martes, diciembre 12, 2006

LOS PRINCIPIOS NO SE NEGOCIAN

LOS PRINCIPIOS NO SE NEGOCIAN.


Por Alfredo M. Cepero


Las perspectivas de la desaparicón inminente del engendro diabólico de Birán han dado paso a planteamientos apresurados e irracionales que supuestamente podrí­an adelantar el proceso de transición a la democracia y al estado derecho en Cuba. Hemos contemplado con una mezcla de incredulidad y preocupación la petición de grupos opositores internos--los mismos que siempre han mantenido una lí­nea vertical frente a la tiraní­a--para que Washington elimine las restricciones a los enví­os de dinero y los viajes a la Isla. Sin perder un minuto, los activistas externos de linea blanda, rodillas flojas y bolsillos abultados los mismos que siempre han estado dispuestos a negociar principios a cambio de diálogos estériles se presentaron ante los medios de prensa a repetir su desgastada monserga. Lo irónico en esta oportunidad es que una oposición interna-- que ha ganado credibilidad a base de grandes riesgos y prolongados esfuerzos-- diera el pié para la décima a esta avanzada del cansancio, del oportunismo o de ambos. Porque hay que sufrir de una de estas dos dolencias para sostener un diálogo con una pandilla de sordos y fascinerosos que en casi medio siglo de tiraní­a jamás ha cedido un adarme de su poder omní­modo.

Contemplemos, sin embargo, la posibilidad remota y descabellada de que el decrépito y alcoholizado tirano sustituto estuviera en disposición de negociar. No nos quepa dudas de que, en tal caso, impondrí­a condiciones de privilegio y demandará sinecuras para él, su familia y su caterva de asesinos, torturadores y carceleros. Para acceder a estas exigencias el nuevo gobierno tendrí­a que tirar por la borda los principios por los cuales han sufrido martirologio, cárcel, persecusión y exilio más del veinte por ciento de la población cubana en el momento del asalto al poder por los comunistas. Se revolverí­an en sus tumbas Porfirio Remberto Ramí­rez, Rogelio González Corso, Plinio Prieto, Manuel Artime, Jorge Más Canosa y las decenas de miles de cubanos que han ofrendado sus vidas ante los paredones de fusilamiento, en los campos de batalla y en la infausta lucha del exilio en aras de la libertad de la patria. Se aferrarí­an con frustración y rabia a las rejas de su celdas Victor Rolando Arroyo, Jorge Luí­s Garcí­a Pérez, Francisco Chaviano, Oscar Elí­as Biscet y los centenares de presos de conciencia que sufren brutal cautiverio por ejercer el sagrado derecho de disentir y pedir un régimen de libertad y democracia para Cuba. Y qué decir de las decenas de miles de desesperados que prefirieron la muerte en el Estrecho de la Florida antes que la indignidad de la esclavitud, sin olvidar desde luego a los Ángeles mártires del Remolcador 13 de Marzo.

Cualquier negociación con los verdugos de nuestro pueblo será equivalente a una traición a la patria. Implicarí­a sacrificar los principios de democracia representativa, libertad individual, justicia social y soberaní­a nacional por los cuales se ha derramado tanta sangre y causado tal división y devastación en el seno de la familia cubana. Y cuando digo verdugos no me limito al binomio satánico. Incluyo desde luego a los miembros del Partido Comunista, del Consejo de Estado, del Consejo de Ministros, del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y de la mal llamada Asamblea del Poder Popular. Lo mas saludable para esa gentuza serí­a abandonar sin demoras el territorio nacional e irse a costas lo más lejanas posible a disfrutar de su saqueo al tesoro público; al menos hasta que el nuevo gobierno comience sus gestiones de recuperación de esos fondos. Pero el poder ciega y los seres humanos tenemos una gran capacidad para el auto-engaño. De ahí­ que es muy posible que se aferren al poder hasta el último momento. Y el pueblo cubano, que en tiempos recientes ha dado muestras de desesperación y cansancio, podrí­a ser el detonador que haga estallar la bomba de la desintegración de su supuesto aparato monolí­tico. Por eso albergo la esperanza de que podamos llevar a muchos ante los tribunales de justicia, que es mucho más de lo que ellos han concedido a sus opositores pací­ficos.

En conclusión, nada de divisas que puedan prolongar la vida de la agonizante tiraní­a, ya sea a través de remesas o de viajes. El pueblo de Cuba no necesita un alivio transitorio sino una solución permanente. Los cimientos de una nación no pueden ser construí­dos sobre la tembladera de un pacto con la iniquidad y un salvo de conducta a la barbarie; sino sobre la roca de una justicia igualitaria y sin excepciones para todos los ciudadanos de la república. La misma justicia que habrá de inocularnos contra la plaga de futuras tiraní­as. La misma justicia que, como la libertad, la democracia y la soberaní­a, no se negocia.

Miami, Florida, Diciembre de 2006