POETAS LIBRES // SONETO DE BALDOMERO Y LOS CUCHILLOS EXTRAÑOS
Tomado de El Nuevo Herald.com
Poetas libres
Por Raúl Rivero
Madrid -- La poesía que ampara a los presos, la que duerme con ellos en sus camas de hierro, entre los harapos grises y las pesadillas, tiene que ver con los desengaños, los abandonos, la soledad, la lejanía y los imposibles.
Son poemas rimados que pasan, copiados y vueltos a copiar a lápiz, de celda en celda, para hacer luego pequeños viajes en sobres ajados hasta las mujeres que se sueñan en las cárceles de Cuba. Allí van corason y astío como consonantes de pasión y río con un mensaje desesperado, un reclamo de compañía y la propuesta de resucitar un amor o de inventar otro que sea ilusión y alivio.
En ese mundo desapacible triunfa José Angel Buesa, un poeta que murió exiliado en Santo Domingo y negado en su país, mientras las nuevas generaciones de muchachas enamoradas se aprendían de memoria sus versos. Los poemas circulaban (circulan) en cuadernos escolares en hojas con dibujos de flores y nombres enlazados en enredaderas de retoños verdes.
En las prisiones, en esa atmósfera de violencia, de cuchillos extraños y punzones de plástico y formica, la gente se sabe, como se saben los himnos y los bolerones, el Poema del renunciamiento y El collar de perlas, La vejez de Don Juan, Carta a usted, Balada del loco amor y Los cuartetos del transeúnte.
''Pasarás por mi vida sin saber que pasaste'', dice de pronto, en la alta noche, una voz ronca que se apaga enseguida. ''Señora, según dicen ya usted tiene otro amante'', grita otro preso desde el fondo del pasillo oscuro.
Se saben La lágrima infinita, de Hilarión Cabrisas, y se declaman a toda voz en esos laberintos aquellos versos de la Plegaria del peregrino absurdo: ``Madre mía, madre cubana y prieta, tú si puedes verme cansado, triste y pobre''.
Cualquier tarde, sobre la banda sonora de la sinfonía de cerrojos y maldiciones, se puede escuchar que alguien se pregunta y se responde: ``¿Que cómo fue, señora? Como son las cosas cuando son del alma''.
Entonces llegan los presos políticos. Ellos traen las mismas angustias y el mismo desasosiego por el amor y las separaciones, pero proponen también otros dolores, otros versos y otros poetas.
A veces, los que llegan son los poetas. Los papeles que se unen al flujo de poemas de amor y de delirio, hablan y cantan y llaman la libertad, describen escenarios diferentes y los textos dicen también patria y humanidad, familia y la esperanza que describen es un poco más universal.
Un grupo de esos poetas, que llegaron a las cárceles cubanas en la primavera del 2003, aparecen ahora en una antología que acaba de publicar en Italia ediciones Il Foglio.
William Navarrete, el escritor y periodista cubano exiliado en París, hizo la selección de los textos y escribió el prólogo. La traducción es de Elisa Montanelli.
Versos tras las rejas se llama el libro que incluye poemas de Ricardo González Alfonso, Regis Iglesias, Jorge Olivera, Manuel Vázquez Portal, Mario Enrique Mayo y Omar Moisés Ruiz, entre otros.
Navarrete explica que los escritores antologados trabajan en registros poéticos muy distintos, pero que un denominador común da a la antología un carácter excepcional: ``Los poetas aquí reunidos han sufrido en carne propia el ensañamiento de un régimen contra la libertad de expresión y ninguno de ellos ha vacilado un instante en hacer valer sus derechos de hombres libres contra todo dictamen de oposición''.
Estos poetas cautivos y en peligro, allá adentro, donde la verdadera poesía que es sinónimo de libertad está prohibida, reciben un recado secreto cada vez que alguien lee sus versos y pronuncia sus nombres.
POEMA DEL RENUNCIAMIENTO
Pasarás por mi vida sin saber que pasaste.
Pasarás en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte... y jamás lo sabrás.
Soñaré con el nácar virginal de tu frente;
soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar;
soñaré con tus labios desesperadamente;
soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás.
Quizás pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás.
Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás.
Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-el tormento infinito que te debo ocultar-
te diré sonriente: "No es nada... ha sido el viento".
Me enjugaré la lágrima... ¡y jamás lo sabrás!
José Ángel Buesa
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LA LAGRIMA INFINITA
Esa! ... La que en el alma llevo oculta;
la que no salta fuera si se expande
en la pupila; la que a nadie insulta
en un alarde de dolor; la grande,
la infinita, la muda, la sombría,
la terca, la traidora, la doliente
lágrima de dolor, ¡lágrima mía! ...,
que está clavada en mi profundamente.
La que no da una tregua ni un consuelo
de dulce sollozar; la que me hiere,
y no punza, y no obedece, y pone un velo
turbio en mis ojos; la que nunca muere
ni nace en flor de rostro; la que nunca
refrena su latir; la que no intenta
asomarse a la faz y quedar trunca,
y hace la pena interminable y lenta ...
Agua de un manantial que va en la sombra
tortuosa de mi yo, tierra maldita
donde no nace planta ni se nombra
ningún nombre de amor ... ¡Esa infinita
lágrima de dolor, sorda y amarga,
que llega hasta mis ojos y no fluye
en catarata ardiente; la que embarga
mi ser y en el silencio se diluye! ...
Gota que cristaliza y se hace piedra,
dolor que se concreta y se resume;
planta parásita como la hiedra,
que trepa al corazón y lo consume;
infinito dolor sin esperanza
de resolverse en líquido siquiera.
Invierno seco y duro que no alcanza
a transformarse luego en primavera.
Nieve perpetua sin deshielo;
polo desierto que en la ardiente entraña
anhela el húmedo calor del cielo,
que ni lo fertiliza ni lo baña.
Lágrima que no alivia la tortura
de los ojos cansados de infinito;
lágrima que no cura la amargura;
que no es queja, ni expresión, ni grito.
Cántaros secos, áridos, mis ojos;
páramos sin frescura ni rocío;
febricitantes de escrutar los rojos
límites del espacio y del vacío.,
¡Esa! ... La que no llega ni ha llegado
ni llegará a los ojos nunca ...., ¡nunca! ...
Mi lágrima tenaz, que no ha mojado
el Sahara estéril de mi vida trunca;
esa ...; no la verás, porque en la calma
de mis angustias se ha trocado en perla.
Para verla hace falta tener alma,
y tú ..., ¡no tienes alma para verla! ...
Hilarión Cabrisas
( Nota del Blogguista
Pueden leer más poemas de José Ángel Buesa e Hilarión Cabrisas en:
http://www.poesia-inter.net/indexjab.htm ; http://usuarios.lycos.es/autenticapoesia/c8.htm y en http://amediavoz.com/cabrisas.htm )
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Por Raúl Rivero
El Mundo - Madrid, 3 de junio de 2006
( http://www.atrec.info/Articulos/Arts_00122.htm )
El soneto de Baldomero
Martes
Conozco varios médicos que escriben poesía. Uno de ellos, que tiene un apellido relacionado con el ganado vacuno, vive en un limbo delicioso. Se dice que sus colegas de profesión le dispensan su mediocridad como galeno porque tienen la esperanza de que sea un buen poeta. Los poetas, en cambio, le perdonan sus ripios porque consideran que debe ser un buen cirujano.
William Carlos William fue un gran poeta. Parece que había recibido de su abuela, Emily Dickinson, la voluntad del verso limpio y el desprecio por el adjetivo. Sólo buscaba «comprender algo con sus formas y colores propios». Fue, hasta su muerte en 1963, un médico sencillo y afable, dueño de una consulta en el pueblo de Rutherfor. No sé en qué categoría lo tuvieron sus compañeros en el complejo universo de la medicina.
Estoy ante la misma situación con el argentino Baldomero Fernández Moreno. Un doctor, un poeta, un hijo de comerciantes españoles que nació en Buenos Aires en 1886 y murió allí mismo en 1950.Pasó, sin embargo, gran parte de su infancia en Santander y Barcelona después de realizar sus estudios secundarios en Madrid. Volvió a la capital de Argentina para hacerse médico.
Vivió y trabajó después en Chascomús, una ciudad que está al sur de Buenos Aires. Se instaló también, por un tiempo, en Catriló, en Las Pampas. Regresó a la capital y en 1924 viajó otra vez a Chascomús. Su obra es espiritual y erótica y nadie ha podido saber nunca quiénes fueron las dos mujeres a las que dedicó toda su poesía amatoria.
Publicó varios libros de versos: Las iniciales del misal, Ciudad, Por el amor y por ella y Canto de amor, de luz, de agua. Escribió también prosa: La patria desconocida y Parva.
Sus poemas están en todas las antologías de Argentina y de Hispanoamérica.Se recuerdan, se incluyen, se recitan estos textos del poeta Fernández Moreno: Setenta balcones y ninguna flor, Los amantes, La torre más alta, Acabo de pasar, amor, por el correo, Contemplación del beso, Dulce amor de pasillos y Mudable como el viento en tu mejilla.
Era un renovador, un creador a tiempo completo que tenía, según Jorge Luis Borges, «una percepción genial del mundo exterior» y, a juicio de Leopoldo Lugones, «el don sutilísimo de la observación instantánea».
Conocí a su hijo, César Fernández Moreno. Poeta y diplomático, un hombre culto y agradable que murió en París a los 65 años, hace ya mucho tiempo. Desde luego, hablamos en extenso sobre su padre, de la poesía y de la importancia de su trabajo.
Nunca le pregunté qué pensaba el viejo poeta realmente del soneto suyo que más se reconoce en Hispanoamérica y que tiene que ver tanto con el médico como con el escritor. Pensé, pienso, que Baldomero Fernández Moreno, que escribió tantos sonetos de amor, tanto verso delicado, intenso y terso a esas dos mujeres misteriosas, no iba a recibir con agrado la noticia de que su pieza más popular en la posteridad sería el Soneto a tus vísceras.
Esa canción a una mujer por dentro, esos 14 versos que recorren el interior de un cuerpo femenino y ofrecen al lector un panorama húmedo, ensangrentado y sobrecogedor.
Aunque nadie sabe. Yo lo percibo, en mis relecturas, muy a gusto en el viaje a la matriz profunda y renovada y a la linfa que embebe esos tejidos.
Aquí está la entrada del soneto: Harto ya de alabar tu piel dorada, / tus externas y muchas perfecciones / canto al jardín azul de tus pulmones / y a tu tráquea elegante y anillada.
Los cuchillos extraños
Jueves
La poesía que ampara a los presos, la que duerme con ellos en sus camas de hierro, entre los harapos grises y las pesadillas, tiene que ver con los desengaños, los abandonos, la soledad, la lejanía y los imposibles.
Son poemas rimados que pasan, copiados y vueltos a copiar a lápiz, de celda en celda para hacer luego pequeños viajes en sobres ajados hasta las mujeres que se sueñan en las cárceles de Cuba. Allí van corasón y astío como consonantes de pasión y río con un mensaje desesperado, un reclamo de compañía y la propuesta de resucitar un amor o de inventar otro que sea ilusión y alivio.
En ese mundo desapacible triunfa José Angel Buesa, un poeta que murió exiliado en Santo Domingo y negado en su país, mientras las nuevas generaciones de muchachas enamoradas se aprendían de memoria sus versos que circulaban en libretas escolares en hojas con dibujos de flores sobre inscripciones como ésta: «Marta y Robertico se quieren todavía».
En las prisiones, en esa atmósfera de violencia, de cuchillos extraños y punzones de plástico, formica y alambrón, la gente se sabe, como se saben los himnos y los bolerones, el Poema del renunciamiento, El collar de perlas, La vejez de Don Juan, Carta a usted, Balada del loco amor y Los cuartetos del transeúnte.
Se saben La lágrima infinita, de Hilarión Cabrisas y declaman a toda voz en la alta noche aquellos versos iniciales de El duelo: «¿Que cómo fue, señora? Como son las cosas cuando son del alma».
Entonces llegan los presos políticos. Ellos traen las mismas angustias y el mismo desasosiego por el amor y las separaciones, pero traen también otros dolores, otros versos y otros poetas.
A veces, los que llegan son los poetas. Los papeles que se unen al flujo de poemas de amor y de delirio, hablan y cantan y llaman a la libertad, describen escenarios diferentes y los textos dicen también patria y humanidad y familia y la esperanza que describen es un poco más universal.
Un grupo de esos poetas, que llegó a las cárceles cubanas en la primavera del 2003, aparece ahora en una antología que acaba de publicar en Italia ediciones Il Foglio.
William Navarrete, el escritor y periodista cubano exiliado en París, hizo la selección de los textos y escribió el prólogo. La traducción es de Elisa Montanelli. Versos tras las rejas se llama el libro que incluye poemas de Ricardo González, Regis Iglesias, Jorge Olivera, Mario Enrique Mayo y Omar Moisés Ruiz, entre otros.
Navarrete explica que los escritores antologados trabajan en registros poéticos muy distintos, pero que un denominador común da a la antología un carácter excepcional: «Los poetas aquí reunidos han sufrido en carne propia el ensañamiento de un régimen contra la libertad de expresión y ninguno de ellos ha vacilado un instante en hacer valer sus derechos de hombres libres contra todo dictamen de oposición».
Estos poetas cautivos y en peligro, allá dentro, donde la verdadera poesía que es sinónimo de libertad está prohibida, reciben un recado secreto cada vez que alguien lee sus versos y pronuncia sus nombres.
1 Comments:
Jose Angel Buesa, aunque escribia bonito, era muy "suave" en su prosa. Hilarion Cabrisas, sin embargo, era "duro" en su descripcion de las pasiones humanas, y su poesia es como una daga aol corazon.
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