viernes, mayo 11, 2018

Díaz-Canel, el nuevo presidente de discurso anticuado.. Alberto Roteta Dorado sobre Miguel Díaz-Canel, el supuesto nuevo presidente de Cuba y títere de los Castro

Díaz-Canel, el nuevo presidente de discurso anticuado.

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Ni cambios, ni progresión en una nación que hace décadas pide a gritos bríos renovadores que puedan devolverle lo que en un pasado no tan remoto fue.
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Por: Dr. Alberto Roteta Dorado
10 de mayo de 2018

Santa Cruz de Tenerife. España.-  Miguel Díaz-Canel, el nuevo presidente de Cuba, aun no ha cumplido su primer mes en el poder. Sin embargo, en solo unos días se ha visto inmerso en el recibimiento de dos de sus viejos camaradas de Latinoamérica que raudos se presentaron en la capital cubana para ofrecer sus muestras de apoyo incondicional a la “causa” de lo poco que queda en la región de una izquierda que parecía que se extendería por numerosas naciones; pero por suerte, y para bien de todos logró detenerse, quedando tan solo algunos remanentes que luchan por una supervivencia carente de sentido.  

Nicolás Maduro, el sanguinario dictador venezolano, fue el primer líder del mundo en visitar La Habana luego de la designación – y no elección si analizamos conceptualmente lo ocurrido, no solo el pasado 19 de abril, sino durante los meses previos que sirvieron como preámbulo a la gran representación teatral de la Asamblea Nacional de Cuba bajo los auspicios directos del partido oficialista de la isla– de Díaz-Canel para el mandato del país, y luego, a solo unas horas Evo Morales, el mandatario de Bolivia, seguía los pasos de su compañero venezolano de “grandes batallas”.  

Pero no solo estuvo atareado con los honores rutinarios de aquellos que visitan La Habana, sino que se presentó en la clausura del Seminario Nacional de Preparación del Curso Escolar 2018-2019, celebrado entre los días 26 y 29 de abril, siendo en este evento donde pronunció sus primeras palabras en público, si excluimos su primera intervención el mismo día de su designación presidencial, por cuanto se trató de una alocución breve y discreta que a modo de gratitud el nuevo mandatario hizo como tributo a aquellos que se supone lo “aprobaron” para su cargo. No obstante, en realidad sus palabras de este día ante el Parlamento cubano pueden ser consideradas como su primer discurso, y su breve intervención en dicho seminario asumirse como la primera participación fuera del contexto parlamentario del día de su designación, pero no como un discurso propiamente dicho. 

Estos detalles los expongo con toda intención pues algunos medios están haciendo referencia al primer discurso de Díaz-Canel durante la inauguración del trigésimo séptimo período de sesiones de la CEPAL que por estos días se celebró en La Habana, cuando en realidad se trata de su primera intervención en un evento de carácter internacional, y no su primer discurso. 

De cualquier forma – independientemente que nos corresponde a los que colaboramos en los medios ser muy exactos, toda vez que de algún modo contribuimos a conformar la historia–  no es una cronología de las intervenciones del nuevo presidente lo que ocupará el centro de mi atención en este escrito, sino hacer referencia una vez más, aunque ahora con más elementos, a esa obsoleta retórica que utiliza el presidente cubano, y que se encuentra descontextualizada y apartada completamente de estos tiempos nuestros de modernidad y dinamismo.     
 
Miguel Díaz-Canel parece estar detenido en el tiempo, al menos esto es lo que se percibe en sus discursos, los que hay que analizar para poder afirmar o negar, emitir un criterio o reafirmar un juicio con conocimiento de causa. De lo contrario solo seremos un simple eco de los que otros dicen que dijo, muchas veces sin saber en sí lo que en realidad dijo. 

Su intervención del 19 de abril ante los miembros de la Asamblea Nacional que recién lo habían “elegido” pasó sin penas ni glorias. Utilizó para el inicio y para el cierre unas palabras de José Martí – tan manoseado y adaptado a las necesidades de un régimen que se empeña en utilizar la imagen del bendito hombre de Dos Ríos como un estandarte para todas sus andanzas–, aunque solo como citas de pretexto justificativo sin atreverse a comentar sobre lo citado. 

De nuevo un llover sobre lo mojado se apoderó de su limitada expresión para evocar – una vez más– aquellas “batallas” que han de librarse, los “combates” que están aún por venir, las “trincheras”, esta vez no como trincheras de ideas versus de piedras, sino como aspecto defensivo para ese enemigo que suelen ver por todas partes, amén de acudir a las aberrantes ideas de supuestas amenazas y agresiones del eterno “enemigo imperialista”.    

Justamente en relación con esas “agresiones” a las que añadió “calumnias” hizo un análisis para dejar bien precisado que a partir de estas el supuesto enemigo pretendía desestabilizar la tradición histórica; aunque según él, jamás podrá derrumbar “las columnas del templo de nuestra fe”, frase que cito textualmente, y que estoy convencido no le pertenece al nuevo presidente, sino al personal especializado en redactar los discursos, intervenciones, alocuciones y comunicados de los mandatarios cubanos*. 

En esta, su primera intervención, fue discreto no más. Se limitó a dictar lo que ya estaba escrito de manera anticipada, e insisto, no es de su autoría. Hizo referencia a la composición de la Asamblea resaltando la amplia participación femenina y de individuos de la raza negra – el solo hecho de hacer referencia a que los negros participen en la nómina de una institución determinada me parece una muestra de racismo–, así como a individuos de la tercera edad y de jóvenes de nuevas generaciones; pero le faltó destacar que en dicha composición no hay representantes de la oposición, ni de otros partidos políticos, ni de la verdadera sociedad civil. De ahí que el decadente Parlamento cubano se caracterice por la homogeneidad de su discurso y la no diversificación de su decadente política. 

En la intervención de Díaz-Canel no faltó la obligada exaltación a los llamados líderes históricos de la revolución cubana, de manera particular a Raúl Castro, el encargado de seleccionar al nuevo presidente y presentarlo a una sumisa Asamblea que a modo de representación teatral dio su visto bueno con casi la totalidad de sus miembros, excepto uno. Díaz-Canel justificó de manera increíble todos los desaciertos que tuvieron lugar durante el prolongado mandato de su predecesor, quien teorizó acerca de una actualización del modelo económico y social cubano, aunque jamás llegó a actualizarse, y lejos de toda posible renovación contribuyó a potenciar el terrible caos de la nación cubana de una manera mucho más profunda. 

 )Imágenes añadidas por el bloguista de Baracutey Cubano)

Pero si bien esta primera alocución del nuevo presidente fue totalmente estéril y carente de sentido, su reciente intervención durante la inauguración del trigésimo séptimo período de sesiones de la CEPAL lo fue igual, aunque tal vez se hizo más notoria su limitación expresiva y la simplicidad de sus planteamientos dado el carácter un tanto más universal de esta tenida respecto a la anterior. 

En esta ocasión asumió la idea eje del evento, esto es, “la ineficiencia de la desigualdad”, cuyo “verdadero objetivo tiene que ser la búsqueda de oportunidades y la justicia social”, lo que hasta aquí está bien. Es lógico que se superen las desigualdades en el contexto de la región latinoamericana, la más desigual del planeta, lo que sin duda, constituye un flagelo del que derivan muchos males como la trata de humanos, el suicidio, la criminalidad, entre otros tantos. 

Pero el error del presidente cubano está en no ser capaz de percibir la verdadera causa de estos males en la mala administración política de los gobiernos, y en su lugar arremetió contra el imperialismo, el neoliberalismo, las políticas macroeconómicas y la acentuación de las diferencias de clases, con lo que remató su discurso que se pierde entre la caducidad, la justificación desmedida a los males de su país, y la adopción de esa desgastada retórica que pudo haber funcionado, al menos desde la apariencia en otros tiempos, pero en el presente resulta carente de sentido.  

Insistió además en el uso de las tecnologías de la información y de las comunicaciones aplicadas al conocimiento, con lo que fue valiente toda vez que en la propia nación que ahora gobierna el conocimiento está desvirtuado a partir de la prohibición y limitación extrema del uso de las tecnologías de la información; pero este asunto será mejor abordarlo en otro momento para no extendernos demasiado.  

En fin, con un presidente así, ni cambios, ni progresión en una nación que hace décadas pide a gritos bríos renovadores que puedan devolverle lo que en un pasado no tan remoto fue, y que el comunismo impuesto por Fidel Castro le arrebató en unos pocos años.    

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*Esto no permitirá jamás poder hacer valoraciones precisas acerca de las características de la oratoria de los mandatarios cubanos. Cualquier opinión en este sentido estará siempre llena de sesgos, lo que debilita el rigor de una investigación. Ese discurso que parece ser siempre el mismo obedece a la homogeneidad que debe caracterizar lo expresado por los mandatarios de turno, lo que evidencia el alcance de la censura y hasta de una autocensura, elementos propios de sistemas totalitaristas. La redacción de discursos por parte de un personal dedicado a estas labores no es algo exclusivo del régimen cubano, sino que es común en todas partes del mundo y no es tampoco un fenómeno del presente, sino que a través de la historia los supuestos oradores han tenido quienes les redacten los manuscritos de los que luego presentarían a sus seguidores. Los lejanos tiempos en que varios de los emperadores romanos al propio tiempo eran filósofos, historiadores y verdaderos oradores quedaron atrás.