Lo que se oculta sobre la medicina cubana. Ana León desde Cuba: La desconfianza en el sistema de Salud Pública ha crecido entre los cubanos
La desconfianza en el sistema de Salud Pública ha crecido entre los cubanos
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Por Ana León
Enero 20, 2016
LA HABANA, Cuba.- Mucho se habla del sistema cubano de salud pública a nivel internacional. Las diversas misiones de los galenos antillanos en América Latina, Asia y África han generado positivos criterios por parte de las autoridades de los países beneficiados y, tras la contribución contra la epidemia de Ébola durante 2015, de la Organización Mundial de la Salud. Nadie puede poner en duda la alta calificación de los médicos cubanos, pero vale preguntarse si el prestigio ganado en el extranjero se corresponde con la praxis de estos profesionales en suelo cubano.
El cuerpo de urgencias del hospital universitario Calixto García es un buen ejemplo de lo que provoca el cacareado internacionalismo cubano, en nombre del cual numerosos médicos -entre ellos los más calificados en su especialidad- son enviados a cumplir misiones en el extranjero, mientras en Cuba quedan los estudiantes de medicina de los cursos superiores bajo la supervisión de especialistas que no siempre poseen la experiencia requerida para asumir tamaña responsabilidad.
El pasado 14 de enero, mientras la capital cubana era azotada por lluvias intermitentes, el cuerpo de urgencias del Calixto García estaba copado de pacientes esperando ser atendidos por solo dos doctores de guardia. Entre las personas que aguardaban en el salón había una orden de ingreso con carácter urgente por enfermedad hepática avanzada, una moribunda que agonizaba a la vista de todo el mundo -con las partes pudendas prácticamente expuestas- y el anciano registrado en la foto, que había llegado en condiciones de extrema deshidratación y un estado de higiene deplorable.
Este paciente fue recibido como caso social y, al momento del diagnóstico, la doctora no se atrevía a tocarlo porque en los centros cubanos de salud los médicos no poseen guantes de látex ni protectores bucales para examinar a los pacientes, exponiéndose a eventuales contagios. En un hospital de enseñanza -como lo es el Calixto García- se violan los códigos de prevención y protección -tanto del personal clínico como de los pacientes- al extremo de que en una misma consulta de apenas 3 por 4 metros, fueron simultáneamente atendidos una mujer aquejada de laringitis común y un individuo remitido desde la provincia de Pinar del Río, donde fue diagnosticado con una meningoencefalitis bacteriana.
A pesar de la gravedad de dicha patología, los médicos pinareños habían ingresado y dado de alta a ese hombre en apenas cinco días. Otro de los rasgos del sistema cubano de salud: enviar los pacientes a casa apenas muestren el mínimo síntoma de recuperación. De este modo evitan reinfecciones en el ambiente contaminado de los hospitales, y ahorran al gobierno cubano un dinero que posiblemente sea destinado a costear la demagógica propaganda socialista, o los periplos intercontinentales de los cinco héroes.
Los doctores que estaban de guardia el 14 de enero eran dos jóvenes latinoamericanos, quienes trataban a los pacientes cubanos con una consideración y profesionalidad que, cada vez con más frecuencia, se echa de menos en los galenos del patio. Ambos cultivaban su aprendizaje bajo la égida de una doctora cubana, cuyo lenguaje era más propio de una adolescente fiestera que de un médico. En semejante contexto, es fácil comprender por qué ha crecido la desconfianza de los cubanos en los servicios que ofrece el hospital Calixto García.
Lo más terrible de esta manera descuidada de ejercer la medicina, es que los cubanos no poseen el derecho de hacer una demanda por mala praxis. La recompensa por vivir en un país donde la atención médica se brinda “gratuitamente” consiste en soportar horas de espera, atropellos y no pocas negligencias, como olvidar fragmentos de gasa o guantes en el cuerpo de los pacientes tras intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, el trabajo que el personal de la salud no hace a conciencia ni por principio ético, es rápidamente ejecutado cuando un familiar del paciente ofrece dinero, regalos o meriendas.
Mientras los medios de comunicación fabrican elegías sobre el altruismo de la medicina cubana, el personal de salud y los recursos para brindar una atención decorosa no son suficientes. La espera para una simple consulta de diagnóstico puede requerir de una mañana completa, y varios policlínicos que siempre han brindado atención a la población durante 24 horas, hoy trabajan media jornada porque no hay personal médico para cubrir los turnos de guardia. Asimismo, resulta normal que en un cuerpo de urgencias no haya papel para realizar electrocardiogramas, que el facultativo a cargo no disponga de recetas para prescribir medicamentos, que el personal técnico sea casi incompetente, o que la única ambulancia de la unidad no aparezca porque el chofer decidió utilizarla como taxi.
Es harto comprensible, entonces, que una de las principales causas de muerte en Cuba sean los infartos. Pero también cabe preguntarse cuántos de tales fallecimientos podrían evitarse si el sistema primario de salud contara con los recursos necesarios, y los técnicos graduados en masa por el sistema socialista tuvieran vocación y conciencia para acometer, desde la ética y la compasión, el humano propósito de salvar vidas.
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