lunes, marzo 21, 2022

Miguel Sales Figueroa: La herencia envenenada de Angela Merkel



 La herencia envenenada de Angela Merkel

Por Miguel Sales

21 de marzo, 2022

A todas las personas civilizadas nos atrae la idea de ser buenos, solidarios, pacíficos y proteger el planeta. Nada que objetar a esas virtudes.

El problema comienza cuando esas cualidades personales se convierten en política de Estado. Sobre todo, cuando ese Estado es el mayor y más influyente de Europa y es además la cuarta economía del mundo. 

En los 16 años que dirigió los destinos de Alemania, Ángela Merkel intentó eso mismo: convertir sus principios personales en lineamientos políticos. Bajo su orientación, Alemania congeló el gasto militar, renunció a la energía nuclear y acogió -solo en 2015- a más de un millón de inmigrantes irregulares que huían de los conflictos de Oriente Medio -conflictos alentados, entre otros factores, por el apoyo de Rusia a sátrapas de la región-.

Como consecuencia de estas políticas buenistas, la dependencia alemana del gas y el petróleo de Rusia aumentó entre 2014 y 2021 del 36% al 55%. Alemania demostró al mundo que la defensa no era una prioridad y que estaba dispuesta a recibir a un número ilimitado de refugiados, sin incurrir en la descortesía de considerar que un “torpedo migratorio” de esa magnitud podría plantear un casus belli. Y el Brexit recibió un impulso definitivo.

Amparar a los migrantes, preservar la paz y proteger el medio ambiente del apocalipsis -real o imaginario- que augura el ecologismo anticapitalista, no serían posturas tan peligrosas si todos los gobiernos del mundo compartieran esos enfoques. Pero, por desgracia, no es así.

Mientras Ángela Merkel desarrollaba esas políticas de 2005 a 2021, Vladimir Putin tomaba nota “con la paciencia de Job y la sonrisa de la Gioconda”, como habría dicho el Comandante Moringa. La cancillera alemana estaba mejor pertrechada que nadie para desconfiar de esa atención. Ella creció y estudió en la antigua RDA, habla ruso con fluidez y comprende íntimamente el funcionamiento de los sistemas comunistas y sus derivados post soviéticos. Pero mantuvo el rumbo, incluso después de 2014, cuando las tropas rusas anexaron la península de Crimea y dominaron extensas zonas en el este de Ucrania.

La exministra de defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, condenó el "fracaso histórico" de Alemania en la tarea de reforzar su ejército a lo largo de los últimos años. "Después de lo ocurrido en Georgia, Crimea y el Donbass, no hemos preparado nada que realmente haya disuadido a Putin", declaró la que hasta hace poco era considerada la sucesora natural de Merkel.

Apenas 68 días después de que Merkel se acogiera a la jubilación, Putin decidió que el contexto internacional reunía las condiciones óptimas para invadir Ucrania, una vez más. Estados Unidos estaba dirigido por un anciano titubeante y una vicepresidenta inexperta, el premier de Canadá pugnaba con los manifestantes que bloqueaban Ottawa, Boris Johnson estaba a punto de perder el cargo por su afán juerguista, Macron se enfrentaba a una elección general en pocas semanas y en Alemania acaba de estrenarse un gobierno de coalición que parecía aún más débil que su predecesor. 

"Lo que Alemania y Europa han experimentado en los últimos días es nada menos que un revés a las políticas de Merkel de garantizar la paz y la libertad a través de tratados con déspotas", sentenció el influyente diario Die Welt.

Ángela Merkel no dio la orden para que el ejército ruso iniciara la marcha hacia Kiev, pero su política equivocada creó las condiciones necesarias para que Putin pudiera proceder con relativa impunidad. Hoy las democracias occidentales adoptan represalias económicas para tratar de frenar la guerra de Ucrania, pero Alemania sigue pagando a Rusia mil millones de euros diarios, por concepto de importaciones de gas y petróleo, pagos que no está dispuesta a suspender porque al hacerlo dañaría gravemente su propia economía. Y el gabinete de Olaf Scholz se apresura a anunciar un aumento del presupuesto de defensa y renueva sus votos de fidelidad a la OTAN.

La ex cancillera, tan elogiada hace solo un par de meses, guarda hoy un silencio clamoroso ante lo que ocurre a pocos kilómetros de las fronteras alemanas.    

La política de apaciguar a un sátrapa y dejar crecer la dependencia energética; el rechazo de la energía nuclear, capitulando ante el ecologismo anticapitalista; el debilitamiento de la defensa nacional y atlántica en aras de un pacifismo suicida; y la aceptación ilimitada de la inmigración ilegal, recibieron en su día el aplauso del progresismo retrógrado. Hoy sus consecuencias saltan a la vista.  


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