PERIECOS NO, ILOTAS
Periecos no, ilotas
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¿Qué puede esperarse de la tan elogiada 'clase media cubana'?
José Hugo Fernández, Ciudad de La Habana
miércoles 25 de octubre de 2006 6:00:00
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En Cuba, luego de casi medio siglo de revolución socialista (así le llaman por lo menos), nuestro conflicto número uno continúa asentado en la rivalidad de clases. Es el dominio de una clase omnipotente, despiadada, sobre los desposeídos totales, con una clase intermedia que, parafraseando a Hamlet, no parece estar compuesta por seres humanos sino por flautas que el régimen toca a capricho y que se dejan tocar gustosas, mientras más, con mayor afinación.
Es bueno recordarlo porque últimamente los ilusos de siempre están mencionando otra vez el papel fundamental (imprescindible dicen) que le corresponde jugar a nuestra "clase media" en la situación de vacío de poder y de nebulosa ante el futuro que caracteriza ahora mismo el panorama en esta isla.
La verdad será dicha por mucho que duela y por más pesimismo que ocasione. Y la verdad es que si de alguien no se puede esperar nada (nada más que la defensa a ultranza de su tranquilidad cobarde y de su oportunismo barrigón) es de esa "clase media" cubana, cuya cifra se incrementó en los últimos tiempos (sutil y astutamente) a instancias de la dictadura.
Subespecie mediocre
Nuestra "clase media" (en realidad, una buena parte de sus miembros no alcanza siquiera esa cierta seguridad material que es propia de las clases medias) se parece mucho a la de los periecos de Esparta, aquella subespecie mediocre y miserable a la cual los gobernantes mantenían neutralizada otorgándole premisas económicas, restringidas, claro, pero que les hacían sentirse por encima de la gran muchedumbre de ilotas, que era el pueblo esclavo.
Si bien se mira, la organización clasista del Estado totalitario en Cuba pudo ser inspirada por los espartanos. Al igual que en esa región de la antigua Grecia, existe aquí la cúpula de los homoioi, que es la clase de los que más orinan y de los únicos que comen como Dios manda. Están los ilotas, cuyo destino es trabajar para los de arriba y servir como carne de cañón, sin derecho al derecho. Y están los periecos, en los que hoy fundan esperanzas algunos analistas dispuestos a agarrarse de la brocha una vez caída la escalera.
Sin embargo, de la misma forma que nuestra "clase media" no llega ni a media clase, tanto por su empuje económico como social, tampoco es aconsejable esperar que su actitud guarde relación con la defensa del progreso y el apego a los ideales democráticos que históricamente han distinguido a este grupo. Quizás ello se deba a su propia falta de autenticidad como clase.
Los actuales periecos de la Isla no son sino ilotas acomodados (relativamente) por un pícaro recurso del poder. Lo poco que poseen es en préstamo y con humillantes tasas de interés. Al final, continúan siendo esclavos tan sometidos como el que más, pero con el agravante de no contar con la única ventaja del esclavo, el cual, según la socorrida sentencia marxista, no tiene otra cosa que perder más que sus cadenas.
Agazapados hasta ver quién gana
Funcionarios con cargos en las capas medias altas del turismo, de la inversión extranjera o de otras actividades con más o menos solvencia. Oficiales directamente subordinados a las planas mayores en el ejército y el Ministerio del Interior. Algunos pocos triunfadores en el negocio particular, cuyas ganancias responden casi siempre a misteriosos resortes.
Artistas e intelectuales a quienes el régimen (por conveniencia o por cohecho) les permite, incluso les propicia, vender el fruto de su trabajo en dinero de verdad (o sea, en cualquier moneda menos la nacional). Algunos (los menos) deportistas de fama. Algunos (los menos) técnicos y profesionales bien parados. Cierta parentela ubicada en la segunda línea del vínculo sanguíneo con la alta jerarquía o de su estimación: He aquí, en apretado cuadro, el núcleo de lo que tal vez podría ser considerada en la actualidad nuestra "clase media".
Y pueden estar seguros los señores analistas de que será más fácil extraer aceite de un ladrillo que un efectivo gesto de condolencia, por no hablar de solidaridad, por parte de tales periecos hacia el sufrimiento de sus compatriotas ilotas. Mucho menos si el gesto implica un desafío para con los amos homoioi.
Lo más que se podría esperar de ellos es que en un momento de crisis se mantengan agazapados hasta ver quién gana, para desbocarse a aplaudir al vencedor.
Así las cosas, no queda otro remedio que depositar toda la confianza en los ilotas. Hasta la más elemental ecuación lo aconseja. Son mayoría, son los más afectados, son los únicos que nada tienen que perder y en cambio pueden ganar mucho (apenas falta que todos acaben de entenderlo), y son también los únicos con capacidad para despejar la nebulosa de la mejor manera, la más aconsejable, la única que constituye garantía para el futuro: en las urnas, mediante el escrutinio abierto, plural, libre y sin injerencia extranjera.
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