La sutil venganza de Utopito. Censurada en septiembre, la exposición de Pedro Pablo Oliva se inauguró este sábado en su casa-taller de Pinar del Río.
La sutil venganza de Utopito
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Censurada en septiembre, la exposición de Pedro Pablo Oliva se inauguró este sábado en su casa-taller de Pinar del Río.
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Por Héctor Antón
La Habana
3 Nov 2014
Pedro Pablo Oliva, 'Los extraños fantasmas de la Utopía'. (H. ANTON)-
Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949) es el menos confiable de los Premios Nacionales de Artes Plásticas, reconocimiento que le confirió el Ministerio de Cultura (2006). Fue destituido como delegado a la Asamblea del Poder Popular en su provincia natal por una carta suya publicada en el blog de la ciberactivista Yoani Sánchez y por declaraciones concedidas a la televisión miamense. Pedro Pablo Oliva, que ostenta la Distinción por la Cultura Nacional (1987) otorgada por el Consejo de Estado, conserva un idilio perverso con la Revolución, que "mastica sin tragarse" su picaresca cínica, regida por un neoexpresionismo desolador.
En septiembre de 2014, tuvo que suspender una exhibición personal itinerante coordinada por el Museo de Arte de Pinar de Río. Después de una pausa obligada, Utopías y disidencias tuvo su apertura el pasado sábado en la casa-taller del pintor, ubicada en su provincia natal. Muy cerca de una pieza emblemática del arte cubano como El Gran Apagón (1994) respiraron a su aire las caricaturescas iluminaciones de Utopito, alter ego de Pedro Pablo, acompañado por sus cómplices en materia de filosofía humorística Pascual y Angulo. Nadie se explica por qué esta muestra generó tanto morbo paranoico, si consideramos que las fantasías pictóricas mantienen ese doble sentido característico del pintor, donde impera una "apocalíptica ingenuidad" en la recreación tragicómica de situaciones absurdas.
Utopito es un cubano aparentemente tonto que conserva la fe en la transparencia de los discursos y en la libertad de palabra. Puede ser médico, artista, biólogo, funcionario a nada. Su don natural es la oratoria y vive empecinado en contradecirse. Este pinareño ausente no es partidista ni profesa ninguna religión. La "ideología festiva" de este anarquista melómano le permite disfrutar sin prejuicios las canciones de Silvio Rodríguez y Porno para Ricardo, Manolo del Valle y Frank Delgado, Willy Chirino y Carlos Puebla.
"Sin altar no hay Dios. No hay héroe sin aparato cultural. El malo no era él sino los que le rodeaban. El poder vive en perpetuo acto de fin de curso. Lo bonito es el rostro público del poder". Estas sentencias extraídas de Elogio del panfleto, del escritor venezolano y amigo de Cuba Luis Britto García, le sirven a Pedro Pablo Oliva para realizar tiras cómicas, esa quimera de antaño que nunca pudo concretar. Tal parece que semejantes reflexiones generan un terrorismo lingüístico, inaceptable en la nueva Cuba. Sin embargo, la escala de estos dibujos y textos es tan minúscula que sería estúpido creer en una pretensión contestataria suficiente para desatar un escándalo mediático.
Todo parece indicar que el litigio que rodeó al malogrado proyecto de exhibición no es el matiz temerario de las obras, sino el propio artista. Sospechamos que la vigente política cultural opta por evitar la reproducción de actitudes que potencian el matiz irreverente de la sátira política. Es demasiado evidente que un "intocable" como Pedro Pablo Oliva no es el mejor ejemplo para los jóvenes creadores de la Isla, empeñados en fundir con éxito producción y mercado.
La pronosticada "gusanera mercenaria" que colmaría el patio interior de la acogedora casa-taller jamás hizo acto de presencia. El público comió, bebió y charló animadamente como si la política no existiera. Allí compartían artistas de diversas generaciones, estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA), amigos y familiares que admiran y respetan a Pedro Pablo Oliva, un traidor a la causa totalitaria y leal a la tolerancia campeando por su respeto, al menos en los dominios de su hogar durante una apacible tarde sabatina. Utopías y disidencias no se opone a nada ni a nadie. Simplemente pone el dedo en la llaga de una cicatriz tan añeja que se torna invisible a los ojos de miopes y videntes.
Burócratas culturales con ansias de longevidad se preguntan qué hacer con Utopito, Pascual y Angulo, trío de herejes piadosos arrastrando los "viejos sueños de un supuesto hombre nuevo", mientras asumen la sociedad como un "enorme manicomio donde ni ellos mismos tienen la razón". Nada, lavarse las manos, y obedecer al Gran Censor Poncio Pilatos que llevamos dentro, paracaídas de emergencia en el abismo totalitario.
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