Esteban Fernández: ¿CUBANO DE ANTES O DE AHORA?
Por Esteban Fernández
La gran costumbre aquí en California, y más que hábito representaba un profundo regocijo, era que en cualquier sitio donde nos encontrábamos con otro compatriota –sin conocerlo-nos saludábamos efusivamente y hasta podíamos darnos un fraternal abrazo.
¿Usted me cree si le digo que yo le he caído atrás por varias cuadras a un automóvil simplemente porque en el parabrisas traía una banderita cubana? Un poco sorprendido y quizás hasta asustado el cubano abrió la ventanilla cuando me le aparejé y le grité: “¡No, no pasa nada, es que yo soy cubano igual que tú!” Ahí nos apeamos y estuvimos un rato conversando y hasta intercambiamos informaciones personales.
Y una vez escuché en el Ralph Marquet a dos señoras hablando. Inmediatamente noté sus acentos cubanos (yo soy un experto en eso) y les pregunté: “¿Son cubanas?” Y me dijeron: “Efectivamente ¿dé que parte eres tú?” Y les contesté: “Bueno, yo soy güinero” Y hasta se emocionaron manifestándome que ellas también son de la antigua “Huerta de Cuba”. Ahí yo les di muchos detalles sobre el Circulo Güinero y les tomé la dirección para enviarles nuestra revista La Villa. Al llegar a mi casa llamé a Marianito Domínguez en Miami para que también les enviara Ecos del Mayabeque.
En Florida la movida siempre ha sido diferente. Allá -donde residen miles y miles de nuestros conciudadanos- en términos generales la alegría y muestras de afecto ante la presencia de otro compatriota se reservan para los amigos, conocidos y familiares. Recuerdo que la primera vez que visité Miami después de estar más de cinco años fuera hice varias veces el ridículo preguntándoles tontamente a mis paisanos: “¿Ustedes son de Cuba?” Nunca olvidaré que a uno que le pregunté me respondió medio incómodo: “Claro que soy cubano, aquí casi todos somos de allá, esa es una pregunta absurda”.
Aflojan un poquito cuando se dan cuenta que no vivo ahí. Y entonces preguntan: “Oye ¿tú vives en el Norte, verdad?” Al principio les explicaba que yo radico en el Oeste, pero poco a poco fui aceptando que algunos cubanos que viven en Florida- no todos, desde luego- piensan que los que no vivimos en ese estado es porque somos del “Norte”.
Algo increíble que me pasa, sobre todo en Hialeah, es que las camareras -cubanas y no cubanas- enseguida que les pido lo que quiero comer inmediatamente no me creen que yo soy cubano. Como yo soy cubano cien por ciento eso me molesta y les respondo: “Sí, yo soy cubano, lo que no soy es cubano chusma como los que tu últimamente acostumbras a atender”
A veces es al revés y en la calle 8 a un muchacho rubio de ojos azules que estaba trabajando en una gasolinera le dije en Inglés creyendo que era un norteamericano: “Do you know where is El Sentir Cubano?” Y me dijo: “Asere, ¿tú quieres que por los 9 dólares que me pagan la hora aquí hable inglés también?”
Y lo más triste del caso actualmente aquí en California y en todos los estados, es que ya la situación nos es como antes donde “el cubano no tenía que ser Goya para que creyéramos que era bueno”. Todo ha cambiado por la gran cantidad de elementos guaricandillas que llegan de la Isla, y nos vemos en la necesidad de hacer la odiosa pregunta: “¿Eres cubano de los de antes o los de ahora?”.
Yo evito esa aclaración separatista pero disimuladamente indago lo que piensan de Fidel y de Raúl y si no recibo un ataque violento contra los dos genocidas ahí les viro la espalda y me olvido que los conocí. Casi ninguno pasa esa prueba satisfactoriamente, pero de eso les hablaré en diciembre en el escrito: “El Silencio de los Corderos”.
Pero lo peor de todo fue un tipo que estaba trabajando en un hotel de Miami Beach entregándoles toallas a los que estábamos sentados debajo de unas sombrillas frente al mar. Cuando se me acercó me dio alegría notar la entonación nuestra y le pregunté de qué parte de la Isla era y me dijo: “Soy de la provincia Mayabeque”, me levanté entusiasmado para estrecharle la mano. El muchacho me dijo: “Señor, gracias, pero yo no entiendo por qué usted está tan contento” y remató diciendo: “¿Qué importancia tiene eso de haber nacido en esa zona donde está el único hospital de maternidad de la región?” Decepcionado lo único que atiné a decirle fue: “Oh no, lo que pasa es que a la gente que se alegran de ser mis coterráneos yo les doy 10 dólares y a ti se te jeringó la propina”.
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