Una Declaración y su vigencia moral. Julio M. Shiling sobre el Día de la Independencia de los Estados Unidos de América. Eugenio Yáñez: Las 1.325 palabras que cambiaron el mundo para siempre
Por Julio M. Shiling
3 de julio de 2017
Ya habían pasado dos meses y once días desde que los primeros disparos de la Guerra Revolucionaria Norteamericana retumbaron en los campos de batalla de varios pueblos ubicados en el Condado de Middlesex en el estado de Massachusetts. El Congreso Continental, esa asamblea que acoplaba los delegados que representaban las Trece Colonias estadounidenses, unánimemente aprobaron y firmaron, el cuatro de julio de 1776, la Declaración de Independencia Estadounidense. ¿Qué sustentaba ese documento emblemático de la nación norteamericana cuya fecha histórica marca, no el alcance material y territorial de la independencia que en si ocurrió siete años y dos meses más tarde después de una guerra dura, sino un pronunciamiento de intención y la racionalización para independizarse?
El Congreso Continental, esa especie de gobierno en armas norteamericano, le encomendó a un comité de cinco delegados la tarea de redactar en forma de un listado de agravios y justificativos, un pronunciamiento para accionar hacia la independencia. Entre los más destacados del grupo estaba Tomás Jefferson, considerado el autor material del texto, y Benjamín Franklin y John Adams, quienes aportaron la capacitación editorial. Fueron un total de 1,331 palabras las que la Declaración enumeraba. Lo seminal del pronunciamiento fue, no la elocuencia indiscutiblemente brillante de su narrativa, sino la priorización de dos de los fundamentos principales de cualquier sociedad libre: la Ley Natural y el derecho de rebelión.
Qué los EE UU sea el ensayo democrático continuo más exitoso en la historia, no ha sido por casualidad. Más bien, podemos concluir, esto ha ocurrido por causalidad integralmente. Es cierto que los derechos naturales y el principio de remover a un tirano por la fuerza si dicha acción es justa y necesaria, no es un invento de los norteamericanos. Los antiguos griegos y el cristianismo ya habían planteado estos valores preeminentes mucho antes. Platón, San Agustín y Santo Tomás de Aquino articularon formidablemente sobre los derechos naturales y su supremacía sobre nociones de leyes positivas o esquemas convencionales. De igual manera, el derecho de un pueblo levantarse y derrocar por cualquier vía disponible a un régimen tiránico, cuenta a la dinastía Zhou, (1050 a. C.) como el primer practicante del derecho de revolución y los mencionados Doctores de la Iglesia enarbolaron, respectivamente, los principios teóricos de la guerra justa y del tiranicidio, ramificaciones de dicho derecho.
Lo distintivo del caso estadounidense fue la precisión que le dieron a estos componentes éticos sacrosantos en su documento político insigne y la fidelidad que en el ejercicio de la praxis han observado de los mismos. Éstos, al final del día, representan los mayores protectores conceptuales de la libertad dentro de un modelo político que cuenta con el consentimiento de los gobernados. Los que correctamente catalogan a la democracia como un sistema de auto gobierno que reposa sobre un Estado de derecho, entienden que la defensa de la libertad, es la tarea principal de cualquier gobierno democrático. Los fundadores de la nación estadounidense, no sólo los encargados de elaborar el texto independentista, entendieron estas verdades y más aún, se alinearon expresamente con la Divina Providencia, concretando a la nueva república dentro de un formulario que buscaba vivir en libertad bajo el amparo y las normas de Dios.
La Declaración contiene cinco secciones: el preámbulo; el pronunciamiento de los derechos naturales (o derechos humanos fundamentales); los agravios que violentaban esos derechos naturales; los agravios contra la monarquía y su régimen; y el pronunciamiento de la separación formal y las firmas. Las semillas para lanzar al mundo por primera vez una república constitucional que aspiraba vivir en democracia, contenía todo lo necesario. La libertad sería reconocida como regalo de Dios y consecuentemente era preeminente y que cualquier intento de suprimir ese derecho inalienable está fuera de la jurisdicción de cualquier gobierno. Esta nueva sociedad se forjaría como pueblo impregnado con la noción de que si los medios para reformar, cambiar o reformular, pacíficamente y por vía de un reformismo gradual no eran factibles o se hallaban cerradas, pues ese gobierno habría que abolirlo por la fuerza si fuese necesario y empezar nuevamente.
Hay algo más que añadir que es obvio para cualquiera que se haya leído la Declaración de Independencia. Las columnas éticas de los derechos naturales y el principio del derecho de rebelión, estaban ligadas intrínsecamente a un precepto de entrega a un Ser Superior que imparte justicia y un código moral. “Una nación bajo Dios…”, es el criterio expreso predominante en todos los documentos fundacionales de la nación estadounidense. La Declaración que los norteamericanos y otros amantes de la libertad honran el Cuatro de Julio, ha expuesto esa realidad en un contexto grandilocuente. Hoy, en esta recesión democrática global y la ofensiva amoral en que vivimos, la transmisión de su contenido transcendental, tiene una vigencia universal que urge su aplicación.
La esclavitud no se aceptó de manera natural; fue un punto escabroso. Se aceptó por algunas de las Trece Colonias para preservar la unión en la lucha, la cual era necesaria para alcanzar la victoria y no ser derrotados y colgados. Benjamín Franklyn expresó lo siguiente con relación a la necesidad de mantener la unión: «Sí, tenemos que, de hecho, todos permanecer juntos, o casi con total certeza, todos vamos a colgar por separado». Cada una de las Treces Colonias se autogobernaban en muchos asuntos y existían grandes diferencias entre el desarrollo alcanzado y las características de cada una de ella. El Bill of Rights es otro documento que nos permite evaluar mejor como pensaban muchos de los padres fundadores. La Guerra de 1812, mediante la cual la Metrópoli inglesa estuvo muy cerca de recuperar a sus antiguas Trece Colonias, mostró también la necesidad de mantener la unión entre ellas.
Al hacer un análisis de un documento debemos de situarnos en el contexto histórico en que se redactó; ni en Francia, patria del Iluminismo, se aprobó el voto de la mujer. El Iluminismo fue la corriente filosófica que más influyó en los independentistas de las Trece Colonias; a su vez la práctica política llevada a cabo por las liberadas Trece Colonias influyó grandemente en la Revolución Francesa contra la monarquía de Luis XVI. Por otra parte, EE.UU. es una República y no una Democracia en el sentido clásico, pues siguiendo las ideas del liberalismo europeo, el voto universal permite, por ejemplo, que el voto de la persona más instruida, inteligente, conocedora del tema, menos manipulable y mejor intencionada,sea equiparado al de una persona que carece de todas esas característica.
Sobre las masacres de indios, ese es un tema muy complicado donde hubo excesos, salvajismos y todo tipo de racismo de ambas partes. El hecho de que los indios se pusieron al lado de la Metrópoli inglesa para luchar contra la independencia de las Trece Colonias fue un mál comienzo para esas relaciones.
Las 1.325 palabras que cambiaron el mundo para siempre
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Por Eugenio Yáñez
Se cumplen 236 años de la Declaración de Independencia de Estados Unidos de América.
Documento que NUNCA, EN NINGÚN LUGAR, ha sido superado. Que no creó una nación perfecta, pero abrió las puertas hacia el mejor de los mundos posibles.
Nación que —bochornosamente— vio la luz aceptando como natural la esclavitud y negando el derecho a escoger a sus gobernantes —la base de sus fundamentos— a negros y mujeres, y logró su expansión territorial masacrando a sus indígenas, pero que fue capaz de crear mecanismos para superar sus propias insuficiencias y limitaciones, sin “perfeccionamientos”, “actualizaciones” ni “revoluciones”, y sin tener que renunciar, en ninguna circunstancia, a sus bases seminales: la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Nación gobernada por una persona electa que se convierte en la más poderosa del mundo, pero que tiene que someter sus decisiones fundamentales a un poder legislativo libérrimamente electo y la interpretación de un poder judicial independiente, y, en última instancia, a nueve respetables jueces en la Corte Suprema, que deciden, sin aceptar presiones de nadie, si las leyes y acciones responden a lo que se entiende como Estado de Derecho, o si son o no son constitucionales y, por lo tanto, derogadas o no.
Corte Suprema que, cuando decide, ¡ay! no importa si afecta a quien tenga autoridad sobre miles de municiones nucleares o miles de millones de dólares, o favorece a una sencilla “negrita” que no ve razón para sentarse en el asiento trasero de un ómnibus vacío o cedérselo a un blanco soberbio para quien la cortesía natural hacia una mujer importa menos que un color de piel que él mismo porta sin haber hecho nada.
¿País perfecto? ¡Claro que no! ¿País que se supera continuamente? ¡Claro que sí! Aunque a veces demore un siglo o más arreglar lo que nunca debió haber comenzado tan mal, o nunca debió haber existido. ¿Cómo? Aboliendo la esclavitud con una desgarradora guerra civil de 600.000 muertes y 400.000 heridos; asegurando el futuro de sus ciudadanos con un sistema de seguridad social “impuesto” por un líder carismático y poliomielítico; participando en dos guerras mundiales que no fue a buscar, pero se pelearon y ganaron; garantizando atención médica a sus ciudadanos en la vejez gracias a un consenso “imposible” de lograr; enviando la Guardia Nacional a centros de estudio para garantizar que cada ser humano tenga acceso a los estudios, independientemente de su color o de sus ideas; asegurando no que todos vivan igual, sino que todos tengan las mismas oportunidades.
Nación que no temió a monarquías ni dictadores, ni a nazis, fascistas, comunistas o terroristas; que en 236 años de historia NUNCA ha dejado de celebrar elecciones abiertas, limpias y justas; que en más de dos siglos le han bastado algunas Enmiendas a su Constitución para “perfeccionar” su sistema; que lanza dos bombas nucleares contra un enemigo que le atacó a traición, y después le ayuda a reconstruirse; que alaba y premia la innovación y la prosperidad, y no persigue el “enriquecimiento”; que no permite que su presidente gobierne más de ocho años; que estimula el disenso y las opiniones diferentes; que enfrenta a sus votantes en los procesos electorales y se une monolíticamente cuando se pretende amenazar su seguridad nacional; que se enorgullece de recibir —legalmente— exiliados e inmigrantes de todo el mundo y mezclarlos en un inmenso crisol para crear “hombres nuevos” que día a día hacen al país más libre y, por ser más libre, más fuerte, más poderoso y más rico. ¡La nación más revolucionaria del mundo!
¿Cuántos “antiimperialistas” han leído esas 1.325 palabras, esa Declaración de Independencia? ¡Resentidos del mundo, uníos; atacad siempre a Estados Unidos! No resolverán nada con eso, pero al menos se entretienen.
¿Nada que criticar a Estados Unidos en este aniversario? ¡Claro que sí! ¿Por qué creer que existían “verdades evidentes” sobre la igualdad y la libertad de los seres humanos, pero “for white only”? ¿Por qué apoyar “hijos de puta” en todo el mundo, simplemente porque fueran “nuestros hijos de puta”? ¿Por qué no garantizar cobertura de salud pública a cada persona en este país, y no solamente en emergencias? ¿Por qué tener más premios Nobel que ningún otro país, y estudiantes que cada vez se retrasan más en ciencias y humanidades? ¿Por qué preocuparse más de ballenas o caribúes en peligro de extinción que de las enfermedades y la miseria en el mundo, de seres humanos en peligro de extinción? Y específicamente con relación a los cubanos y el último medio siglo, ¿por qué preocuparse más por la “estabilidad” en Cuba y Florida que por las libertades y los derechos de los pueblos?
Como personas libres no tenemos nada que esconder. La lista de lo criticable a Estados Unidos no es secreta. La verdadera y sincera. No interesan las críticas de Granma o las que repiten los papagayos “antiimperialistas”, sino las que de verdad agradece esta gran nación que se le hagan, para ser mejor cada vez.
Entonces, ¿por qué tanto orgullo por esta celebración? Porque podemos criticar y analizar todo lo que queramos sobre esta nación, sus decisiones, sus gobernantes —desde el presidente al comisionado municipal—, sus políticas y sus acuerdos, que mientras se haga sin violar las leyes lo podemos hacer donde queramos, como queramos, cuando queramos, y por los medios que queramos, sin temor a ser reprimidos por expresar abierta y libremente nuestras opiniones.
En otras palabras, porque somos verdaderamente libres en un país verdaderamente libre. ¿Le parece poco a algunos? Piensen si todos los cubanos, o todos los seres humanos, pueden decir lo mismo en los países en que viven.
© cubaencuentro.com
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La Declaración unánime de los trece Estados Unidos de América,
Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se vuelva destructora de estos principios,el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que base sus cimientos en dichos principios, y que organice sus poderes en forma tal que a ellos les parezca más probable que genere su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que los gobiernos establecidos hace mucho tiempo no se cambien por motivos leves y transitorios; y, de acuerdo con esto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a sufrir, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia mediante la abolición de las formas a las que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, que persigue invariablemente el mismo objetivo, evidencia el designio de someterlos bajo un despotismo absoluto, es el derecho de ellos, es el deber de ellos, derrocar ese gobierno y proveer nuevas salvaguardas para su futura seguridad.
Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; y tal es ahora la necesidad que las compele a alterar su antiguo sistema. La historia del presente rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidas injurias y usurpaciones, cuyo objeto principal es y ha sido el establecimiento de una absoluta tiranía sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
Ha rehusado asentir a las leyes más convenientes y necesarias al bien público de estas colonias, prohibiendo a sus gobernadores sancionar aun aquellas que eran de inmediata y urgente necesidad a menos que se suspendiese su ejecución hasta obtener su consentimiento, y estando así suspensas las ha desatendido enteramente.
Ha reprobado las providencias dictadas para la repartición de distritos de los pueblos, exigiendo violentamente que estos renunciasen el derecho de representación en sus legislaturas, derecho inestimable para ellos, y formidable sólo para los tiranos. Ha convocado cuerpos legislativos fuera de los lugares acostumbrados, y en sitos distantes del depósito de sus registros públicos con el único fin de molestarlos hasta obligarlos a convenir con sus medidas, y cuando estas violencias no han tenido el efecto que se esperaba, se han disuelto las salas de representantes por oponerse firme y valerosamente a las invocaciones proyectadas contra los derechos del pueblo, rehusando por largo tiempo después de desolación semejante a que se eligiesen otros, por lo que los poderes legislativos, incapaces de aniquilación, han recaído sobre el pueblo para su ejercicio, quedando el estado, entre tanto, expuesto a todo el peligro de una invasión exterior y de convulsiones internas.
Se ha esforzado en estorbar los progresos de la población en estos estados, obstruyendo a este fin las leyes para la naturalización de los extranjeros, rehusando sancionar otras para promover su establecimiento en ellos, y prohibiéndoles adquirir nuevas propiedades en estos países.
En el orden judicial, ha obstruido la administración de justicia, oponiéndose a las leyes necesarias para consolidar la autoridad de los tribunales, creando jueces que dependen solamente de su voluntad, por recibir de él el nombramiento de sus empleos y pagamento de sus sueldos, y mandando un enjambre de oficiales para oprimir a nuestro pueblo y empobrecerlo con sus estafas y rapiñas.
Ha atentado a la libertad civil de los ciudadanos, manteniendo en tiempo de paz entre nosotros tropas armadas, sin el consentimiento de nuestra legislatura: procurando hacer al militar independiente y superior al poder civil: combinando con nuestros vecinos, con plan despótico para sujetarnos a una jurisdicción extraña a nuestras leyes y no reconocida por nuestra constitución: destruyendo nuestro tráfico en todas las partes del mundo y poniendo contribuciones sin nuestro consentimiento: privándonos en muchos casos de las defensas que proporciona el juicio por jurados: transportándonos mas allá de los mares para ser juzgados por delitos supuestos: aboliendo el libre sistema de la ley inglesa en una provincia confinante: alterando fundamentalmente las formas de nuestros gobiernos y nuestras propias legislaturas y declarándose el mismo investido con el poder de dictar leyes para nosotros en todos los casos, cualesquiera que fuesen.
Ha abdicado el derecho que tenía para gobernarnos, declarándonos la guerra y poniéndonos fuera de su protección: haciendo el pillaje en nuestros mares; asolando nuestras costas; quitando la vida a nuestros conciudadanos y poniéndonos a merced de numerosos ejércitos extranjeros para completar la obra de muerte, desolación y tiranía comenzada y continuada con circunstancias de crueldad y perfidia totalmente indignas del jefe de una nación civilizada.
Ha compelido a nuestros conciudadanos hechos prisioneros en alta mar a llevar armas contra su patria, constituyéndose en verdugos de sus hermanos y amigos: excitando insurrecciones domésticas y procurando igualmente irritar contra nosotros a los habitantes de las fronteras, los indios bárbaros y feroces cuyo método conocido de hacer la guerra es la destrucción de todas las edades, sexos y condiciones.
A cada grado de estas opresiones hemos suplicado por la reforma en los términos más humildes; nuestras súplicas han sido contestadas con repetidas injurias. Un príncipe cuyo carácter está marcado por todos los actos que definen a un tirano, no es apto para ser el gobernador de un pueblo libre.
Tampoco hemos faltado a la consideración debida hacia nuestros hermanos los habitantes de la Gran Bretaña; les hemos advertido de tiempo en tiempo del atentado cometido por su legislatura en extender una ilegítima jurisdicción sobre las nuestras. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y establecimiento en estos países; hemos apelado a su natural justicia y magnanimidad, conjurándolos por los vínculos de nuestro origen común a renunciar a esas usurpaciones que inevitablemente acabarían por interrumpir nuestra correspondencia y conexiones. También se han mostrado sordos a la voz de la justicia y consanguinidad. Debemos, por tanto, someternos a la necesidad que anuncia nuestra separación, y tratarlos como al resto del género humano: enemigos en la guerra y amigos en la paz.
Por tanto, nosotros, los Representantes de los Estados Unidos, reunidos en Congreso General, apelando al Juez supremo del Universo, por la rectitud de nuestras intenciones, y en el nombre y con la autoridad del pueblo de estas colonias, publicamos y declaramos lo presente: que estas colonias son, y por derecho deben ser, estados libres e independientes; que están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona británica: que toda conexión política entre ellas y el estado de la Gran Bretaña, es y debe ser totalmente disuelta, y que como estados libres e independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concluir la paz, contraer alianzas, establecer comercio y hacer todos los otros actos que los estados independientes pueden por derecho efectuar. Así que, para sostener esta declaración con una firme confianza en la protección divina, nosotros empeñamos mutuamente nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor.
Firmantes
Nueva Hampshire: Josiah Bartlett, William Whipple, Matthew Thornton
Massachusetts: Samuel Adams, John Adams, John Hancock, Robert Treat Paine, Elbridge Gerry
Rhode Island: Stephen Hopkins, William Ellery
Connecticut: Roger Sherman, Samuel Huntington, William Williams, Oliver Wolcott
Nueva York: William Floyd, Philip Livingston, Francis Lewis, Lewis Morris
Nueva Jersey: Richard Stockton, John Witherspoon, Francis Hopkinson, John Hart, Abraham Clark
Pensilvania: Robert Morris, Benjamin Rush, Benjamin Franklin, John Morton, George Clymer, James Smith, George Taylor, James Wilson, George Ross
Delaware: George Read, Caesar Rodney, Thomas McKean
Maryland: Samuel Chase, William Paca, Thomas Stone, Charles Carroll of Carrollton
Virginia: George Wythe, Richard Henry Lee, Thomas Jefferson, Benjamin Harrison, Thomas Nelson, Jr., Francis Lightfoot Lee, Carter Braxton
Carolina del Norte: William Hooper, Joseph Hewes, John Penn
Carolina del Sur: Edward Rutledge, Thomas Heyward, Jr., Thomas Lynch, Jr., Arthur Middleton
Georgia: Button Gwinnett, Lyman Hall, George Walton
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Elaboración y aprobación de la Declaración
El 11 de junio de 1776, el Congreso nombró un "Comité de los Cinco", formado por John Adams de Massachusetts, Benjamin Franklin de Pennsylvania, Thomas Jefferson de Virginia, Robert R. Livingston de Nueva York y Roger Sherman de Connecticut, para redactar una declaración. La comisión, después de debatir las líneas generales que el documento debería seguir, decidió que Jefferson escribiría el primer borrador.
Teniendo en cuenta la apretada agenda del Congreso, Jefferson contó con tan solo 17 días para su redacción.7 Una vez elaborado el borrador por Jefferson y consultados los demás miembros, se hicieron algunos cambios y se presentó otra copia incorporando estas alteraciones. El comité presentó esta copia al Congreso el 28 de junio de 1776. El título del documento era "A Declaration by the Representatives of the United States of America, in General Congress assembled. ("Una declaración de los representantes de los Estados Unidos de América reunido en Congreso General").Mientras se producía el trabajo del comité del proyecto el Congreso reanudaba el debate sobre la resolución de Lee sobre la independencia. John Dickinson hizo un último esfuerzo para retrasar la decisión, pero tras un discurso de John Adams, el Congreso aprobó la misma el 2 de julio. Doce de las trece delegaciones votaron a favor; la delegación de Nueva York se abstuvo, ya que no habían sido autorizados a votar por la independencia, aunque serían autorizados por el Congreso Provincial de Nueva York una semana después.9 Con la aprobación de la resolución de la independencia, las colonias habían roto oficialmente los vínculos políticos con Gran Bretaña.
Después de votar a favor de la resolución de independencia, el Congreso centró su atención en la comisión del proyecto de la declaración. Durante varios días de debate, el Congreso hizo algunas modificaciones en la redacción y suprimió casi una cuarta parte del texto remitido, en concreto se eliminó todo un pasaje crítico al comercio de esclavos. El 4 de julio de 1776 se aprobó la redacción de la Declaración de Independencia y se envió a la imprenta para su publicación.
En la firma, Benjamín Franklin es citado como habiendo respondido a un comentario de John Hancock que deben permanecer todos unidos: «Sí, tenemos que, de hecho, todos permanecer juntos, o casi con total certeza, todos vamos a colgar por separado», un juego de palabras que indica el hecho que de no permanecer unidos y tener éxito, serían juzgados y ejecutados, de manera individual, por traición.
Fundamento filosófico
El Preámbulo de la Declaración está influido por el espíritu de republicanismo, que fue usado como el marco de libertad.11 Además refleja la filosofía de la Ilustración, incluyendo el concepto de la ley natural, y el derecho de libre determinación. Las ideas y frases están extraídas de las obras de John Locke.
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