GANA LA ESPERANZA
Por Idolidia Darias
Nota: En la foto, tirada en Manicaragua y anterior a su encarcelamiento en el 2003, se encuentran Héctor Palacios Ruiz con el brazo derecho por encima de Arturo Pérez de Alejo.
Héctor Palacios ya está en su casa en La Habana, con la misma lucidez, precisión y claro sentido humano que siempre lo ha acompañado, y sobre todas las cosas precisando que mientras exista estará al servicio de la libertad dentro de la isla. No me quedan dudas de su delicado estado de salud pero tampoco me quedan dudas de su perfecto estado de ánimo para continuar la trayectoria de cubano comprometido con la defensa de la democracia en Cuba.
Puedo dar fe pública de la entrega de él, y si rememorar es útil para que cada día los cubanos que viven fuera de la patria sepan más de lo que ocurre en su país, yo hoy recuerdo la última vez que vi personalmente a Héctor Palacios antes de caer preso en marzo del 2003 cuando 75 cubanos fueron apresados y en juicios sumarísimos llevados a prisión.
El, Arturo Pérez de Alejo y yo habíamos visitado a finales del 2002 la embajada de Suiza y sostenido una conversación muy amplia con el funcionario de la oficina que atendía los asuntos de derechos humanos, al despedirnos me recordó la necesidad de seguir informando y escribiendo sobre el Escambray y todo lo que allí sucedía con las violaciones de derechos humanos y la libertad de expresión, ya cuando se alejaba me llamó y en voz alta me espetó: ``Y te voy a mandar las bases de un concurso que habrá sobre los derechos humanos para que te animes a participar y no te olvides de reflejar mayormente todo lo de allá( se refería a Manicaragua, Santa Clara y lo que en Cuba se llama Región Central). Escribe porque si ganas algún premio o mención lo publican en algunas revistas de otros países y así la gente conoce de la realidad de Cuba''.
No tuve más comunicación con él hasta el 18 de marzo del 2003, cuando lo llamé por teléfono para decirle que la policía política había allanado la casa de Arturo Pérez de Alejo, le había confiscado todo y lo conducían, esposado, a un lugar desconocido. Muy preocupado me preguntó por los demás integrantes de la Organización de Derechos Humanos del Escambray y si yo sabía de otros encarcelados. Le relaté que sabíamos de Librado Linares y Léster Gonzáles, y me sugirió no confiarnos porque todo parecía indicar que estaban encarcelando a otros opositores en Oriente, Pinar del Río y la propia Habana y me hizo prometerle que lo mantendría informado de todo lo que se derivara de esa situación y que lo llamara a la hora que fuera necesario para él saber y poder dar información a las emisoras y periódicos extranjeros que llamaran y que quisieran saber (en Cuba esos acontecimientos de la oposición interna a Castro no los publica la prensa nacional y cuando lo hace se refiere a `traidores o delincuentes'). No pude hacerlo. Las horas de él fuera de prisión ya estaban contadas porque en la lista de 75 su nombre cargaba con `desde 25 años de privación de libertad hasta la pena de muerte'.
Siempre que lo vi o lo visité su casa estaba llena de personas a las que entregaba periódicos, revistas u otras publicaciones que le llegaban a él y a su esposa Gisela Delgado y que hablaban de la situación de Cuba, de la realidad nuestra y como era vista en el mundo, de las denuncias que se hacían en las organizaciones internacionales, en la ONU. Constantemente preguntaba por la crisis en la provincia tal o de las carencias en aquel municipio, escuchaba a todo el mundo y sin imponer decía: Sería muy bueno hacer una conferencia, educar a la gente, informarla; siempre buscando que en la Habana, en las embajadas se supiera que en las provincias también había oposición, grupos de disidentes preparados que abogaban por la democracia y la pluralidad.
Al juicio de él, ni al de ninguno de los encarcelados en esa etapa, ni después pudimos asistir los amigos, los miembros de organizaciones ilegales de derechos humanos en Cuba; y ni decir de los que hacíamos periodismo independiente en las calles cubanas.
Empezó el capítulo que aún tiene a una buena cantidad de ellos muriéndose en prisión y soportando torturas y humillaciones. Y de los que no se olvida Héctor Palacios, quien a pocas horas de estar en su casa ya se refería a la primera misión: hacer todo lo que las fuerzas y la salud le permitan para que se liberen los presos políticos y haya apertura, diálogo y cambios en Cuba. Eso, en un hombre que ya ha sufrido otras prisiones por la misma causa, que conoce la podredumbre del régimen y que sabe cuanto necesita su país un cambio y lo reitera desde la humildad de su casa y familia es otro rayo de esperanza para los cubanos y debe ser, para los que no estamos en la isla pero la añoramos, un motivo de compromiso y colaboración unánime para que los cambios se promuevan y ocurran.
Escritora y maestra cubana.
Fue periodista independiente en la zona del Escambray hasta su reciente llegada a Miami.
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