BASTA YA DE FARSA. Alfredo M. Cepero sobre las campañas presidenciales para EE.UU. 2016
BASTA YA DE FARSA
Por Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Así como ha transformado a su partido, esta nueva guardia demócrata se propone como última meta despojar de sus valores tradicionales a la sociedad norteamericana y transformarla desde sus mismos cimientos en una sociedad de lacayos y parásitos de un estado todopoderoso.
A medida que nos acercamos a las controvertidas y cruciales elecciones generales del 2016, la izquierda que ha secuestrado al Partido Demócrata durante más de cuarenta años ha echado mano a sus armas tradicionales del subterfugio y de la mentira. Todo comenzó cuando el Partido Demócrata postuló en 1972 al amigo y admirador de Castro, George McGovern, para enfrentarlo a Richard Nixon. McGovern era tan fanático de la izquierda que ni siquiera las bases de su partido salieron a votar por él. El resultado fue una soberana pateadura en que Nixon le ganó 49 de los 50 estados de la Unión, dejándole a McGovern el premio de consuelo del ultraizquierdista estado de Massachusetts y el oscuro Distrito de Columbia, donde se encuentra ubicada la ciudad de Washington.
A partir de ese año comenzó un prolongado período de deterioro de la ideología política del partido. El secuestro fue perpetrado por hombres como el ya mencionado McGovern, Frank Church, Jimmy Carter, Christopher Dodd, Michael Dukakis, Al Gore, Jr, John Kerry y Barack Obama. Los Clinton han sido una anomalía de camaleones políticos que han funcionado dentro de esa izquierda pero no tienen ni ideología definida ni principios sólidos. La transformación ha sido tan radical que ninguno de los antiguos pilares del partido como Tip O'Neill, Henry Jackson, Sam Nunn, John Kennedy, Lyndon Johnson o Bob Graham sería postulado en estos momentos por el Partido Demócrata.
Así como ha transformado a su partido, esta nueva guardia demócrata se propone como última meta despojar de sus valores tradicionales a la sociedad norteamericana y transformarla desde sus mismos cimientos en una sociedad de lacayos y parásitos de un estado todopoderoso. Algo así como la Cuba castrista a la que Barack Obama se ha empeñado en prologarle su miserable vida. Podría muy bien decirse que estos sujetos odian a la nación individualista, dinámica y pujante que ha creado más riqueza que ninguna otra en la historia de la humanidad, se ha convertido en imán para todo el que busca superarse por su propio esfuerzo y ha liberado al mundo de los horrores del nazismo y de la amenaza del comunismo internacional. La propia Michelle Obama lo admitió públicamente cuando, con motivo de la elección del Mesías, declaró: "Esta es la primera vez que me siento orgullosa de mi país". A confesión de parte relevo de pruebas.
Como buenos discípulos de Saul Alinsky, las armas que utilizan estos fanáticos para implementar su modelo vitriólico y demagógico son, entre otras, la manipulación de una ciudadanía indiferente a los asuntos políticos y la difamación de sus adversarios ideológicos. Pasemos revista a algunas de esas armas.
La falacia de la "guerra contra las mujeres" es el instrumento para asegurarse el apoyo mayoritario del segmento más numeroso de la población norteamericana. Les prometen el acceso a altos niveles gerenciales, el aumento de beneficios laborales y medios gratuitos de deshacerse del hijo indeseado a cambio del voto incondicional. Las dos primeras promesas no son cumplidas ni siquiera al personal de la misma mansión ejecutiva. Y, en el caso de la última, la verdadera guerra no es la de los republicanos contra las mujeres sino la de los demócratas contra las criaturas más indefensas de la creación divina, los no nacidos.
El apoyo incuestionable al movimiento racista de "las vidas negras importan". Un movimiento surgido con motivo de supuestos abusos de los departamentos de policía de la nación contra los ciudadanos de raza negra. Sin dudas hay policías abusadores y racistas pero son la minoría dentro de esos cuerpos. La mayoría son los que se juegan la vida para proteger a la ciudadanía contra la violencia de los delincuentes y de los terroristas. Las vidas negras si importan pero también importan las vidas blancas, las vidas amarillas, las vidas cobrizas y las vidas azules de los policías. Y para vergüenza de los demócratas, cuando el candidato presidencial Timothy O'Malley se enfrentó a unos manifestante diciendo "todas las vidas valen" se creó tal tormenta política dentro del partido que tuvo que pedir excusas y retirar su afirmación.
La teoría aislacionista y suicida de que "los Estados Unidos no pueden ser los policías del mundo". Como si los enemigos de este país dejarían de pronto de odiarlo y atacarlo cuando los norteamericanos ignoraran la guerra y la barbarie desatados por ellos contra otros miembros de la raza humana. El problema está en que, una vez destruidos los otros, el próximo paso sería la destrucción de los Estados Unidos. Un mundo en convulsión es un peligro real y presente no sólo para la seguridad nacional de los Estados Unidos sino para los intereses comerciales de este país. Para hacer la paz, como para hacer la guerra, hacen falta dos partes y la que se opone a nuestra cultura sigue atacando, aún sin ser provocada. Así lo hizo recientemente en Francia, en Turquía, en San Bernardino y en Mali como antes lo hizo contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio, en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Debemos de tomar una página de León Trotsky cuando dijo: "Aunque no busques la guerra, la guerra te busca a ti". Obama parece no haberlo leído.
La afirmación demagógica de que la riqueza concentrada en pocas manos es una injusticia que tiene que ser reparada con su distribución por el gobierno. Pero el resultado no previsto e indeseado es que, cuando el gobierno distribuye a capricho la riqueza producida por los ciudadanos, los productores dejan de producir y los receptores que no la produjeron la dilapidan y se convierten en parásitos del estado. Cuando matas la consabida gallina con los huevos de oro se acaba la comida para todo el mundo.
La falsa premisa de que un cierre de las fronteras discrimina contra unos seres humanos que vienen en busca de libertad a los Estados Unidos. Todo esto, sin tener en cuenta los perjuicios al nivel de vida de los ciudadanos norteamericanos y el peligro a la seguridad nacional. Desde un punto vista de científico, la inmigración debe ser catalogada en inmigración que contribuye al desarrollo de una nación e inmigración que resulta una carga para ese desarrollo. Pero la izquierda demócrata no parece estar interesada en el bienestar y la seguridad nacionales sino en el número de futuros votantes que los favorezcan en las urnas.
La patraña de que las armas en manos privadas son la causa de la proliferación de asesinatos y masacres. La realidad es quién mata no son las armas sino los locos, los terroristas y los criminales. Como bien dijo el pasado fin de semana el Senador Ted Cruz: "Los ciudadanos respetuosos de la ley no deben de ser desarmados sino garantizarles el derecho a esas armas para que se defiendan de los delincuentes".
La utopía de que el gobierno tiene la obligación de garantizar un servicio de salud gratuito a todos los ciudadanos. Un gobierno que ha desfalcado el seguro social, canibalizado el medicare, negado asistencia médicas a sus veteranos y es incapaz de hacer funcionar el servicio de correos mucho menos está capacitado para la enorme tarea de operar con eficiencia un servicio nacional de salud. Si alguien tuvo alguna vez una duda de lo que digo sólo tiene que mirar el desastre en que se ha convertido el Obamacare.
El oprobio de que las iglesias cristianas tienen que abdicar de sus principios morales y sus enseñanzas ancestrales para satisfacer el mandato del gobierno en materia legislativa. El mejor ejemplo es el mandato dentro de Obamacare de que los centros religiosos proporcionen servicios de aborto en el seguro de salud de sus empleados. Este es un verdadero "caballo de Troya" con el que la izquierda se propone acumular poder sustituyendo al Dios creador y misericordioso con el dios explotador y tiránico del estado.
La hipocresía de que llamar "terrorismo islámico" a las masacres perpetradas por creyentes de la religión musulmana es discriminar contra una comunidad pacífica. Según el diccionario de nuestra lengua, terrorismo es dominar por el terror y terrorista el que lo practica. Quien tenga dudas de que el propósito de ISIS, Al Qaida y Boko Haram es infundir terror en sus víctimas tiene que hacerse un "tune-up" del cerebro. Y cuando en medio de su orgía de sangre ese terrorista grita "Alá es grande", se está identificando a propósito como un musulmán, no como un cristiano, un judío o un budista. Luego el terrorismo es islámico y, como tal, debemos llamarlo por su nombre. No hacerlo es perder la batalla antes de empezarla.
Así las cosas, en este 2016 tenemos que elegir a un presidente que llame a las cosas por su nombre y que tenga el coraje de gobernar para bien de todos, sin dar preferencias a sus aliados políticos o sucumbir a sus intereses electorales. Que en el mismo momento de su toma de posesión diga basta ya de farsas. Lo que está en juego es la supervivencia de este gran experimento democrático comenzado en Filadelfia en el verano de 1776.
12-7-15
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