EL PLAN TORRIENTE
Por Esteban Fernández
13 de febrero de 2017
José Elías de la Torriente, en el extremo derecho de la foto. (Foto,tomada de Latinamericanstudies.org)
La semana pasada les hablé del grave error de tirarnos de barriga a favor de ningún ser humano y algunas personas habrán notado mi desconfianza por figuras que han surgido últimamente en Cuba y en el exilio.
La falta de fe no solamente me la produce un estudio de la situación interna cubana sino errores personales y decepciones propias que me hacen no confiar ciegamente en nadie y pongo en tela de juicio a todo el mundo. Y claro está que desgraciadamente pudieran pagar justos por pecadores.
Verdaderamente creí -desde luego, sin levantarle un altarito- en José Elías de la Torriente. Desde el primer momento el viejo me cayó bien. No encontraba en él ningún motivo para querer engañarnos. Dinero tenía, poseía un hogar completamente decente, y era miembro de una familia respetable. ¿Para qué iba a meterse en un berenjenal innecesario?
Lo conocí personalmente, hablé con él en innumerables ocasiones. Me lució un hombre tranquilo, sincero, correcto, seguro de sí mismo e incapaz del alarde ridículo. Y decidí cooperar con él.
Claro que mirando la situación con el espejo retrovisor, y con mi experiencia actual, debí acosarlo a preguntas hasta obtener respuestas concretas ante de lanzarme a seguirlo decididamente con una venda en los ojos. Y lo que es peor: pedirle a mis compatriotas que lo apoyaran ¿Qué diablos era su plan? ¿Qué pensaba hacer? ¿Qué armas secretas poseía para obtener una victoria rápida y contundente contra el castrismo?
Nada de eso, me lancé en una carrera desenfrenada secundando su esfuerzo. De la misma forma en que he apoyado a más de 50 gestiones en el pasado. Era una de las tres personas que hablaba en todos los actos a su favor en California. Fue tan inmensa e intensa mi colaboración que en un acto el maestro de ceremonias llamado Jorge Balmaseda me presentó como “El Cuarto Hombre en el Plan Torriente”. No era cierto, fue una exageración enorme pero no me digné a rechazar ese título inventado e inmerecido.
A la hora de realizar un supuesto reclutamiento para ir a pelear en Cuba me pusieron al frente de ese cometido. No le llamaron “reclutamiento” sino “empadronamiento”. En ese instante yo no sabía, ni me importaba saber, exactamente que conllevaba ese concepto de “empadronamiento”.
Tampoco averigüe: ¿Qué armamentos, ni qué campamentos, ni “qué nada” iban a tener los patriotas cubanos que yo estaba “empadronando” para hacer la guerra? Todavía a cada rato me encuentro con cubanos que orgullosamente me enseñan un carné de reclutados firmado por mí en esa etapa. No sé qué decirles. Trato de sonreírme y felicitarlos por haber cumplido con su deber. Qué sé yo.
Carlos Prío, Andrés Rivero Agüero, Manuel Urrutia, Juanita Castro, se desligaron del Plan, y eso no fue motivo para decepcionarme. Cuando me entraron dudas alguien muy cercano a José Elías me dijo que “El plan era atacar a la Base Naval de Guantánamo como si fuéramos miembros de la tiranía y provocar la respuesta militar norteamericana” Era algo fantástico y fantasmagórico, pero como yo estaba DESEOSO DE SEGUIR CREYENDO EN ALGO, me tragué ese paquetazo.
Un grupo de jóvenes desesperado por la falta de noticias nuevas, y por el silencio del líder y promotor del Plan Torriente, nos aparecimos de sorpresa en la residencia del Dr. Héctor Carrió, delegado del Plan de Trabajo para la Liberación de Cuba. Así se llamaba lo que la gente le dio por llamar “Plan Torriente” siempre acorde con la tendencia nuestra al caudillismo y al culto a la personalidad.
Estábamos comenzando a despertar de un sueño que se convertiría en una pesadilla y en una gran decepción. Recuerdo que volvimos loco al pobre Carrió- que era, y sigue siendo, un buen hombre- con preguntas para las cuales él no tenía una respuesta adecuada: “¿Vamos a pelear en Cuba, o no?”, “¿Hicimos un reclutamiento por gusto?”, “¿Por qué Torriente no dice ni esta boca es mía, qué esta pasando?” Héctor Carrió lucía abrumado y en realidad aceptó que el mismo tenía las mismas interrogantes.
De pronto nos levantó la moral que se realizara el ataque al Puerto de Samá, pero fue un acto solitario y volvió de nuevo a cundir el pesimismo. Viendo tranquilamente la televisión en sala de su casa unos disparos acabaron con la vida de José Elías de la Torriente. Y se acabó lo que se daba. No había ni segundo, ni tercero, y mucho menos un cuarto sustituto.
Había sido tan grande mi cooperación al Plan Torriente que la policía me quiso brindar protección policíaca. Tuvieron que reírse cuando les respondí: “Si me van a proteger por el resto de mi vida acepto, pero si van a cuidarme por tres días y llamar la atención de los enemigos entonces no me interesa”. Y se acabó el Plan Torriente y yo seguí adelante pero sin aceptar jamás ningún ídolo de barro.
Cundió completamente la decepción, el 90 por ciento de los “Torrientistas” se fue para sus casas y jamás se metieron en más nada, algunos no les he visto más en mi vida. En realidad, muchos hemos sido víctimas de creer en cantos de sirenas durante este proceso. Y ahí estriba mi recelo.
Por lo tanto, yo convierto este escrito en un “Mea Culpa” esperando que sirva de escarmiento en el futuro cercano para los que se desviven en elogios hoy para ídolos de barro y mañana se retirarán arrepentidos. Y ojalá algunos sigan mi ejemplo y brinden públicamente un “I’m sorry con excuse me” parecido a este y sigan adelante en esta ardua y decepcionante lucha.
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