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Otro dinosaurio que cae
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El veterano caudillo africano no conseguirá pasar directamente de la silla presidencial al ataúd, que al parecer era su meta
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Por René Gómez Manzano
Noviembre 23, 2017
LA HABANA, Cuba.- Concluyó por fin la presidencia del señor Robert Mugabe en Zimbabue. Tras ejercer el mando supremo durante 37 años, el ex jefe guerrillero, fundador de ese país africano y dictador, pretendía continuar usufructuando “las mieles del poder”, como diría el ya fallecido Fidel Castro, su amigo entrañable y homólogo suyo por tantos conceptos. Fue de manos de éste que el ahora defenestrado recibió en su momento la desprestigiada Orden Nacional “José Martí”, y fue a él a quien calificó como “el líder de todos los revolucionarios”.
El veterano caudillo africano no conseguirá pasar directamente de la silla presidencial al ataúd, que al parecer era su meta. Alcanzó en el poder la muy respetable edad de 93 años, un verdadero record mundial, aunque no reconocido aún por los Guinness, que todavía mencionan en ese contexto al dominicano Joaquín Balaguer, quien fue presidente hasta “apenas” los 89.
En los días más recientes, el control casi total ejercido por Mugabe al frente del Estado se había erosionado de manera considerable. La señal primera y determinante fue un pronunciamiento de la alta jefatura militar. Los uniformados sometieron al otrora hombre fuerte a una especie de reclusión domiciliaria, aunque de manera muy original afirmaron que su objetivo no era el primer mandatario, sino personas de su entorno.
Tan original fue el acto de fuerza, que el mismo afectado, en una alucinante alocución leída por televisión, afirmó que los generales habían actuado “guiados por… una profunda honestidad y por el
amor a Zimbabue”. También, aunque parezca increíble, dijo: “La operación no constituyó un desafío a mi autoridad como Presidente y como Comandante en Jefe”.
(Robert Mugabe)
Al pronunciamiento militar sui generis siguió una decisión de la alta jefatura del mismo partido de Mugabe, el ZANU-PF. El acuerdo adoptado implicaba la expulsión del mandatario de su cargo al frente de esa organización. De manera simultánea, se reclamaba al anciano líder que renunciara a la presidencia si no quería verse sometido a un juicio político (impeachement).
No debe haber resultado fácil llegar a esa decisión. El dictador era camarada y compinche de quienes lo destituyeron. Pese a lo intensas que sean las luchas internas por razones tribales, de complicidades y de simpatías políticas, el hecho cierto es que Mugabe, una vez finalizado el gobierno de Ian Smith, se convirtió por derecho propio en Fundador de la Patria Zimbabuense.
Nadie podría discutirle el título, pues fue él quien estuvo al frente de la lucha contra el régimen racista. O al menos, de la librada por su propio partido, que resultó después ser mayoritario, lo que a su vez le permitió perseguir a sus rivales del ZAPU y establecer la dictadura.
Conviene aclarar que exaltar de ese modo a un hombre no implica necesariamente hacer un juicio de valor: Si los paraguayos enaltecen como Prócer Supremo nada menos que al doctor Francia, ¿cómo podríamos criticar a los zimbabuenses por hacer lo mismo con Mugabe!
Las desventuras del ahora marginado tienen su origen remoto justamente cuando, en el apogeo de su gloria, asumió la conducción del país. Es cierto que, cuando se estableció el gobierno de la mayoría, la economía estaba controlada por el empresariado blanco. Era correcto que se adoptaran medidas para ir subsanando esa situación, fruto de injusticias seculares.
Pero a Mugabe no le pareció suficiente propiciar avances paulatinos. Lo único revolucionario, pensó, era cambiar esa realidad de golpe y porrazo, mediante la simple expropiación de los dueños de antaño y la entrega de las tierras a amigotes y antiguos combatientes. Fue lo que Mandela evitó hacer en Sudáfrica. En Zimbabue, destruido así de un zarpazo el antiguo tejido empresarial, el país, otrora granero del continente, se transformó en una tierra de carestías, hambre y desempleo.
Eso sí, con un entusiasta apoyo popular. Ya se sabe que las políticas populistas de rompe y rasga suelen gozar de respaldo, al menos mientras no se hacen evidentes sus nefastos efectos. Y sobre todo cuando los supuestos beneficiados constituyen una amplísima mayoría de la población, que era el caso en la antigua Rhodesia del Sur.
Pero, más allá de desastres económicos, todo indica que el detonante de la actual situación fue la destitución, a principios de este mismo noviembre, del vicepresidente Emmerson Mnangagwa. Parece ser que Mugabe, viejo enamorado, pretendía reemplazarlo por su esposa Grace, 40 años menor que él.
El sucesor no es lo que se dice un jovencito. Como suele suceder en otros países “revolucionarios”, el señor de apellido impronunciable es ya septuagenario. Se le conoce por un sobrenombre poco tranquilizador: “El Cocodrilo”. Bajo Mugabe encabezó los ministerios de Seguridad del Estado y de Defensa, entre otros. Es con esas credenciales que asumirá en breve el mando supremo.
Esperemos, para bien del país africano, que todo no se reduzca a la mera remoción de un viejísimo caudillo, al cual, por ley de la vida, no podía quedarle mucho tiempo en la jefatura. Sino que este importante cambio se traduzca en políticas más racionales y una vida mejor y más democrática para el pueblo de Zimbabue.
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