si no van acompañadas de medidas de política económica que permitan el desarrollo de nuestros países y que logren generar las divisas necesarias para efectuar el servicio de la deuda externa.
En Argentina, igualmente en el Perú, en Nicaragua, se han tomado o se ha anunciado que se tomarán medidas para reordenar esas economías. Lamentablemente no hay panaceas ni fórmulas mágicas en materia económica. Y por eso es que los planes quinquenales de la Unión Soviética y de otros países socialistas han sido, en esencia, programas de ajuste: menos consumo para efectuar un mayor nivel de inversión y así lograr un mayor crecimiento económico para estos países.
Nuestro Gobierno reformuló la política económica precedente, modificando y colocando el tipo de cambio en una posición real, reestructurando las tasa de interés para estimular el ahorro, y disciplinando la política presupuestaria para reducir el déficit y las presiones inflacionarias.
Si nuestras medidas tienen éxito –como esperamos—será porque a la postre benefician al pueblo. Y así es como tienen que analizarse las medidas económicas: desde el punto de vista de su efectividad en la solución de los acuciantes problemas económicos que enfrentan nuestros países.
No voy a entrar a detallar nuestro acuerdo con los bancos, logrado en diciembre de 1984, a escasos cuatro meses de haber llegado al Gobierno. Pero debo mencionar que significa un alivio muy importante para nuestra balanza de pagos. Se obtuvo un acuerdo multianual al refinanciar los vencimientos de los próximos cinco años, con doce años de plazo y tres de gracia. Y el servicio de la deuda se bajó del 75 por ciento al 32 por ciento para 1985, y para el período de la renegociación, 1985-1989, el servicio se bajó del 68 por ciento al 28 por ciento, cifra enteramente manejable para nuestro país.
El acuerdo es ventajoso; pero este acuerdo no fue el resultado de una dádiva generosa de los bancos; para lograrlo nos preparamos y sustentamos documentadamente nuestros puntos de vista.
En abril de este año, el Ecuador se constituyó en el primer país en el mundo en lograr un acuerdo multianual con el Club de Paris, se refinanciaron los vencimientos del período 1985-1987, a 8 años de plazo con 3 de gracia, sin pagar comisiones por refinanciamiento.
Esto demuestra que los países pequeños también pueden obtener acuerdos adecuados cuando se preparan responsablemente para negociar. Se nos había dicho que era imposible sentar precedentes en este campo, siendo como somos un país pequeño, y que había que esperar que países como Brasil o México obtengan este tipo de arreglos para luego seguir el camino. Sin embargo, la seguridad que otorga el tener conciencia de que se estaban tomando las medidas adecuadas, y el hecho de haber discutido serena y profesionalmente el tema con los acreedores, permitió el arreglo que finalmente el Ecuador, con mucho éxito, ha logrado.
La experiencia ecuatoriana que he relatado en forma breve, señor Presidente, indica: primero, que no nos suscribimos a la tesis del no pago de la deuda. Creemos que las deudas hay que servirlas, pero que hay que hacer ésto sin que se afecte la estabilidad social y democrática de nuestros pueblos. Creemos también en los arreglos bilaterales con los bancos en el problema de la deuda externa.
Estas renegociaciones deberán reflejar las circunstancias particulares de cada uno de nuestros países. Hay que recordar, además, que como los bancos no han otorgado los créditos a nuestros países por razones benéficas o filantrópicas, el arreglo final debe implicar de parte de ellos la aceptación de términos adecuados para nuestros países. Creemos también que quienes hemos estado en este proceso, más que otros, debemos compartir nuestras experiencias sin secretismos ni egoísmos y ésto podría ser un resultado positivo de este encuentro. Por nuestra parte, estamos listos para discutir nuestras experiencias con quienes se interesen.
Señor Presidente: si bien no descartamos las ideas novedosas que se han venido presentando hace ya algún tiempo en materia de deuda externa, creemos en la veracidad de la sentencia bíblica de que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Entre estas ideas novedosas están los topes a las tasas de interés, la capitalización de los intereses, la relación fija del servicio de la deuda, ideas que deben analizarse respecto de su factibilidad, pero que no pueden desplazar la solución de fondo, que es el manejo adecuado y coherente de la economía.
El éxito de esta reunión, señor Presidente, el éxito de este Encuentro Económico Internacional sobre la Deuda Externa de América Latina y del Caribe, radica, en mi opinión, en la posibilidad de escuchar diferentes criterios y experiencias para así obtener conclusiones que puedan ser de provecho para nuestros países. En este contexto, y a nombre del Gobierno ecuatoriano, he querido hacer una breve exposición de nuestro caso para explicar que hemos enfrentado la crisis en forma seria y pragmática, antes que romántica, tan pronto llegamos al gobierno, sin esperar que la crisis se resuelva por sí sola, o que alguien la resuelva por nosotros.
Muchas gracias. (Aplausos).
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home