A dos años del incesante asesinato de Harold y Payá
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No hay un solo escritor o artista o periodista 'no-disidente' dentro de Cuba que se haya atrevido a pronunciar el apellido de Payá.
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Por Orlando Luis Pardo Lazo
Pittsburgh
22 Jul 2014 -
La indigencia de los intelectuales cubanos los ha hecho cómplices de incontables crímenes. No hay un solo escritor o artista o periodista "no-disidente" dentro de Cuba que se haya atrevido a pronunciar el apellido de Payá. Ni antes ni después de asesinado. Muchos menos recuerdan mis colegas el nombre de Harold, ese supuesto Don Nadie que al parecer estuvo en el lugar y el tiempo equivocado, sea lo que sea lo que pasó aquel verano de ¿2010, 2011, o fue el año pasado la cosa?
Cuando yo estaba dentro de Cuba, me cansé de "presionarlos" en privado para que tocaran el tema aunque fuese en un párrafo, para que al menos defendieran la versión del Gobierno cubano o pusieran en crisis la credibilidad del reclamo familiar. Pero nada. Silencio literalmente de muerte en las agencias cubanas de prensa y, por supuesto, en la fosilizada Facultad de Periodismo, que es la peor del continente para no decir del planeta, graduando agentes exportables del G-2, y siempre con sus edipismos de la "objetividad" y la "crítica constructiva" y el "dato verificable", y con esa admiración nostálgica por los profesores/represores más grandes que ha parido ese género: eminencias grises del gremio que jamás teclearon un cabrón reportaje libre, legible.
Luego viajó a España la líder del Movimiento Cristiano Liberación (MCL) e hija de Oswaldo Payá: Rosa María Payá habló claramente desde el inicio, pero desde el inicio me pedían por señas y en susurros que había que esperar por el testimonio de Ángel Carromero, si es que sobrevivía. Que a la pobre familia tal vez la Seguridad del Estado y el españolito le estaban tendiendo una trampa para desacreditarla, porque a la postre tal vez Carromero se viraría con ficha y ratificaría que había sido un árbol y los 60 metros de su frenazo y la grava y la polvareda y los tres testigos analfabetos y nada más. (Por cierto, nunca se habló de quién transportó a los extranjeros al hospital: esos seres fantasmas permanecen no-identificados y en el juicio a puertas cerradas ni siquiera se les mencionó.)
Luego habló Ángel Carromero, en The Washington Post. Pero como lo hizo en inglés, en Cuba nadie pareció entenderlo. Además, fue en la época de la Feria del Libro y cada quien tenía un estante donde exponer su carrera en ascenso. Luego habló de nuevo Ángel Carromero, en El Mundo. Y en todas las estaciones de radio y TV que se le acercaron. Pero ya había pasado demasiado tiempo y había demasiadas contradicciones de colores en los carros de su denuncia. Mejor no decir nada a esta hora. Seguían haciendo sus tremendas tesis de doctorado, o traduciendo de las mil y una lenguas sus mamotretos de teoría, o repitiendo su realismo sucio de putas y piojos (pero jamás de políticos déspotas), o acumulando sus novelones de investigación histórica con escandalitos a ras de la UNEAC, o armando sus proyectos astutamente alternativos y anti-hegemónicos de cara al congresito yanqui de turno (con pasaportes por fin permitidos), más un toquecito pro-gay y anti-feto y de oposición leal (preferiblemente legal), o incluso congraciándose con la farsa de una sociedad civil allí donde todo lo calcina y calcula un régimen criminal.
Quien llegue al capitalismo cubano, es falso o parte de la ecuación. Sólo la muerte en Cuba es criterio de la verdad.
Ahora, por supuesto, me dicen que para mí es muy fácil, porque yo ya no estoy dentro de la caldera. Pero cuando yo encendía desde el corazón del castrismo la candela a diario, entonces me decían que había que tener mucho cuidado para no quemar las naves, para conservar los espacios ganados con tanto esfuerzo, por el bien de todos los cubanos, para que el mayor número posible de compatriotas llegasen sanos y salvos al futuro. Lo que ya no podrán hacer Harold Cepero ni Oswaldo Payá. Los jodieron. Casi que se jodieron ellos mismos, según la lógica de la insultante intelectualidad insular. Del choteo a Chacumbele. Del financiamiento extranjero a la fidelidad funeraria con los verdugos de verde olivo o con corbatas corporativas desde el exilio.
A la vuelta de dos años del atentado doble, Oswaldo Payá y Harold Cepero han muerto para el mundo entero, pero no para la historiografía cubana. Payá y Harold siguen vivos en la res publica de nuestra perversa patria. Y no es una mala metáfora. De hecho, dentro de siglos, cuando los arqueólogos del castrismo revoloteen como buitres sobre los papeles póstumos que se conservaron a pesar de la Revolución, dará la impresión que ellos dos fueron inmortales, pues apenas aparecerá este o aquel comentario sobre su caso en los mediocres medios y los mezquinos miedos masivos dentro de la Isla.
Acaso ese sea el homenaje de los hipócritas a sueldo de los asesinos. Reconocerles a Oswaldo Payá y Harold Cepero una ausente mortalidad.
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Testimonio completo de Ángel Carromero en España
Ángel Carromero: 'España me dijo que colaborara, que el régimen podía hacer conmigo lo que quisiera'
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Alerta de Oswaldo Payá sobre el Cambio-Fraude, que le costó su vida
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http://youtu.be/2iWR1YK5ofA
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