martes, diciembre 12, 2006

DEL CARISMA A LA BUROCRACIA

Del carisma a la burocracia



Por Pedro Corzo


Por más de cuatro décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular y es que Fidel Castro aunque le impuso a su gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante también vinculó estrechamente su gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos erradamente llamamos carisma.

Fidel Castro, como hubiese escrito Anatole France, es un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia, como habría dicho Shakepeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba. Y sin dudas Houdini lo habría descrito como un ilusionista excepcional si hubiese sido testigo de su capacidad para conservar la confianza de sus partidarios a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.

El liderazgo de Fidel Castro ha estado sostenido sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, sobre su habilidad para inspirar confianza y ayudar a olvidar aun en muchas de aquellas personas que le conocieron en su turbulenta juventud mafiosa, la textura recia y violenta de sus agallas.

El faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convenciesen de que estaban frente a un hombre que sintetizaba en su persona los mejores intereses de Cuba y los cubanos. De la noche a la mañana una humilde isla del Caribe tenía su propio Dios, que a la vez era profeta y espada de una religión que tenía su propio Satán en la tierra: Estados Unidos. Y esta fue su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pronorteamericana.

Como si todo esto fuera poco, el faraón logró extender su influencia mas allá de las fronteras de su reino y no pocos fariseos y gentiles le apoyaron para que iniciara una cruzada en busca de una utopía en la que un hombre nuevo haría avergonzar por sus virtudes al más íntegro de sus antepasados.

En estos 47 años Fidel ha tenido la oportunidad de escribir sus propias realizaciones, actuó como mayoral de una finca de más de 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y llevó a miles de sus partidarios a morir en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes, pero con tanto ajetreo se le olvidó que no era Dios, que el tiempo se le acababa, y lo que es peor, que a pesar de lo mucho que había bregado iba a morir en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe pero listos para fingir ante cualquier predicador que profesara su doctrina.

La era épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. Hizo creer en la epopeya de la Sierra Maestra y en la pureza ideológica de la Revolución, fue el estandarte de su propio proyecto, el caballero andante que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios, pero toda esa tramoya se sostenía sobre una fina y a la vez ruda carpintería, una labor lenta, minuciosa, de hormiga o abeja.

Pero un día Fidel tropezó con su mortalidad y le llegó la penumbra. Su cuerpo o su mente se metieron en las sombras que a todos nos esperan y le tocó el turno a la hormiga laboriosa, Raúl, el insecto de fuerte picada que al igual que su hermano puede matar de un aguijonazo.

Raúl no es Fidel Castro, lo hemos visto a través de los años. Es un hombre discreto que no ama el espectáculo pero que no duda en hacer lo necesario para que la ''colonia'' esté bajo control. No es ingenioso ni capaz de seducir a su interlocutor pero sí puede como eficiente burócrata conducir el totalitarismo todo el tiempo que el pueblo sometido sea capaz de soportar.

Al parecer llegaron al poder los que hicieron posible que Fidel, mas allá de sus peculiares atributos, gobernara por casi medio siglo. Los discursos agresivos, las marchas fastuosas y las declaraciones imperiales desaparecerán ante una riada de circulares y disposiciones que determinarán la vida de cada ciudadano. Será una especie de retorno al mundo soviético previo a la perestroika, una forma de agotamiento del fidelocastrismo que tal vez genere espacios para una transición dentro de la sucesión más allá de la voluntad del nuevo Jefe.

La conducta de Raúl no hace que lo imaginemos como un iluminado marcando el paso de millares de fieles seguidores siempre dispuestos a fingir una suprema lealtad o al frente de una mesa de caballeros de la doctrina que luchan por demostrar quién es más leal a la sabia decisión del nuevo director de una pieza teatral que fracasó desde su primera puesta en escena.

Esperar que Raúl promueva libertades que traspasen las de los animales de corral tiene mucho de quimera, porque los burócratas siempre piensan y proyectan en el marco de lo que conocen y él ignora lo que es la libertad. Quizás busque vías para alimentar mejor a corderos y lobos pero bajo su égida es de creer que Cuba continuará siendo un gigantesco campo de concentración, que aunque posiblemente más confortable, siempre estará bajo el control de severos guardianes que tendrán un garrote a mano para aplastar a los herejes.

Periodista y documentalista cubano