miércoles, noviembre 13, 2019

Arnaldo M. Fernández: En vez de por agentes Pinkerton a sueldo de España, el gobierno estadounidense se enteró de que los yates podrían ser parte de una expedición filibustera por obra de un vulgar informante

Nota del Bloguista de Baracutey Cubano

Para ser justo, debo decir que Nydia Sarabia en su libro Noticias confidenciales sobre Cuba, 1870-1895 publicado en Cuba en 1985 detalla como gracias a Horatio S. Rubens, periodista norteamericano y abogado amigo de José Martí, y a la independencia del Poder Judicial dentro del gobierno norteamericano se logra recuperar buena parte de la expedición de La Fernandina, algo que en la tiranía Castrista siempre se ha tratado de ocultar y que antes del triunfo de la Revolución tampoco fue muy conocido. En la monumental obra en 10 tomos Historia de la Nación Cubana, publicada en 1952, sí aparece algo de esa devolución si mal no recuerdo; dejo eso a los especialistas.

Una digresión: fue Nydia Sarabia la que al encontrarse de casualidad con Dulce María Loynaz y empezar a hablar en una cola de la leche, y conocer que al periodista Pablo Álvarez de Caña, segundo esposo de Dulce María y el amor de su vida, no lo dejabala dictadura regresar a morir en Cuba, habló con Celia Sánchez Manduley y esta pudo obtener el permiso del régimen por su estrecha relación con el tirano. El otrora famoso periodista de las crónicas sociales de El Diario de La Marina pudo morir en Cuba y al lado de su amada esposa Dulce María que no quiso irse de Cuba con él porque ¨la hija de un general no se va de su país¨.Dulce María Loynaz era hija del Mayor General del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, el autor del Himno Invasor.
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Efemérides de la Contrarrevolución Cubana

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En vez de por agentes Pinkerton a sueldo de España, el gobierno estadounidense se enteró de que los yates podrían ser parte de una expedición filibustera por obra de un vulgar informante
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Por Arnaldo M. Fernández
Broward
13/11/2019

EL 14 de noviembre de 1894, José Martí escribió al general Serafín Sánchez acerca del deber de vigilar a ciertos personajes que rondaban por el exilio y posaban a favor de la revolución, pero eran más bien contrarrevolucionarios por espiar contra ella [1]. Semejante situación se da hoy a la inversa con personajes exiliares que posan contra la revolución de Fidel Castro y no hacen más que perpetuarla, pero vayamos al grano martiano.

Para el 11 de enero de 1985, un periódico de Nueva York sacaba que las compañías de seguro habían cancelado las pólizas de los yates Langonda y Amadis por sospecha de filibusterismo o contrabando hacia Nicaragua, Honduras o Haití [2]. Cuba quedaba fuera de sospecha, pero así se anunciaba ya el fiasco del Plan de Fernandina para librar otra guerra contra España.

Bandada de totíes

Aunque Martí mismo nunca pudo resolver la disyuntiva entre “la cobardía y acaso la maldad de [Fernando] López de Queralta” [3], la historia oficial pasa como estudio martiano echar la culpa a este coronel mambí, amén de inventar que “el puerto de Fernandina era un hervidero de agentes federales, de policías [y] espías” hasta con la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton metida en el potaje [4]. Toda la trama de esta noveleta histórica del aborto de la primera criatura de la revolución martiana se vino abajo con la labor investigativa del Dr. Antonio Rafael de la Cova [5], quien dio con verdades incómodas al espulgar contrarrevolucionariamente los Archivos Nacionales y Administración de Documentos (NARA), el Museo de Historia de Isla Amelia (FL) y los periódicos de la época.

(Almacén y muelle de Borden en Fernandina.)

López de Queralta no carga solito con la culpa del fiasco. Su falta personal más grave fue haber desobedecido a Martí y reportar como military articles un cargamento de armas que debió mandarse encubierto por tren a Fernandina. La compañía de ferrocarriles rehusó hacerlo, hubo que embarcarlo a escondidas y el plan se atrasó 11 días. Pero Martí mismo comparte la otra metedura de pata grave de López de Queralta.

Aquel coronel mambí temía caer en el jamo de la justicia estadounidense y propuso a Martí que, en vez de chartear embarcaciones con falsos motivos, se hiciera con el propósito claro de expedición filibustera, tal y como el propio López de Queralta había hecho en 1877 para que Marco Aurelio Soto llegara a la presidencia de Honduras. López de Queralta insistió en ir a ver a un corredor de barcos, al cual había revelado ya el plan. Y Martí fue, a pesar de saber que aquel corredor gozaba de dudosa reputación y no tenía barco disponible.

Turismo en Fernandina

Otro error de Martí consistió en registrarse con su nombre en el Club Social de Fernandina, al ser llevado hasta allí a principios de octubre por el coconspirador clave Nathaniel Borden, quien puso su almacén y muelle en Fernandina (Foto) a disposición de la revolución martiana, además de chartear en Nueva York los yates antemencionados y el vapor Baracoa. Por aquel descuido, las autoridades pudieron comprobar que Martí había estado en aquel puerto de la Florida [6].

Borden mismo levantaría sospechas desde que, en nombre de D. E. Mantell, alias de Martí, contrató a dos capitanes que se conocían entre sí. Tuvo que explicar que realmente lo hacía para clientes diferentes. La desconfianza se agudizó al tratar Borden de pasar por alto ciertas cláusulas del contrato de fletamento. Al cabo terminaría confesando —en careo con el capitán del barco ante el recaudador de aduanas— que trasegaba armas en el Lagonda.

A bordo de este yate arribaron el 9 de enero de 1985 los revolucionarios martianos Manuel Mantilla y Patricio Corona. El primero se presentó como John Mantell, hijo del otro Mantell ficticio [7], y ambos se explayaron en la cubichería de darse a conocer por toda Fernandina pagando tragos. A la hora del cuajo, en vez de trasladar todas las armas que traía el Lagonda al almacén de Borden, se pusieron nerviosos por la inminente inspección de aduana y lanzaron algunas cajas al agua, que fueron recuperadas por los aduaneros.

Orden público y chivatería

Fernandina distaba mucho de ser “hervidero de agentes federales, de policías [y] espías”. Sólo hirvió el recaudador de aduanas George Baltzell al calor de las normas legales [Secciones 5289-90 del Título LXVIII, Artículo 136 de los Estatutos Federales] inherentes a su cargo, que exigían retener cualquier nave cargada de armas y municiones bastantes para suponer que su salida de Estados Unidos obedecía al propósito de dar guerra en otro lugar.

En vez de por agentes Pinkerton a sueldo de España, como escribiría Nydia Sarabia, responsable de documentación del Centro de Estudios Martianos, el gobierno estadounidense se enteró de que los yates Lagonda y Amadis podrían ser parte de una expedición filibustera por obra y desgracia de un vulgar informante en Nueva York, James Batewell, quien avisó al Secretario del Tesoro John Carlisle, el 10 de enero de 1895, porque hervía de las ganas de llevarse la prima de recompensa prevista en caso de confiscación del cargamento.

Desenlace

El 12 de enero fue incautada la carga del Lagonda. Ni el yate Amadís ni el vapor Baracoa traían armas. Sólo este último atracó en Fernandina; aquel otro fue interceptado por la aduana y llevado a Savannah (GA) para registro. Ambos retornaron a Nueva York sin complicaciones. Igual rumbo tomaría el yate Lagonda, luego de que el abogado Horatio Rubens deshiciera el entuerto. Borden juró por su madre que eran suyas y no de Mantell todas las armas incautadas en este yate y las demás guardadas en su almacén. Rubens alegó que nada tenía de ilegal la mera compra, posesión e incluso embarque de armas. Sin otro cuanto de prueba, el fiscal federal Frank Clark ordenó a Baltzell devolver las armas a Borden y declaró: “Nothing more would be done by the government in regard to the affair”.

Coda

Rubens enviaría las armas en su propio nombre por tren a Filadelfia. De allí serían trasladadas a Wilmington (DE) hacia septiembre de 1895 con ánimo de meterlas en otra expedición a Cuba. Fidel Castro no sabía de qué estaba hablando el 14 de diciembre de 1960, en el Teatro de la CTC, al soltar que “lo que hacían era quitarles armas a las organizaciones revolucionarias, hacer lo que hicieron cuando La Fernandina, que es vieja la historia de estos alevosos imperialistas”.

Notas

[1] Obras Completas, La Habana: Editorial Nacional de Cuba (1963-73), III, 373 s.
[2] “Off on a Secret Cruise”, World, 11 de enero de 1895, 2.
[3] Carta a Máximo Gómez, [enero de 1895], O.c., ed. cit., IV, 17.
[4] Sarabia, Nydia: “El Plan de Fernandina y los espías del diablo”, Anuario del Centro de Estudios Martiano, Número 5, 1982, 200-09.
[5] “Fernandina Filibuster Fiasco: Birth of the 1895 Cuban War of Independence” [El fiasco de la expedición filibustera de Fernandida: Nacimiento de la Guerra de Independencia de Cuba en 1895], Florida Historical Quarterly, Verano 2003, 16-42.
[6] Un excelente reportaje documental de Oscar Suárez tras la huella de Martí en Fernandina y Jacksonville puede apreciarse en este mismo sitio.
[7] Este Manuel Mantilla era el hijo mayor, nacido en Cuba, del matrimonio de Manuel Mantilla con Carmen Miyares, quienes hospedaron a Martí hacia febrero de 1880 en Manhattan. Al fallecer el padre —el 12 de febrero de 1885— por enfermedad mitral del corazón, Martí regresó a vivir a casa de esta familia, que se había mudado a Brooklyn. De ahí que el 22 de enero de 1895, el ministro español en Washington, Emilio Muruaga, refiriera en cable a la administración Cleveland que Manolito Mantilla era “hijastro del Sr. Martí, el agitador cubano”.


© cubaencuentro.com
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Tomado de http://eichikawa.com

Fernandina: mito e ilustración

Por Arnaldo M. Fernández
Julio 2, 2010

sí como su ocurrencia de que «en Cuba solo ha habido una revolución» animó a la historia oficial, Castro consiguió ponerla en vilo con que «detrás de estos hechos está la CIA». Nydia Sarabia, por ejemplo, se sumó a la comparsa historiográfica de que la agencia de detectives Pinkerton era pionera de la CIA, con deliberada intención de uncir «El plan de Fernandina y los espias del diablo» (Anuario del Centro de Estudios Martíanos, mayo de 1982, páginas 200-209). Así, el fiasco del plan original de Martí para la «guerra necesaria» se habría malogrado por el enjambre de agentes federales, policías y espías estadounidenses que cayó sobre el puerto de Fernandina (Florida).

( Dr. Antonio de la Cova )

A quienes se les ocurren estas cosas para congraciarse con Castro suele aguardarles la mala suerte de chocar con investigaciones históricas rigurosas. Así como desguazó, entre otros muchos, el mito fidelista de que «El Tigre» González le había sacado los ojos a Abel Santamaría, el Dr. Antonio Rafael de la Cova espulgó tanto los periódicos como la correspondencia privada y gubernamental de la época para demostrar que ninguna CIA en cierne estuvo detrás del fiasco de la Fernandina y los cubanos, incluso Martí, tuvieron su tanto de culpa.

Sólo por razón de su cargo, el colector de aduanas George L. Baltzell indagó los pormenores de la flotilla organizada por Martí junto con el empresario de Fernandina Nathaniel Barnett Borden. Todo parece indicar que detrás de Baltzell no estaban «los espías del diablo»: seis meses después del incidente, Baltzell buscaba aún que el gobierno de los EE. UU. le reembolsara $5.02 gastados en telegramas oficiales.

Martí descargó la culpa sobre el coronel mambí Fernando López de Queralta, pero él mismo acompañó a López de Queralta a la oficina de un corredor de dudosa reputación, en busca de algo todavía más dudoso: un barco de vapor. De paso firmó el registro del Club Social y dejó así constancia de haber estado en Fernandina.

Borden había levantado tempranas sospechas al contratar a dos capitanes que se conocían entre sí para los yates Lagonda y Amadís, respectivamente, fletados en nombre del mismo cliente: D.E. Mantell (Martí). Al salir el Lagonda (enero 1, 1895) corría ya por los muelles de Nueva York el rumor de los yates «filibusteros», del cual se apropió enseguida el periódico amarillista World. Un editor telegrafió a Hall, corresponsal en Fernandina, para que estuviera atento a las «embarcaciones sospechosas» Lagonda y Amadís. Hall era también juez del condado y mostró de inmediato el despacho al aduanero Baltzell.

En el Llagonda venían Patricio Corona (alias Miranda) y Manuel Mantilla, quien se presentó como John Mantell, hijo de D.E. Mantell. Ambos empezaron a llamar la atención por frecuentar los bares de Fernandina. Entretanto un tal James Batewell llevó el rumor neoyorquino de la «expedición filibustera» hasta Washington, por carta al secretario del Tesoro, John G. Carlisle, con el declarado propósito de recibir la «recompensa» que concedía el gobierno en casos de confiscación de embarques ilegales.

Baltzell y Hall inspeccionaron sin contratiempos el Llagonda, pero al otro día el capitán Griffing reportó que se habían cargado unas «cajas sospechosas». Mantilla se puso tan nervioso que arrojó armas y cartuchos al agua, en vez de llevarlos a los almacenes de Borden. Baltzell terminaría por incautar el barco y avisarle a Frank Clark, fiscal de distrito del sur de la Florida. Mantilla y Corona se montaron en el primer tren que pasó para Jacksonville.

(Nydia Sarabia Hernández, Historiadora y Presidenta de Honor del Consejo Martiano de la Prensa Cubana, Ibrahim Hidalgo de la Paz, investigador del Centro de Estudios Martinanos y la periodista Miralys Sánchez Pupo, Presidenta del Consejo Martiano de la Prensa cubana)

Cuando la tercera nave (Baracoa) arribó a Fernandida (enero 13, 1895), el Savannah Morning News anunciaba ya que «la expedición estaba presuntamente bajo la dirección de Martí, el patriota cubano». Al día siguiente los aduaneros detuvieron al Amadis en Tybee Island (Georgia), pero sólo encontraron sacos de carbón. Sin embargo, el rumor de que esta nave conducía expedicionarios a Costa Rica propició que el gobierno tico enviara tropas de San José a Puerto Limón. Los exiliados cubanos allí cometieron la indiscreción de justificarse con que la expedición organizada en la Florida se enfilaba contra el régimen colonial español en Cuba.

Así y todo, la animosidad del «diablo» puede inferirse de la actuación del fiscal de distrito, quien autorizó enseguida la liberación de las naves Baracoa y Lagonda. Igual suerte corrió el Amadis en Savannah. Las armas fueron decomisadas en principio, pero al cabo se devolvieron todas a Borden, quien juró por su madre que no eran de D.E. Mantell. El fiscal Clark declaró que nothing more would be done by the government in regard to the affair.

-Foto: Florida House Inn en Fernandina © The Florida Times Union. En este hotelito paró Martí en febrero de 1893 y en octubre de 1894.