miércoles, octubre 13, 2021

Esteban Fernández sobre el Descubrimiento de América o del Nuevo Mundo

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Por Esteban Fernández
1 de febrero de 2018

Si yo me llevo por el instante en que tuve uso de razón creo firmemente que tengo exactamente 525 años de nacido. No, no es que crea en la reencarnación, simplemente que he estado tan atiborrado de lecturas de historia de mi país, y tan rodeado de expertos en la materia, que me parece que yo estaba allí desde el mismo instante en que Cristóbal Colón le lanzó el más bello de los piropos a la tierra donde creo nací.

Digo “creo” porque recuerdo que -aunque muy tierno aun- pertenecía a las tribus de los Siboneyes, y otras me da la sensación de que vine en La Pinta porque todavía retumban en mi cerebro y en mis oídos los gritos de “¡Tierra!” de Rodrigo de Triana al vislumbrar a San Salvador.

A veces me parece imposible esa creencia de haber llegado en una de las carabelas al recordar el tremendo encabronamiento que cogí cuando quemaron al indio Hatuey, y la discusión que tuve con varios tripulantes de la Santa María cuando trataban de atrabancar y violar unas indefensas inditas.

Recuerdo, mucho más tarde, mi tendencia anexionista, hasta que una tarde en Tampa escuché un encendido discurso de un genio cuarentón llamado José y que sus seguidores y admiradores llamaban “El Delegado” y de ahí en lo adelante abracé la gestión insurreccional.

(Las dos carabelas y  la carraca  en que Cristobal Colón y su tripulación descubrieron el Continente Americano. Comentario del bloguista de Baracutey Cubano)

Me parece que fue ayer cuando el 20 de Mayo de 1902 izaron la bandera cubana en el Morro de La Habana, y subsiguientemente mi apoyo al candidato presidencial perdedor, Bartolomé Masó, y mi molestia al retirarse el general Masó y ganar Don Tomás Estrada Palma.

Yo quería el regreso de Masó y un reconteo de los votos, pero nadie me hizo el menor caso. Juan Gualberto Gómez me dijo: “Eso de recontar los votos jamás va a pasar aquí ni en ningún lugar del mundo”.

De pronto me viene a la mente que una cigüeña un 16 de septiembre del año 44 me depositó en un cuarto de una casa en la calle Pinillos 463 en la “Huerta de Cuba”.

Acto seguido perfectamente recuerdo frases que después se hicieron celebres como “Tiburón se baña, pero salpica”, “Ahí viene la aplanadora con Prío alante y el pueblo atrás”, “Aquí mandan las mujeres” y “Que cada cubano tenga un billete de cinco pesos su bolsillo”.

Recuerdo un golpe de estado, un ataque al cuartel Moncada, otro a Palacio, una amenaza de “Antes de año nuevo seremos mártires o libres”, un desembarco en Playa Colorada, unas escaramuzas en la distancia, una precipitada huida del que sus seguidores proclamaban como “¡Este es el hombre!”

Una injustificada euforia colectiva y se jodió aquel país que descubrí hace 525 años y que un almirante proclamó como “La tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.

Llegó un hijo de puta y “mando a parar” todos los adelantes logrados e hizo añicos a la nación que hoy en día millones de sus nativos consideran un infierno.

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