Francisco Almagro Domínguez: Érase una vez el 20 de Mayo
Observación del Bloguista de Baracutey Cubano
(Mayor General José Francisco Martí Zayas Bazán, hijo de nuestro Apóstol de la Independencia, en 1919 con la medalla de Veterano de la Guerra de Independencia, en la que sirvió como artillero distinguiéndose heroicamente en la batalla de la toma ciudad de la ciudad de Las Tunas y en la batalla de Guisa, Oriente; fue Teniente del Ejército Libertador. Años después en la República llegaria a Jefe de Estado Mayor del Ejército y a General)
¨Cabe decir que aquellos pensamientos de 1913 expresaban una realidad porque esa nación se alcanzó muy pronto en décadas posteriores, aunque en 1959 fue demolida por los que usurparon el poder, y ha sido vilipendeada por una oleada de intelectuales comprometidos o mediocres. El testimonio de ello es que Cuba ocupaba las primeras posiciones en todos los renglones de los anuarios de las Naciones Unidas para la América Latina. Y hay que reconocer que estos logros tan destacados no se hubieran podido conseguir si nuestros gobernantes, y a pesar de sus errores, no hubieran tenido interés y acierto para resolver los problemas de la sociedad cubana, si nuestros legisladores no nos hubieran dado una legislación avanzada y moderna, o si el pueblo cubano no hubiera estudiado y trabajado para superarse. El pueblo cubano era exigente y siempre aspiraba a lo mejor, pero tenemos que acusarnos de un pecado, y es que cuando no lo lográbamos plenamente, en vez de analizar los fallos y aplaudir lo logrado, prodigábamos una crítica irresponsable.¨ (Cao, 2008, p. 87)
La Revolución rusa y los comunistas rusos llamaron Stalingrado a Volgogrado, a Petrogrado, Petersburgo, para luego Leningrado y volver a ser San Petersburgo. Un familiar de visita en el Museo del Hermitage oyó de boca de la guía rusa en tiempos soviéticos, frente a la bandera del imperio —la tricolor de Pedro el Grande—, que algún día aquella insignia volvería a hondear en el Kremlin. No se equivocaba. A pesar de todo hay una memoria heredada en los pueblos, más poderosa que la ideología más tiránica.
En Cuba el comunismo tropical ha hecho verdaderas hazañas al renombrar cosas para el olvido y escarnio de los adversarios. El renombramiento, publicitado como “inauguración” en realidad es un cambio de nombre para un teatro, una tienda, una escuela o un hospital de más de medio siglo de existencia.
Pero la mayor estafa a la identidad nacional ha sido la negación, u omisión del 20 de mayo como el día en que nació la República de Cuba. Pudiera decirse que esa fecha y su celebración dividen a los “revolucionarios” de los que no lo son. Los primeros la niegan o aborrecen porque, según argumentan, ese día surgió lo que llaman “república mediatizada”, es decir, un país a medias, chueco, renco, incapaz.
Para los segundos, la fecha del 20 de mayo, escogida hace 117 años por los patriotas que lucharon por la independencia del colonialismo español, tiene el significado de una redención: la república resucita, vive simbólicamente un día después de la muerte del apóstol en combate. Durante medio siglo, abuelos y padres esperaban el 20 del quinto mes para estrenar ropas, irse a la playa, visitar amigos y familiares distantes.
¿Era muy costoso para el régimen, políticamente hablando, mantener el 20 de mayo como día de asueto, de festividad, de recordación a aquellos que, con sus luces y sus sombras, pusieron al país en el concierto de naciones libres? La férula de la enmienda Platt, ¿era suficiente para catalogar la República de neocolonia norteamericana? ¿Por qué la historia buena, la verdadera, comienza el Primero de Enero, fecha tramposa, pues todavía casi todo el ejército de Batista estaba en control de los cuarteles, las marinas y los aeródromos?
La respuesta es sencilla: en el proyecto castrista siempre estuvo condenado a morir el 20 de mayo, como también la democrática y liberal Constitución de 1940. No solo debía ser borrada la celebración y su significado, convertido en bochorno, afrenta, malestar. Como toda revolución, la cubana necesitaba autenticarse, tener su propio certificado de nacimiento. Y no se puede nacer dos veces. La República, según el canon histórico comunista, nunca existió. La primera criatura, la de 1902, fue un aborto, un feto deforme, un malnacido —Canel dixit. El nuevo alumbramiento, la Nueva Era, la Única, Eterna, empezó el primer día de 1959.
Hay más. Para el régimen, celebrar el 20 de mayo no es un desliz histórico. Es una actitud platista, pro-yanqui, contrarrevolucionaria y una retahíla de epítetos más. Al embonar el 20 de mayo con la Enmienda Platt, y tildar a la república de neocolonia norteamericana, intentan alimentar un “antimperialismo” que justifique todas las desgracias de la Isla, antes, ahora y por siempre. Pero contario al deseo, el anti-yanquismo pedestre e hipócrita, no ha hecho otra cosa que más pro-yanquis a los jóvenes de hoy. Como demuestra la historia, madre y maestra, toda esa “reprogramación” es fútil, y se torna en bumerang.
Pensar que la gente no se va preguntar algún día por qué se llamaba Avenida de los Presidentes es pura ilusión —dejarle los zapatos a la estatua de Estrada Palma, nada menos que el segundo al mando del Partido Revolucionario Cubano y hombre de confianza de José Martí, fue una chapuza. Muy cerca de allí alguien indagará como se llama el hospital materno. Sabrá que es el América Arias, patriota, esposa y madre de dos presidentes de la República a la cual el régimen niega todos sus valores. En el mismo Vedado, imponente, se alza el FOCSA —Fomento de Obras y Construcciones, Sociedad Anónima— un enorme edificio, todavía es el más alto de Cuba, diseñado y construido por compatriotas en apenas dos años —entre 1954 y 1956.
(archivo: dejado en Cubanet)
Tan culpables como los antedichos, algunos auspiciadores del triunfo comunista en Cuba entrevieron el peligro inminente pero las bajas pasiones (envidia, odio, hipocresía, resentimiento, cobardía moral y esa malsana inclinación de “pescar en río revuelto”) anularon la sensatez y al amor por Cuba. Miles de veces repetían la frase “cualquiera, con tal que se vaya Batista". Era intolerable para esa legión de necios que un hombre sin pergamino universitario, un simple sargento, dirigiera los asuntos del país. Y era tan profundo el odio clasista de tales “señoras y señores” que su animadversión era menor respecto a Castro. Cada vez que algún castrista arrepentido alude a la “traición” de Fidel, cita la promesa de éste de celebrar elecciones y de gobernar con la Constitución de 1940, como si esas circunstancias no hubieran ocurrido o estado vigente anteriormente.
DICTADURA O TIRANÍA
¿Qué es dictadura? ¿Qué es tiranía? ¿Qué es despotismo? ¿Hubo en Cuba durante la década de los 50s una situación que teórica o factualmente merezca cualquiera de esos nombres? Obviamente no. Veamos:
Dictadura es la concentración, en bien o en mal, de todos los poderes. ¿Tal era el caso en Cuba? Honestamente, no.
El Congreso ejercía sus funciones con independencia del Poder Ejecutivo y de la judicatura, con una representación oposicionista pequeña debido al retraimiento grausista en las elecciones, pero cumplió sus deberes con inteligencia y valor. En oportunidades diversas, leyes-decretos, aprobados por el Consejo de Ministros durante etapas de suspensión de garantías constitucionales y en receso el Poder Legislativo, fueron derogadas por éste al reanudar sus actividades.
El Poder Judicial (cuya independencia es suficiente para asegurar el carácter democrático de cualquier régimen), hubo de desenvolverse sin interferencia alguna, no obstante que su lenidad para con los terroristas constituía un estímulo a la sedición. ¿No se dictaron autos de procesamiento contra algunos miembros de la policía y del ejército por supuestos delitos cometidos al calor de la guerra civil? En ningún momento la estructura gubernamental, la “dictadura”, infringió la independencia del Poder Judicial.
No sólo los tres poderes del Estado eran interdependientes, sino que se desglosaron funciones del Poder Ejecutivo y se los adscribió a numerosos organismos autónomos y paraestatales cuya dirección y funcionamiento estaban a cargo de personas no vinculadas al gobierno.
Tiranía y despotismo poseen como elemento tipificador –adicional al de la dictadura- el ejercicio injusto, abusivo, anonadante de esos poderes. Contestemos con algunas interrogantes: ¿Por qué sobrevivieron Fidel y Raúl del asalto al Cuartel Moncada? ¿Por qué fueron excarcelados mucho antes de cumplir la sanción que le impusieron tribunales ordinarios? ¿Por qué la revista “Bohemia”, órgano del fidelismo, y otros, disfrutaron de las ventajas ofrecidas por bancos paraestatales creados por la “tiranía”? ¿Por qué la generalidad de los dirigentes terroristas y conspiradores claves que estuvieron en poder de la policía sobrevivieron a la “brutalidad” de ésta? ¿Por qué algunas entidades y empresas no fueron objeto de ataques o desaparecieron en aquella época a pesar de la ayuda notoria que prestaban al castrismo? ¿Por qué líderes oposicionistas recibían en el exilio las caudalosas rentas de sus propiedades? ¿Por qué periódicos, revistas, estaciones de radio y de televisión que alentaban la guerra civil no fueron allanados y destruidos sus maquinarias y mobiliario? Cualquiera que sea la respuesta, tendrá que aparecer en ella un elemento: la falta absoluta de crueldad, de prepotencia y de abuso por el gobierno existente.
¿Dónde está, pues, el dictador o el tirano?
BRUTALIDAD DE LA POLICÍA
La acusación de crueldad atribuida a la fuerza pública es la que más daño hizo ante la opinión pública internacional. Es, sin embargo, la más infame e infundada. La represión de los cuerpos policíacos fue una respuesta y rara vez se practicó descaminadamente. Aun así, como un exponente de que ni el ardor de la lucha ni la conciencia de que estaba en juego la vida, deshumanizaron la actuación del gobierno, ya que muchos pudieran confeccionar una extensa lista con los individuos a quienes protegió, escondiéndolos y atendiéndolos en sus casas, consiguiendo su excarcelación, facilitando su salida del territorio nacional, mientras que se mantenían a sus familiares en las posiciones públicas.
No puede aceptarse que la policía castigara con la muerte a quien produce la muerte indiscriminada con un aparato explosivo, pero no puede aceptarse tampoco que mientras se condene la acción policiaca, se cohoneste y aplauda la del terrorista. No puede aceptarse moralmente que el mayor número de víctimas producidas por un “revolucionario” merezca un alto grado en la jerarquía rebelde y que igual acción realizada por un miembro la fuerza pública merezca el pelotón de fusilamiento.
EL PELIGRO DE CUBA
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