jueves, noviembre 23, 2006

UN AÑO DESPUÉS DE LA MUERTE DE FIDEL CASTRO


Tomado de Cubanalisis.com


UN AÑO DESPUÉS DE LA MUERTE DE FIDEL CASTRO


Por Dr. Eugenio Yáñez, Miami



El 17 de noviembre del 2005 La Muerte, disfrazada de Comandante en Jefe, disertó en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en lo que sería tal vez el discurso más trascendental, o uno de los más, en casi medio siglo de Revolución.

El pretexto del discurso fue recordar el día, sesenta años antes, que Fidel Castro comenzó a estudiar en la Universidad, y muchas interpretaciones noticiosas le dieron más peso a las declaraciones del tirano sobre su señalada enfermedad del mal de Parkinson que a lo realmente trascendente: el Comandante en Jefe anunciaba que se estaba muriendo.

Pocos días antes, su médico personal, el Doctor Eugenio Selman Hussein-Abdo le había comunicado los resultados del último chequeo médico a que había sido sometido a finales de octubre: el cáncer del sistema digestivo hacía metástasis y era imposible detenerlo. No quedaba mucho tiempo de vida: un año, tal vez un poco más.

Castro habla entonces en términos apocalípticos, pero en parábola:

“Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos, vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos”.

“¿Puede ser o no irreversible un proceso revolucionario?, ¿cuáles serían las ideas o el grado de conciencia que harían imposible la reversión de un proceso revolucionario?”

Presentes en el Aula Magna estaban todos los que serían posteriormente nombrados en la Proclama del Comandante en Jefe al Pueblo de Cuba, llamados allí por el tirano, a los que decía, sencillamente, que después de su muerte la revolución podría desaparecer irremisiblemente.

El golpe fue tan fuerte que la élite gobernante a quien iba dirigido el mensaje quedó sorprendida y paralizada: sin disponer de la información sobre el pronóstico médico, no sabían lo que estaba sucediendo. Y optaron por callar.

Fue un silencio absoluto, mezclado con confusión y ansiedad. Muy pocos sabían de la reunión de Fidel Castro a principios de noviembre con su hermano Raúl y los tres Comandantes de la Revolución, Juan Almeida, Ramiro Valdés y Guillermo García, donde les informó de la realidad médica y se definieron los lineamientos estratégicos a seguir tras la muerte irremediable:

Por ninguna circunstancia debían los sucesores darle oportunidad alguna de participación en los destinos de Cuba post-castrista al gobierno de Estados Unidos ni al exilio de Miami; las relaciones con Hugo Chávez deberían mantenerse con guante blanco mientras el país dependiera estratégicamente del petróleo y los subsidios venezolanos; deberían fortalecerse al máximo las relaciones estratégicas de carácter geopolítico y comercial con China, en la línea que las había venido desarrollando Ramiro Valdés; había que lograr acercamientos con los españoles como ariete de entrada a la Unión Europea, a través de concesiones más cosméticas que conceptuales a España.

Hubo, además, dos definiciones estratégicas fundamentales, una de carácter global internacional, y la otra de carácter interno para el país y la élite del poder.

El punto fundamental estratégico de carácter global tenía que ver con los enormes yacimientos de petróleo descubiertos en aguas profundas de la cuenca submarina del norte de La Habana, a unas 20 millas de la costa (algo más de 30 kilómetros), donde el Servicio Geológico de los Estados Unidos declaraba que podrían existir hasta 50 mil millones de barriles de petróleo y hasta diez trillones de pies cúbicos de gas, que a los precios del momento representaban de conjunto una cifra de más de tres trillones y medio de dólares, es decir, una cifra equivalente al producto bruto anual de una potencia como Alemania.

En febrero del 2006 Castro propició una reunión en Ciudad México con las principales compañías energéticas de Estados Unidos, donde ofreció poner a subasta los fabulosos yacimientos para exploración y prospección: estando tan cerca de los Estados Unidos, potencialmente resultaban una tentadora solución a la dependencia norteamericana del petróleo del Medio Oriente, las dificultades y costos de transportación, y la inseguridad de depender de estados hostiles y terroristas.

Castro no estaba interesado en el petróleo, sino en una victoria política sin precedentes, que sería la culminación de su carrera política: el levantamiento del embargo de Estados Unidos contra su gobierno. Porque los yacimientos petroleros eran nada para las empresas energéticas de Estados Unidos mientras el embargo estuviera vigente, pero ante tan colosal oferta serían estas compañías las primeras en desarrollar el “lobby” ante el gobierno de Estados Unidos para el levantamiento del embargo: no era solo el dinero que estaba de por medio, sino la concepción geopolítica estratégica de impedir que los chinos entraran de lleno en el negocio y pudieran controlar ese recurso vital.

En el plano interno, nacional, hubo un acuerdo entre Raúl y los Comandantes, aprobado por Castro, de que tras su muerte el grado de Comandante en Jefe no sería asumido por más nadie, para mantenerlo como un símbolo histórico de la Revolución, y que el sucesor que estuviera al frente del régimen actuaría como Jefe Supremo de las fuerzas armadas, como señala la Constitución, pero sin ostentar grados de Comandante en Jefe.

La salud de Fidel Castro se complicó gravemente el 26 de julio del 2006 en Holguín, fue operado de urgencia al día siguiente en La Habana, y las complicaciones post-operatorias hicieron temer por su vida el día 31. La proclama que se hace pública ese día, aunque aprobada por el ahora inconciente Fidel Castro desde mucho antes, bajo la presión de un grupo de “raulistas” traspasa el grado de Comandante en Jefe a Raúl Castro, elemento no previsto, y que desata el sordo y fuerte enfrentamiento en las altas esferas del poder cubano.

Toda esta historia en detalles aparece narrada en JAQUE AL REY, escrito por Juan Benemelis y Eugenio Yáñez, y que estará en librerías en los próximos días, por lo que es preferible regresar a los acontecimientos públicos posteriores al discurso de Fidel Castro en la Universidad el 17 de noviembre del 2005.

Desde México, el comunista prehistórico Heinz Dieterich no oculta su sorpresa ni estupor ante el discurso en la Universidad de La Habana, y destaca la paralización de la maquinaria propagandística internacional del régimen tras la bomba conceptual planteada por el Comandante en Jefe: en un extenso artículo titulado “Cuba: tres premisas para salvar la Revolución a la muerte de Fidel Castro”, señala:

“… el Comandante que durante casi cincuenta años ha aseverado que la revolución es invencible, que “el socialismo es inmortal y el Partido eterno”, de golpe afirma públicamente lo contrario”.

“Es un terremoto epistemológico: el Comandante de la certeza, de la seguridad de la victoria final, reintroduce la dialéctica en el discurso oficial cubano, sin advertencia, sin preámbulo, sin ambages”.

Pasaron treinta y seis días de estupor y temor hasta que el flamante canciller Felipe Pérez Roque, entonces en buena posición y hoy aparentemente en desgracia, planteara un intento de respuesta de la nomenklatura, en una intervención del 23 de diciembre de ese año en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Su mensaje de “Feliz Navidad” a los cubanos se resumía en pocas frases para definir el postcastrismo:

1) Mantener la autoridad moral de la dirigencia, mediante un liderazgo basado en el ejemplo y sin privilegios frente al pueblo;

2) Garantizar el apoyo de la mayoría de la población “no sobre la base del consumo material, sino sobre la base de las ideas y las convicciones”; y

3) Impedir que surja una nueva burguesía que “sería otra vez, si la dejamos salir, pro yanqui, pro transnacional…”.

Dicho en lenguaje claro y llano: más de lo mismo, cuarenta y siete años más.

En medio de la confusión y el silencio de la nomenklatura, es nada menos que David Orrio, un agente de la seguridad del estado quemado públicamente en el juicio de la Primavera Negra del 2003 contra los 75 disidentes pacíficos, periodistas independientes y bibliotecarios, quien lanza la bola del debate y el estupor, al publicar en Trabajadores con un lenguaje que causa sorpresa, dadas las condiciones y estilos imperantes en los medios de difusión controlados por el régimen, su respuesta contra Pérez Roque, evidentemente con la aprobación del aparato, es decir, de los grupos de Raúl Castro. Orrio señala:

“...la paradoja de que en el 2002 Cuba declaró con carácter constitucional la “irrevocabilidad del socialismo”, y sólo 3 años después el artífice de la organización político-social imperante en la Isla admitió que tal proclama podía ser papel mojado, aunque millones de cubanos hubieran firmado lo contrario”.

Lo que dice posteriormente, parece increíble en una publicación oficial cubana:

“… si algo ha tenido el pueblo cubano para resistir victoriosamente más de 40 años de terrorismo de Estado made in USA, es “ideas y convicciones”. ¿No parece llegada la hora de que acceda al “consumo material” que sus estándares demográficos de Primer Mundo reclaman, a tenor de razonables índices de Desarrollo Humano? A Fidel Cuba le permite mucho... ¿y a los sucesores les permitirá igual?”

Y cita nada menos que a José Martí, en La futura esclavitud, con frase que parece contemporánea y anticastrista:

“todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad en esperanzas y provechos para hacer frente a los funcionarios enlazados por intereses comunes”.

Durante 2006 el régimen y la nomenklatura viven un hervidero infinito: se sustituyen ministros, primeros secretarios del partido y la juventud comunista en provincias, cuadros intermedios. Se resucita el Secretariado del Partido, cadáver burocrático que había sido eliminado en los años noventa, para que se encargue de la dirección de un aparato partidista que languidece entre la abulia de sus militantes y la ineficacia de sus dirigentes.

El quinto Pleno del Comité Central del Partido, en junio del 2006, eleva a Raúl Castro, de facto, al máximo nivel del país y so sitúa casi a la altura del hermano mayor, del Big Brother que se está muriendo. La Dirección de Seguridad Personal del Ministerio del Interior, de igual forma, impone al Ministro de las FAR chaleco y gorra antibalas en el acto público por el aniversario del Ejército Occidental, y Cuba y el mundo pueden verlo y comprender el mensaje.

A finales de julio de este año sucede no lo previsto, sino lo imprevisto: Fidel Castro se muere, pero no se muere: no está muerto, pero tampoco está vivo. Se crea un limbo médico-biológico, que se hace más confuso con el “secreto de estado” en que se sumerge su estado de salud.

Raúl Castro y un grupo de elegidos, según la Proclama, asume los poderes del país, pero la práctica va cambiando las cosas, pues no son todos los que están ni están todos los que son. Tras forcejeos a la sombra, silencios evidentes y manejos sorpresivos, Ramiro Valdés es designado Ministro de Informática y Comunicaciones, y posteriormente Jorge Luis Sierra Cruz, miembro del Buró Político y el Secretariado, es nombrado Ministro de Transportes. Evidentemente, es más necesario un ejecutivo individual que la “dirección colectiva” partidista para enfrentar los problemas.

La Conferencia Cumbre del Movimiento de los No Alineados resultó un fracaso de la agenda “dura” del castro-chavismo y sus aliados de Bolivia, Irán, Siria, y Corea del Norte. Posteriormente, Hugo Chávez no logra para Venezuela un asiento como miembro no permanente del Consejo de seguridad de Naciones Unidas, y cuando intenta pasarlo a la Bolivia de Evo Morales fracasa nuevamente, quedando el asiento para Panamá.

Los fracasos de política exterior son evidentes, y la estrella del Canciller Felipe Pérez Roque comienza a declinar aceleradamente, mientras va ganando destaque y exposición en los medios el Secretario del Partido para Relaciones Internacionales, Fernando Remírez de Estenoz, quien recientemente desmiente al canciller desde Lisboa cuando este señala que la aparición de Castro en las celebraciones del 2 de diciembre no es segura.

Mientras estas cosas suceden, hay muchos analizando el estado de salud de Fidel Castro teniendo en cuenta los videos en televisión que muestran su imagen deteriorada y en estado terminal. Médicamente, habrá muchos elementos que señalar, pero políticamente está todo perfectamente claro: Fidel Castro ha muerto políticamente, está fuera del poder, y el final físico es cuestión de tiempo, cada vez menos.

El último arrebato fílmico, donde se le ve “saliendo” de un elevador, moviendo los hombros y “dando órdenes” por teléfono no muestran una persona enérgica, vital y en recuperación, sino un anciano en deterioro, que se aferra a un aparto telefónico como se aferró al poder toda su vida, pero que ahora no puede hacer más que creerse, si es que se lo cree, que se mantiene en un control que ya se le escapó por obra y gracia de la biología inexorable y el paso de los años. Solo un payaso como Hugo Chávez afirma lo contrario.

Mientras eso ocurre, y el binomio ahora aliado de Raúl Castro y Ramiro Valdés, con el visto bueno de Juan Almeida y la bendición de Fidel Castro, consolidan el poder ignorando soberanamente al pueblo de Cuba, la supuesta dirección colectiva que correspondería al Partido, y las directivas de una Proclama que nunca funcionó, hay quienes siguen hablando de una supuesta batalla por la sucesión que en realidad ya se libró y se decidió en los primeros treinta días de agosto, o quienes hablan de una supuesta “provisionalidad” en el mandato de Raúl Castro y los sucesores, cuando en realidad ya ellos tienen planes para los próximos cinco años cuando menos.

El día 2 de diciembre habrá una gran celebración en Ciudad de La Habana, con un desfile militar que de seguro resultará impresionante, una masiva concentración “popular”, y visitas de intelectuales y políticos de todo el mundo, desde Premios Nóbel hasta poetas con faltas de ortografía, y los mensajes de jefes de estado, personalidades y admiradores que gustan del socialismo y el período especial desde lejos lloverán sobre el Palacio de la Revolución.

Si Castro aparece o no en estas actividades es intrascendente, aunque no parece probable que la salud le permita aparecer, a menos que esté dispuesto a cerrar sus apariciones públicas con un lamentable ridículo final. Ya los amanuenses han indicado que sus ideas son más importantes que su presencia. Traducción pura y simple: está demasiado mal para poder asistir.

Ha pasado un año del aviso mortuorio en la Universidad de La Habana, pero para muchos se escapan las señales de la debacle fidelista y la reorganización raulista. Parece que todo está igual, pero todo está cambiando. Y como en la famosa frase, “hace falta que todo cambie para que nada cambie”. Al menos en cuanto al control del poder. Sea Fidel o sea Raúl, lo que interesa al régimen es el castrismo, entendido como poder dictatorial a espaldas del pueblo cubano, aunque con las variantes lógicas de un estilo diferente, que no intenta, ni puede, repetir el de Fidel Castro. Y lo están logrando.

Mientras tanto, el periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, tan proclive a celebrar aniversarios, onomásticos y efemérides, ¿de que hablaba al cumplirse el primer aniversario de uno de los discursos más trascendentales en la historia de la revolución?

Aquí están sus titulares:

“Cuba y Zanzíbar fortalecen aún más históricos lazos de amistad”, “Declaración del Banco Central de Cuba”, “Una opinión sobre la infancia en América Latina”, “Tierras explotadas con inteligencia”, “Exponen proyecto de vacuna cubana contra el dengue”, “Recuerdan llegada de médicos cubanos al norte de Guatemala” y “Programa Yo Sí Puedo se abre espacio en Ecuador”.

Elocuente extravío. Una imagen dice más que mil palabras, pero un silencio de Granma, a veces, dice más que diez mil. Porque la élite teme que sí, que después de todo el proceso puede ser reversible y terminar en cero.

Como se dice en Cuba: no se habla de soga en casa del ahorcado.

Es preferible hacer como los esquimales: no preguntar por los ausentes, porque si están muertos sus espíritus se pueden alterar.