Libertad para Groenlandia
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El 'destino manifiesto' de la isla más grande del mundo es terminar siendo parte integral del gigantesco consorcio que ya componen Estados Unidos y Canadá.
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Por Miguel Sales
Málaga
05 Mayo 2020
De un tiempo a esta parte, los movimientos separatistas o independentistas han cobrado un segundo aire en varios países del viejo continente. Partidos corsos, padanos, flamencos, escoceses o catalanes, en situaciones distintas y con diverso grado de intensidad, pugnan por construir nuevos Estados soberanos en el marco de la Unión Europea.
En España la oferta es muy amplia; además de Cataluña y el País Vasco, hay otras regiones candidatas in pectore a la condición de Estado-nación. Galicia, Valencia, Canarias, Baleares, Andalucía, Navarra y Aragón han reivindicado en algún momento hechos diferenciales y derechos históricos que refrendarían su condición de futuras entidades soberanas. La excepción es Asturias porque, como se sabe, "Asturias es España y lo demás es tierra (re)conquistada".
Estos movimientos suscitan simpatías y muestras de solidaridad transnacionales. Hay universidades que acogen a sus delegados, periódicos que dan cabida a sus proclamas y políticos afines que cabildean a su favor en las instituciones comunitarias.
Pero en los muchos años que llevo viviendo en Europa aún no he visto ni oído a nadie que se manifieste en pro de la independencia de Groenlandia. Y ninguna causa me parece más justa que esa ni más útil para el porvenir de la humanidad.
Permítanme empezar por lo más básico: Groenlandia es la mayor isla del mundo (considerada Australia como un continente). Tiene algo más de dos millones de kilómetros cuadrados. En Estados Unidos, país muy vasto y diverso, la prensa suele usar como unidad de comparación territorial al Estado más pequeño de la Unión, Rhode Island. Así los lectores pueden hacerse una idea de la superficie de Chile o de Mongolia, al relacionarla con una magnitud conocida. Pues bien, Rhode Island cabe 720 veces dentro de Groenlandia.
(Groenlandia. INFOBAE)
Geográfica y étnicamente, Groenlandia forma parte del continente americano. Solo 30 kilómetros la separan de territorio canadiense, a la altura del Estrecho de Nares. El 80 por ciento de sus 60.000 habitantes son de origen inuit, esos que antes llamábamos esquimales, y proceden de norte de Canadá. Durante mil años la isla fue una colonia, primero de Noruega y luego de Dinamarca. En 1953 la Corona danesa le concedió la autonomía que ahora disfruta.
La razón por la que Dinamarca, que está a 3.500 kilómetros de distancia, ha gobernado la isla durante siglos tiene orígenes legendarios.
Cuentan las sagas nórdicas que en el año 982 un caudillo vikingo llamado Erik Thorvaldsson, más conocido como Erik el Rojo, les dio café a tres de sus vecinos islandeses en el curso de una pendencia. Los familiares de los difuntos reclamaron justicia y, conforme a la tradición, Erik fue condenado a tres años de destierro, uno por cada víctima.
Zarpó el bronco Erik en su drakkar (los jefes vikingos siempre tenían un drakkar a mano para partir a ver mundo) rumbo al oeste, donde, se decía, había países cálidos y feraces. Tras navegar algún tiempo, encontró una enorme isla helada en la que vivían algunos indígenas y muchos osos polares. Por razones publicitarias, la bautizó con el nombre de Groenland (País Verde), sin duda para atraer a los colonos escandinavos que se estaban muriendo de hambre y frío en la cercana Iceland (Tierra del Hielo).
El truco funcionó y varias docenas de colonos dejaron Islandia para establecerse en el suroeste groenlandés, donde en verano algunas zonas del litoral quedaban libres de hielo y nieve durante varias semanas. Décadas más tarde, los reinos escandinavos reclamaron la soberanía sobre todos los territorios visitados en algún momento por sus abuelos vikingos y a Dinamarca le correspondieron ambas islas.
La otra razón del prolongado dominio danés es que, hasta la Segunda Guerra Mundial, a casi nadie le importaba una isla próxima al Polo Norte, helada la mayor parte del año, donde a duras penas sobrevivía un puñado de gente a base de comer bacalao y carne de foca.
Groenlandia tiene además la peculiaridad de ser el único territorio que ha abandonado la Unión Europea. Se incorporó automáticamente a la UE —como parte de Dinamarca— en 1973, pero en 1985 ejecutó un Groexit, en virtud de sus derechos autonómicos, por conflictos con las normas pesqueras de la Unión. Desde entonces, el sentimiento de independencia se ha acentuado. En 2008 un nuevo referendo dejó abiertas todas las opciones de ejercer la autodeterminación.
Y en eso llegó Donald Trump. En 2019, el presidente republicano provocó un revuelo diplomático, al plantear la posibilidad de que Estados Unidos le comprara la isla a Dinamarca. Y no es que en Europa hayan escaseado los cambios territoriales en el último siglo. Desde Alsacia y Lorena, en 1918, hasta la península de Crimea, en 2014, provincias y poblaciones enteras han pasado a formar parte de un Estado vecino, sin que nadie se escandalizara mucho por la operación. Pero es muy distinto tramitar la cesión/anexión mediante la guerra, actividad heroica y prestigiosa donde las haya, que pretender realizarla como una vulgar transacción comercial. La compraventa de territorios habitados suena a cosa del siglo XVIII, antes de que el nacionalismo sacralizara el vínculo telúrico, que al parecer ahora solo puede romperse correctamente a través de la violencia y el derramamiento de sangre.
Rechazada la oferta de adquisición, Washington ha concedido este año un préstamo de 12 millones de dólares al gobierno autónomo de Groenlandia. La suma representa un aporte per cápita muy inferior al subsidio anual de más de 600 millones de dólares que le suministra el Ejecutivo danés. Pero es un primer paso en la dirección correcta.
Porque el "destino manifiesto" de Groenlandia es terminar siendo parte integral del gigantesco consorcio que ya componen Estados Unidos y Canadá. Geography is destiny, como dicen que declaró Napoleón —aunque seguramente lo dijo en francés, para no sonar como Peter Sellers en La Pantera Rosa ("yografí is destiní"). Y en este caso, hay intereses económicos y geoestratégicos muy poderosos que harán gravitar la isla hacia el eje Washington-Ottawa, simplemente porque Dinamarca no tiene ni la voluntad ni los recursos para manejarlos. La próxima etapa podría ser un referendo de autodeterminación, seguido de una solicitud de anexión. Groenlandia es la manzana madura y congelada, a punto de caer del frigorífico. John Quincy Adams estaría encantado con la perspectiva.
O tal vez los groenlandeses decidan aplicar la fórmula utilizada en 1982 por los vecinos de Cayo Hueso (Key West, Fla.). Hartos de la negligencia de las autoridades floridanas, un grupo de activistas proclamó la independencia de la Conch Republic, izó una bandera azul con una caracola en el centro y plantó una aduana en la frontera de la nueva nación, a la entrada de la carretera US-1 (es decir, colocaron una mesa con dos sillas, donde repartían folletos a los automovilistas). Desde allí amenazaron con declarar la guerra a Estados Unidos para capitular cinco minutos después y exigir un nuevo Plan Marshall. El razonamiento era que, en la segunda mitad del siglo XX, ningún país había prosperado más que Japón y Alemania, ambos derrotados por Washington en 1945.
Etiquetas: Cayo Hueso, Conch Republic, Dinamarca, EE.UU., EEUU, Groenlandia, independencia, Key West, libertad, Ubión Europea, UE
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