martes, mayo 16, 2006

LA PELICULA DEL EXILIO: THE LOST CITY DE ANDY GARCIA

Nota del Blogguista.

No he visto la película, luego no puedo opinar sobre ella pero dudo que Guillermo Cabrera Infante, autor del guión, quién conoció bien a La Habana de ese tiempo y que participó en la rebelión de una pequeña parte de la población cubana contra la dictadura de Fulgencio Batista haya adulterado significativamente el entorno socipolítico de la trama más allá que lo que permiten las licencias en toda obra artística.

< --- El Blogguista con un historiador que fue miembro de la dirección provincial del M-26-7 durante la lucha en contra del régimen batistiano

La clase media cubana, porcentualmente por habitantes la más alta de América Latina en esos años, fue la que realmente llevó el mayor peso de la lucha antibatistiana, la cual se desarrolló fundamentalmente en las ciudades, salvo en los últimos meses de 1958 por la estrategia oportunista castrista: ese oportunismo tuvo estos tres momentos significativos: reunión de Los Altos de Mompié, donde logra la subordinación del Movimiento 26 de Julio " del llano " tras el fracaso de la Huelga de Abril y la muerte de sus líderes más destacados; el rechazo de Fidel al Pacto de Miami al negar la firma que la vertiente del llano del M-26-7 había dado en su nombre, pues dicho pacto no lo situaba de Comandante en Jefe de las fuerzas antibatistianas; el último momento significativo fue la firma del Pacto de Caracas que si lo situaba en ese cargo. El Directorio Revolucionario Estudiantil 13 de Marzo se negó inicialmente a firmar el Pacto de Caracas por las reservas que siempre tuvo en contra de Fidel Castro pese a la firma de la Carta de Méjico en 1956.
En Cuba también es muy raro oir o leer los aportes del Diretorio Revolucionario Estudiantil salvo una vez al año, los 13 de marzo; los aportes de la Organización Auténtica, salvo para señalar los asesinatos del Cuartel Goicuría y el de los expedicionarios del yate Corynthia; los aportes del Segundo Frente Del Escambray, los de la Resistencia Cívica (RC), los de la Iglesia Católica como Institución, etc.; todo esto para resaltar el papel de la Lucha en la Sierra Maestra que consistieron fundamentalmente, salvo excepciones, en escaramuzas de escopeteros que luchaban contra fuerzas de un Ejército desmoralizado, también salvo excepciones.
Han sido muchas las fábulas sobre la lucha en contra de la dictadura de Batista, una de ellas como ya hemos adelantado es el papel desarrollado por el Movimiento 26 de Julio de " La Montaña ", liderado por Fidel Castro, para sobredimensionar el papel del líder del 26 de Julio de la Montaña; otra fábula es la de hablar de una oposición masiva del pueblo cubano contra Batista. Esta última fábula hubiera hecho exclamar nuevamente, de estar vivo, a Máximo Gómez, que con esa cantidad de simpatizantes, le hubieran ganado la guerra a España a sombrerazos. Esa expresión de Gómez fue dicha durante su recibimiento en La Habana al concluir la guerra comenzada en 1895.
Una tercera fábula es creer que el Movimento 26 de Julio de la Montaña tenía subordinado al Movimiento 26 de Julio del Llano, salvo el señalamiento ya hecho. Es necesario rescatar y resaltar que el asalto al Cuartel Moncada no tuvo UN jefe, la expedición del Granma no tuvo UN jefe poque era una dirección colectiva de varios miembros; Es bueno puntualizar bien claro que Frank País ni tampoco Ramos Latour estaban subordinados como jefes del Llano a Fidel. Ramos Latour solamente estuvo subordinado a Fidel cuando se incorporó a la Sierra Maestra y fue humillado a estar a las órdenes de personas que no tenían los méritos que él había alcanzado en la lucha clandestina del Llano enfrentándose al cuerpo más eficiente y represivo de la dictadura: la Policía Nacional; por cierto, ya Ramos Latour " Daniel" había tenido sus roces con el Che Guevara tanto en lo ideológico como en lo militar, los cuales aparecen en su intercambio epistolar
Por último Armengol, y para esto no hace falta haber visto la película: El exilio es patria, es un mundo y sobre todo: una gran Esperanza.
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Acá una opinión enviada a El Nuevo Herald:
Posted on Mon, May. 15,
Una película que hay que ver
Me pregunto qué credenciales se necesitan para poder escribir en un periódico como crítico de cine o música. Me refiero al veneno del columnista Alejandro Armengol [ver La película del exilio, Perspectiva, 12 de mayo] y otros en contra de la película The Lost City.
Hasta ahora nada se había filmado más fiel a la realidad de La Habana antes del comunismo o del proceso de los primeros tiempos vivividos por la primera ola de exiliados llegados a Estados Unidos. Lo sé porque estuve en ambas situaciones. La película describe con gran fidelidad el estilo de vida y la dinámica de una familia cubana antes de la llegada del tirano, así como el adoctrinamiento de muchos y la división familiar de los primeros tiempos. También muestra la llegada al exilio del protagonista, con sus ansias de superación y sus ''dos trabajos'', tan típicos de la época.
Por su dirección, actuación, música, escenografía y guión The Lost City es, en mi opinión, una verdadera obra de arte. ¿Mis credenciales? Conozco la materia: viví 20 años en la Cuba de ayer, allí sufrí las experiencias de los dos primeros años de tiranía, y llegué al exilio en la época que la película describe, además de ser una asidua de la lectura, del cine, del teatro y de la música. Ah, y haber tomado mi curso básico de Humanities 101, que quizás es más que la experiencia de muchos críticos.
Es un placer para los viejos y una educación para los jóvenes del exilio cubano (intransigentes o no) el dar apoyo a este proyecto que muestra quiénes somos y de dónde venimos. ¡No se la pierdan!
Rosa del Castillo Noriega
Davie
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La película del exilio

'The Lost City': Una visión adulterada de los años que antecedieron y continuaron el triunfo de Fidel Castro.

Alejandro Armengol, Miami

The Lost City es la película del exilio cubano. Dirigida por el actor cubanoamericano Andy García y con guión de Guillermo Cabrera Infante, la cinta acumula clichés, estereotipos y tergiversaciones a un ritmo mayor que los veinticuatro fotogramas por minuto. Pero esto carece de importancia. Tampoco importa la débil trama, la pobreza dramática y un reparto de actuaciones inadecuadas, del que sólo se salva Dustin Hoffman.

Avanza por un mundo perdido quien intente comparar el filme con cualquier realidad vivida o con un pasado más o menos lejano. Carece de significado contemplar las imágenes y descubrir aquí y allá referencias a The Godfather y escenas más cercanas a las representaciones de hogares de inmigrantes —principalmente italianos— propias del cine norteamericano. No vale la pena detenerse en la realidad histórica, cuando lo único real que tenemos ante la pantalla no se ve sino se oye y es la música cubana.

¿Acaso hay que decir que la gran ausente en todo momento es la ciudad, que supuestamente da origen al título? Ni siquiera estamos ante una metáfora. Lo que vemos durante casi dos horas y media es la visión de un exilio —específicamente del llamado "exilio histórico"— de un mundo que nunca existió, pero que vive ahora en la mente de muchos residentes de Miami y otras partes del mundo. Ese es el mérito de The Lost City, lo que la convierte en un producto singular dentro de cualquier cinematografía que en algún sentido esté asociada con Cuba. Por eso vale la pena verla. Esa es la razón principal para verla en un futuro.

Hay que destacar que The Lost City es una película de amor. No precisamente sobre el amor de los protagonistas —uno de sus aspectos más endebles—, más bien sobre el trabajo de amor perseguido por su director para hacerla realidad, luchando contra toda clase de impedimentos y la limitación principal de no poderla filmar en la Isla.

Un empeño así desafía el cinismo inherente a cualquier crítica de cine. No salva, sin embargo, el producto final. Ninguna obra de arte se convierte en un logro artístico a partir de las buenas intenciones. Pero esta tenacidad para expresar una realidad imaginada —y esa capacidad de reunir todos los arquetipos visuales con los que se identifica una población que por demasiados años ha vivido alejada de la patria— convierte a la cinta en una referencia necesaria.

Cuando mañana algunos estudiosos traten de comprender lo que significó ser un exiliado en Miami, tendrán que ver The Lost City. No porque esta ciudad aparezca en la pantalla —ni siquiera se menciona y el protagonista parte hacia Nueva York en busca de nuevas rumbas y no hacia un destino más tropical y cercano—, sino porque resulta imposible encontrar un mejor ejemplo de una visión adulterada de los años que antecedieron y continuaron el triunfo de Fidel Castro el primero de enero de 1959.

La verdadera protagonista

Hablar de adulteración y tergiversación no implica necesariamente —al menos no en este caso— un juicio de valor. La película no es un documental y no pretende reflejar los hechos "tal y como ocurrieron". Lo que quiero destacar es que se presenta una visión de lo ocurrido bajo la óptica de los que se fueron. No es la única aproximación posible a los hechos, tampoco es la más válida. Pero nada de esto le resta razón de existir.

Este punto de vista —la familia patriarcal cubana, la división entre hermanos producto de los acontecimientos políticos, el desencanto y la frustración, el inmigrante que trabaja duro en labores humildes para forjarse su futuro, la salvación por la cultura— tiene igual derecho a ser mostrado que un enfoque épico de los acontecimientos.
The Lost City es nuestro anti Chapayev, tan válida y tan llena de imperfecciones como la cinta soviética. Vale la pena pagar la entrada para ver esa representación de un Che Guevara asesino y cínico, como contrapartida a tanto guerrillero démodé que todavía el cine —y especialmente el cine norteamericano—nos intenta embuchar cada día.Reconozco que aludir al valor de la cinta específicamente para un exilio determinado es dar un rodeo al análisis cinematográfico esencial que deja mal parada a The Lost City. Este ejercicio ya lo han hecho los críticos cinematográficos, en diarios como The New York Times. Pero también es cierto que pasar por alto los significados de la cinta para un público limitado —pero al que está dirigida como su espectador natural— la reduce a competir dentro de una cinematografía en la cual pierde un objetivo sino primordial al menos recurrente: la nostalgia, evidente desde el título.
¿Qué salva a The Lost City para un espectador al que el pasado, el futuro y la posible grandeza o pequeñez de Cuba carece de importancia? Poco de lo que ve. Ni siquiera la belleza serena de Inés Sastre, limitada a unos diálogos escuetos por su pobre dominio del inglés. Mucho o más bien todo lo que oye —si opta por no perder ni un minuto en esos parlamentos sosos que no llegan a la parodia que quizá intentaron y desprovistos de gracia por una solemnidad falsa que el realizador ha tratado de impregnar a todo momento— y es que la música cubana es la verdadera protagonista, por elección del guionista y director y a contrapelo de tanta imagen hueca: triunfadora absoluta por encima de esa historia severa y siempre triste y siempre sangrienta que es el destino de esa isla condenada a la tragedia, desde el primer habitante y el primer conquistador y el último patriota empecinado en traer un cambio que siempre termina en una nefasta repetición.
Un último reproche, y es que The Lost City es demasiado solemne, hasta cuando trata de ser alegre. Hasta en los detalles más íntimos y que debieran ser los más cercanos al espíritu de Cabrera Infante y del cual sus libros son la muestra más evidente y duradera: ausencia total de gracia e ironía. Nada más patético en esta película patética por defecto que el personaje incongruente interpretado por Bill Murray.
Andy García, que ya en el exilio contempla la imagen de la mujer perdida y no sabe hacer nada mejor que recitar los Versos Sencillos de José Martí con voz lacrimosa, y así termina por provocar el espanto en el espectador agobiado para la burla, ya con ganas de levantarse y dejar solo al protagonista, abandonar esa sombra que se esfuma en un guaguancó torpe mientras lucha por recrear un pasado desaparecido.
Un exilio no es una patria ni un mundo ni una esperanza. Apenas el acto de sobrevivir, donde el recuerdo no salva a nadie. Lo mejor entonces es retirarse en silencio, porque —como descubrieron en su momento los viajeros del Titanic— ninguna música puede impedir un naufragio.