lunes, febrero 13, 2023

El amor de Catalina Lasa y Juan Pedro Baró: Ejemplo de amor anhelado por muchos que muy pocas parejas han logrado alcanzar en esta vida

 

José Mojica  canta Alma mía (de María Greever)




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Rosas ¨Catalina Lasa¨ que se cultivan y venden en Europa





José Feliciano - Madrigal







Observen como los cristales tenían sibujados  a relieve racimos  de rosas ¨Catalina Lasa¨



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Lasa y Baró: Una historia de amor

Publicado el 17 de mayo de 2013 

Estimado lector que rozas una vez más la suave y policromada pluma del Tocororo:

Hoxe, día 17 de maio celebramos na miña terra  o Día das Letras Galegas e quero dar a coñecer un dos amores máis notables da historia de Cuba. Notable pola sua intensidade e amplificado polo poder económico dos seus protagonistas.

Catalina Lasa fue una de las mujeres de La Habana que en la primera década del siglo XX, destacaba por su belleza en los salones de la alta sociedad.

Era conocida por “La Maga Halagadora”. Fue ganadora de concursos de belleza, muy admirada por sus grandes ojos azules, una piel de nácar y una hermosa figura. Pero su fama más grande se debe sin duda a que fue la protagonista de la escandalosa historia de amor con Juan Pedro Baró, que estremeció a la sociedad cubana de la época.

Nacida en la ciudad de Matanzas, se casó en 1898 en Tampa, Estados Unidos, con Luis Estévez Abreu, hijo de Luis Estévez Romero, primer vicepresidente de la República de Cuba y de la famosa patriota Marta Abreu. Al finalizar la Guerra de Independencia, el matrimonio se estableció en La Habana, aunque realizaban frecuentes viajes a París, donde tenían otra residencia. Catalina fue ganadora de concursos de belleza en La Habana entre los años 1902 y 1904.

En una de las fiestas a las que asistió con su marido, Catalina conoció al rico hacendado criollo Juan Pedro Baró, quien quedó prendado ante los ojos azules y la escultural belleza del cuerpo de Catalina. Así surgió entre ellos una irrefrenable pasión que no parecía tener límites, y que dio lugar a que comenzaran continuos encuentros a escondidas entre ambos.

Aunque Juan Pedro Baró tenía un carácter reservado y procuraban ser discretos, enseguida se produjeron comentarios que trascendieron  entre la alta sociedad. Catalina Lasa se atrevió entonces a pedir a su esposo la separación, pero éste no quiso aceptar ya que la ley del divorcio no había sido aprobada aún en Cuba. Entonces ella tomó la decisión de  irse a vivir con Baró, hecho que, si bien significó su realización sentimental, también les produjo momentos muy desagradables a la pareja.

A causa de los prejuicios de la época y presionado por miembros de su familia, Luis Estévez Abreu, que era su marido, ordenó abrir un expediente judicial contra Catalina, y se dictó su orden de captura por bigamia. Inmediatamente, ella y Baró salieron entonces secretamente de Cuba, aunque sabían que serían perseguidos en otros países. Así fue como llegaron a París, y disfrazados y por rutas diferentes se reencontraron en Marsella y finalmente marcharon juntos a Italia. Su objetivo al llegar a Roma era llegar hasta el Papa quien los recibió y escuchó su historia . La máxima autoridad de la Iglesia Católica los bendijo y anuló el matrimonio religioso de Catalina Lasa y Estévez Abreu. [Auro loquente, omnis sermo inanis est]

El presidente cubano Mario García Menocal aprobó en 1917 la Ley de Divorcio en la isla caribeña. Ese mismo año se registró la separación de Catalina de su primer esposo.

En 1917 volvieron a La Habana donde volvieron a ser admitidos en los salones de la alta sociedad. Baró no sabía qué hacer para hacer feliz a su esposa. Durante diez años mandó edificar un palacete en la Avenida Paseo, de la barriada de el Vedado, el cual se inauguró en 1926. En los jardines de la residencia ordenó sembrar una variedad de rosa única llamada Catalina Lasa, lograda de un injerto realizado por expertos floricultores.

Los célebres arquitectos de la época Evelio Govantes y Félix Cabarrocas proyectaron la obra con estilo renacentista italiano hacia los muros exteriores; mientras hacia el interior, prefirieron un claro acento art-decó. La ejecución corrió a cargo de la constructora estadounidense Purdi & Anderson; mientras la decoración, de los estucos en los salones principales estuvo a cargo de la parisina Casa Dominique. Los jardines fueron diseñados por Forrestier, uno de los artífices de los cambios operados en esa época en los Campos Elíseos. La casa fue calificada como la mansión más bella de La Habana y su inauguración tuvo lugar con una gran recepción en 1926.

La crónica social en el Diario de la Marina dijo que se empleó la más fina y moderna cristalería en sus ventanas, al estilo Art-Nouveau, aplicando la novedosa técnica del claro de luna, con la cual se conseguía un cristal de transparencia lechosa.

El mismo Presidente de la República asistió al acto. (Ya con anterioridad, la pareja le había ofrecido una cena en su honor, tras la promulgación de la Ley de Divorcio y la absolución del antiguo matrimonio).

Pero aquella pareja nacida del más puro y ardoroso amor no duró demasiado y estuvo maldecida desde que se hizo conocida por el público. Se dijo incluso que fue objeto de los más extraños maleficios y prácticas oscurantistas.

La feliz pareja disfrutó poco tiempo del espléndido nido de sus amores. Apenas dos años después de construida la grandiosa mansión, Catalina enfermó y Baró la llevó a París para ser tratada por los mejores especialistas. Poco después ella moría en la capital francesa, en brazos de su marido desesperado y asistida por Panchón Domínguez, reputado especialista cubano y médico personal de casi todos los cubanos pudientes que conformaban la colonia cubana en París. Junto a la agonizante se encontraban también sus hijos y algunos de sus hermanos.

Sobre la causa de su deceso se ha especulado muchísimo. Algunas versiones aseguran que Catalina arrastraba una larga y penosa enfermedad contraída durante los últimos tiempos que pasó en su nueva vivienda habanera, por lo cual ya no se mostraba en público, y ante los empleados y sirvientes sólo lo hacia con el rostro semicubierto por un velo negro. El certificado de su muerte, archivado entre los legajos del cementerio de Colón, habla de una intoxicación producida por ingesta de pescado. También se ha manejado la posibilidad de fallo del corazón causado por una cura de adelgazamiento llevada con exceso, hipótesis que se sostiene sólidamente por el hecho de encontrarse Catalina en Carlsbad (actual Karlovy Vary) famoso balneario del este de Europa, en el momento en que enfermó.

También se ha especulado sobre la posibilidad de una neumonía, cáncer de pecho, envenenamiento por ingestión de setas venenosas y otras dolencias, sin que de cierto se sepa la verdad. En la biografía de Panchón Domínguez escrita por su hija, ésta solo narra que su padre fue llamado con suma urgencia en medio de la noche al petit hotel de los Baró-Lasa, donde encontró a Catalina agonizante en su lecho. El célebre médico nada pudo hacer por salvarla y ella expiró en los brazos de su marido, rodeada de algunos miembros de su familia.

Ocurrió en la noche del 3 de noviembre de 1930. Tenía cincuenta y cinco años. Por una de esas extrañas coincidencias de la vida, la fecha elegida por Catalina para abandonar este mundo fue la misma que vio partir en el último viaje a su sempiterna enemiga Rosalía Abreu.

Como era costumbre en aquellos tiempos entre las clases pudientes, Baró hizo embalsamar detalle vitralesel cuerpo de su mujer en la agencia parisina de St. Honoré de Eybaud y dispuso que el vapor francés Meñique trajera a La Habana el cadáver en capilla ardiente a través del Atlántico. Se ha dicho que pagó para que cada día, durante toda la travesía, un avión arrojara sobre el barco una lluvia de rosas amarillas.

El cadáver llegó a La Habana el 2 de enero de 1931, y tuvo su primer enterramiento en una finca particular, pues el panteón familiar que Baró había comenzado a construir un año antes al costo de medio millón de pesos oro, aún no había sido terminado. Dos años más tarde sus restos fueron definitivamente trasladados a la que es hoy una de las más bellas, valiosas y arquitectónicamente representativas capillas del cementerio de Colón.

La capilla de estilo Art Deco que guarda para la Eternidad los restos de Catalina Lasa, panteónPedro Baró y doña Concepción, madre de este último, fue construida en mármol blanco con puertas de ónix o de granito negro pero según el historiador Antonio Medina, especialista en monumentos fúnebres de la necrópolis de Colón, se trataría en realidad de un bastidor corredizo de bronce grumoso recubierto de un fino cristal negro trabajado en relieve por el propio René Lalique, y traído de Francia expresamente para la decoración de la tumba. (Lalique fabricaba ya entonces un cristal llamado Claro de Luna, con textura lechosa de gran belleza, cuya fórmula se llevó al silencio de la muerte).

La puerta tiene grabada en su mitad superior una cruz que se dice fue pedida por Catalina para que custodiara su última morada. La cruz está orlada por cenefa de rosas e irradia de sí muchos rayos, los cuales van a derramarse en la mitad inferior sobre los cuerpos de dos querubines arrodillados. Estos ángeles muestran un cierto sabor egipcio. Con su única mano bendicen hacia el suelo una columna vertical de rosas encadenadas. El ábside de la capilla es una media cúpula en forma de vaina decorada con cristales de Lalique, cada uno de los cuales ostentaba una rosa amarilla tipo Catalina Lasa sobre fondo púrpura, que al ser traspasada por los rayos del sol proyectaba la imagen colorida de la flor sobre las lápidas en el interior.

Cuando Catalina murió, Baró no quiso habitar más la casa, pero tampoco quiso venderla y se la alquiló a un canadiense. A su muerte, ocurrida diez años después, parece ser que la hija de éste, quien vivía en París, prestó o arrendó el inmueble al Consulado francés hasta 1957.

Después de la Revolución terminó convertida en la Casa de la Amistad Cubano-Soviética, y hoy es simplemente la Casa de La Amistad, donde cualquiera puede sentarse a disfrutar de los bellos jardines donde Catalina y Juan se amaron, y comprar un refrigerio o un almuerzo en divisas, tomando este último en el impresionante comedor que por lo general, permanece completamente vacío. El cadáver de Baró fue trasladado a La habana desde París en octubre de 1940 y sepultado junto a la que en vida fue su gran amor.

Pero como último detalle, es absolutamente falso que Baró se haya hecho enterrar de pie a la cabecera de Catalina para rendir eterno homenaje a quien fue para él la mujer más perfecta y más amada del planeta. Simplemente duerme junto a ella en la tradicional postura yacente del mundo occidental. Sin embargo, sí es un hecho real que cuando enterró a su esposa Juan ordenó fundir sobre el féretro varios metros de concreto, para impedir que futuros violadores y saqueadores de tumbas osaran profanar su belleza y perturbar su descanso eterno.

La leyenda de estos amores asegura que por deseo de su marido, el cuerpo embalsamado de Catalina fue enterrado con todas sus joyas, como una auténtica momia de faraón egipcio.

Hay otra versión que asegura que solo se trataba de un pectoral donde las piedras preciosas engastadas en oro conformaban un diseño de rosas. Los trabajadores del Cementerio creen que ese fue otro de los motivos que tuvo Baró para tomar la disposición de convertir la fosa en un bunker.

“Sic transit gloria mundi”

NOTA: Las imágenes que aparecen en esta entrada pertenecen a su propietario Javier Castromori que amablemente consiente que sean publicadas. Muchas gracias.
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El saqueo de la capilla donde reposaban los amantes más famosos de Cuba


Por Zunilda Mata
19 de febrero de 2016

Los amantes más famosos de la Cuba del siglo XX, Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, ya no reposan en el hermoso mausoleo donde fueron enterrados en la Necrópolis de Colón de La Habana. En su lugar, unas tumbas vacías y unas lápidas rotas son el epílogo de un amor que alimentó los rumores e hizo palidecer de envidia a la alta sociedad cubana.

En la avenida que se extiende desde la puerta norte del cementerio hasta la Capilla Central, se ubica un panteón que atrae los lentes de los turistas y los suspiros de los arquitectos. La obra fue erigida para cobijar los restos de Catalina Lasa, quien murió en 1930, apenas 13 años después de conocer a Juan Pedro Baró en una fiesta a la que ella fue del brazo de su esposo, Pedro Estévez Abreu.

Hace algunos años una reparación ejecutada por la Oficina del Historiador de la capital alimentó la ilusión de devolver al mausoleo su antiguo esplendor. Así lo merecía todo el conjunto y en especial el majestuoso portón, que diseñó la Casa René Lalique de París y que fue presentado en el Salón de Artes Decorativas de la capital francesa en 1925.

El mármol de la construcción vino de Bérgamo en Italia y el reconocido arquitecto, escultor y conferencista Luis Bay Sevilla escribió en El Diario de la Marina que aquel panteón, “el de Catalina Lasa, de un gran arquitecto francés, dentro de las normas que señalan el arte nuevo, es único en el mundo”.

Sin embargo, los prolongados retrasos sufridos por las obras de restauración han provocado que el interior de la capilla, construida en mármol blanco y con una media cúpula en forma de vaina, muestre un paisaje desolador, donde una vez todo fue lujo y oropel.

Antes de que las obras reforzaran esa imagen de abandono, ya los vándalos habían hecho su parte, atraídos por la codicia que despiertan los rumores sobre un lujoso enterramiento. Una práctica común en los cementerios cubanos, donde en los últimos años más de un difunto ha sido desenterrado para extraerle desde un anillo hasta un diente de oro.

Un acicate para los saqueadores cotidianos debieron ser las crónicas de la época que aseguraban que el cuerpo de Catalina fue sepultado con un pectoral de piedras preciosas engastadas en oro formando un diseño de rosas. La posible desaparición de estos objetos debido a la rapacidad que sufrió el panteón podría ser el robo de mayor cuantía llevado a cabo en el camposanto habanero donde abundan las tumbas de personalidades y aristócratas.

Un pariente exiliado de los Baró-Lasa aseguró a 14ymedio que las joyas en el ataúd eran sólo “cuentos de novelistas”. Sin embargo, la versión que rueda por las calles habaneras es que detrás de las espectaculares puertas del panteón se hallaba uno de los mayores tesoros sepultados en la Isla.

Guiado por esa historia y con el olfato de un experimentado profanador de tumbas, Angelito, un antiguo sepulturero de la necrópolis, desbarató el año pasado con una barreta y a golpe de mandarria las losas que cubrían los ataúdes de Catalina Lasa, Juan Pedro Baró y la madre de este.

La acción de este saqueador de tumbas se sumó a los pequeños robos anteriores ocurrido en el mausoleo, en los que se sustrajeron otras piezas, como varios de los cristales que daban una luz lechosa hacia el interior y proyectaban la figura de una rosa. Los vecinos de la barriada aseguran que después del atraco, Angelito dejó tras de sí un rastro de gastos excesivos y noches de locura.

La investigación policial apuntó hacia el depredador funerario, quien fue apresado y recluido siete meses en el centro penitenciario de Valle Grande, según confirmaron a este diario varios custodios del cementerio. En la redada policial también quedaron bajo investigación otros trabajadores del lugar, pero todos resultaron absueltos por falta de pruebas.

Mientras esa trama criminal transcurría, los turistas enfocaban su lente hacia aquella joya del art déco cubano. Hasta hace pocos meses allí estuvieron los restos de Catalina, quien en la pacata época que le tocó vivir escandalizó a muchos al pedir la separación a Estévez Abreu, hijo del vicepresidente de la República y la conocida como “benefactora de Santa Clara”, Marta Abreu.

La noticia prendió cual pólvora en una Cuba donde aún no se había aprobado la ley de divorcio, y la bella matancera huyó junto a su amante. Los enamorados regresaron a La Habana en 1917, donde vivieron juntos hasta que ella falleció, en Francia.

Sin acostumbrarse a su viudez, Baró quiso darle a Catalina en la muerte aquello que su fugaz vida no le había permitido y costeó un panteón de medio millón de pesos en el cementerio habanero. Hoy, un bloque de concreto colocado de manera improvisada por la parte trasera sirve como escalón para asomarse a la que fue proyectada como una vivienda eterna.

Desde esa indiscreta posición y auxiliado por una cámara, es posible captar el deterioro de toda la capilla. Los cristales que cubrían las ranuras traseras ya no están y la cruz diseñada por Lalique corrió igual suerte, como las mamparas de cristal colocadas entre las puertas y el recinto más íntimo de las tumbas.

Una fuente cercana al Historiador de La Habana comenta que la complejidad patrimonial del panteón exige un estudio “para su reparación”, aunque un empleado del cementerio confirma que las obras de restauración están detenidas desde hace meses porque “los recursos de la Oficina del Historiador tuvieron que ser destinados a algo aparentemente más urgente y no han regresado”.

Los restos mortales de Catalina Lasa, de Juan Pedro Baró y su madre descansan provisionalmente, y hasta que terminen las obras, en el panteón de los Emigrados Cubanos, el mismo lugar donde reposa Leonor Pérez, madre de José Martí. Mientras, Angelito, el saqueador de tumbas, fue finalmente condenado a 30 años de privación de libertad por daño al patrimonio y profanación.

A pesar de la devastación, algo del brillo de la mirada de quien fuera conocida como La Maga Halagadora queda en el lugar. Una triste presencia, de quien no logró en vida ser aceptada por una sociedad llena de prejuicios y después de muerta ha sido víctima de la expoliación y la indolencia.


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Nota del Bloguista de Baracutey Cubano
El doctor Luis Estévez y Romero, abogado matancero,  fue el esposo de  Marta Abreu Arencibia desde 1874 hasta que ella falleció en 1909; luis Estévez y Romero  fue vicepresidente de la República durante el gobierno de Don Tomás Estrada Palma.  Luis Estévez Abreu, el primer esposo de Catalina, era el hijo de   Luis Estévez y Romero y  Marta Abreu Arencibia.

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El panteón de Catalina Lasa en el cementerio de Colón sigue en ruinas y va a peor

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La Oficina del Historiador comenzó a restaurarla hace al menos tres años y la ha dejado a medias. Los vándalos han desvalijado la tumba.
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Redacción de CiberCuba
10/05/2018

La historia de Catalina Lasa, una de las mujeres más bellas de La Habana de primeros del siglo XX, va unida a la de la aprobación del divorcio en Cuba por el presidente Mario García Menocal, en 1917. La suya es una de las grandes historias de amor de la burguesía cubana, que empezó mal y mal acabó. Como si no hubiera sufrido suficientemente en vida, ahora comprobamos que el famoso panteón donde están enterrados ella y su segundo esposo, Juan Pedro Baró, está destrozado: lleva tiempo así y va a peor.


La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana comenzó hace al menos tres años la restauración del panteón de Catalina Lasa. Los vándalos aprovecharon para llevarse de él todo lo que era susceptible de ser robado. Buscaban los tesoros que la leyenda urbana atribuía al enterramiento de una de las mujeres más famosas de La Habana. Las obras se quedaron a medias y ahora pueden verse las tumbas abiertas y el interior del panteón lleno de andamios.

El rico hacendado cubano Juan Pedro Baró mandó a construir un panteón para su mujer, Catalina Lasa, fallecida en París el 30 de noviembre de 1930, a donde la habían trasladado desde La Habana en busca de mejores médicos. Todo hace indicar que murió intoxicada con un pescado: formaba parte de la dieta que hacía para perder peso.

La obra del panteón le costó medio millón de pesos de la época a Baró. En un primer momento, el cuerpo de Catalina yació embalsamado en una tumba provisional. Dos años después, en 1932, fue trasladada al panteón del cementerio de Colón, donde su marido supuestamente le obsequió con un ramo de rosas "Catalina Laza", hecho con piedras preciosas. Se trata de una variedad de flores única, conseguida por floricultores con injertos y sembrada en el jardín de la famosa mansión que la pareja inauguró en el Vedado en 1926. Sin embargo, los pocos familiares que han sobrevivido a la pareja aseguran que se trata de una leyenda urbana.


Catalina Lasa apenas pudo disfrutar de la casona que le construyó su adorado esposo en Paseo y 17. Murió cuatro años después. Su marido la sobrevivió una década. Antes de fallecer éste, dio orden de que lo enterraran de pie para velar, desde el más allá, por su amada.


Las tumbas de Catalina Lasa y su esposo Juan Pedro Baró fueron selladas con losas de hormigón fundido para evitar que fueran profanadas. Sin embargo, CiberCuba ha comprobado que ambas han sido abiertas y desvalijadas.


Cuenta la leyenda, que la pareja formada por Catalina Lasa y Juan Pedro Baró, fue víctima de brujerías y maleficios. No les perdonaban que se hubieran enamorado estando ella casada con el primer vicepresidente cubano, Luis Estévez Romero, hijo de la patriota cubana Marta Abreu, que da nombre a la Universidad Central de Villa Clara.

La primera vez que Juan Pedro Baró vio a Catalina Lasa quedó prendado de la bella matancera, que había ganado dos concursos de belleza en La Habana en 1902 y 1904. La joven disfrutaba de todos los lujos, pero decidió huir con Juan Pedro Baró a París, porque tras pedirle la separación a su marido, éste la acusó de bigamia: el divorcio no era legal en Cuba. La alta sociedad dio la espalda a los adúlteros.

Catalina Lasa y Juan Pedro Baró viajaron por Europa hasta llegar a plantear su caso al Papa, en Roma, que accedió a anular el matrimonio católico con Luis Estevéz y la pareja pudo regresar a Cuba.

Juan Pedro Baró se esforzó en darle todos los placeres del mundo a su esposa. Fue por eso que en 1926 inauguraron en Paseo y 17 uno de los palacetes más lujosos del Vedado, hoy ocupado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. A la cena acudió el mismísimo presidente de la República, Gerardo Machado.

La casa es considerada una precursora de la modernidad en Cuba. Estrenó el estilo Art Decó, de moda, sólo dos años antes, desde que se exhibió en la Exposición de Artes Decorativas e Industriales Modernas de París.


La Habana de la época lloró la muerte de Catalina. A su entierro acudieron los hombres vestidos de frac y las mujeres luciendo largos vestidos. Ochenta y ocho años después, poco queda del lujoso enterramiento.

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El Taj Mahal habanero

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Una gran residencia y un sepulcro creados en homenaje a una bella mujer cubana, necesitados ambos de restauración.
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Por Yaneli Leal
Madrid
12 febrero 2023

Así como el amor inspiró en el siglo XVII la construcción del mausoleo más famoso de la India, también guió el diseño del más bello sepulcro Art Déco que tiene la Necrópolis de Colón de La Habana; y que bajo su nívea fachada de mármol de Carrara esconde una cautivante historia de amor del siglo XX cubano. En él descansan Catalina Lasa (1875-1930) y Juan Pedro Baró (1861-1939), dos amantes que desafiaron las convenciones sociales de su época y personificaron en el Caribe parte del drama inmortalizado por León Tolstoi en su Ana Karénina.

Juan Pedro Baró había estado casado entre 1882 y 1895 con Rosa de Varona, con quien tuvo dos hijos. Se dice que este rico y apuesto hacendado cubano le había sido infiel en múltiples ocasiones y que, harta su esposa, formalizó una demanda en EEUU, disolviendo la pareja. Alrededor de 1913, Juan Pedro Baró conoció en París a la matancera Catalina Lasa. Esta joven de legendaria belleza estaba casada desde 1898 con Pedro Estévez Abreu, con quien tenía tres hijos. Catalina y Juan comenzaron un idilio, que terminó con el matrimonio de esta y la separación forzada de sus hijos, desatando un gran escándalo en la sociedad cubana y el eterno resentimiento de los Varona, los Estévez y los Abreu.

En esa época, el divorcio no estaba permitido en Cuba, por lo que, para formalizar la relación, primero acudieron ante el mismísimo Papa Benedicto XV, que anuló sus enlaces previos. En 1915 se casaron en la Iglesia de Nôtre Dame de París; y en 1918, pudieron formalizar legalmente su unión en Cuba, luego de que en 1917, su amigo el presidente Mario García Menocal aprobara la Ley del Divorcio. De esta forma, fueron los segundos en hacer uso de la misma, ya que a Fausto Menocal le corría más prisa.

Para Catalina mandó crear Juan Pedro una rosa, surgida del cruce de una especie húngara con una cubana. Según Mario Coyula, la rosa Catalina, antes muy conocida, ahora solo se conserva en un jardín botánico de Roma y en el parque Bagatelle de París. También la casa Molinard creó en su honor, en 1926, el perfume "Habanita", que todavía se comercializa. Pero las dos obras de mayor significación que su segundo esposo hizo construir para ella fueron su residencia de la calle Paseo entre 17 y 19, en El Vedado, y su mausoleo ubicado en la avenida norte del Cementerio de Colón.

La residencia, construida entre 1922 y 1927, y que ocupa media manzana, es considerada uno de los más importantes palacetes de la capital cubana. Es obra de los arquitectos cubanos Evelio Govantes y Félix Cabarrocas, autores de otras notables residencias de la época como la mansión Xanadú (1926) en Varadero, y la Dolce Dimora (1928) de Orestes Ferrara, hoy Museo Napoleónico.

El Palacio Lasa-Baró constituye uno de los más elegantes ejemplos del neorrenacimiento italiano que tan de moda estuvo en la arquitectura de la primera mitad del siglo XX. Cuenta además con detalles que aluden directamente a inmuebles históricos europeos, como la cornisa que reproduce la del Palacio Strozzi; o las ventanas de la planta alta, copias de las del Palacio de la Cancillería de Roma. Tiene también en la fachada de la Calle 19, un tondo del famoso taller ceramista del renacimiento italiano Della Robbia, y en los jardines una copia de la Venus de Antonio Cánova.

La casa destaca por el diseño integral del inmueble, así como por los materiales empleados, que con tanto acierto supieron vestir interiores y exteriores con la justa combinación de colores y texturas. Es el caso de la arena roja del Nilo empleada en el estuco de los muros exteriores, que le confirió su distintivo tono rosa a las fachadas; de las columnas de terracota de la entrada y de la galería lateral; de las puertas interiores de caoba de una sola tabla; de la herrería forjada y el pasamanos de plata de la escalera principal realizado por la casa Baguez de París; del vitral de la escalera con los escudos familiares realizado en Billacourt; de los múltiples mármoles importados en varios colores (blanco de Carrara, rojo de Langueloc, amarillo de Siena y Port-Oro, etc.), que combinaban con los tonos de las paredes estucadas en caliente siguiendo la tradición veneciana; y de las líneas de nácar incrustadas entre las teselas venecianas de color aguamarina que conformaban el suelo del Palm Room.

Subraya su singularidad la incorporación del lenguaje Art Déco en el diseño interior de las estancias, siendo el primer ejemplo documentado de este estilo en Cuba. Tanto el mobiliario como la luminaria y las lucetas fueron diseñadas por René Lalique, uno de los más grandes artistas de este estilo en Francia. De este modo, el palacio Lasa-Baró atesora un número considerable de piezas originales diseñadas por Lalique para cada lugar preciso, en muchas de las cuales reprodujo la imagen de la rosa Catalina, convertida en símbolo de amor de esta pareja. Asimismo, en algunos de los estucos en caliente realizados por la casa Dominique, se puso todo el empeño por reproducir el hermoso azul cerúleo de los ojos de Catalina.

Los jardines que rodeaban esta magnífica vivienda, fueron diseñados por Jean Claude Nicolás Forestier, reconocido paisajista y director de Parques y Paseos de París, y realizados por la casa Lemon Legriñá y Compañía, la mejor de La Habana. Lamentablemente, ya no se conservan, así como gran parte del mobiliario de la vivienda, ni el nácar del Palm Room, ni la arena roja del Nilo sepultada bajo las capas de pinturas que inconsecuentemente se han aplicado en las últimas décadas a la fachada y a las columnas de terracota, cuando con una correcta limpieza de los muros hubiera bastado para devolverles su belleza.  

Del palacete de Paseo solo pudo disfrutar Catalina tres años, ya que murió en 1930, y su esposo en  1939. La casa perteneció a la familia hasta 1962, cuando la nieta de Juan Pedro Baró, Nina Pedro, salió de Cuba y el Gobierno confiscó la propiedad, convirtiéndola en la Casa de la Amistad Cuba-URSS. Sin la referencia soviética ni el cuadro de Lenin que anacrónicamente redecoró la vivienda, hoy se utilizan sus maltrechos jardines para fiestas y lentamente se destruye la magnificencia de este icónico palacio capitalino.

Suerte similar ha corrido el hermoso mausoleo de Catalina (1933), también saqueado. Este singular sepulcro Art Déco, realizado en mármol de Carrara con monumentales puertas de granito negro y lucernario de vidrio malva de Murano, fue también obra de René Lalique. En el granito y en las piezas de vidrio reprodujo una vez más la rosa Catalina, así como en el biombo de vidrio ámbar que originalmente formaba parte de la entrada, hoy desaparecido. Allí descansan Catalina, su suegra, y Juan, del cual se dice pidió ser enterrado de pie a los pies de su amada para contemplarla eternamente.

Este inmueble se encuentra hoy en proceso de restauración por parte de la Oficina del Historiador, como parte del gran proyecto de conservación que desarrolla hace unos años en la Necrópolis de Colón.

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Jose Luis Rodriguez con los Panchos-Celoso

 

Rod Stewart "Have I told you lately?" SUBTITULADO AL ESPAÑOL



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1 Comments:

At 2:32 p. m., Anonymous Anónimo said...

Impresionante historia de amor digna de una pelicula de Hollywood....Tiempo ha ya habia yo
leido esta "historia" del gran amor de Catalina Lasa y JUan Pedro Baro......profundo amor
que fue rechazasdo por las clases asristocraticas Cubanas....pero ese gran amor como el Ave Fenix....surgio de entre las cenizas......Considero la pasion de esta pareja como un triste
eslabon en la Historia de la tierra mas hermosa que ojos humanos hayan visto.
Felicito a Baracuteycubano por traer a sus gloriosas paginas la Historia de un gran Amor,
bastante desconocida por el pueblo Cubano.
Keep up the good work.
Angel

 

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