domingo, febrero 09, 2020

Ana León desde Cuba: Los rosados están en todas partes. Si Eduardo del Llano no puede ver la debacle es porque llega un momento en que los que viven bien en Cuba no quieren saber de la miseria ajena



Los rosados están en todas partes

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Si Eduardo del Llano no puede ver la debacle es porque llega un momento en que los que viven bien en Cuba no quieren saber de la miseria ajena
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Por Ana León 
6 de febrero, 2020

LA HABANA, Cuba. – Eduardo del Llano anda en llamas por estos días. Su inopinada salida en favor del régimen, minimizando la tragedia de las tres niñas cubanas aplastadas por un balcón el pasado 27 de enero, ha provocado que en las redes sociales lo estén cociendo vivo. Para muchos no hay nada nuevo en su exabrupto, pues a pesar de los cortos que le han ganado fama de controvertido, la saga de Nicanor O´Donnell no pasa de recrear, con ligereza, la tensa relación entre los artistas “políticamente conflictivos” y los agentes de la Seguridad del Estado.

Del Llano parece subversivo, pero su postura es similar a la de otros artistas reconocidos por el oficialismo en Cuba. Aunque se ha servido del crowdfunding para financiar algunas de sus producciones, también se ha plegado al circuito estatal para moverse con libertad en esa zona de tolerancia donde conviven creadores e intelectuales asentados en una ambigüedad política que les permite caer de pie sobre cualquier terreno.

De clase media y normalidad habló Eduardo del Llano en una perorata que fue, cuando menos, insensible y carente de objetividad. No se sabe cuál crítica contra el régimen le agotó la paciencia; pero es obvio que alguien lo sacó de su zona de confort, porque intentar mitigar la muerte de tres niñas por negligencia gubernamental apelando a la universalidad de las fatalidades, es de lo más torpe que pudiera decir un cubano que habita y camina en esta Habana de postguerra.

(Eduardo del Llano)

Sucede que cuando del Llano hace referencia a “normalidad” e “inmensa clase media”, piensa en sí mismo y en las personas que frecuenta. Otra cosa son los residentes de barrios marginales como Jesús María, San Leopoldo o el Canal del Cerro, para quienes lo normal son viviendas precarias, hacinamiento, derrumbes, mala alimentación, falta de agua potable, insalubridad, alcoholismo, violencia social y un largo etcétera de factores que atentan contra la calidad de vida de un ser humano.

La excluyente visión de Eduardo del Llano comprende a quienes viven en zonas privilegiadas, con edificios y casas de construcción capitalista donde habitan artistas e intelectuales de prestigio, dueños de negocios que prosperan a pesar de la crisis, militares retirados y acomodados en su rol de empresarios; en fin, una clase media-alta que ha alcanzado su rango, en muchísimos casos, gracias al dinero de los emigrados o las prebendas que el régimen reparte entre sus fieles.

Ese tipo de gente no se ve nunca por los barrios pobres, salvo en alguna incursión con amigos extranjeros que quieren apreciar los contrastes y darse un chapuzón de folclor al margen de los itinerarios establecidos. Imagino que cuando del Llano habla de clase media se refiere a quienes tienen acceso directo y rápido a las atenciones de un médico especialista, los que pueden balancear su dieta, comprarle zapatos a sus hijos sin inquietarse por el precio, irse de vacaciones a Varadero, frecuentar bares caros, trasladarse en moto eléctrica o carrito modesto, acometer arreglos en su vivienda sin tener que privarse de todo lo anterior, y viajar.

Imagino que en su normalidad clasista vea como algo natural que en las escuelas primarias de Miramar el regalo más barato que se le haga a un maestro en su día sea una olla reina; pero además ropa de marca, buenos perfumes, carteras y hasta fines de semana en hoteles con todo incluido. En las escuelas primarias de esos barrios marginales que abundan en toda La Habana, cada 22 de diciembre los maestros regresan a sus casas con flores y regalos sencillos que les dedican sus alumnos a cuenta de padres muy sacrificados.

Es mentira que en Cuba haya una inmensa clase media. Lo único inmenso e insondable aquí son la corrupción, la represión y la ausencia de oportunidades. Las brechas sociales son reales, pero la existencia de un sector próspero no supera, mucho menos invisibiliza, la de otro que apenas sobrevive y constituye, por mucho, la mayoría.

 Si Eduardo del Llano no puede ver la debacle de su propio país es porque llega un momento en que los que viven bien en Cuba no quieren saber de la miseria ajena, ni que mueren niñas entre los escombros. Por el contrario, es más sencillo tranquilizar sus conciencias concluyendo que derrumbes, corrupción y malos gobiernos hay en todas partes.

Penoso es reconocerlo, pero artistas como él conforman, con su hipocresía y descaro olímpicos, esa élite cultural e intelectual cubana que se cuida de criticar frontalmente al régimen, aunque mantenga un discurso ambivalente, adaptable a las circunstancias. Es una medida de protección en un contexto en el que ser “rojo” ha pasado de moda y puede atraer atención no deseada.

Pero los “rosados” están en todas partes. Son el rostro de la decadencia y el oportunismo, siempre ajustados al guion para evitar que el compañero que los atiende les advierta que hasta ahí. Y cuando los regañan se van, ofuscados, a pasar un tiempo en el extranjero para “refrescar” de tanta censura y hablar de Cuba con fingido pesar de patriota desterrado, degustando la bebida del enemigo, en cuyo fondo invariablemente se ahoga la rebeldía y renace la mansa oveja, lista para volver al redil.
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La recalcitrante Midiala arremete contra el comunista Eduardo del Llano


Eduardo del Llano  sobre la supuesta vida  normal en  Cuba




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1 Comments:

At 3:47 p. m., Anonymous ombre said...

El tipo es lo que parece y lo que da toda seña de ser.

Siempre hubo oportunistas, como siempre habrá, pero salir con esta pose ahora, cuando la “revolución” es algo caduco, fracasado y claramente falso me parece, como mínimo, de una vulgaridad espantosa, por no hablar de una absoluta falta de dignidad.

Nada, otro “guapo” barato como el Fernando Rojas. Santocielo, el desprecio, pero todavía peor, el bochorno.

 

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