¿Se puede ser anticapitalista?
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Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea 'revolucionario'.
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Vandalismo en Santiago de Chile. T. MUNITA NYT, Pie de foto del Bloguista de Baracutey Cubano
Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
19 Nov 2019
En los últimos años se han vuelto cosa común en Occidente las manifestaciones callejeras violentas de jóvenes, y no tan jóvenes, que se autoproclaman anticapitalistas, antisistema, antineoliberales o antiglobalización.
Son protestas primas hermanas de las que se producen últimamente en países de Sudamérica contra gobiernos no aliados de La Habana y Caracas. Con el estandarte del rechazo al "neoliberalismo" en buena medida estas revueltas son organizadas o estimuladas por el largo brazo movilizador y desestabilizador del castrismo —el non plus ultra del anticapitalismo en las Américas—, ahora con la contribución monetaria del narcotráfico aportada por Caracas.
Pero no son esas protestas en Latinoamérica, todas anticapitalistas, las que trataré de desmenuzar aquí, sino la irracionalidad de declararse anticapitalista. Los jóvenes así autotitulados se sienten más modernos que sus ancestros "tan equivocados", y en mejor sintonía con el siglo XXI. No quieren saber nada de lo viejo: del capitalismo, la derecha, de ningún gobierno que no sea "revolucionario".
Por ignorancia desconocen tres cosas primordiales: 1) que ellos no son modernos sino anticuados, pues constituyen una nueva versión del anarquismo, una de las más aberrantes corrientes políticas del siglo XIX y principios del XX; 2) que, de lo contrario, son comunistas ortodoxos de la vieja escuela incendiaria de Marx, Lenin, Trotski, Mao, las FARC y el "Che" Guevara; y 3) que no se puede ser anticapitalista porque no hay forma de ser antieconomía o antinaturaleza humana.
Hay en todo esto un nudo semántico-ideológico que los académicos, o no han detectado, o no han querido abordarlo. Pues bien, en ese sinsentido se cae en todas partes sin que nadie se dé cuenta. Antes de Karl Marx había en el mundo un solo tipo de economía, que por supuesto no tenía apellidos. No hacía falta ponerle nombre porque era lo único conocido, lo natural, lo normal. Las clasificaciones de comunidad primitiva, esclavismo y feudalismo se hicieron todas posteriormente.
Ningún miembro de una tribu en la Edad de Piedra sabía que vivía en la comunidad primitiva. Los siervos medievales en época de Carlomagno, o de Ricardo Corazón de León, no hablaban de feudalismo. Tampoco en los tiempos del premier británico Benjamín Disraeli (1874-1880) nadie se refería a Inglaterra como un país capitalista, no tenía sentido.
Fue solo con el surgimiento del primer Estado comunista en Rusia, en 1917, que surgieron y se acuñaron los apellidos económicos. Se dio por hecho que había en el mundo dos economías distintas, la capitalista y la socialista (comunista).
Sin embargo, luego de estar 74 años en el laboratorio de la vida práctica para supuestamente llevar a la humanidad al paraíso en la Tierra, aquel modelo económico diferente resultó un total fracaso. Fue declarado inservible por sus propios inventores y recibió sepultura en las murallas del Kremlin.
En Europa fue tirado a la basura, y en China y Vietnam si bien arriba siguieron con sus dictaduras del Partido Comunista, abajo adoptaron la economía de mercado. Se percataron de que es la única que funciona. Solo las dictaduras jurásicas de Cuba y Corea del Norte siguen sin aceptar la realidad tal y como es.
Así, el marxismo-leninismo pasó a la historia como un experimento fallido. Pero la izquierda más radical insiste hoy en hablar peyorativamente de la economía capitalista cuando ya se sabe que no hay otra.
El supuesto relevo paradisíaco del capitalismo no cuajó por su condición contraria a la naturaleza humana. Por eso tampoco cuajaron los sueños de sociedades perfectas basadas en el colectivismo, desde Platón con su república ideal comunista, hasta Moro con su Utopía, y los de otros ilusos como Campanella, Saint-Simon, Owen, Fourier, Babeuf, Blanqui, hasta hoy, todos enemigos de la propiedad privada, que es el motor económico que mueve al mundo.
Pero la izquierda marxista preservó la costumbre de emplear la palabra capitalista como un estigma, pese a la muerte por causas naturales de la supuesta alternativa socialista. Y a fuer de ser repetida pasó al ADN de la cultura social y política modernas. No importa que se haya constatado que la única forma de economía que funciona, crea riquezas y hace posible el desarrollo social es la de libre mercado, basada en la propiedad privada.
Hablar de economía capitalista es una redundancia
Las leyes naturales que rigen las relaciones productivas entre los seres humanos, si no son asfixiadas por monarquías absolutas, regímenes comunistas, fascistas, populista-nacionalistas, y otros istas estatistas, conforman el único sistema económico natural y lógico.
La economía de mercado es como el pez en el agua. Es lo normal, pese a sus muchos defectos, insuficiencias, contrastes e injusticias, o lo que Alan Greenspan llama "la exuberancia del mercado", que generó la crisis económica de 2008. Por tanto, hablar de economía capitalista es una redundancia. Es como aclarar que alguien que tiene mucho dinero es rico. Eso sobra, una condición va implícita en la otra. Igualmente, el carácter capitalista es intrínseco a toda economía que funciona.
No tiene sentido seguir con los apellidos, y metidos en la trampa marxista. Es lo que le ocurre a quienes, sin saber de qué están hablando y sin proponer una alternativa viable, atacan al capitalismo y lo consideran el ogro causante de todos los males en el mundo. Y para colmo todavía a estas alturas esos anticapitalistas llevan en el pecho la foto del "Che" Guevara, el fanático estalinista que por encargo de Fidel Castro montó en Cuba el modelo económico comunista que paró en seco el extraordinario avance que venía experimentado la economía cubana desde los años 40 y la hundió en la pobreza que ha hecho de Cuba otro Haití.
Fue aquel comandante argentino el artífice junto con Castro de la JUCEPLAN, las empresas consolidadas, el trabajo voluntario para formar el "hombre nuevo", el que sentía placer cuando asesinaba a alguien, según le confesó a su padre en una carta desde la Sierra Maestra. "Me gusta matar", le dijo en su misiva, luego de dispararle un tiro en la sien a Eutimio Guerra, un guía campesino que habían hecho prisionero.
Anarquistas y comunistas "vergonzantes"
Los anticapitalistas y los anti-neoliberales que en Chile, Ecuador, Perú, Colombia, y ahora también en la Bolivia liberada de Evo Morales, queman, destruyen y siembran el pánico para desestabilizar los gobiernos no procastristas son anarquistas de nuevo cuño, o comunistas "vergonzantes" que rechazan ser llamados comunistas. Esa palabrita les suena a fracaso y está muy devaluada históricamente.
Como sostenía el filósofo y político anarquista francés Sébastien Faure (1858-1942) "cualquiera que niegue la autoridad y luche contra ella es un anarquista". El anarquismo original postulaba la abolición del Estado al considerarlo un monopolio de la fuerza, e implicaba el rechazo a todo gobierno y a toda autoridad impuesta sobre el individuo. El de ahora no se diferencia mucho.
Al final, los anticapitalistas de hoy propugnan el mismo caos de sus ancestros anarquistas, igualmente sin tener claro qué es lo que quieren, con excepción de los procastristas, que pretenden "cubanizar" toda la América Latina, para lo cual cuentan con la fabulosa penetración política e ideológica del castrismo en la región.
A todos los anticapitalistas hay que recomendarles que se pasen una temporadita en Cuba, y a capella, sin dólares en el bolsillo. En pocas semanas se irán espantados de la Isla. Sabrán que el anticapitalismo es un absurdo kafkiano, que la economía de mercado seguirá existiendo quieran ellos o no, y que posibles alternativas futuras, quizás en el siglo XXIII, habrá que ver si acaso funcionan.
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