Pedro Pablo Arencibia: NO ES LEYENDA EL HALLAZGO DE LA IMAGEN DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD DEL COBRE. Luis Aguilar León: Leví Marrero y el dolor cubano
(Hallazgo de la imagen de la Caridad del Cobre en la Bahía de Nipe.Óleo sobre tela. Dennis Gallardo, 2001.)
El relato textual de lo ocurrido ofrecido por Juan Moreno, el negrito de La Caridad, ante el escribano eclesiástico Antonio González de Villarroel, cuando ya contaba 85 años, es un documento que conserva en su admirable frescura el milagro del hallazgo. Al descubrirlo en un legajo del Archivo General de Indias en 1973, cuando se creía ya definitivamente perdido, me deparó uno de mis más emocionantes momentos como investigador, porque lo que contaba con memoria prodigiosa el octogenario Juan Moreno, capitán retirado entonces de las milicias de El Prado, coincidía exactamente con datos recopilados en otros folios de al fría contabilidad de la empresa minera, que yo había encontrado y analizado en 1971. Moreno recordaba entre los primeros milagros de la Virgen la salvación del hermano Mathías de Olivera, sujeto a unas raíces en la boca de la mina, cuando iba a precipitarse en sus profundidades. Olivera, precisó Moreno, era el hermano que servía a la Virgen. En otro legajo del ARCHIVO GENERAL DE INDIAS, en un documento de 1609, se hace referencia por Sánchez de Moya a un ermitaño de ejemplar vida, que guiaba cada noche a los esclavos en sus oraciones y a quién se daba una ración de casabe y de pescado, cuando lo había, porque no comía carne. En la glosa de una revisión de estas cuentas, incluida en otro documento -el tercero-, se recoge el nombre del piadoso ermitaño: Mathías de Olivera, a quien solo sostenía su fervor cristiano y un real diario del Rey. La confrontación de estos tres testimonios hace indudable la información proporcionada, muchos años más tarde, por Juan Moreno.
Archivo General de Indias, Audiencia de Santo Domingo, legajo 363 (copia en el archivo del autor). la historia del hallazgo de la Virgen de la Caridad en la bahía de Nipe, en una mañana luminosa (c.1607) y el nombre de los tres miembros de la comunidad de Santiago del Prado que lo realizaron, así como el relato de algunos de sus primeros milagros, fueron conocidos por los fieles cubanos desde 1829, fecha tardía en que fuera publicada la Historia de la aparición milagrosa de Nuestra señora de la Caridad del Cobre escrita en 1703 por el presbítero Onofre de Fonseca, capellán entonces de la Ermita. La versión del Padre Fonseca quedaría sujeta a dudas por algunos historiadores no católicos, ya que el proceso canónico del cual tomó Fonseca su información había desaparecido, víctima posible del clima y las polillas, en El Cobre. La versión de Fonseca sirvió de base, entre otros autores, a la Dra. Delia Díaz del Villar para su bella estampa incluida en La Enciclopedia de Cuba (vol.6, pág.262-65). En nuestra búsqueda sistemática de los documentos cubanos del período colonial en el Archivo General de Indias sevillano, hallamos el extenso proceso canónico sobre la aparición y milagros de la Virgen de la Caridad, el cual se consideraba prácticamente perdido. El historiador Dr. José M. Pérez Cabrera, profesor de la Universidad de Villanueva y presidente de la Asociación de Intelectuales católicos de Cuba, quien en su Historiografía de Cuba, IPGH, México, 1962 (Pág. 73-74) señala que el manuscrito original de Fonseca fue "analizado y expurgado por el presbítero don Bernardo Ramón Rodríguez, en 1782, y vino a imprimirse al fin en 1829". Y agrega: "el presbítero Fonseca basó su conocido relato en los procesos canónicos que, en 1688 se formaron ante el juez competente y que, en su tiempo, casi un siglo después del hallazgo, se conservaba en el archivo de la Santa Casa... Literatura de devoción más que labor propiamente historiográfica, la obra del entusiasta capellán de la Santísima Virgen, puede y debe ser estimada, sin embargo, como punto de partida y fundamento de toda la copiosa bibliografía surgida alrededor del hallazgo y los prodigios realizados por la imagen venerada de la Patrona de Cuba, y extraviados o perdidos para siempre los procesos canónicos de 1688 -testimonios valiosísimos- y la obra del padre dominico Cristóbal de Sotolongo, constituye el relato más remoto y autorizado, y de ahí su indudable importancia, sobre el portentoso acontecimiento". Ha sido particularmente honroso para el autor el reconocimiento que le concediera por dar a conocer la existencia del proceso canónico en el Archivo General de Indias de Miami y Capellán de la ermita de la Virgen de la Caridad en el exilio, así como que por medio de la modestísima hoja semanal Vida cristiana que circula en Cuba como voz apagada de la Iglesia católica, se halla divulgado en la Isla (3-IX-1978) el testimonio textual de Juan Moreno, señalando el origen del hallazgo. la versión original del esclavo del rey sobre la aparición de la imagen en la bahía de Nipe aparece en las páginas 92-94 del volumen 5 de Cuba: economía y sociedad.
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Leví Marrero y el dolor cubano
Por Luis Aguilar León (+)
Aquí en Puerto Rico, esta tierra borinqueña que ha acogido a los cubanos como ninguna otra en "Nuestra América", se me ha hecho más real la ausencia de Leví Marrero, profesor y amigo, a quien vi y escuché casi todas las veces que por estos lares me trajeron los vientos.
Recordé al investigador heroico que sin ayuda de ninguna Fundación o Universidad, arañándose los bolsillos para pagar por sus viajes, logró acumular quince volúmenes, rebosantes de datos y documentos, que son ya pieza fundamental para conocer el desarrollo económico y social de Cuba.
Con más callado dolor evoqué al hombre Leví Marrero, al cubano pronto al abrazo y a la bienvenida, reacio a criticar a otros cubanos, firme en su fe sobre el futuro de la patria, a quien le dolía Cuba como ultraje abierto y a quien, como a peregrino exhausto, le fallaron las fuerzas cuando ya creía ver amanecer. A la trágica circunstancia se le añade una trágica aureola. En Cuba, su amada tierra, nadie se ha atrevido a exhalar un susurro de reconocimiento hacia ese cubano fecundo y bueno que le regaló a su pueblo sesenta años de sacrificios. La dictadura Castrista no reconoce más meritos que los que ella concede a sus lacayos.
Hace ya más de treinta y cuatro años que en este mismo San Juan sucumbió Jorge Mañach. ¡Qué caudal de dolor cubano se ha esparcido por el mundo entre esas dos muertes! ¡Cuanto talento se ha visto obligado a escapar de la isla para sembrar en otras latitudes ideas que hubieran fecundado a la tierra que los vio nacer!
Por entre los dedos del guante de hierro que estrangula a Cuba resbalan al exilio compositores, pintores, novelistas, poetas y científicos. ¿Por qué han de escribir fuera de Cuba investigadores como Jorge Castellanos, Octavio R. Costa, Efrén Cordova y Antonio Jorge? ¿Por que Julián Orbón o Aurelio de la Vega, tuvieron que hacer resonar su música en anfiteatros extranjeros? ¿Por qué, Cundo Bermúdez, Mario Carreño o Agustín Fernández cargaron con sus pinceles al destierro? ¿Qué crimen cometieron esos cubanos, cuyos nombres son apenas selección de miles de compatriotas? Un solo crimen: tener dignidad. Y cuando un criminal llega al poder la dignidad se vuelve un crimen.
Por eso la sangría humana que anemiza a Cuba no coagula. Generaciones que nacieron después que Leví partió al destierro, han sido forzadas a seguir el mismo sendero de dolor y sacrificio. La muerte de Leví Marrero, y la de Anita Arroyo, quien luchó por la cultura hasta el último aliento, patentizan la perdurabilidad del Castrismo.
Como ellos, lejos de Cuba, con la imagen de palmeras grabadas en las inertes pupilas, o escuchando el último eco de una canción que se les desvanece en la mente, han caído miles y miles de cubanos y cubanas, de menor fama pero igual merecimiento. Camareros, electricistas, campesinos, intérpretes, peluqueras, secretarias, que lograron forjar una vida digna allí donde los arrojó la tempestad Castrista, y que nunca han vacilado en su oposición al régimen.
Sobre muchas de esas cruces anónimas se derrama, a veces, un polvo de conmovidas palabras. Pero el vacío de una tumba no se llena con una promesa de llevar esas cenizas a Cuba. Preciso es recordar cuan magno ha sido el sacrificio de todo el pueblo.
En mi caso, con solo hurgar en mis recuerdos puedo conjurar las imágenes de cuatro, entre cientos, de esas sombras dispersas, a quienes tuve el privilegio de conocer. Un cubano a quien encontré en un pequeño café en Buenos Aires, donde lograba sobrevivir cantado, con más audacia que voz, rumbas "con ritmo arrabalero".
Un cardenense con quien me topé en un pueblecito de Iowa llamado Waterloo, quien, anclado en las nieves del norte, celebraba puntualmente las Cenas Martianas, y hablaba de Cuba como si la tuviera al borde de los dedos. Un inefable "Pepé" Simón, quien, a puro entusiasmo, casi logró transformar a Norfolk en Santiago de Cuba.
Y, sobre todo, a un cubano de África cuya faz y nombre jamás conocí, y de quien supe cuando un alumno me trajo de Kinshasa, en Zayre, una pequeña estatua tallada en madera. Al agradecerle el gesto y pedirle el precio, el joven me dijo sonriendo que no me preocupara. El dueño de la pequeña tienda en Kinshasa era cubano y, cuando se enteró que la estatuilla era para otro cubano, se negó a cobrar. En el papel de la cuenta, mi compatriota había trazado sólo tres conmovedoras palabras: "Cubano: ¡buena suerte!".
Mucho he cavilado sobre cuales serían los extraños vericuetos que llevaron a ese cubano a abrir una tienda en Zayre. Y sobre ese vivificante afecto criollo que salta por sobre los continentes para regalarle a un compatriota desconocido una estatuilla y un saludo. Cada vez que escucho el tronar de los acontecimientos en África, pienso ¿qué habrá sido de mi generoso compatriota? Y luego me pregunto, ¿qué habrá sido de todos esos cubanos que plantaron tienda por el mundo?.
Recuerdo entonces la erguida figura de Leví Marrero y me susurro a mi mismo, con una melancólica agonía, pero también ¿Qué ha sido de todos nosotros?
Marzo 1995
Etiquetas: caridad del Cobre, cuba, Leví marrero, virgen de la caridad, virgen Mambisa
1 Comments:
Eso de vestir la imagen en amarillo o dorado en vez de un vestido blanco com manto azul, como vestía cuando Cuba era libre, me cae mal, no lo apruebo, y lo veo como una suerte de usurpación. O sea, me resulta por lo menos equivocado, por no decir sospechoso.
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