Miguel Díaz-Canel (ext. derecho) junto al ex-ministro de Cultura, Abel Prieto, mientras escuchan al cardenal Ortega (foto tomada de Internet)
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Peligran las denominaciones que no se alineen al oficialismo
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Por José Hugo Fernández
septiembre 10, 2015
MIAMI, Estados Unidos – Hace poco, el blog
Religión en Revolución denunciaba que más de 100 iglesias bautistas del oriente de Cuba han debido funcionar este año bajo amenazas de confiscación o demolición por parte del régimen, aun cuando muchas de ellas disponen de registros legales. La cifra es sorprendente, habida cuenta la cacareada eliminación de restricciones para las prácticas religiosas que acompañan hoy las reformas raulistas. Aunque sorprende menos por tratarse de templos pertenecientes al protestantismo, entre cuyos pastores se aprecia un creciente aumento de actitudes críticas o francamente opuestas al poder político.
Se da incluso el fenómeno, sui géneris, de que tanto al lanzar sus dardos antigubernamentales como a la hora de enfrentar las consecuencias, estos pastores están obligados a proceder a título individual, pues no son debidamente representados por el Consejo de Iglesias Cubanas, su organización directriz, cuya alta jerarquía mantiene una conducta cómplice ante el régimen.
Es sabido que el protestantismo –al igual que todas las demás expresiones religiosas– estuvo a punto de extinguirse en Cuba, aplastado por el Estado revolucionario, constitucionalmente ateo. Sin embargo, una vez disuelto el campo socialista de Europa, con la consecuente bancarrota para nuestro régimen, éste se vio ante el imperativo de valerse de la religión como instrumento de auxilio para el consuelo y la reconducción anímica del pueblo, que había quedado física y espiritualmente a la intemperie.
Comenzó así la subasta del alma en Cuba. Y es de suponer que a nuestros caciques no les haya resultado difícil escoger al aliado idóneo entre las tres principales expresiones religiosas del país. La Iglesia Católica contaba con muy pocos sacerdotes, sus templos que lograron permanecer en pie estaban vacíos; además, había sido su enemiga histórica, y era impensable una reconciliación a corto plazo. La santería no era una congregación formalmente monolítica, por más que tampoco el régimen iba a considerarla una aliada confiable. Quedaba entonces el protestantismo, también opuesto históricamente al Estado ateo, pero cuya jerarquía, por alguna razón que sólo el diablo y Fidel Castro conocen, abrió fácil cobertura para las estrategias del poder, al punto que, en un abrir y cerrar de ojos, ya éste había sitiado la plaza y estaba tomándola por asalto.
En 1992 fueron eliminadas de la Constitución las referencias al materialismo científico o al ateísmo. En 1998 se emitieron permisos para que los evangélicos celebraran encuentros abiertos, lo cual posibilitó la captación de prosélitos de puerta en puerta. Según Teo A. Babun, estudioso del tema, en 2004 asistía a las misas protestantes de fin de semana casi un 20 por ciento de la población cubana a pesar de que unos pocos años antes, en 1984, esa cifra apenas rozaba el 1 por ciento.
En el 2000 se inició un proceso de renovación del Consejo de Iglesias Cubanas, mediante el cual el régimen pudo mover fichas a su antojo, situando en la dirección a varias figuras que le serían incondicionales. En 2008, cuatro líderes de esa Iglesia fueron nombrados diputados de la Asamblea Nacional. El protestantismo pasaba a formar parte –nominal al menos– del aparato político que domina al país.
Hoy se calcula que existen unas 30 mil casas de culto protestante en la Isla y que cada una de ellas debe contar con una feligresía de 30 a 200 miembros. Y es justo aquí donde entra en juego un factor que al parecer no fue previsto por el régimen. Excepciones al margen, una buena parte de los pastores de esos templos son cubanos de a pie que fueron capacitados para oficiantes con el apuro que exigían las circunstancias, tanto en lo relativo a su selección como a su formación. Así que, como ciudadanos corrientes, ellos han sufrido junto a sus feligreses las consecuencias del fidelismo emprobecedor y represivo.
Era de esperar entonces que tarde o temprano terminaran vulnerando la hoja de ruta de sus superiores, quienes practican la sumisión acrítica al régimen y, algo tal vez aún peor para ellos, la contaminación política de sus doctrinas y de su labor proselitista.
Es sin duda el motivo por el que frecuentemente trascienden los casos de nuevos pastores protestantes que le plantan cara al gobierno y que deben enfrentar por ello medidas represivas, siempre ante la secuaz impasibilidad del Consejo de Iglesias Cubanas.
Y tal vez por trastadas del azar histórico, la cadena de reacciones no planificadas con la que estos pastores han estado contrariando al régimen, coincide en fecha con las medidas cada vez más notables que éste adopta para reconciliarse con la Iglesia católica. De forma muy parecida a lo que antes ocurriera con la alta jerarquía del protestantismo, tiene lugar últimamente una sospechosa comunión entre el poder político y la máxima representación del catolicismo en Cuba.
El alma vuelve a estar en subasta entre nosotros. Y la atmósfera huele a golpe bajo, que no por merecido sería menos artero, pues al mismo tiempo en que el régimen se muestra resuelto a favorecer los planes de reconquista de la Iglesia católica, frena, acosa, reprende y ningunea a los pastores del protestantismo, cuya plana mayor echó a un lado sus sacrosantos principios con tal de ayudarle a controlar el rebaño en el interior del país y a extender hacia el exterior su propaganda política y su radio de influencias.
Nota de la redacción: El periodista independiente José Hugo Fernández reside en Cuba y se encuentra de visita en Estados Unidos
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