EL COSTUMBRISMO NAVIDEÑO- LOS TRES REYES: ESTEBAN, ANA Y ENRIQUE
Por Esteban Fernández
1 de enero de 2015
Esas sencillas palabras me dolieron más que un batazo en la cabeza. Como una fiera salté a contestar ese injusto ataque a la más bella de nuestras inocentes creencias.
Recuerdo exactamente mis palabras al insolente zangaletón: “¿Qué tú dices cacho de imbécil?” Ante mi inusual braveza el vecino se sintió confundido y un poco avergonzado. Quería seguir siendo burlón pero al mismo tiempo se dio cuenta de que fue demasiado lejos en su atrevimiento y me parece recordar un leve temblor en su voz al decirme: “Bueno, no estoy seguro, eso me lo dijo Albertico”.
Corrí despavorido y al doblar de la esquina, en la calle Soparda, entré en la casa de otro vecino más grande, llamado Miguelito S. Carvajal, y le pregunté: “Oye ¿es verdad que los reyes son papi y mami?”. Al notar la emoción en mi voz borró la sonrisa de sus labios y me dijo “¿Quién te dijo esa basura? eso no es cierto, no le hagas caso.”
Pero ya la semilla de las dudas estaba sembrada. Al llegar a mi hogar indagué con mis padres. Mi madre se quedó -como decíamos en Cuba- “de una pieza”, callada, sin saber que decir y un tanto nerviosa. Mi padre en un gesto muy típico en él se quitó el tabaco Pita de la boca, soltó una carcajada y me dijo: “¡Contra, Estebita, no fastidies, te están tomando el pelo, quizás yo sea un mago buscando dinero para que ustedes coman, pero rey no soy!”
Lo que más me duele hoy en día es recordar la actitud de mi mamá luciendo “culpable de haber cometido un delito”. Mientras…mi padre tiró a coña mis palabras tratando de desvirtuarlas por completo.
Desde ese instante comencé a “atar cabos sueltos” recordando muchos momentos y situaciones en que obviamente ponían en entredicho mi absurda creencia de que todos los años llegaban a mi casa, de madrugada, tres reyes montados en sus camellos. Antes de un año llegué a la triste conclusión de que aquel vecino, aunque nunca le perdoné su insolencia, tenía la razón.
La primera reacción fue ponerme bravo con mis padres, pero no les dije nada por miedo a que si los descubría y acusaba se suspenderían los regalos. Y me hice “el chivo loco” actuando como si todavía creyera. Hasta que fueron ellos mismos, considerando que ya llegó la hora, quienes nos confesaron la verdad a mi hermano Carlos Enrique y a mí.
Pero al pasar los años fui de aquella tristeza inicial al agradecimiento eterno. Hasta que llegó el momento en que me di cuenta que no me estaban engañando, que de verdad los Tres Reyes Magos vivieron, que les llevaron regalos, oro, incienso y mirra al pesebre del niño Jesús en Belén, y que mis padres lo único que hacían era rendirles tributo manteniendo viva la tradición.
Por eso yo en la actualidad he vuelto a creer firmemente en los Reyes Magos sobre todo después que Bill O’Reilly en su libro “Killing Jesus” confirma fehacientemente su existencia. En la Biblia los señalan como los “Sabios de Oriente”. Con la diferencia que para mí no se llamaron Melchor, Gaspar y Baltasar sino Esteban, Ana María y mi tío Enrique Fernández Roig que a veces cooperaba con los regalos.
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