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Desde principios del Siglo XX los Estados Unidos han tratado de encontrar respuesta al reto de asimilar a los millones de inmigrantes que desde los inicios de la república han buscado refugio en suelo norteamericano. Los perseguidos y los pobres del mundo han venido a este país con el objeto de hacer realidad sus sueños de libertad política y de prosperidad económica. Este esfuerzo de aculturación a lo "americano" fue bautizado con el nombre de Melting Pot (crisol de razas), título de la obra teatral de Israel Zangwill, puesta en escena en 1908. Su objetivo fue la fusión de razas, religiones y culturas diversas con el fin de crear una sociedad homogénea donde se redujeran los conflictos y predominara la armonía social.
Pero la fórmula, aunque aparentemente atractiva y sabia, ha devenido en un absoluto fracaso. Porque no todos los inmigrantes vinieron en forma voluntaria. Aún antes de que Jefferson afirmara en su Declaración de Independencia que "todos los hombres son creados iguales" ya había comenzado la inmigración de millares de hombres y mujeres de raza negra. Todos ellos fueron cazados como bestias, cruzaron el Atlántico en cadenas y trabajaron en condiciones inhumanas y degradantes para enriquecer las arcas de sus amos blancos.
De hecho, el pecado de la odiosa institución de la esclavitud del hombre por el hombre es una pesadilla que, hasta el día de hoy, persigue a la sociedad norteamericana. A tal punto, que consideramos como una quimera la búsqueda de una sociedad donde cada uno de sus miembros renuncie a su religión, su cultura y su raza originales. Todo ello, para formar parte de una fantasía en que una ciudadanía desinformada y despersonalizada se deja arrastrar por las corrientes de las mayorías dóciles, dependientes e ignorantes. Sin dudas la meta ancestral del estado totalitario, la anulación del ciudadano como depositario del poder soberano y el acta de defunción de cualquier sociedad democrática.
Sin embargo, la erradicación de la esclavitud en este país no fue lograda por una rebelión negra como en Haití o impuesta por presiones internacionales como en Sudáfrica. Fue materializada al costo de 750,000 vidas norteamericanas en una horrenda guerra civil donde la mayoría de los combatientes y de las bajas fueron de raza blanca y propulsada por el sentido de justicia de muchos políticos que pusieron principios morales por encima de intereses materiales.
El libertador de los negros norteamericanos fue Abraham Lincoln, el primer presidente miembro del Partido Republicano, quién el 1 de enero de 1863 emitió su histórica Proclama de la Emancipación. El 31 de enero de 1865, la Cámara de Representantes aprobó la 13 Enmienda a la Constitución, que había sido propuesta por Lincoln antes de ser asesinado. Todos los republicanos votaron a favor de ratificar le enmienda mientras que solamente 16 de los 72 demócratas en la Cámara Baja votaron por su ratificación.
Fue otro republicano, el Presidente Dwight David Eisenhower, quien envió a Little Rock, Arkansas, en el otoño de 1957, a los paracaidistas de la División 101 para hacer respetar los fallos judiciales sobre integración racial de las escuelas. Años más tarde, la justiciera Ley de Derechos Civiles de 1964,promovida por el presidente demócrata Lyndon Johnson, jamás habría sido aprobada sin los votos republicanos en el Congreso.
La Cámara de Representantes aprobó la ley con 289 votos, con el apoyo del 79 por ciento de sus miembros republicanos y solamente el 63 por ciento de los demócratas de Johnson. En la Cámara Alta, los principales opositores fueron los senadores demócratas Al Gore padre y Robert Byrd, un ex miembros del KKK a quien sus colegas demócratas tuvieron el descaro de calificar durante muchos años como "la conciencia del Senado".
Pero esos hechos históricos se le han perdido a la prensa de izquierda y a los demagogos del Partido Demócrata que promueven la victimización de los negros por los blancos como deleznable arma de campaña electorera. La evidencia histórica demuestra que la justicia racial en este país ha sido promovida por miembros de ambos partidos, el republicano y el demócrata. En ambos partidos ha habido hombres de luz y hombres de sombra, hombres de odio y hombres de amor. Por desgracia, los demócratas han dominado la retórica divisionista y los republicanos no han sabido defender sus logros históricos en la lucha por la justicia racial.
El resultado devastador de esa victoria de la demagogia racial demócrata sobre la ineptitud republicana para capitalizar sus logros históricos fue la elección de Barack Obama en el 2008 y su inaudita reelección en el 2012, a pesar de su incapacidad para mejorar la economía en sus primeros 4 años de gobierno.
Obama nos fue vendido como el candidato sin color racial, sin color ideológico y sin color político. No era negro, ni izquierdista, ni miembro siquiera del Partido Demócrata. Era el "americano" por excelencia y por antonomasia. El "mirlo negro", o más bien mestizo, que hablaba y actuaba como un "mirlo blanco", con la promesa de unir a todas las razas. La izquierda acaudalada y acomplejada encontró en él una fórmula para aliviar su falso sentimiento de culpa y una llave para abrir la puerta de la evasiva quimera del Melting Pot. Ya sabemos el resultado. Nos vendieron un fraude y el desastre se manifiesta en las acciones e inacciones de una presidencia en quiebra.
Obama fue, por otra parte, beneficiario del legado heroico y edificante de verdaderos líderes de la lucha por la justicia racial como Martin Luther King, un hombre a quien éste narcisista cita en contadas ocasiones. Quizás porque Obama es todo lo contrario de King, quién en la cumbre de su epopeya dijo: "Yo tengo un sueño, que mis cuatro hijos vivan un día en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel sino por la integridad de su carácter". Como ha demostrado con su ineptitud y sus mentiras, Obama es un hombre sin carácter que ha sido electo dos veces únicamente por el color de su piel.
En contraste con King ha utilizado una retórica racista que, en vez de unir, ha dividido aún más a la sociedad norteamericana. Sin esperar por pruebas o fallo judicial, calificó de "estúpido" a un policía blanco que detuvo al profesor negro Henry Louis Gate, Jr , dijo que el joven negro muerto en la Florida, Trayvon Martin, podía "haber sido mi hijo" y ahora se ha involucrado de manera extemporánea en la muerte del joven Michael Brown en Ferguson, Missouri.
Todas estas acciones no son dignas de un presidente porque constituyen violaciones flagrantes de la división de poderes bajo la constitución de los Estados Unidos. Él lo sabe pero antepone su agenda política a sus deberes como presidente. No se da por enterado de que, bajo su presidencia, el desempleo entre los negros en general ha subido de 8.3 % en el 2007 a 11.4% en julio del 2014. Que entre los jóvenes negros ha sido aun más doloroso con un aumento de 29% en el 2007 a 34 por ciento en julio de 2014.
De lo que sí no sólo se enteró fue del caso de Missouri con el obvio objetivo de estimular a la base electoral demócrata en las parciales de este año. En este caso, como decimos los cubanos, "se ha tirado por la calle del medio". Mandó al Procurador General, Eric Holder, su hermano gemelo en retórica divisionista, a ejercer presión sobre las autoridades locales y estatales para exigir que se hiciera justica a "Michael Brown", no justicia a Brown y al policía acusado de matarlo sino a Brown solamente. Tiró por la borda la presunción de inocencia y el concepto de la justicia ciega. Todo esto por un señor que se dice "experto en asuntos constitucionales". El tema es largo pero se me acaba el espacio y tengo que cerrar este trabajo.
Por otra parte, el fracaso del Melting Pot no debe de ser motivo para que nos declaremos vencidos en un tema con el potencial de causar daños irreparables a la sociedad norteamericana. Como Jimmy Carter, Obama pasará y vendrán otros presidentes. En lugar del Melting Pot, propongo lo que muchos estudiosos del tema califican como "mosaico de razas" o pluralismo cultural. Una sociedad donde un conjunto de razas diferentes conviven entre sí en una relativa armonía porque se sienten consideradas, representadas y tratadas en forma igualitaria.
Una sociedad donde los blancos, los negros, los asiáticos y los hispanos, en vez de renunciar a sus respectivas identidades, sientan orgullo de lo que son y de su contribución a la sociedad en general. Esa fórmula del orgullo racial, de la auto estima personal y de la responsabilidad compartida podría ser la llave hacia una verdadera y perdurable paz social en los Estados Unidos.
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