viernes, diciembre 06, 2019

¿Son revolucionarias las revoluciones?. Roberto Álvarez Quiñones: 'No hay paradoja moderna más insólita que preguntarse si una revolución es revolucionaria o no. Pero la interrogante es válida.'





¿Son revolucionarias las revoluciones?

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'No hay paradoja moderna más insólita que preguntarse si una revolución es revolucionaria o no. Pero la interrogante es válida.'
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Revolución Francesa en el videojuego 'Assassin's Creed' GAMEGURU

Por Roberto Álvarez Quiñones
Los Ángeles
05 Dic 2019 


La pregunta del título ni el mismo Kafka pudo imaginársela. No hay paradoja moderna más insólita que preguntarse si una revolución es revolucionaria o no. Pero la interrogante es válida. Con su tozudez habitual, la historia muestra que desde 1848, hace casi 172  años, las revoluciones sociales de hecho dejaron de ser revolucionarias, y que tampoco todas las anteriores lo fueron.

Claro, eso lo saben hoy quienes las han sufrido. Para quienes conocen las revoluciones por relatos épicos, ensayos, películas o documentales, son una maravilla, un  privilegio que solo tienen algunos pueblos. Y así lo enseñan en las universidades de todo el mundo, sobre todo en Occidente. Así lo divulgan intelectuales, académicos, profesores, politólogos, sociólogos, y artistas.

En Cuba, ya soltando los pedazos, la cúpula castrista sigue hablando de la "revolución" (permanente como la de León Trotsky), y no pocos viejos que en su momento fueron hipnotizados por Fidel Castro siguen creyendo que si en el país hay pobreza, cartilla de racionamiento y escasez de todo es porque se han cometido muchos "errores" y por culpa de EEUU.  Nada tiene que ver en eso la "revolución", que reverencian cual tótem sagrado.

De entrada, ninguna revolución dura 60 años. Es un proceso de cambios en un plazo de tiempo necesariamente breve. En Cuba yo diría que la revolución culminó el 13 de marzo de 1968, cuando Castro acabó con los 57.280 negocios privados que aún funcionaban y dio jaque mate al sector privado. Ese día se terminaron los grandes cambios —devastadores— socioeconómicos estructurales.

Exigir a gritos una revolución es lo que hacen inflamados jovencitos  anticapitalistas, antisistema y antineoliberales en todo Occidente, incluyendo ahora  a Latinoamérica. Ignoran que están pidiendo el regreso al Ancien Régime estatista anterior a la Revolución Francesa, cuando el Estado lo era todo y el individuo nada.

Un cartel en las protestas en Santiago de Chile rezaba: "Cuando la tiranía es ley, la revolución es orden". El manifestante que lo llevaba no tiene la menor idea de que una revolución es el non plus ultra del desorden y el caos.

¿Vive un pueblo mejor luego de una revolución?

¿Y por qué desde 1848  no son revolucionarias? Ese año tuvieron lugar las últimas revoluciones sociales liberales, en Francia, Alemania, Italia, Austria,  Polonia, Moldavia, Valaquia (parte sur de Rumania), y Hungría. Llamadas también la "primavera de los pueblos", dieron el golpe final en Europa a las monarquías absolutas que se habían reinstalado durante la restauración monárquica posnapoleónica. Hicieron posible que la Revolución Industrial (y liberal) nacida en Inglaterra se expandiera por toda Europa.  

Desde entonces las revoluciones dejaron de ser liberales. Y solo es progresista una revolución que promueve libertades y derechos ciudadanos, e instituciones sólidas que garanticen esas libertades y el funcionamiento del libre mercado.

No es revolucionaria la que restringe libertades e impone al Estado como empresario único o mayoritario, asfixia u hostiga a la libre empresa, y subordina  el individuo a un Estado "sabio", omnipotente y omnipresente, que piensa y actúa por  él. Y si obliga a los ciudadanos a emigrar ya Martí definió a ese régimen: "Cuando un pueblo emigra, sus gobernantes sobran".

No hay mejor fórmula para abordar este tema que hacer una simple  pregunta: ¿vive un pueblo mejor luego de una revolución?

Fue el método que usé por  haber vivido más de tres décadas una de las revoluciones  más sonadas del siglo XX,  la castrista. Hurgué  en la historia de las más trascendentes revoluciones de los últimos cuatro siglos y medio: la Revuelta de los Países Bajos en el siglo XVI,  la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, la Revolución Francesa, las revoluciones liberales europeas de 1820, 1830 y sobre todo las de 1848, y la Comuna de París de 1871.

Del siglo XX repasé la Revolución Mexicana, la de Paz Estenssoro y el MNR en Bolivia (1952-1964), la  bolchevique, la china, la mongola, la vietnamita, la camboyana, la nicaragüense, la revolución iraní de 1979 que derrocó al shah Reza Pahlevi,  y la "bolivariana" de Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI.  

¿Y qué hallé?  Que casi todas desde mediados del siglo XIX han sido inútiles, un remedio peor que la enfermedad que pretendieron curar. Que algunas fueron desmedidamente  sangrientas. Todavía los mexicanos no saben si fueron 1,5 millones o dos millones los muertos, ni los rusos saben la cifra exacta de los suyos en sus respectivas revoluciones. Y que muchas incluso fueron contrarias al interés de los pueblos en nombre de los cuales se llevaron a cabo.

Los pueblos para progresar no necesitan  revoluciones, ni héroes, sino libertades individuales e instituciones que las canalicen. En cualquier investigación se constata que pese a los ríos de sangre y destrucción que causan, desde mediados del siglo XIX la gente de a pie no vive mejor luego de una revolución, sino igual, o peor. Los explotados de antes pasan a ser  esquilmados por los líderes  "revolucionarios", convertidos en casta gobernante privilegiada que vive opulentamente a expensas del pueblo.

No ha habido una sola revolución nacionalista, populista, fascista, comunista, o teocrática, que haya traído la prosperidad a sus pueblos que sí obtuvieron otros por vías no traumáticas.

Las revoluciones liberal-burguesas entre 1568 y 1848  sí fueron progresistas. En el siglo XVIII al compás de la consigna de los fisiócratas franceses de laissez-faire, laissez-passer (dejar hacer, dejar pasar) se establecieron las libertades económicas, políticas, sociales, filosóficas y culturales que crearon la libre empresa, la palanca que mueve al mundo desde entonces.

Por el contrario, el colectivismo "revolucionario" —uno de cuyos tempranos paladines fue Platón—  coloca a  "papá Estado" por encima del libre albedrío individual. Les confisca a los ciudadanos el protagonismo político y económico, que es asumido por elites corruptas enquistadas en el aparato estatal.

Un antes y después del que no se habla

Extrañamente, ningún  académico ha admitido la dicotomía entre progresismo y contrarrevolución que trazó en 1871 la socializante Comuna de París, que si bien estableció medidas de beneficio popular que aliviaron la carga de explotación que golpeaba al pueblo, en vez de otorgar más libertades e institucionalizarlas, las redujo. En su lugar fomentó la utopía socialista de la autogestión y el cooperativismo obrero en las fábricas y estableció el primer gobierno anticapitalista del mundo.

Por algo Karl Marx la calificó de primer ejemplo de "dictadura del proletariado" en  el poder. En su análisis La Guerra Civil en Francia (1871), Marx concluyó que la Comuna parisina fue "esencialmente un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora".

Los comuneros se proponían expropiar las grandes fábricas y el Banco de Francia, pero no tuvieron tiempo. La revuelta duró 60 días. Fracasó pero resultó ser fuente de inspiración para la Revolución Bolchevique en Rusia. De haber triunfado la Comuna de París, en todo el país se habría impedido el desarrollo capitalista extraordinario que alcanzó Francia desde entonces. La Revolución Francesa, que llevó la burguesía al poder, habría sido inútil.

Por cierto, aquella revolución burguesa (1789-1799) de  "Liberté, égalité, fraternité"  cometió excesos aberrantes. Rodaron por el suelo 40.000 cabezas humanas. En cambio, en esos mismos diez años en la liberal Inglaterra, sin guillotinar a nadie, se llevaba adelante la Revolución Industrial que cambiaría la faz de la tierra.

En el siglo XX, los regímenes "revolucionarios" fascista y comunista causaron la muerte a 165 millones de personas, 100 millones el comunismo en 35 países, y 65 millones el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Solo la viruela o la peste bubónica medievales mataron más humanos.

Desde la Comuna de París las revoluciones cojean de la misma pata: estatismo socializante, populismo demagógico y retrógrado, nacionalismo-chovinista, Pisotean los derechos humanos y empobrecen a los pueblos.  

La sublimación teórica de las revoluciones en Occidente se debe a que la mayoría estallan por la explotación social, económica, abusos e injusticias de regímenes tiránicos. Y grupos políticos acuden  a la violencia para tratar de cambiar las cosas. Pero, o no las cambian, o las cambian para mal. La mayoría de las revoluciones han devenido nuevas e implacables dictaduras. Y en un próximo artículo completaré este tema.
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