lunes, agosto 17, 2015

American flag. Martín Guevara sobre el monumento al Maine y las nuevas relaciones entre el Ejecutivo de Barack H. Obama

Nota del blogguista de Baracutey Cubano

Tres de los 5 acorazados similares al Maine, incluyendo al Maine, sufrieron accidentes por ese error de diseño; esto lo investigó el destacado historiador cubano, ya fallecido, Manuel Moreno Fraginals poco antes de morir. El Comandante de El Maine estaba en el Maine cuando ocurrió la explosión aunque la mayor parte de la oficialidad estaba en tierra. El Presidente Mc Kinley en su discurso ante el Congreso norteamericano no utilizó la explosión del acorazado Maine para ir a la Guerra, sino la defensa de las vidas y haciendas de los norteamericanos en Cuba; algunas de esas propiedades habían sido saqueadas en Cuba. En la España de aquella época se había alimentado la idea de ir a la guerra  para  a unir al pueblo español dado  los problemas internos de la Corona y el gobierno español; parte de la prensa española de esa época propagaba la idea de que se barrería muy facilmente a las tropas norteamericanas en esa guerra. El acorazado Maine llegó como señal  de buena voluntad entre EE.UU. y  España y fue reciprocado por la visita de un buque de guerra militar español al puerto de New York.  Me parece recordar que el nombre de ese buque tenía en su nombre la palabra Viscaya. Formalmente, España fue la primera en declarar la guerra. Esos  dos últimos  datos están en el libro de María Poumier titulado:Apuntes sobre la vida cotidiana en Cuba en 1898. No tengo tiempo para buscar el libro. Ah !, lo del hecho que la explosión del Maine no fue utilizado por el Presidente McKinley para que el Congreso norteamericano autorizara  ir a la guerra está también escrito en un artículo del comunista Raúl Valdés Vivó en una revista Cuba Socialista, en su tercera temporada, publicado en Cuba  en el año 1997.  La importancia del papel  desempeñado por los EE.UU.  en esos eventos se puede inferir de un fragmento de un  discurso de Manuel Antonio Sanguily Garrite (1848-1925), un patriota cubano coronel del Ejército Libertador y Senador de la República  que de ninguna manera puede  ser ser tildado de pronorteamericano.

Tomado de mi artículo Enmienda Platt y República.

Manuel Sanguily como Ministro de Estado (responsabilidad que corresponde a la de Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores en nuestros días) del gobierno de José Miguel Gómez, en su discurso en el teatro Polyteama, a poco más de una década de la imposición de la Enmienda Platt, expresó:
"Mantendrá el Gobierno las relaciones más cordiales en el orden diplomático y de los negocios, con las naciones amigas entre nosotros dignamente representadas, y sobre todo cultivará los grandes y vitales intereses que en franca y afectuosa correspondencia nos ligan a los Estados Unidos, no ya solo en consideración a las ventajas que deriva de ellos nuestra economía, sino por
los incomparables servicios que el pueblo y el Gobierno americanos han prestado a la causa de la justicia, de la civilización y de nuestra nacional soberanía.

 (Manuel Sanguily)


Y no os sorprenda esta sincera manifestación de quien siempre ha vivido inquieto y receloso en el temor de los grandes y los fuertes. Dos veces -una, por la ceguedad de nuestra vieja y orgullosa Metrópoli; otra por la ceguedad de enconos fratricidas-, vinieron aquí los americanos traídos por su fortuna o llamados por nuestras discordias, y siempre se retiraron de nuestro territorio, haciéndonos el doble beneficio de construir dos veces la república, y dejándonos en el corazón atribulado, desengaños y escarmientos; más en ambas ocasiones, motivos superiores de admiración y de gratitud por esa magnánima conducta que jamás en la historia habían observado los pueblos fuertes y triunfantes con los débiles, conturbados y decaídos"
(Ibarra, 312).


 Cuba: 1898-1921. Partidos Políticos y Clases Sociales, Jorge Ibarra, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992 

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American flag

Por Martín Guevara
14 agosto 2015

Esta foto me la hice en el monumento de las victimas de Maine en el malecón de La Habana, un día de sol bueno y mar de espuma cuando Pilar quería estrenar su sombrerito de plumas.

Unos minutos después una patrulla de policía se detuvo para pedirme identificación porque según ellos yo estaba faltándole el respeto a un símbolo histórico, por suerte mis amigos cubanos no estaban encaramados y no tuve mayor problema para convencer al oficial de que al ser extranjero no lo sabía, y continuar nuestro paseo por el malecón silbándole a las caderas musicales habaneras y bajando uno de aquellos pomos de ron casero.

El monumento fue construido en 1926, originalmente tenía un águila imperial encima de las dos columnas, y tres bustos de presidentes norteamericanos que tenían una relación histórica muy estrecha con Cuba.

En Enero de 1961, un Fidel que ya había sido ferviente jesuita, luego del partido Ortodoxo, después del grupo de apoyo al peronismo argentino, más tarde juró delante de las cámaras que él no era comunista ni jamás lo sería porque ese era un sistema de opresión de los pueblos, y finalmente, ante la más que atractiva propuesta de amor soviética aderezada con la promesa de millones de toneladas de petróleo, alimentos, armas, protección y eterna amistad, entre otras cosas, mandó derribar el águila del monumento y a eliminar las representaciones de McKinley, Wood y Roosevelt.

(El entonces adolescente Martín Guevara subido en el monumento al Maine)

Y también mandó a grabar la siguiente inscripción: “A las víctimas de El Maine que fueron sacrificadas por la voracidad imperialista en su afán de apoderarse de la isla de Cuba"

Hoy, bastante tiempo después del adulterio de Moscú con Reagan, y aún en relaciones aunque muy flojas ya con el "amargo Maduro", sucedáneo de aquel "Chávez chispeante" que surtía petróleo a espuertas a la isla de sus amores, ha vuelto a ondear la bandera de los Estados Unidos en lo que había sido su embajada, más tarde oficina de intereses, y ahora nuevamente su sede diplomática presidida otra vez por el símbolo del águila imperial, a pocas cuadras del monumento de El Maine.

Una curiosidad nada baladí: los marines que arriaron la bandera en el año 1961 regresaron hoy para volver a izarla.

Ahora, observando esta instantánea mía de hace algunos abriles, me pregunto si volverán a colocar el águila sobre las dos columnas, si repondrán convenientemente las tres efigies presidenciales norteamericanas y me gustaría saber si pondrán una nueva inscripción, en lugar da la actual frase, tan poco afectuosa con los nuevos amigos.
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The Story of the USS Maine

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El barco de la independencia

Por Vjcene Echerri

A las 9:40 de la noche del 15 de febrero de 1898, Rafael Montoro, secretario de Hacienda del recién creado gobierno autonómico de Cuba (con el que España había querido remediar tardíamente su desastrosa política colonial) se encontraba todavía en su despacho ministerial en La Habana cuando una fragorosa explosión estremeció toda la ciudad: el acorazado USS Maine, que se encontraba en el puerto como ostensible gesto de protección hacia personas e intereses norteamericanos en la isla, había estallado como una gigantesca granada. Enterado de lo ocurrido, Montoro llamó de inmediato a su mujer (en La Habana había teléfono desde l884) para decirle escuetamente: ''Vieja, esto se jodió'' (sic). La anécdota, que me la contaría 90 años después uno de los nietos de Montoro, había corrido en la familia por generaciones como una muestra de la visión, inteligencia y humor del ilustre intelectual y político conservador.

El accidente que provocó el estallido del Maine (las últimas investigaciones descartan cualquier tipo de atentado o acción deliberada; en verdad la santabárbara del acorazado estaba demasiado cerca de las calderas) sirvió para acentuar la animosidad de la opinión pública norteamericana hacia España a causa de su inhumana política en Cuba. Montoro tenía razón, la ''voladura'' del Maine vino a dinamizar el conflicto entre Estados Unidos y España dando lugar a una guerra que liquidaría los restos del imperio español en América y de paso el precario régimen autonómico que el poder colonial otorgara como un tardío favor. Los cubanos tendrían independencia, pero vendría de mano de los americanos.

( El acorazado Maine )

En torno a muchos de los hechos que median entre el estallido del Maine en la bahía habanera y el estreno de Cuba como nación independiente se han divulgado muchas fábulas tendenciosas, alimentadas a lo largo del siglo XX por el resentimiento de los intelectuales de izquierda y repetidas inescrupulosamente por políticos revolucionarios que se empeñaron en malquistarnos con nuestros mejores amigos y vecinos. La ruina económica y moral de Cuba en este último medio siglo de infamia y estulticia es el directo resultado de una política ''antiimperialista'' que descuella por su ignorancia y por su ingratitud.

Una de las primeras consejas que mis compatriotas gustan de repetir es que ''los rebeldes cubanos estaban ganado la guerra'' cuando esto no pasa de ser un énfasis sin fundamento. Cuando el gobierno de Sagasta releva a Weyler en 1897, la campaña de pacificación había alcanzado la zona de Sancti Spíritus, en el linde de Las Villas y Camagüey. Hasta ahí habían llegado las tropas españolas en una batida gigantesca para la que, en algún momento, habían movilizado cerca de 200,000 efectivos. No tengo duda de que, de no haber sido relevado, Weyler hubiera terminado por aniquilar al Ejército Libertador y Máximo Gómez hubiera acabado nuevamente en Santo Domingo. Luego del relevo de Weyler, la presión sobre los cubanos se atenuó, y recobraron algo del terreno perdido, sobre todo en Las Villas, pero la devastación impuesta por el conflicto y la ruina económica del campo cubano era tal, que es precisamente durante el último año de la guerra que se acrecientan más las deserciones, no tanto por la hostilidad de las tropas españolas cuanto por el hambre y las privaciones que padecían los rebeldes. No dudo que, por fatiga económica y moral, España hubiera terminado por renunciar a Cuba, pero eso no estaba por ocurrir en 1898 cuando Estados Unidos, como un caballero andante, vino a sacarnos del atolladero, noticia que los rebeldes cubanos recibieron con desbordantes muestras de júbilo.

Por otra parte, la intervención de Estados Unidos en Cuba no se produce por una calculada acción de rapiña, sino como resultado del infatigable cabildeo de un exilio inteligente y bien situado que llegó a convencer a varios magnates de la prensa (Hearst, Pulitzer, Rubens, Dana) de la bondad de su causa y, a través de ellos, inclinar la opinión pública del país a su favor. Sin negar las aspiraciones anexionistas de algunos políticos y empresarios norteamericanos de la época, es el peso de esta opinión lo que vence la renuencia del presidente McKinley a intervenir y el que frustra cualquier proyecto de anexión. Visto así, acaso la Enmienda Platt bien podría juzgarse como un premio de consuelo --casi simbólico-- para los políticos anexionistas y, en consecuencia, un factor a favor de la independencia de Cuba, aunque de derecho mermara en algo su soberanía.

El estallido del Maine le costó la vida a 266 marinos norteamericanos, pero sirvió para provocar una guerra que le traería a Cuba cuantiosos beneficios. Sólo la innoble ingratitud y la ceguera pueden reparar en las ridículas concesiones que hubo que hacer a cambio.

©Echerri 2008