lunes, julio 06, 2015

Esteban Fernández: UN MAL ENTENDIDO

UN MAL ENTENDIDO

Por Esteban Fernández

Era la época beligerante y de efervescencia anticastrista en la ciudad de Los Ángeles. De bronca en bronca, ya se había terminado como la fiesta del guatao la celebración del 26 de Julio en la First Unitarian Church y lanzado gases lacrimógenos en varios actos principalmente durante la visita de Hortensia Bussi viuda de Salvador Allende.

Hubo aquí un grupo de jóvenes que se llenaron de gloria durante esa etapa y hoy mediante estas líneas les rindo un humilde homenaje a Alberto Barco, Carlos Fandiño, Carlos Hurtado, Franklin Denis, Pepito Garcell, Héctor Casanova, Saúl Menéndez, Andy Campillo, Pedro Gaviña, Milton Sorí, Roberto Romagosa, Fulgencio Gil y el inolvidable Pepecito Martínez Alegría.

Pero les cuento que una tarde se presentó en mi apartamento de la calle Coronado un compañero del grupo. Me dijo que el periódico Herald Examiner se había comunicado con él y que querían entrevistarse con algunos dirigentes de las organizaciones locales.

En primer lugar yo no me consideraba ni era líder de nada y mi respuesta rápida y absurda fue: “¿En inglés?”. Y a Ernesto Estévez parece que le hizo gracia mi inocente pregunta porque me dijo sonriente: “Claro, chico, el Herald es un periódico americano ¿en qué idioma tú quieres que nos hagan preguntas?”

Le dije: “Sí, entiendo, pero conmigo no cuentes para eso porque tú sabes que  mi inglés es de ‘Tom is a boy and Mary is a girl’ sólo para defenderme en mi trabajo, no para representar la causa”

Y ahí se estuvo 15 minutos más tratando de convencerme para que participara en la reunión con los periodistas del Herald Examiner. Un poco molesto terminó diciéndome: “Contra, Estebita, yo acepté cuando me invitaste a participar en las acciones, ahora yo te pido que vengas conmigo a explicarle a los lectores del segundo periódico más importante del área los motivos por los cuales nos estamos fajando con los comunistas y tú te rajas”

Yo seguí firme simplemente porque consideraba que para representar a la lucha debían ir los que no hicieran el ridículo chapurreando el Inglés. Se fue pero al otro día se aparecieron Néstor Aranguren  de Alpha 66 y miembros de otras organizaciones del patio para  convencerme. Al principio yo propuse que fuera el comandante José Duarte Oropesa por mí   porque  era completamente bilingüe a pesar de que yo no me llevaba bien con él.

Pero ante la presión de todos mis amigos acepté  con la condición de que yo no diría una sola palabra y que ellos me traducirían el interrogatorio periodístico. Yo solo haría acto de presencia como si fuera un feo adorno. La entrevista se llevó a efecto en un restaurante que tenía el fotógrafo de La Prensa Claudio Ferreiro en la calle Sunset y Virgil en Los Ángeles.

Yo iba a la cañona, forzado, serio, con cara de pocos amigos, intimidado por mi poco dominio del idioma en que se celebraría el encuentro. De principio a fin yo actúe completamente acomplejado.

El corresponsal del Herald hacía las preguntas y los presentes me las iban traduciendo.  Yo escuchaba distraído, serio,  aburrido y les respondía con un simple monosílabo. Si surgía alguna cosa que yo consideraba importante entonces con pocas palabras metía la cuchareta y daba una pequeña opinión en español que acto seguido  la traducían al periodista.

Yo salí de allí muy incómodo, bravo conmigo mismo y durante el viaje de regreso en el carro repetí como cinco veces: “He hecho el papelazo del siglo, discúlpenme, se los dije que no me trajeran, me siento que he puesto a las agrupaciones por el suelo” Compasivamente cada uno de ellos respondía a mi violenta autocrítica diciéndome: “No, compadre, no te preocupes, estamos seguros que él se dio cuenta que tú no hablas bien inglés, eso es todo”

Esa noche apenas dormí dando vueltas en la cama recordando cada palabra que entendí y las muchas que no entendí en la entrevista. Creo que estuve la mayoría del tiempo con los ojos abiertos como un pescado en tarima porque por la mañana cuando me miré en el espejo del baño los tenía completamente rojos.

Me levanté a las seis, me vestí y me monté desesperado en mi carro a buscar el primer estanquillo donde vendieran el Herald. Busqué  aterrorizado el escrito, pensando  que lo menos que se diría de mí era que yo era un cretino.

Nunca leí nada al respecto.  Pero lo gracioso de la historia  fue que una semana más tarde yo le comentaba a Ernesto Estévez que “la culpa de que no se hubiera publicado la entrevista era por mi torpeza” y me dijo “No, muchacho,  nada de eso, parece que hubo UN MAL ENTENDIDO porque hablé con el reportero y me dijo que lo que más le impresionó  fue el respeto absoluto de todos por el  que parece ser el líder del grupo de apellido Fernández quien no se dignó a dirigirme la palabra, y todos -antes de contestar mis preguntas- consultaban cada palabra con él antes de darme una respuesta o trasladarme sus opiniones, y yo le seguí la corriente”

Me regresó el alma al cuerpo. Al otro día Carlos Hurtado riéndose me dijo filosóficamente: “Bueno, ahora entiendo lo fácil que le resultó a Fidel Castro engañar a Herbert Matthews en la Sierra Maestra”.

Moraleja: En la vida por mucho que uno se menosprecie siempre existen quienes nos sobreestimen. Y viceversa.