Nuestra gran música desconocida por los propios cubanos. Primera parte.. Alberto Roteta a propósito del 20 de octubre, día de la Cultura Cubana.
A propósito del 20 de octubre, día de la Cultura Cubana.
19 de octubre de 2017
Naples. Estados Unidos.- La imagen que se tiene en el mundo sobre la cultura cubana, y específicamente sobre su música, es solo parcial, es decir, existe una información acertada acerca de una parte de nuestra música, la que más suerte ha tenido en lograr una difusión como para poder llegar a todas las latitudes, al menos, en aquellos sitios donde existe interés por conocer nuestra música.
Ha sido la música popular la que ha logrado insertarse en el panorama mundial, no solo en nuestros días, en los que los representantes de ciertos géneros –en mi opinión bien distantes de la autenticidad musical cubana y de dudosa calidad, por no decir categóricamente de pésima factura– han invadido los escenarios y las disqueras de varios países, sino desde el pasado siglo XX, en el que figuras de gran profesionalidad y de demostrada calidad se dieron a conocer en América y parte de Europa.
Dámaso Pérez Prado, Benny Moré, Enrique Jorrín, Ignacio Piñeiro, Miguel Matamoros, Eliseo Grenet, entre otros creadores y difusores de ritmos arrolladores, hicieron historia en los más afamados centros nocturnos de varios países. Rita Montaner, Esther Borja, Rosa Fornés y Margarita Díaz, cantantes líricas, aunque con incursión en lo popular, se destacaron sobremanera como intérpretes que pudieron competir con las más famosas de su tiempo. Ernesto Lecuona, con un estilo más próximo a lo clásico, pero con un marcado acento de nuestras auténticas raíces – recordemos sus Danzas afrocubanas y su Rapsodia negra para piano y orquesta, por solo citar dos ejemplos– siendo un joven fue reconocido ante el mundo como un extraordinario músico, y hoy se le considera el más universal de nuestros compositores, cuyas obras se siguen interpretando.
No obstante, la llamada música clásica, culta o de concierto, se fue quedando rezagada en relación con las variantes populares, algo que es lamentable, por cuanto, Cuba ha dado músicos geniales dentro de esta variante, los que pueden situarse junto a los más representativos compositores e intérpretes de estas modalidades a escala internacional.
El mundo desconoce que un músico clásico cubano del siglo XIX fue admirado por el compositor operático italiano Rossini y por el pianista y compositor austríaco Franz Liszt, que un virtuoso pianista de Cuba era reconocido por el gran compositor alemán Richard Wagner, que una partitura de un cubano, olvidado en nuestros días, era escogida para el casamiento del rey Alfonso XII de España con María de las Mercedes de Orleáns, y que actualmente un guitarrista cubano es profesor de la Robert Schumann University Düsseldorf, en Alemania. Sin embargo, han alcanzado una popularidad extrema músicos de una precaria formación y otros que no la han tenido, pero con ciertos ritmos que “peguen”, independientemente de su formato facilista y la vulgaridad de sus textos, se han insertado en el monopolio que es hoy día la música.
Detengámonos pues, en algunos de estos grandes y olvidados músicos cubanos, los que merecen un mejor lugar, y por encima de todas las cosas, ser recordados un día como hoy, día de la cultura cubana.
Cuando apenas se habían fundado villas en el territorio cubano, ya Santiago de Cuba era nuestra capital musical. En su histórica catedral, durante el siglo dieciocho, Esteban Salas (1725-1803) había compuesto una infinidad de obras, principalmente de carácter sacro, comparables a las de sus contemporáneos barrocos europeos. Misas, Villancicos, Antífonas, Salmos, Invitatorios e Himnos se interpretaban diariamente en la capilla de música de dicha catedral, todos compuestos por el tenaz músico. A Esteban Salas debemos el germen de nuestra música culta.
Después de más de medio siglo de la muerte de Salas la capilla de música de la catedral de Santiago de Cuba volvió a contar con un talentoso organista, el maestro Cratilio Guerra (1834-18969), quien influenciado por la ópera italiana y por el clasicismo nos dejó una extensa obra, sobre todo dentro de la temática religiosa, varias misas para voces y orquesta, numerosas Antífonas, Letanías, Lecciones e Himnos completan su catálogo. Dentro de la poca música profana que se conservó de este autor, se destacan sus Danzas para piano.
Mientras, en La Habana se gestaba durante la segunda mitad del siglo diecinueve nuestro nacionalismo con figuras de la altura de Cervantes y Saumell. Aunque parezca increíble, Ignacio Cervantes (1847-1905) fue admirado por los compositores Rossini y Liszt, y logró obtener un premio especial como pianista en el renombrado conservatorio de París ante un jurado integrado, entre otros, por el compositor Charles Gounod, y más tarde en el mismo conservatorio conquistó premios de armonía, fuga y contrapunto. Como concertista tuvo un amplio y exquisito repertorio integrado por obras de Bach, Beethoven, Schumann, Liszt, Chopin y Mendelssohn. Su Scherzo caprichoso constituye una verdadera joya dentro de nuestra música sinfónica y sus Danzas para piano continúan ejecutándose por nuestros más prestigiosos pianistas. Dejó importantes obras como: Sinfonía en do menor, las óperas: Maledetto y Los Saltimbanquis, la zarzuela El submarino Peral, varias obras para piano y sus exquisitas danzas, que constituyen lo mejor de su producción musical, y junto a las contradanzas de Saumel y las Danzas de Lecuona, lo más representativo de nuestra música para piano.
Contemporáneo de Cervantes, Manuel Saumell (1818-1870) se considera el iniciador de nuestro nacionalismo musical, a diferencia de Cervantes, permaneció siempre en Cuba con una vida muy agitada para lograr su sustento. Pianista, compositor, ejecutaba además el cello y el órgano. Trabajó como organista en varias iglesias de la Habana e intervino como concertista en la interpretación de obras de Beethoven. Nos dejó un Concierto para cello y orquesta que jamás se interpreta, algunas obras de cámara, y para voz y piano; no obstante, la grandeza de este músico como compositor radica en sus múltiples Contradanzas que aún; aunque en menor medida que las danzas de Cervantes, se siguen interpretando.
Otro de los músicos cubanos del siglo XIX que tuvo una carrera llena de éxitos como intérprete en Europa fue el pianista y compositor José Manuel Jiménez (1851-1917), conocido como Lico Jiménez. Este eminente pianista hizo presentaciones en diversas ciudades europeas. Estudió en Alemania, en el Conservatorio de Hamburgo y luego en el Conservatorio de Leipzig, fue discípulo del destacado pianista Ignaz Moscheles. Recibió elogios de destacados músicos como Wagner y Liszt por su arte interpretativo como pianista. Obtuvo un primer premio en un concurso en París ante un jurado integrado por: Gounod, Saint-Saëns y Massenet, entre otros. Ejerció la docencia en Hamburgo hasta su muerte. Su producción musical no es extensa, está integrada fundamentalmente por obras para piano y voz y piano. Compuso un Estudio Sinfónico, para orquesta, un Concierto para piano y orquesta, Rapsodia cubana, entre otras obras.
En la vida cultural del siglo XIX cubano, jugó un papel determinante el pianista Nicolás Ruíz Espadero (1832-1890), quien fue capaz de asumir la interpretación con gran seriedad y se le consideró un pianista de primera categoría. Participó en muchas de las veladas y reuniones culturales de la Habana de su tiempo, se presentó en actuaciones junto a Ignacio Cervantes, quien fuera su alumno. Tuvo gran amistad con el compositor y pianista norteamericano Louis Moreau Gottschalk y sus obras fueron editadas en Nueva York. Como compositor dejó una gran cantidad de obras para piano, voz y piano, diversas combinaciones instrumentales y muchas de carácter pedagógico. Sus contradanzas para piano son comparables por su riqueza rítmica y melódica a las de sus contemporáneos Cervantes y Saumell.
Matanzas nos daba un notable violinista, compositor y ante todo pedagogo. José White (1835-1918) obtuvo el primer premio de violín en el conservatorio de París, centro del que fuera profesor durante varios años. Considerado un notable intérprete de su instrumento, recibió los más grandes elogios de la crítica europea de la segunda mitad del siglo diecinueve. Su repertorio como intérprete era extenso y abarcaba disímiles estilos y épocas, desde Bach y Beethoven hasta sus contemporáneos. Como compositor sobresale su Concierto en fa sostenido menor para violín y orquesta, obra que estrenara en la Sala Herz de París, considerado en su tiempo dentro de las mejores composiciones para dicho instrumento. Nos dejó obras como: Misa, Bolero para violín y orquesta, Cuarteto de cuerdas op.17, Seis estudios brillantes para violín, numerosas obras para violín y piano, y su única obra recordada en nuestros días: La bella cubana, para dos violines y orquesta.
(Continuará)
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home