jueves, septiembre 07, 2006

SÁBADO ROJO // LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER

Fidel y la puerilidad. Un tema extensivo.





Sábado rojo
Por Norberto Fuentes


Palacio de la Revolución. Despacho del Comandante en Jefe. Un sábado de febrero o marzo de 1984. Fidel me mostraba su último trofeo: un enorme tabaco, como de un metro de largo, colocado sobre una base de madera, enviado por el sindicato de una fábrica de puros que acababa de ganar una emulación productiva.

Devolvió el trofeo con el tabaco al librero detrás de él y me dijo:

«¿Qué hora tú tienes ahí?»

Eran las siete de la noche.

«Las siete, comandante.»

«'Como' las siete», dijo, reflexivo.

Silencio.

«Pues pronto serán 'como las nueve'. ¡Y yo estoy aquí todavía, trabajando!»

Asintió, grave.

«¡Sábado por la noche y yo trabajando!»

Muy difícil responder a una declaración como ésta e ignorar la apetencia de un personaje de semejante calibre que necesita que tú le sueltes una sinecura. Decirle, por ejemplo, que se esta sacrificando por el pueblo y que no tiene hora ni descanso en su entrega y que nada calma su dedicación total al trabajo.

«No, del carajo, comandante», dije, casi como quien ofrece un pésame por la muerte de algún ser querido, y que fue cuando, meditabundo, logré a plenitud, aunque —confieso— involuntariamente, la precisión de argumentos requerida.

«Nadie en el mundo creería esto.»

Yo estaba pensando que nadie en el mundo creería que yo estaba en esa situación con Fidel Castro, de no saber cómo agasajarlo por unos segundos y se me escapó en voz alta la expresión.

«¿Verdad?», me dijo, con el rostro iluminado.

«Nadie», asentí, convencido.

«Un sábado por la tarde y yo aquí trabajando, mientras él pueblo se va por ahí, de fiestas. De verdad que nadie lo creería.»

«Nadie, comandante. Nadie.»

«Es lo que yo digo. Nadie.»

Fotomontaje: Liborio

«Ujum.»

«De verdad que nadie.»

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La insoportable levedad del ser


Por Norberto Fuentes



6 de septiembre.- La puerilidad lo está matando. No sus complicaciones intestinales ni la intervención quirúrgica ni que, de sopetón, haya rebajado 41 libras. La bobería. Tal es la mecánica de corrosión pronta a destruir su imagen guerrera y siempre ajustada a una medida de sobriedad. Parece que nos vamos a tener que disparar una sesión de fotos de Fidel convaleciente cada tres o cuatro días hasta que vuelva a engordar y sentirse en plan de pelea. Mala cosa, porque si esperara a restablecerse y —sin exageraciones—, recuperara un mínimo de su acostumbrada elegancia, un regreso suyo a cualquier podio hubiese superado hasta la vuelta de Cristo. Cristo nunca tuvo televisión, para empezar. Imagínense ese sermón de la montaña trasmitido por CNN a todo el mundo vía satélite.

Fotomontaje: Liborio


Fidel pudo lograr (quizá aún esté a tiempo) un memorable capítulo de apoteosis propagandística, de haberse reservado un poco más. De haber racionado la proyección de su imagen y no malgastarse en estos lastimeros esfuerzos por demostrar que está entero. Eso me recuerda una de las frases de mayor competencia gráfica que empleábamos en Cuba para mostrar nuestra resignación ante cualquier adversidad o contratiempo: Enteros como el picadillo.
Fidel cuando era niño. ¿Un fotomontaje?

Fidel cuando era niño. ¿Un fotomontaje?

Coño, Jefe, despida a todos esos asesores y consejeros que merodean a su alrededor. Tómese su tiempo. Aproveche ahora y descanse. Renueve energías. Yo le aseguro que si no aparece en un mes, la gente se morirá de miedo. ¿En qué vuelta andará Fidel? ¿Qué nos estará preparando ahora? Pero ese ancianito en pijamas y pantuflas, meticulosamente peinado para la ocasión y con la mirada consumida por la tristeza, da pena para no decir lástima. Es que en el pasado de nuestra generación señorea la figura del jefe invencible y aguerrido, machorro y locuaz, que era el que más sabía de guerras y de caña de azúcar y de química y de hidropónicos y de lucha contra el burocratismo y de siembra de frutales y de ajedrez y de deuda externa.

Stalin estuvo claro (¿Cuando no?) Acuérdense de lo que Vadim Listov nos contaba de lo que decía Stalin que era la estricta conducta de presencia que debían observar los dirigentes. Podían ser vistos de pie o sentados. Y si sentados, preferiblemente detrás de un buró. Pero nunca acostados, nunca en reposo. Las líneas horizontales son inadmisibles para la adusta personalidad del líder. ¿Vadim Listov? Vadim era el corresponsal de 'Pravda' en La Habana a mediados de los 60 y todo el mundo decía que ostentaba los grados de coronel del KGB. La última vez que supe de él, me dijeron que había comprado una isla frente a las costas de Grecia, tanto era el dinero que había sacado de Rusia. Yo lo dudo por dos razones: porque me parece exagerado que se vendan islas frente a tales costas y porque nunca me ha invitado y él y yo éramos buenos amigos.

La vanidad es un lujo insostenible con esas estampas que nos están suministrando desde las oficinas del Consejo de Estado. Al no existir el sustento de una presencia si no juvenil al menos sólida, la vanidad se reduce a la nostalgia de un pasado probablemente irrecuperable. Se trata de una realidad otra, que le han cortado una porción de metros de tripas y usted convalece. Los asesores lo están embarcando, Jefe. Quizá ya estén conspirando. Mándelos al diablo, o a cogerlos presos, y dedíquese a sanar.

Una tarea primero. La otra después.