Eugenio Yáñez.: LAS NOCHEBUENAS Y NAVIDADES QUE NOS ROBARON.
Por Eugenio Yáñez.
Hace ya 48 años, un “invicto” farsante que terminaría apoderándose de todo lo que le conviniera, no contento todavía con lo que hasta ese momento había arrebatado a los cubanos, acabó con las fiestas de Nochebuena, Navidades, Año Nuevo y Los Reyes Magos. Le encolerizaba ver alegres a los cubanos, aunque fuera por unas horas solamente.
Acabó con las de los cubanos de a pie, claro. Las de su camarilla, familiares y compinches nunca se tocaron. Y mientras la población tendría que esperar el año nuevo llenando bolsitas de posturas de café para otro de los geniales planes del visionario en jefe, la pandilla en el poder lo que hizo fue celebrar sus saraos más discretamente, por aquello de que “el pueblo” no supiera de otra estafa más de “la revolución”.
El pretexto de Quién Tú Sabes fue el así llamado por él mismo “año del esfuerzo decisivo”, 1969, donde prácticamente se paralizaría todo lo demás en el país en aras de lograr diez millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970, con aquella maniática obstinación “de que van, van”. Aunque esos diez millones nunca fueron ni podrían ir, porque todo era otro delirio más, sin bases ni fundamentos reales ni condiciones materiales para lograrlo.
Cuando en 1970 al Comandante no le quedó más remedio que reconocer abiertamente el fracaso de su desvarío con aquella zafra loca, los ilusos pensaron que las navidades serían restablecidas, pues ya no se podría repetir la colosal movilización que solamente logró desorganizar y destruir aún más la economía y darle nombre a una conocida agrupación de música popular que perdura hasta nuestros días.
Los ilusos olvidaban los profundos rencores y complejos de un hijo bastardo que nunca recibió amor familiar y desde pequeño fue enviado a estudiar lejos del hogar, o los resentimientos transmitidos por un padre derrotado por cubanos y americanos en la Guerra de Independencia, mientras servía en el ejército colonialista español.
Por eso enfrió las ilusiones de los ingenuos con un “razonamiento” propio de su maldad: las fiestas navideñas eran una tradición impuesta por los conquistadores españoles, de la que había que “liberarse” para ser verdaderamente independientes.
De inmediato aparecieron intelectuales de pacotilla justificando teóricamente el desvarío, y explicando que si esto o aquello. Un mediocre documentalista del régimen, considerado “genial” por la nomenclatura, estrenó un bodrio fílmico con el infamante título de “La tradición se rompe… pero cuesta trabajo”, que no aportaba nada ni a la idea en cuestión ni al séptimo arte, pero que representó para él palmaditas en la espalda y uno que otro viajecito más al extranjero.
Así los cubanos en tiempos del castrismo, como cristianos en catacumbas romanas, celebraban las fiestas a escondidas en la medida de lo posible, cuidándose del “chivatazo” de los delatores del Comité de Defensa de la Revolución, y consiguiendo como pudieran, tras muchas dificultades, un pedazo de carne de puerco, plato típico de la Nochebuena cubana, y cualquier cosa para esperar el año nuevo. Los niños quedaron sin regalos el Día de Reyes, pues según el invicto la fiesta de los niños tendría que ser por el 26 de julio, que fue cuando de verdad nacieron. ¡Pobres niños!
Con el tiempo, las celebraciones por fin de año se fueron imponiendo, pero no como fiesta familiar y de amigos, sino celebración de un aniversario más del “triunfo de la revolución”. Y para colmo de males, a las doce en punto de la noche, cuando todos en el mundo se felicitan mutuamente e intercambian brindis y saludos, aparecía en la televisión el Invicto Continuamente Vencido hablando de los “logros” del año que finalizaba y de lo duro que sería el siguiente año. ¿Alguien le escuchó alguna vez decir que el año que comenzaba no sería tan duro y que las condiciones de vida de los cubanos mejorarían? Si lo hubiera dicho alguna vez estaba mintiendo, y él lo sabía perfectamente.
Fue solamente casi treinta años después de aquella arbitrariedad, con la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, que el régimen aceptó la celebración de la Navidad en Cuba. Y no pudo controlar más a los cubanos en ese tema, que comenzaron a celebrar abiertamente Nochebuena, Navidad y Fin de Año, no recordando un aniversario más de la desgracia, sino como se hace en todo el mundo: con familiares, amigos, fiestas, y los mejores deseos de un mejor año y de prosperidad para todos.
Sin embargo, las condiciones son cada vez más difíciles para los cubanos. No es sencillo preparar hoy una modesta cena de Nochebuena cuando la libra de carne de puerco se vende a 40 o 50 pesos, en un país donde el salario medio no sobrepasa 700 pesos mensuales, y muchos cubanos, sobre todo jubilados y pensionados, reciben menos que eso cada mes. Más lo que cuestan el arroz, los frijoles, la yuca y vegetales para preparar una ensalada. Ni es fácil tampoco celebrar a los niños el Día de los Reyes Magos, cuando los pocos juguetes disponibles se venden a precios astronómicos en moneda fuerte en las Tiendas Recaudadoras de Divisas, controladas por los militares.
Entre los gravísimos daños antropológicos que han provocado los hermanos Castro a la nación cubana, no puede olvidarse el repugnante crimen de haber aniquilado las ilusiones de los niños del país y las alegrías y celebraciones más abiertas, puras y nobles de los cubanos. ¿Pagarán por eso en algún momento?
Se perfectamente que este artículo no gustará a los troles habituales de estas páginas, ni a los que llevan a Castro en su alma como La Bayamesa. Ni me interesa. Preocupante sería si dijeran que escribo artículos concretos, balanceados, objetivos o realistas, como dicen de los de otros personajes que publican por aquí.
A todos los cubanos, incluso a esos miserables troles que luchan su javita difamando y mintiendo, les deseo una Feliz Navidad y un excelente año nuevo.
¡Algo que nunca ninguno de los hermanos Castro ha sido capaz de hacer públicamente!
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