Pragmatismo: ¿una carta de triunfo?. Jorge Olivera Castillo: sobre el proceso de deshielo entre EEUU y La Habana
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Sobre el proceso de deshielo entre EEUU y La Habana.
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Por Jorge Olivera Castillo
La Habana
17 Ago 2015
Con la oficialización de la embajada de Estados Unidos en La Habana, es de prever que los cabilderos antiembargo multipliquen sus esfuerzos para que el éxito llegue más temprano que tarde.
Parece que la balanza se inclina a su favor y que la resistencia dentro de las instituciones, sobre todo en el Congreso de Washington, será cada vez más reducida.
En el último tramo de una historia signada por la incomprensión y las tensiones, los más pragmáticos tienen casi todas las posibilidades de alzarse con el triunfo.
El presidente Obama es solo la cara visible de una estrategia que venía cocinándose a fuego lento dentro del establishment estadounidense. Su salida de la Casa Blanca en 2016 no representará el fin de un plan a culminar en la normalización.
Un gabinete republicano podría contentarse con las pausas, pero de ninguna manera con la abolición de un plan consensuado entre importantes grupos de poder.
En esa ofensiva por allanar el camino hacia la instauración de un capitalismo probablemente con muy pocos atributos democráticos, salta a la vista la intervención que tendrá Alina Fernández Revuelta, la hija no reconocida de Fidel Castro, en la Décima Cumbre Anual de Comercio de Semillas Oleaginosas y Granos, que se realizará en el hotel Hyatt Regency de Minneapolis, Minnesota, del 30 de septiembre al 2 de Octubre.
Allí disertará sobre los cambios que Cuba ha experimentado en las últimas décadas y las oportunidades que se presentan por delante.
No creo que en algún momento de su conferencia salga a luz el tema de las flagrantes y sistemáticas violaciones a los derechos humanos de un régimen del cual ella pudo escapar en 1993.
Es un tema que no le interesaría mucho al auditorio compuesto por hombres de negocios del sector agrícola, uno de los más interesados en que caigan las talanqueras de la Ley Helms-Burton para rubricar acuerdos con el monopolio estatal, como bien se sabe controlado por las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
En estos tejemanejes no faltan opiniones que traen a colación los presuntos efectos democratizadores de una avalancha de inversionistas norteamericanos.
Por muy enjundiosos que sean los análisis en torno a este asunto, no bastan para asegurarse de que la llegada masiva de capitales alteraría el mapa político de la nación cubana.
A los empresarios del Norte, que escucharán las disertaciones de la señora Fernández sobre las bondades de invertir en los campos de la Isla, no hay que convencerlos de nada.
Saben que en Cuba le esperan altos márgenes de ganancias. La dictadura les garantiza mano de obra barata y otros privilegios no menos tentadores.
Con esas realidades se fortalecen las hipótesis de que la democracia llegaría a Cuba en un futuro imposible de predecir y con sus respectivas amputaciones.
Los incentivos para que el capitalismo de Estado se consolide en Cuba, crecerán en la medida que avanza el deshielo y proliferan las iniciativas favorables al pleno entendimiento entre ambos gobiernos.
He escuchado que el proceso que comenzó el 17 de diciembre y que suelo interpretar, al margen de los dimes y diretes, como una evolución hacia no se sabe qué, duraría no menos de una década.
En ese período puede que se llenen gradualmente los estantes de las tiendas y los agromercados, baje la inflación, suban los salarios de una parte de los trabajadores y exista el marco legal para el ejercicio limitado de algunos derechos fundamentales.
Esperar más es válido, razonable y justo, pero ingenuo.
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