sábado, noviembre 27, 2021

Luis Cino desde Cuba: El culto a Fidel Castro a cinco años de su muerte

El culto a Fidel Castro a cinco años de su muerte

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Ojala logremos librarnos algún día de su sombra. Pero me temo que eso demorará muchos años. Tal vez tantos o más de los que duró su régimen.

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Por Luis Cino

25 de noviembre, 2021 

LA HABANA, Cuba. ─ El culto a Fidel Castro, cinco años después de su muerte, ocurrida el 25 de noviembre de 2016, sigue cada vez más fuerte, llegando a extremos enfermizos y ridículos.

Sus sucesores, en medio de la debacle en que se encuentran, lo evocan y lo citan continuamente y juran fidelidad a su legado. Así, tratan de utilizar el capital simbólico del difunto Máximo Líder para maniobrar y ganar tiempo.

De creer en las disposiciones que dejó antes de morir, Fidel Castro, que decía oponerse al culto a la personalidad y que no quiso que le dedicaran estatuas ─probablemente para que sus enemigos no pudieran darse el gusto de derribarlas un día─ se sentiría hoy molesto con tanta exageración.

Si algo han conseguido los mandamases de la continuidad, tan torpes y abusivos en su gestión de gobierno, con su culto a Fidel Castro es que algunos ancianitos nostálgicos lleguen a añorar, cual paraíso perdido, “la época de Fidel”, en la que, aseguran, “estas cosas no pasaban”.

La memoria les juega malas pasadas a estos viejitos olvidadizos que amaron incondicionalmente al Líder y que no quieren dar su brazo a torcer, reconociendo que los males de hoy se deben a él y son, ni más ni menos, la consecuencia de sus políticas y de su tozudez.

Fidel Castro, tomando préstamos de todas las revoluciones, se propuso una revolución original y hacer más innovaciones al marxismo que Lenin, pero se pasó los 47 años que gobernó dando bandazos, corriendo hacia delante en cada aprieto y convirtiendo los reveses en victorias, aunque fuesen pírricas.

Con un pensamiento político carente de cuerpo y sustancia ideológica, contando solo con su exacerbado idealismo, el nacionalismo patriotero y la usurpación del pensamiento de Martí, la retórica socialista le concedió a Fidel Castro una estatura y densidad teórica que no le correspondía.

Es triste que alguna vez en el mundo hayan identificado a Cuba con Fidel Castro, un megalómano que desafió a los Estados Unidos implantando una dictadura comunista a 90 millas al sur de Key West y que provocó el éxodo de dos millones de cubanos; que estuvo a punto de provocar una hecatombe nuclear en octubre de 1962; que cundió de guerrillas las selvas y montañas de América Latina; que durante casi quince años tuvo a decenas de miles de cubanos peleando y muriendo en África; y que con sus planes delirantes destruyó la economía nacional y nos sumió en el actual desastre, del cual sus herederos no saben cómo rayos salir.

Guapetón, desafiante, manoteando y gritando hasta desgañitarse, Fidel Castro fue la trágica encarnación del desmesurado ego de los cubanos que en realidad oculta un gran complejo de inferioridad. Fidel Castro vino a redimir el complejo nacional por haber sido, con casi 70 años de retraso, la última colonia española que se independizó en el continente, y gracias a la ayuda de los norteamericanos, que a cambio impusieron la Enmienda Platt.

Fidel Castro era un gran acomplejado. Tenía complejo de haber sido hijo de una sirvienta y de no haber sido reconocido por su padre hasta muchos años después de su nacimiento; complejo por su falta de clase de provinciano con dinero cuando se codeaba con los hijos de la alta burguesía en el Colegio de Belén y la Universidad de La Habana, lo que compensaría años después, ya como gobernante, codeándose y tratando de tú a tú a innumerables personalidades mundiales.

Pero el principal acomplejamiento de Fidel Castro fue con los Estados Unidos. Heredó el antinorteamericanismo de su padre, que fue soldado del ejército español derrotado por los estadounidenses en 1898. Tomó como una ofensa, siendo un adolescente, que el presidente Franklin Delano Roosevelt no le respondiera una carta. Y en junio de 1958, cuando descubrió que las bombas que arrojaban sobre la Sierra Maestra los aviones del ejército gubernamental llevaban la inscripción “Made in USA”, juró en una carta a su ayudante Celia Sánchez que el sentido de su vida sería la lucha contra los norteamericanos.

Para ese enfrentamiento, en su rol de David contra Goliat, y para todas las empresas faraónicas que emprendió, Fidel Castro siempre tuvo un gran hándicap: el de provenir de un país pequeño y pobre que siempre le quedó estrecho para sus apetencias y con un pueblo díscolo, poco disciplinado, jodedor, nada dado a la prosopopeya y las solemnidades y que nunca estuvo a la altura de sus grandiosas expectativas.

Lo hayamos querido o no, todos los cubanos de las últimas seis décadas, en Cuba o fuera de ella, estuvimos en la película de Fidel Castro. Hicimos papel de víctimas o victimarios, de adversarios o cómplices, de maestros o de discípulos más o menos aplicados, de delatores y delatados, de represores y reprimidos. Fuimos clavos, tornillos y tuercas. Y el Máximo Líder manejaba a su antojo el martillo, las tenazas y el destornillador.

Ojala logremos librarnos algún día de su sombra. Pero me temo que eso demorará muchos años. Tal vez tantos o más de los que duró su régimen.

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1 Comments:

At 2:52 a. m., Anonymous Realpolitik said...

Para Cuba librarse del maleficio fidelista, tienen que desaparecer todos los cubanos contaminados con ese veneno y que de cierta forma lo transmiten. Pero no hablo de sumir al monstruo en el olvido, sino de recordarlo muy bien y con suma claridad para siempre, incluyendo todo el mal que hizo, y mantener vivo un profundo bochorno por pertenecer a un pueblo que cayó tan bajo sin necesidad alguna.

 

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