miércoles, agosto 14, 2019

Esteban Fernández: EL TELEGRAMA Y EL GAZNATÓN A “CAMIÓN” y ADIOS CUBA 12 DE AGOSTO DE 1962







EL TELEGRAMA Y EL GAZNATÓN A “CAMIÓN”

Por  Esteban Fernández
13 de agosto de 2019


 HOY 57 AÑOS. No sé cómo es la cosa ahora pero el proceso que yo pasé era: Pasaporte (que todavía conservo) visa, visita a la jefatura de policía y como preludio de partir hacia la libertad, nos llegaba un TELEGRAMA anunciándonos el día de nuestras salidas.

Un güinero en su bicicleta recorría el pueblo y todos esperando que llegara a las puertas de nuestras casas. Su llegada era recibida con muestras encontradas de alegría y tristeza.

Y ahí venía el más grande de los dilemas: pasar el peligroso intervalo entre el telegrama y la salida.

La mayoría de las personas, sobre todo los que salían sin haberse distinguidos como contrarrevolucionarios, optaban por acrecentar su pasividad. Se internaban en sus hogares tratando de pasar lo más desapercibidos posible.

Todos los consejos que recibía -de parte de mi familia íntima y de mis amigos más cercanos, eran de: “Tú pórtate más tranquilo que estate quieto”.

Yo -quizás, estúpida y apasionadamente- llegué a la conclusión absurda de: “Yo a última hora no me voy a acobardar”.

Tremendo error de mi parte porque los esbirros andaban desesperados deambulando por el pueblo entero intentanto echarle a perder la salida a cuantos coterráneos pudieran. Y yo, apasionadamente, parecía querer darles pies para la décima.

(¨El Refugio¨, Centro de Emergencia para los Refugiados Cubanos)

Fue una de las poquísimas veces que vi a mi padre extremadamente molesto conmigo. Sus últimas palabras al respecto fueron: “¡Coño, Esteban de Jesús, tú parece que prefieres La Cabaña mejor que Miami!”… No le respondí, ni le hice el menor caso.

Contrario a todos los consejos yo ni paraba en la casa, me aparecía en el Instituto de donde había sido expulsado, iba a los portales de la Esquina de Tejas- Viña Aragonesa, buscando a todo el que quisiera escuchar mis últimas descargas en contra del régimen que odiaba con todas las fuerzas de mi corazón.

Y, acto seguido, un valiente joven del Central Providencia, sin saber que al día siguiente yo me iba, me dijo: “Esta noche vamos atrabancar al esbirro “Camión” y su banda de desalmados en el parque central, vamos a caerles a patadas”. Sólo le dije dos palabras: “Allí estaré” y allí estuve. Estúpidamente, desde luego.
Aquello fue una guerra campal, por primera vez “Camión”, quien se había pasado meses golpeando a todos los que consideraba ser unos “blanquitos niños bitongos”, recibió su merecido.

(Refugiados cubanos en el Refugee Emergency Center)

No sé cuánto duró la monumental bronca, porque antes de 10 minutos un amigo de la familia, mucho mayor que yo, llamado Nivaldo “El Capi” Pino, me cogió por el cuello de mi camisa mientras me gritaba a voz en cuello: “¡Tú estás loco muchacho, vas a matar a Esteban y a Ana María de ataques al corazón!” Me sacó de allí, y me acompañó sin soltarme la camisa hasta el Residencial Mayabeque. Estar aquí contando esto se lo debo a ese gesto del “Capi”.

Al otro día: Mañana nublada, “Cumbancha” el chofer de mi tío Enrique manejando el carro, en el asiento trasero mi mamá y su hermana Angelica, Rancho Boyeros, la pecera, lágrimas de una madre, me monté en el avión rumbo a la libertad, más que la alegría de abandonar al infierno me iba eufórico simplemente por aquel justiciero garnatón al esbirro “Camión”.
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ADIOS CUBA 12 DE AGOSTO DE 1962

Por Esteban Fernandez

 Este es mi mas triste escrito y lo vuelvo a públicar. Yo creía que era un hombre. Ahora sé que sólo era un niño de 17 años, 1962. Solamente estaba demostrando sorpresa por el curso que estaban tomando los acontecimientos en mi país. De ahí, inmediatamente, salté a la crítica acérrima contra lo que denunciaba públicamente como “el inicio de una dictadura”. Críticas en la guagua, en el parque, en cualquier esquina. Y las autoridades y el populacho me trataron como un criminal y comienza el acoso total y absoluto, 24 horas al día, contra un muchachito inocente.

Perseguido. Botado del Instituto. Preso por boberías. Golpeado por un grupo de fidelistas en el medio de la calle. Además de fidelistas eran unos fascinerosos.

Y de pronto el jefe del G2 en mi pueblo, el Teniente Guevara, se tropieza con mi padre y señalándole a la cara con un dedo le dice: “Saca a tu hijo de aquí, sácalo o te juro que yo mismo lo fusilo en el medio del parque de Güines”

¿Qué crimen yo había cometido para merecer esa amenaza de tan horrenda muerte? Ninguno. Lo que pasaba era que Cuba de pronto, de sopetón, se había convertido en un infierno. Estar en desacuerdo era un delito y la represión era brutal.

(Estebita pocos meses después de arribar a los EEUU)

Un amiguito de toda mi corta vida, quien también estaba sufriendo el acoso de la recién estrenada tiranía, solo tenía 15 años, Milton Sorí, salía de Cuba. Y al despedirse me dijo: “Estebita, no te preocupes por un solo instante que lo primerito que yo hago al estar en los Estados Unidos es sacarte de aquí”. Y cumplió con su promesa.

El día anterior a mi salida, el 11 de agosto del 62 por la noche, llegaba de una reyerta con el esbirro Camión en en parque, mañana les cuento- mi padre sentado en el portal de la casa del Residencial Mayabeque, me llamó y casi en un susurro me dijo: “Hijo, tú sabes cuanto tú y yo nos queremos, no creo que podamos despedirnos, mañana yo no voy a salir de mi cuarto, no quiero abrazos, ni llanto, ni despedidas, tú sabes muy bien que si tratamos de despedirnos tú no te vas para ningún lugar, y no te preocupes que tú regresas muy pronto, los americanos no van a permitir una cabeza de playa enemiga a 90 millas de sus costas”.

Traté de discutirle con un simple: “¡Pero, viejo, si mañana 12 de agosto es tu cumpleaños, yo tengo que verte y felicitarte!” Con lágrimas en sus ojos me respondió: “Olvídate de eso, felicítame ahora, y la fiesta grande la hacemos el año que viene”.

(Estebita y su padre )

12 de agosto del 62. La mañana amaneció nublada y fea. En la puerta de mi casa ya estaba el negro “Cumbancha” al timón de un carro. Era el fiel chofer de mi tío Enrique.

Solo llevaba dos camisas y dos pantalones. Los pantalones eran de lana (¿lana para el verano de Miami?) y eran un regalo de María Cobas. Pertenecieron a su difunto esposo mi primo Jaime Quintero. Mi padre me decía: “Cuida mucho ese pantalón gris, es histórico, era parte de un traje con el cual Jaime tomó posesión de la Alcaldía de Güines”.
No creo que dije una sola palabra esa mañana. Automáticamente me monté en el carro junto a mi madre y mi tía Angélica Gómez. El viaje hacia La Habana fue en total silencio. Solo miraba por la ventanilla con la vista nublada, llena de lágrimas.

(Madre de Estebita)

Era como si quisiera llevarme en mi cerebro grabado para siempre todo lo que veía. Y esos paisajes los he logrado retener en mi mente por 57 años.

Al llegar al aeropuerto, sin darme tiempo a nada, me metieron en un cuartito de cristal que ya yo había oído decir que le llamaban “la pecera”. En la distancia veía a mi madre que a cada segundo se llevaba un pequeño pañuelito (hoy diera todo lo que tengo por ese pañuelito) a la cara para secarse las lágrimas. Y levantaba la mano en forma de despedida.

Brotaron las primeras dos palabras de ese día, casi le grité de lejos a mi madre: “¡Regreso pronto!” Y son dos palabras que he repetido más de un millón de veces.