Esteban Fernández sobre FULGENCIO BATISTA Y EL GOLPE DEL 10 DE MARZO DE 1952. Pedro Pablo Arencibia Cardoso
Por Esteban Fernández
Mi padre me había dicho categóricamente que los dos candidatos a presidente -Carlos Hevia y Roberto Agramonte- eran unas personas decentes y que cualquiera de ellos iba ser el mejor presidente que había dado Cuba. Por lo tanto, en mi casa se recibió el golpe de estado con resignada tristeza.
Sin embargo, yo no Soy batistiano ni antibatistiano (era un niño en esa época) pero como es un tema al cual siempre le he huido hoy por segunda vez a tocarlo. Tengo amigos de ambos lados de esta figura y no intento discutir, sólo opinar. Por ejemplo, mis amigos Pepe de Vivar y Edita de Armas (son batistianos hasta la médula) y Miguel Uría (es tremendo antibatistiano) los considero MIS HERMANOS DE LUCHA.
Vamos a hacer una comparación, un símil, y suponer que un grupo de exiliados CON EL PODER PARA REALIZAR LA EMPRESA me pida a mí, Esteban Fernández, que asuma el liderazgo del exilio y la responsabilidad de derrocar al castrismo genocida.
Por una parte me encanta la idea, por la otra no me considero apto para tan enorme proyecto. Desde luego, es muy posible que gane mi vanidad personal y me lance a la empresa sin estudiar mucho las consecuencias.
Entonces, imaginariamente, soy el líder del destierro, tumbo a la tiranía castrista, y después estoy montado en un potro desbocado al cual no puedo domar y no tengo ni la menor idea de como bajarme de él.
Eso fue EXACTAMENTE lo que le pasó a Fulgencio Batista. Dicen algunos que UN AÑO ANTES de la fecha Batista no sabía que iba a dar el golpe del 10 de marzo del 52. Batista no tenía ni la madera, ni la intención, ni la falta total de escrúpulos necesarios para ser un verdadero dictador. Hasta le preocupaba “el que dirán”, especialmente el de los americanos. Sinceramente yo opino que Fulgencio Batista hubiera preferido mejor ser presidente del Club Náutico de Marianao que dictador de Cuba.
Pero un grupo de amigos, seguidores y admiradores, lo convenció de que ÉL ERA EL HOMBRE. Batista pensó: “Esto es un jamón, resuelvo en dos o tres años varios problemas nacionales, me lleno de millones de dólares, y me retiro como ya lo hice una vez”.
Ni por la cabeza le pasó que su acción lo podía conducir (sí hubiera estado dispuesto a llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias) a convertirse en un TIRANO, y Batista tenía las mismas condiciones de tirano que yo de cirujano plástico.
Se montó, sin quererlo y sin pensarlo mucho, en un caballo loco del cual no tenía ni la más ligera idea de como detenerlo ni como domesticarlo, y bajarse del corcel (al fin se tiró y salió corriendo) representaba una traición a quienes lo habían escogido.
La ingenuidad de Batista se justificaba con el hecho cierto de que la oposición que esperaba encontrar era tan o más ingenua que él. Es decir, que pensó con cierta lógica: “Doy el golpe y la bronca será con Millo Ochoa, con Grau, con Hevia, con Pelayo Cuervo, con Tony Varona, con Aureliano Sánchez Arango, con Rafael García Bárcena, con Márquez Sterling, con Carlos Prío y quizás con los revoltosos estudiantes de la Universidad de La Habana”.
Y créanme que si la cosa hubiera sido así, sí los enemigos y combatientes hubieran sido esos, las cosas le hubieran salido a Batista a pedir de boca, hubiera salido ileso y hubiera terminado sus días más o menos como Pinochet.
No contaba con la contingencia (ni nadie en Cuba) de que le iba a salir al paso un MONSTRUO. ¿Como iba a imaginarlo sí el monstruo en ese momento no era más que un vago, un picador profesional, y casado con la hermana de un íntimo amigo de él?
Después de lograr el éxito y tener logradas las dos primeras partes del “plan” original (golpe de estado y billete grueso) el engendro de Birán se la pone en china y lo obliga a carabina a una guerra para la cual no estaba preparado mentalmente, ni quería estarlo.
Encima de eso a su lado tenía a Marta Fernández (con Elisa Godínez la movida hubiera sido diferente) que si bien estuvo contenta al principio con el “gran sacrificio por Cuba de su marido”, no le agradaba ni un poquito la solución de “darle candela al jarro hasta que soltara el fondo” y lo instaba al retiro cómodo y lejano. Y a última hora se sintió, o fue, traicionado por gente en la que confiaba ciegamente.
A mí me da la sensación de que Batista se robó un traje que le quedaba muy grande y se metió en camisa de once varas. Y todo ese gran lío lo pudo haber resuelto fusilando a Castro cinco minutos más tarde de haberse entregado tras el ataque al Cuartel Moncada.
Pero la verdad histórica es que al principio no estaba seguro de querer cocinar el potaje, se quedó perplejo cuando le explotó la olla de presión, y puso pies en polvorosa cuando se quemó la cocina, mientras la casa todavía estaba intacta.
Primero debió permitir la victoria electoral de Carlos Márquez Sterling o de Ramón Grau San Martín y si eso no funcionaba lo correcto hubiera sido que el 31 de diciembre de 1958 se montara en un avión pero rumbo a Oriente rodeado de Rolando Masferrer, José Eleuterio Pedraza, Abón Lee, Cornelio Rojas, Sánchez Mosquera, los padres de mis amigos José Castaño y Héctor Casanova y cuanto valiente encontrara a su disposición. Y, desde luego, nombrar a Esteban Ventura Novo jefe de toda la policía oriental.
Acto seguido darles las ordenes a José María Salas Cañizares y a Manuel Ugalde Carrillo de que lo recibieran y de ahí irse directamente a las estribaciones de la Sierra a arengar a las topas. Y si había que subir pues entonces subir con su jacket de cuero y su pistola con el tiro en el directo en la cintura. Pero parece que las lecciones de la historia mundial casi nunca se aprenden porque eso mismo se debía hacer aquí hoy en día poniendo al genio militar General David Petraeus al frente de la lucha contra los terroristas y no se hace.
Bueno, lo único cierto es que al pasar los años unos consideran que Fulgencio Batista y Zaldívar fue magnífico, otros que fue terrible, pero nadie puede discutirme que el genocida que vino después lo dejó chiquito.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home