sábado, diciembre 09, 2006

REGRESAN LOS RUSOS

Regresan los rusos


Por Jaime Suchlicki


En su primera iniciativa política importante desde que asumió el poder, el general Raúl Castro firmó con Rusia un amplio acuerdo de ayuda militar. En septiembre del 2006, el primer ministro Mijail Fradkov visitó Cuba y firmó un pacto de ayuda económica que proporciona a Raúl Castro créditos por valor de $350 millones para modernizar las fuerzas armadas cubanas, incluyendo la adquisición de equipo ruso de transporte, sistemas de navegación aérea, productos industriales para el sector energético y financiamiento para futuras inversiones de Rusia en Cuba, entre otros proyectos. Fradkov se reunió con Raúl Castro en un clima descrito por la prensa cubana como ``amistoso y cordial''.

Este acuerdo con los rusos viene a redondear las alianzas internacionales de Cuba con países estratégicos claves para la isla. Estos incluyen Venezuela, China e Irán. Sea que el acuerdo estaba ya en marcha antes de la intervención quirúrgica de Fidel Castro, o surgió como una iniciativa más reciente, viene a reafirmar la constante admiración y apoyo de Raúl Castro por las políticas soviéticas en el pasado, y por las políticas actuales de Rusia.

De joven, Raúl viajó tras la Cortina de Hierro y se convirtió en miembro del Partido Comunista de Cuba. Durante las décadas de relación de Cuba con la Unión Soviética (1960-1990), Fidel y Raúl fueron siempre favorables hacia las políticas soviéticas y les brindaron su apoyo, especialmente en Africa, donde varios cientos de miles de soldados cubanos contribuyeron a la instalación de regímenes prosoviéticos y procubanos en el continente africano. El ejército soviético parece haber fascinado siempre a Raúl, quien exhibe fotografías y estatuas de generales soviéticos en su oficina en La Habana.

Era natural, entonces, que Raúl se dirigiera a sus antiguos aliados y amigos en busca de apoyo para consolidar el poder en Cuba. Los rusos pueden proporcionar no sólo armas a su dictadura militar, sino también créditos para adquirir otros productos rusos. Si la relación con Venezuela se agriara, o si Venezuela disminuyera sus embarques de petróleo a Cuba, los rusos podrían intervenir y brindar ayuda. Gran parte del equipo militar y no militar de Cuba es de fabricación rusa, y necesita modernización y piezas de repuesto. Finalmente, las posiciones internacionales de Rusia, su influencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y su creciente desafío de las políticas norteamericanas se ajustan bien a la visión del mundo y los intereses de Raúl Castro.

¿Qué pueden esperar los rusos de una renovada relación con Cuba? Para empezar, los rusos no han renunciado a lo que alegan que Cuba les adeuda desde la era soviética, aproximadamente $20,000 millones. En 1991 participé en Moscú en una conferencia sobre las relaciones ruso-cubanas y, en el lado ruso, tanto funcionarios académicos como gubernamentales insistieron en que la deuda cubana debía ser pagada. Mi respuesta entonces fue que, incluso si Cuba tuviera los medios, no reconocería ni pagaría esa deuda; Castro siempre alegaría que los sacrificios que Cuba hizo para apoyar las políticas soviéticas en todo el mundo, superan por mucho la ayuda económica rusa a Cuba. No parece que el tema de la deuda estuviera en la agenda oficial durante la visita de Fradkov.

Puede ser que los rusos también estén interesados en reanudar y expandir la cooperación con Cuba en cuanto al espionaje que existió durante la guerra fría. La Unión Soviética construyó instalaciones para espionaje electrónico en Lourdes, cerca de La Habana, que fue empleada por los soviéticos para espiar los secretos militares y tecnológicos norteamericanos. Esta fue posteriormente clausurada por los soviéticos bajo presiones norteamericanas en los 90, pero podría ser reconstruida. Los chinos han establecido una instalación similar en Bejucal, Cuba, y los rusos pueden estar recelosos de esta capacidad de los chinos para espiar la tecnología militar y civil de Estados Unidos. La cooperación entre los servicios de espionaje cubanos y rusos, entrenados por la KGB y la Stasi, y uno de los mejores del mundo, podrían reanudarse, si es que cesaron en algún momento, y los cubanos podrían proporcionar ayuda especial a los rusos.

Es aún muy pronto para predecir hasta dónde llegará la cooperación cubano-rusa, o si representará un reto para los intereses y la seguridad de Estados Unidos. Sin embargo, el nuevo acuerdo de ayuda militar y el nuevo espíritu de cooperación cubano-ruso pueden indicar una continuada militancia y oposición a las políticas norteamericanas por parte de Cuba, y un deseo de reiniciar una relación con un antiguo aliado, aunque mucho más débil y parcialmente diferente.

Profesor de historia y director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos, Universidad de Miami, y autor del reciente libro Breve Historia de Cuba.

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Fragmento tomado de
http://www.lainsignia.org
/2000/noviembre/int_059.htm


Tres preguntas sobre Rusia (III)


Rafael Poch


«Tres preguntas sobre Rusia»
Rafael Poch de Feliu
Icaria editorial, S.A.
Ausiàs Marc 16, 3.º 2.ª / 08010 Barcelona
1.ª edición: junio 2000


El joven diplomático tenía que tomar, aquel barco, el «Andrea Gritti», un paquebote destartalado que para llegar a su destino, Veracruz, debía recoger un montón de emigrantes italianos en Nápoles e iniciar una larga travesía de cinco semanas con escalas en Cádiz, Lisboa, Santa Cruz de Tenerife, Madeira, Curasao, La Guaira y La Habana. Nikolai debía incorporarse a su destino en Ciudad de México, como antepenúltimo ayudante de embajada. Era un muchacho rubio de ojos azules, con entradas, de mediana estatura, hijo de campesinos de la región de Riazán, en Rusia central, cuyas buenas notas en el bachillerato le habían brindado una medalla de oro, que en aquellos tiempos era de oro de verdad, y una beca para estudiar en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú. Su destino mexicano confirmaba el éxito en sus estudios y que sus conocimientos de español no eran malos.

Nikolai Leonov varias décadas después de los hechos que se narran aquí. Nota del Blogguista.

Tres jóvenes latinoamericanos subieron en aquel mismo barco por accidente. Venían de hacer una gira por Europa, que había incluido una visita al Festival Internacional de la Juventud de Bucarest y una furtiva escapada a Odesa. La huelga de los estibadores de Marsella les había hecho cambiar de puerto de embarque. Nikolai se hizo enseguida amigo de ellos, porque hablaban español entre todo aquel griterío italiano, y porque la espontaneidad e informalidad de los jóvenes le cayó bien. Se llamaban Bernardo, José y Raúl y tenían entre 23 y 22 años, les gustaba leer y hablar de política. Llevaban muchos libros.

Nikolai enseñó a Raúl a jugar a ajedrez, Bernardo enseñó a Nikolai a jugar a ping pong. Enseguida se formó una liguilla. El ruso y los latinoamericanos formaron un equipo «de izquierdas» en liza con el conjunto «burgués» de a bordo. El contacto humano con aquellos nuevos amigos tropicales, dos guatemaltecos y un cubano, descongeló enseguida rígidos reflejos funcionariales en el ruso. Nikolai prestó dinero de su «fondo reservado», «sólo para casos de urgencia», a sus compañeros, con los que compartía todo. Como la URSS estaba mal vista en casi todo el mundo y su pasaporte no se lo permitía, Nikolai no podía bajar a tierra en las tentadoras escalas de la travesía. Enfundado en su traje negro de rayas, el ruso parecía un empleado de banca inglés en el trópico. En Cádiz ya se moría de calor, y en el «Andrea Gritti» había una pequeña piscina. Los latinoamericanos se bañaban, pero Nikolai no tenía bañador.

En la URSS de entonces no existían los bañadores, la gente se bañaba en calzoncillos, así que durante la escala en Santa Cruz de Tenerife, mientras Nikolai armaba un gran escándalo con el capitán del barco que pretendía retener su pasaporte, como el de todo el pasaje, hasta el final de la travesía, los latinoamericanos volvieron de un paseo por la ciudad con un bañador y unos plátanos para Nikolai, ya más calmado al saber que lo del pasaporte no se trataba de una conspiración de aquellos anunciados enemigos al acecho. Nunca había visto un plátano. Ellos preguntaban sobre la URSS y él sobre América Latina. Nikolai les explicó que en su instituto se estudiaba inglés, español, alemán, francés y chino, y que él había sido uno de los tres de la rama española seleccionados para trabajar tres años en el extranjero, combinando la embajada con el perfeccionamiento del español. El alegre y extrovertido Raúl, con quien Nikolai entabló una amistad particularmente intensa, le habló de su hermano «el abogado». Bernardo le explicó que en su país de volcanes había un gobierno, el de Jacobo Arbenz, que promovía la reforma agraria. Arbenz sería derrocado un año mas tarde, en junio de 1954, en un golpe de estado/invasión derechista financiado por la CIA y la United Fruit Company. Ninguno de aquellos cuatro jóvenes sabía aquel día lo que el destino les deparaba, aunque sus vidas estaban ya escritas en sus convicciones y carreras. Raúl, cuyo apellido era Castro, no sabía que pronto se vería envuelto en una de las revoluciones más extraordinarias de América Latina cuyo líder sería su hermano, el abogado. Bernardo Lemus, no sabía que su actividad como abogado defensor de los sindicatos le conduciría a ser asesinado en la Guatemala de los setenta por la «Mano Blanca», una de las versiones locales de los escuadrones de la muerte. Nikolai Leonov tampoco sabía que algún día llegaría a ser Teniente General del KGB, jefe de su» Directorio Analítico» o cerebro de la inteligencia soviética, y que su intervención sería decisiva en asuntos tan dispares como el apoyo de Moscú a la ofensiva final contra Saigón en Vietnam, el suministro de armas a la guerrilla de El Salvador, o el máximo gol marcado a la CIA por el espionaje soviético en toda su historia, el reclutamiento de Aldrich Ames como topo de la Lubianka.

Cuando los jóvenes se despidieron en el puerto de La Habana, Nikolai observó impresionado desde cubierta como la policía de aduanas golpeaba brutalmente a sus amigos. Les habían incautado los libros «subversivos» comprados en Bucarest y Odesa. Ninguno de ellos podía sospechar tampoco que su travesía a bordo del Andrea Gritti abría un capítulo completamente nuevo de las relaciones de Moscú con Latinoamérica. La amistad de Raúl Castro y Nikolai Leonov quedaba para toda la vida. Sobreviviría a la propia URSS y a los avatares de la revolución cubana.

El desembarco de Nikolai Leonov en Veracruz fue accidentado. En México no se podía entrar sin un certificado de vacunación de viruela, y como el joven no lo tenía no le dejaban bajar del barco. Todos los demonios y las advertencias de sus superiores en Moscú resucitaron de repente en su cabeza, al ver que no le permitían desembarcar, pero cuando el capitán le propuso vacunarle a bordo ya no le quedó ninguna duda de que estaba en marcha un complot para asesinarle. Pasaron 24 horas. El funcionario de la embajada de la URSS en Ciudad de México que había venido a buscarle a Veracruz ya estaba harto de esperar, «¡que te vacunes, hombre!», le gritaba desde el muelle. Hablaba en ruso, pero para Nikolai aquel tipo podía ser un agente provocador. En el barco le tomaban por un gallina que temía la jeringa. Al final, subió al barco un hombre gordito que se presentó como Jorge Lerín. Pertenecía a los servicios secretos mexicanos, pero en la embajada soviética era como de la familia. Lerín era el encargado de vigilar a los soviéticos pero bajo el sol del altiplano se había forjado cierta familiaridad. El hombre explicó a Nikolai con toda franqueza quién era y qué hacía. El joven todavía dudó hasta que el agente le dijo, «que lo que necesitan los de inmigración es el papel, ¡carajo!». En ese instante, Nikolai lo entendió todo. No era una conspiración para asesinarle inyectándole un veneno, era un papel. «El hombre soviético se compone de tres cosas: cuerpo, alma y papel», reza un dicho ruso. La existencia en la URSS era una continua carrera de obstáculos entre un problema de papeles y otro. Desembarcó. Un mes después, ya en Ciudad de Méjico, el joven funcionario de la embajada soviética se quedó estupefacto al leer en los periódicos la noticia del asalto a un cuartel del ejército cubano en Santiago de Cuba. Entre los implicados figuraba su amigo Raúl. El hermano de éste, Fidel, el abogado, era el líder de aquella operación suicida. Nikolai sabía que Raúl era de izquierdas, pero no tenía ni idea de que fuera a tomar por asalto a mano armada una fortaleza del ejército. Ese episodio le llevó a solicitar al embajador que le permitiera encargarse de los asuntos cubanos. Así, leyendo la prensa, fue siguiendo las vicisitudes de su amigo y sus compañeros, su encarcelamiento en la isla de Pinos, su juicio, al que Fidel Castro dio la vuelta con su discurso «La historia me absolverá», y la amnistía de 1955.

Un día de julio de 1956 paseando por el Zócalo de Ciudad de México, Leonov se topó de frente con Raúl Castro; «!hombre Nicolás¡, !qué alegría!», se abrazaron. Los Castro se habían exiliado en México donde andaban metidos en todo tipo de conspiraciones: recogían armas, dinero y se organizaban para el próximo asalto, pero Nikolai no tenía ni idea de todo eso. Raúl le dio su dirección en la ciudad: calle Emparán, 43, su piso conspirativo. Cuando el joven ruso fue a verle a aquella casa, Raúl estaba con anginas. Un amigo médico cuidaba de él. Entablaron conversación. Resultó ser un argentino llamado Ernesto Guevara, al que llamaban «Ché». Andaba buscando un libro de Ostrovski, Así se forjó el acero, ambientado en los medios de los jóvenes comunistas rusos de la época de la guerra civil, jóvenes entregados en cuerpo y alma al partido, ecos de una Rusia revolucionaria que había desaparecido durante el estalinismo. Leonov le dio su tarjeta y quedaron en que Guevara iría a buscar ése y otros libros un día a la embajada. Al salir de la casa, Nikolai se topó con Fidel, Raúl los presentó. Al «hermano abogado», que en aquella época llevaba una pistola en la sobaquera, no le gustó la presencia de aquel desconocido en Emparán 43. Nikolai tuvo el tiempo justo de pedirle que le dedicara un ejemplar de La historia me absolverá.

Tiempo después, los Castro y toda su red conspirativa cayeron. La policía mexicana encontró la tarjeta de un funcionario de la embajada soviética en una chaqueta de Guevara. El nombre de Leonov, que era el último mono de la embajada, apareció en una columna del diario Excélsior titulada «Siguiendo la pista». Fue el estreno de aquella «conexión moscovita» que luego tendría tanto éxito en América Latina, casi siempre exagerada, pero en aquel caso absolutamente disparatada. Las relaciones de Leonov con Raúl y los revolucionarios cubanos eran personales, humanas. El embajador de la URSS, al que había que rendir cuentas de cualquier amistad, no estaba al corriente de las relaciones de Nikolai, quien había preferido ocultárselas porque estaba seguro de que serían terminantemente prohibidas por su superior. Como consecuencia del escándalo, Leonov fue inmediatamente devuelto a Moscú, en octubre de 1956, con un billete de tren MéxicoNueva York, otro de barco Nueva YorkLondres y un tercero de tren hasta la capital rusa. Al llegar a Moscú, los diarios le dieron una nueva sorpresa: su amigo Raúl, el abogado, el médico argentino y otros más habían desembarcado furtivamente en Cuba en un barco llamado «Granma» para iniciar un foco guerrillero. Lo explicaba una pequeña columna de Pravda. Fue entonces cuando Leonov decidió entrar en el KGB, ingresando en su Escuela de Inteligencia en 1958. Cuando concluyó el curso, dos años más tarde, los barbudos ya estaban en el poder en La Habana.

El KGB de los años sesenta, como la URSS, no era el mismo que el de la época de Stalin, recuerda el hoy Teniente General.

"Después de la desestalinización del XX Congreso, el país no podía, ni política ni administrativamente, regresar a la práctica de torturas y fusilamientos, los jóvenes que ingresábamos en el servicio nos considerábamos absolutamente desligados de aquel pasado, trabajábamos en otro estado que para nosotros era sumamente democrático y lo hacíamos sin remordimientos."

Hasta entonces, la actividad de los servicios secretos soviéticos en Iberoamérica había estado envuelta en la espiral estalinista. Sus operaciones más representativas, como el asesinato de Trotski en México, eran ajustes de cuentas de Stalin contra sus enemigos internos. En la época de la generación de Leonov, las prioridades eran afianzar y extender el prestigio y la presencia de la URSS en el mundo, y mantener el frente ante un rival, los Estados Unidos, infinitamente superior como potencia. A partir de mediados de los cincuenta, la URSS descubre el Tercer Mundo como terreno de juego. En esa partida, enormemente desordenada y miope, América Latina era el campo más prometedor para Moscú. En ese nuevo contexto, Leonov fue el pionero de la segunda ola en la presencia del KGB en América Latina, una presencia bastante artesanal en la que los agentes como él se ponían nerviosos al observar la incompetencia de los que tomaban las decisiones y que tuvo en Cuba un valioso aliado. Moscú descubrió América Latina y sus potencialidades en Cuba, y en ese descubrimiento, Leonov jugaría el papel de un anónimo y casual Cristóbal Colón.

En octubre de 1959 la URSS organizó una exposición de sus logros industriales y científicos en México que fue una gran operación de relaciones públicas. Anastás Mikoyán, el único de los lugartenientes de Stalin que sobrevivió políticamente y sin sobresaltos al estalinismo, era el jefe de la delegación soviética en su calidad de Vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS. En aquel viaje, en el que Mikoyan captó el enorme potencial del sentimiento «antigringo» existente en México, Leonov fue a la vez su intérprete y guardaespaldas, «gracias a Dios sin pistola», es decir en caso de agresión había que poner el cuerpo delante de Mikoyan y rogar a Dios. Uno de los principales resultados de aquel viaje, fue que Fidel Castro, que llevaba nueve meses en el poder, le envió un mensajero, Héctor Rodríguez Lompart, con una propuesta verbal de Fidel para que al término de la gira americana la exposición se celebrara también en La Habana. Para entonces, Mikoyán ya se tomaba en serio lo que había pasado en Cuba y como se había enterado de que Leonov conocía personalmente a los Castro, a principios de 1960, poco antes de la visita a Cuba convocó al joven oficial a su despacho del Kremlin. «¿Es verdad lo que cuentan de que usted es amigo de los hermanos Castro?», le preguntó.

Leonov le explicó a Mikoyán la historia de la travesía a bordo del Andrea Gritti y algunos pormenores de sus andanzas en México hasta su fulminante expulsión por el embajador, en 1956. Mikoyán le pidió pruebas de esa historia y el oficial del KGB le enseñó unas fotos de aquel viaje, hechas por José con la máquina de Raúl en la que los jóvenes aparecían en bañador. A partir de entonces, Nikolai Leonov estuvo siempre presente, como traductor, en las visitas más importantes de altos dignatarios cubanos a la URSS y de soviéticos a Cuba. La primera de ellas fue la de Mikoyán a Cuba.

Al descender de su Iliushin 18, el espectáculo que se le presentó al lugarteniente de Stalin fue de lo más curioso. Aquella revolución joven y tropical no tenía nada que ver con aquel gris sangriento que rezumaba Moscú. «Había una multitud enorme en la que se mezclaba desordenadamente la guardia de honor, los ministros, el público curioso y los diplomáticos, todo en aquel pueblo irradiaba alegría, bondad y al mismo tiempo firme dignidad». Mientras saludaba a Mikoyán, Castro le dijo en broma mirando al interprete; «¿seguro que ése es de los suyos?». Todavía se acordaba de la contrariedad que le había causado ver a Leonov, un desconocido, en aquel piso conspirativo de Ciudad de México. La visita oficial fue tan curiosa como aquel recibimiento. En lugar de hoteles y banquetes, arroz con frijoles y campings, pero la atmósfera fue excelente. «Es como si hubiera regresado a mi juventud», exclamó Mikoyán.