lunes, junio 10, 2019

Por Dr. Alberto Roteta Dorado.: MIGUEL BARNET, LA POLÍTICA PARA LOS “REVOLUCIOANRIOS VERDADEROS”.

MIGUEL BARNET, LA POLÍTICA PARA LOS “REVOLUCIOANRIOS VERDADEROS”.

Por Dr. Alberto Roteta Dorado.
10 de junio de 2019

Santa Cruz de Tenerife. España.-  No creo que Miguel Barnet, un escritor conocido en Cuba, y tal vez por una exigua minoría de intelectuales de una decena de países, sea envidiado por nadie. Tampoco creo que aquellos que escriben o comentan de forma negativa sobre su recalcitrante postura en defensa de los “principios de la revolución” lo hagan porque se sientan frustrados en sus vidas o carreras.

Insisto en estos aspectos, esto es, la envidia y la frustración, toda vez que leí un breve comentario –en mi opinión carente de sentido– escrito como pretexto defensivo ante la lluvia de críticas que ha recibido recientemente el eterno presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), cargo que ocupa de manera cuasi vitalicia conforme a la usanza partidista “revolucionaria” de la isla.

Generalmente son envidiadas aquellas personalidades que han alcanzado una notoriedad más allá de lo común, y por lo tanto, llegan a ser personajes célebres, universales, famosos, o al menos, muy conocidos ante el mundo. Dentro de las letras cubanas esta condición de universalidad la han alcanzado unos pocos escritores entre los que se destacan Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz, Guillermo Cabrera Infante, Eliseo Diego, Leonardo Padura, entre otros pocos, y como es lógico nuestro José Martí, el simbólico paradigma de las letras cubanas.

Pero Miguel Barnet jamás ha pasado de ser un investigador nada sobresaliente y un poeta de poca monta. Eso sí, inteligencia y perspicacia no le han faltado jamás. De ahí que se escudara premeditadamente en las extraordinarias investigaciones folclóricas de Fernando Ortiz, o decidiera utilizar las declaraciones de Esteban Montejo, un legendario esclavo cubano que le ofreció, a modo de revelación, su sabiduría ancestral para que sirviera como substratum a su novela-testimonio Biografía de un Cimarrón, muy difundida y traducida a varios idiomas, aunque totalmente olvidada en nuestros días, en los que las proyecciones políticas de su autor han sobresalido más que su quehacer literario, el que quedó detenido en el tiempo ante la supremacía de sus múltiples cargos como “cuadro” partidista. 

Barnet prefirió seguir el camino de la doble cara o de la doble moral, y hacerle el juego al castrismo hasta conquistar el puesto de presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), condición que le lleva cualquier cantidad de tiempo en pos de asistir a reuniones, encuentros, recibimientos y despedidas, siempre dentro del perfil bien definido del oficialismo y de una fidelidad, muchas veces, y no sin razones, puesta en duda. 

Actualmente decir Miguel Barnet equivale a hacer referencia a un viejo oportunista metido de lleno en los quehaceres de la llamada revolución cubana, al frente de una institución encargada de aprobar o censurar la producción literaria o de otras ramas de la cultura, amén de ser un acérrimo defensor del degradante comunismo cubano como miembro del Comité Central del Partido Comunista, diputado a la Asamblea Nacional y miembro del Consejo de Estado, “honores” otorgados como atenuante a posibles comentarios homofóbicos, amén de utilizar como instrumento de censura a alguien que, mejor o peor, ha escrito poesía, ensayos, novelas, y difundió la obra de Don Fernando Ortiz, a quien el propio Barnet considera un erudito en materia de etnografía, folclore y antropología, ramas en las que también incursionó Barnet cuando tuvo tiempo.

(Miguel Barnet)

Pero veamos por qué ha sido tan criticado el autor de Canción de Rachel en los últimos días, algo que, después de tantos comentarios desfavorecedores, le ha venido bien toda vez que ha sido desempolvado y sacado de su enclaustramiento como funcionario; aunque ya a estas alturas como escritor no creo que pueda ir mucho más allá de algunos poemas enmarcados en la línea defensiva del socialismo, de la revolución cubana, o de sus anquilosados líderes. 

Se trata de la publicación del poema La política, lo que, como era de esperarse, el partidista cubano asume desde una postura demasiado arraigada a los viejos cánones del comunismo bolchevique. Barnet arremete contra aquellos que utilizan las redes sociales como herramienta para denunciar los males del mundo: “No abusen de ella (refiriéndose a la política), No la maldigan por gusto, Déjenla tranquila que cumpla con su cometido en su cuartel general, No la metan en Facebook ni dejen que se contamine con las nuevas tecnologías (…) La política no es como el béisbol que se puede debatir en los parques públicos y en las redes sociales”, lo que resulta demasiado forzado y bien distante del moderno lenguaje que alguna vez supo utilizar en sus primeros poemas, cuando no se había contaminado demasiado con los nocivos efectos del socialismo castrista, copia fiel del legado del realismo socialista soviético al estilo de Vladímir Mayakovski.

Las redes sociales se han convertido en la actualidad en un verdadero fenómeno social. Es cierto que lo mismo sirven para informar que para desinformar, para enseñar e ilustrar que para degradar y embrutecer; pero cada cual debe tener la plena libertad para escoger lo que quiera o no leer, y también la posibilidad de expresarse– independientemente de los enormes disparates que con frecuencia suelen aparecer, de los titulares sensacionalistas para atrapar al lector, de los “avances científicos” que jamás han sido sometidos a verdaderos estudios de comprobación, sin olvidar los graves errores conceptuales, de redacción y de ortografía de los que comentan– cada vez que lo crean oportuno, aun cuando no necesariamente seamos partidarios de determinadas opiniones, o de la forma degradante e hiriente utilizada para hacerlo.

Lo que sucede es que Miguel Barnet está demasiado enchapado a la antigua, y muy bien adoctrinado según los cánones de los medios oficialistas, cuya herramienta principal ha sido, es y será, la censura. De ahí que el polémico escritor termine su declaración (el cree haber escrito un poema) con una rotunda frase que nos recuerda la célebre sentencia del dictador Fidel Castro durante su encuentro con los intelectuales cubanos en los inicios de la llamada revolución cubana: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos”.

La frase en cuestión escrita por Barnet es un complemento de esta absurda sentencia castrista: “La política es de los revolucionarios verdaderos”. Y este es el mayor de los disparates que comete el presidente de la UNEAC, por cuanto, no solo demuestra su condición de “hombre nuevo” adoctrinado a la fuerza bajo la nociva influencia del castrismo, sino su total ignorancia respecto a la politología y a la filosofía y la psicología políticas, ramas que cobran en el mundo moderno una significación trascendental. 

La política no puede ser excluyente. Ha estado presente en todos los hombres como elemento indispensable de sus vidas, lo que se registra desde los lejanos tiempos de los griegos, al menos para el mundo occidental. Todos estamos inmersos en la política aunque muchos no sean conscientes de ello. La afirmación que con frecuencia escuchamos acerca de que alguien es apolítico es un error conceptual y perceptivo. Vivimos en un mundo que nos hace copartícipes, de una u otra manera, en mayor o menor medida, de la política. 

De ahí que el final del poema de Barnet resulte inconsistente, incoherente y carente de sentido, aunque tiene su parte positiva, esto es, sirve para demostrar ante el mundo el grado de represión del régimen castrista, del cual Barnet es un fiel y servil agente. “La política es de los revolucionarios verdaderos” presupone una exclusión total de aquellos que no sean considerados revolucionarios verdaderos por el régimen de la isla y por funcionarios como Barnet, encargados de decidir quién es revolucionario o no, y quien es verdadero o no.

El autor de Biografía de un cimarrón debe saber que todo proyecto que se quede detenido en el tiempo, que se aferre a un pasado carente de sentido, que no sea capaz de aceptar una verdadera renovación, deja de ser revolucionario. Las revoluciones implican cambios sustanciales no solo en el orden político, social y económico, sino en el propio pensamiento y mentalidad de aquellos que lo asumen. 

Con posiciones tan aberrantes como la que asume el funcionario y escritor cubano jamás se es revolucionario en el verdadero sentido de este concepto, y no como se interpreta de manera forzada por los defensores del socialismo de la isla, o sea, revolucionario es aquel que simpatice con la llamada revolución cubana, y lo que se aparta de esta condición queda totalmente excluido, como pretende Miguel Barnet con su absurda idea de que la política es para los revolucionarios verdaderos, copia fiel de la concepción del dictador Fidel Castro cuando afirmó: “el campo de la duda no queda ya para los escritores y artistas verdaderamente revolucionarios; el campo de la duda queda para los escritores y artistas que sin ser contrarrevolucionarios no se sientan tampoco revolucionarios”. 

Así andan las cosas en el ámbito de la intelectualidad cubana a pocas semanas de efectuarse el congreso de la UNEAC, una institución que como todas las cosas en Cuba está necesitada de grandes transformaciones. Esperemos que Miguel Barnet sea capaz de reflexionar en sus propias palabras, toda vez que, según su "poema": “La política se vuelve caricatura en manos de los malos políticos”.

1 Comments:

At 12:34 a. m., Anonymous Realpolitik said...

Las famosas “palabras a los intelectuales” de Fidel Castro en 1961 no fueron ni siquiera originales, sino un plagio de algo dicho por Mussolini en 1925. Por supuesto, se trata de un planteamiento francamente fascista o totalitario, lo cual lo invalida automaticamente. Barnet fuera harto penoso, por decirlo piadosamente, de cualquier forma, pero el hecho que es homosexual es un serio agravante a su condición de arrastrado, por no decir esbirro castrista. Sencillamente no merece respeto alguno.

 

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